
Imagen tomada de: http://www.flickr.com/photos/hjmart/3927592790/
Title: Waiting... Artist: Helen Janow Miqueo - International Artist
2009
Tengo que darle las gracias a R. Blades, su música me empujó un poco para ese largo y majadero camino de escribir de culpables y solemnes de sobrenombres y avenidas. Con el calor más fuerte que hasta el momento había sentido, el sudor ya demandaba frescura en mí pasar por los diversos pasillos de la universidad del Norte, definitivamente por encima del peso del calor sentarnos en cualquier muro y darle un revés a la memoria no sorprende en estos calores, donde el indulto del crimen se evidencia en un complejo clima para un turista desesperado.
Mi gusto por el café lo adquirí como herencia de una novia que tuve muchos años atrás, inicialmente yo no gustaba de esa bebida, por el contrario era amante del te frío, pero al llegar a Cali y empezar la relación de ese entonces me vi envuelto en una dependencia a la cafeína sorprendente, tanto que dicha bebida se convirtió en mi acompañante número uno, siempre presente en todas mis decisiones, en mis temores, mis vacíos, mis vicios, mis errores, en mis silencios, en mis reuniones y mis intimidades.
Siempre defendiendo mis convicciones llevé conmigo de manera colectiva el gusto por el café hasta convertirlo en una bebida social, gustoso por su amargo sabor y su dulce compañía resultaba dando ademanes a la cotidianidad con históricos sorbos de pasión, seudónimos universitarios y muchos sobres de azúcar alrededor.
En Buenos Aires, en Ciudad de Panamá, en New York, en Washington y en todo el territorio nacional que recorría siempre hallaba la manera de perderme en mi cotidianidad y escapando de mi mente me acercaba al beso de una bebida de café. Un tinto doble, con dos de azúcar y en lo posible cargado. Grandes amigos han sido testigos de mi gusto por dicha bebida caliente, grandes paisajes y pequeños momentos han sido endulzados por dos sobres de azúcar, en algunas ocasiones en recipientes de icopor (esa palabra como tal no existe en español, de hecho significa “Industria Colombiana de Porosos”, en este sentido la palabra que mejor se asemeja es ´Polietileno expandido´) o de plástico, en definitiva la importancia que le había dado a dicha bebida ya era parte estructural de mi personalidad.
A la primera mesa de degustación de Café que vi me tiré cual náufrago a tabla en el mar, inmediatamente me serví el café (me tomó bastante tiempo entender el funcionamiento del termo de café, fue vergonzoso ese momento) con la ayuda de una amable costeña que trabajaba como aseadora en el auditorio, salí al pasillo externo y sentado sobre las gradas bajo un sol amarillo, precioso y ardiente, me dejé abrazar por el calor de la bebida prohibida por los mormones (la cafeína altera el templo del alma que es el organismo), y de un solo guiño rechacé continuar tomando esa taza de café. El calor era insoportable y jamás en mi vida había sentido la necesidad de dejar servido el café y salir a buscar otra cosa diferente.
Fueron varios los días de negación, a cambio retomé mi vieja costumbre de beber Té Helado y pensar en cómo sería mi vida sin beber café, seguramente sería más saludable y menos acelerada, pero en el trasfondo logré darme en la cuenta de lo importante que había sido ese momento y abrir mi voluntad a permitirme comprender otros detalles de la cotidianidad recibida en un Caribe desconocido para mi, más allá de la música o la geografía era nula la información y conocimiento que tenía de la cultura del norte, por supuesto la tarde llegaba a su fin y después de un par de mesas de debate intentaba negociaba con el clima el deseo de acomodar mi cotidianidad con la cotidianidad de una cultura y unas condiciones nuevas para mí.
Al finalizar el acto cultural preparado por los anfitriones del evento decidí salir a fumarme un cigarrillo y emborrachar mis ilusiones con un anaranjado cielo que se coqueteaba con el azul de un día que se marchaba, solo lograba observar la estela anaranjada y rosada que se sacudía en la brisa de unas nubes juguetonas, el azul de costumbre ya poco a poco se marchaba en promesas de regresar; Muerto de placer y ansioso por entrar en esa paleta de colores caribeños anhelé ver ese atardecer en todo el frente del horizonte, sacarle un pañuelo al cenit y besar a las nubes como acto de agradecimiento, acomodarme en una roca elevada y fumarme un cigarrillo como acto de reconciliación con el día que llegaba a su fin y darle apertura a unas tímidas estrellas que no querían dejarse ver.
Reflexionando sobre la aventura que iniciaría en tierras caribeñas el golpe de la nostalgia no fue mayor cuando sin censurarme me dije en voz alta: “Qué mejor que sentarse a tomarse un café, fumarse un cigarrillo y ver este hermoso atardecer”
AV