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Sonreímos, porque en
la vida lo hacemos cuando nos sentimos plenos.
Hacemos una broma, un
chiste, jugamos con el contexto y damos vida a un momento de tensión, le
bajamos un poco la presión a las preocupaciones.
Una canción, una taza
de café, un almuerzo.
Recordamos lo importante
que ha sido construir juntos una vida, de los sueños que se cimentaron cuando
se podía soñar sin riesgo a heridas futuras. De la terquedad e intransigencia que
me quedaron de mis propias palabras, como una serie de acciones que hice o
incluso dejé de hacer, sin tener claridad sobre el móvil de cada historia fui
construyendo un relicario negacionista, una pared a la que después llamaría
soledad.
Nos identificamos en
las metas y anhelos del otro, un impulso torrencial, paternal, que invita a
escuchar toda historia de vida para luego hacerla propia y querer protegerla de
todo mal.
Nos asomamos por la
ventana para ver el día llover o a las estrellas titilar en un cielo cómplice.
Queremos que no falte nada sobre la mesa, que jamás haya tristeza en los
corazones ni lágrimas en el rostro, pero irónica que es la vida, son estos
deseos sobreprotectores los que nos determinan el espinoso camino del adiós.
Salimos a cenar, en un
ambiente agradable comenzamos el diálogo esperado por cada uno. Sabíamos en
dónde terminaría pero no cómo continuaría, ahí la magia del diálogo, los
malabares de continuar una vida juntos pero separados. De entender los sueños
de cada uno, de saber que los anhelos a veces son rutinas, o que las
expectativas están construidas en temores previos, chiquitos, diminutos,
peligrosos.
Pasaron los días y el
diálogo sigue en construcción, no porque no se haya dicho lo suficiente, sino,
porque nunca es suficiente para terminar de construir. Aún en la despedida la
estructura de las ideas es tan importante como la estabilidad de la bienvenida.
Algunos días no
estamos para estructuras.
De la memoria
rescatamos lo mejor de cada uno, porque en definitiva han sido recuerdos
maravillosos, tan amenos, que duelen. Porque no hay tragedias que etiqueten el
diálogo iniciado, tampoco agresiones que dificulten su evolución, solo caminos
separados.
Estar siempre al
alcance del otro, no para reconstruir una vida, sino, para despedir de la mejor
manera aquella que se vivió.
Somos el amor que
dejamos, somos la vida que construimos, los sueños que conversamos, somos las
canciones que tarareamos, los libros que regalamos, las mascotas que adoptamos.
Sueños de una vida
conjunta, de un diálogo permanente: Estructuras.
AV
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