Curios by Lim Heng Swee.
En un ejercicio de reflexión solemos revisar el pasado y en este buscar las razones de lo que se hizo mal. Se instiga a cada pensamiento con el fin mismo de desmenuzar sus ideas hasta convertirlo en un ramillete de pensamientos vacíos.
Nos cuestionamos, siempre
nos cuestionamos. Queremos saber en dónde se cometió la falta. Queremos
aprender de lo vivido, pero es que en carne propia es la única manera de
adquirir ese aprendizaje, jamás se nos abre esa misma posibilidad en la vida de
otros.
Preguntamos al
universo cada detalle de lo que no comprendemos. Dibujamos la soledad en la
pared, la miramos fijamente, le damos forma con la yema de los dedos, la
acariciamos con la rústica textura de una pared insensible, a la final solo es
eso, una pared.
Por su parte, la
soledad es algo que se lleva en el bolsillo del pantalón. Se guarda, se
emancipa en el tiempo, se sumerge en el pecho, se acomoda a cada situación, se
disfraza de fiesta, se vuelve un artículo de oficina, una herramienta de
escritorio. A donde estemos, siempre habrá una pared que sin tener nada que
recibir nos recibirá cada golpe que le demos con el puño.
No somos constructores
de soledad ni mucho menos, somos gestores de ansiedades, nos vamos
desenvolviendo en la identidad y forma de vida de quien nos acompaña en el camino,
a su imagen y semejanza vamos construyendo nuestras expectativas, le damos
forma y nombre a los sentimientos, a la intensidad de la vida.
Nos excusamos en “el
hubiera” como si diera respuesta a lo que no entendemos. Basta de pretender
ajustar el universo a una palabra, basta de intentar frenar el curso de la vida
con una canción o una frase, debemos de soltar, de aprender a observar la pared
sin querer golpearla, de escuchar las canciones de la cotidianidad sin darle
nombre y lugar a cada historia.
Es difícil.
Es complejo.
La cotidianidad se desdibuja otra vez, en una pared blanca, en el vacío de un salón, en la historia de una canción, en un trozo de papel, en una habitación vacía, en una silla sin ocupar.
Solemos convertir los
temores en arte, en dibujar el dolor en festivas canciones o poemas, darle
color a esa pared blanca con la excusa de que la vida es un carnaval. Pero no
siempre es así.
No basta con vivir la
vida a su ritmo y querer entender el carnaval del que se habla, tampoco es
hacer alarde de la soledad que cuestiona toda la existencia. No es observar la
pared o la habitación vacía.
Es aprender, con
lágrimas, a dar su lugar a la cotidianidad.
AV
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