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Nuestra primer experiencia como padres nos la da la vida cuando
asumimos el control y cuidado de los amigos de la vida, de esos personajes que
se nos escapan de la rutina y se van apareciendo en casuales escenarios hasta
que los volvemos hermanos, y en ese estadio, le comenzamos a compartir de
nuestro afecto, permitirnos hacerlos propios.
Jugamos en medio de la infancia a ser adultos, a ponerle nombre
a las cosas y a escaparnos de cada norma para cuidar de los nuestros, nos
hacemos responsables de los silencios incómodos del mañana.
Vamos creciendo y con la vida nos vamos forjando en óleos y
partituras, recorremos metros y metros de deporte, burlamos el destino y con
ese cómplice del camino nos enfundamos en recovecos de la memoria, no es por
ser insensato o mal agradecido, es que la melancolía y la nostalgia es nuestra
musa, es el abono que hace de este Blog un parque que gira a sí mismo, con las
mismas historias, los pretextos de siempre, la infaltable musa del recuerdo,
del preferir remembrar al descuidar lo olvidado.
Iniciamos haciendo un recorrido por ese lindo momento de la vida
en que anclamos amistad con alguien, la manera como lo vamos envolviendo poco a
poco en nuestra rutina, como nos vamos enfundando en su tiempo y sus espacios,
el hacernos amigos en territorios rutinarios.
Sin embargo, hablar de los hijos perdidos no es propiamente
darle un valor familiar a la amistad, tampoco es caer en ese lugar común de
tristeza donde los desaparecidos son parte del álbum familiar de alguna pareja
desesperada, o de aquellos deseos de paternidad que se desvanecen en una sala
de hospital, en la más prematura de las edades.
Iniciamos pues, la reflexión en sincronía con ese sentimiento
que surge del pasado, no con la memoria de lo vivido, ese
esfuerzo vital de la vida por conservar los amigos, por crecer junto a aquellos
que desde infantes nos acompañaron, por rastrear las calles y redes sociales
buscando al hermano de vida que ya se fue, algo similar ocurrió con David
Ramírez, un compadre que reside por estos tiempos en la bella Costa Rica y del
que nunca supe nada hasta hace poco más de un año, cuando fue él el que me encontró
y todo, aunque usted no lo crea, gracias a este Blog; prosigamos, el esfuerzo
vital de conservación no es más que la historia misma reescribiéndose
constantemente pero con amigos diferentes, acorde a cada etapa de la vida nos
va llegando el protagonista de cada corte, de niño fueron David y Juan Pablo,
ahora me acompañan Diego Alejandro, David Guillermo y Luis Fernando, pero yo no
se mañana.
Otro rumbo nos acompaña en ese trayecto, para algunos igual de
oportuno como lo es la infancia misma, para otros un poco tardío, como el amor o la vida
sexual, en cada caso, no todos son los afortunados o desvergonzados que caen en
ese enorme sentido de paternidad ante algo que no es propiamente un amigo de
infancia o un ser humano, parecemos ajenos al tema hasta que se nos convierte
una quimera personal.
En ocasiones nos llega por deseo personal y complicidad de los
demás familiares, en otros casos, llega porque los elegimos en el trayecto, nos
encontramos en ese cruce de miradas y vamos cediendo ante el deseo, la
necesidad paternal de darle un hogar, de criarle, de abrazarle y besarle, de
cuidarle y hacerle propio, nuestro, de convertir un simple cachorro en algo más
trascendente que un animal, en un miembro de la familia con el que aprendemos
el día a día de una responsabilidad, de un oficio y un qué hacer más allá de la
tradicional lavada de loza después de cada comida.
Una mascota es el lazo que une cualquier individualidad con la
más humana de las emociones, una mascota es el referente de sensibilidad con el
que venimos preparados para este mundo tan ancho y tan ajeno, tan verosímil y
pusilánime.
Algunos le llamamos Lucas, Puppy, Paquito, Luna, Esmeralda,
Alaska, Blanca, Nacho, Tata, Zeús, Julieta o Michelín. Muchos son los sustantivos con los que podemos enmarcar
el protagonismo de cada historia, todos en sus diferentes razas, condición
social, carnet de vacunas y hasta tipo de correa o collar, desde Caninos y
Felinos, pasando por aves de corto vuelo o roedores de tolerable inclusión;
Crecer junto a una mascota es para un niño una experiencia inolvidable y que
aporta lo suficiente a su sentido de humanidad, en otros casos, el tener la
mascota ocurre en tardías etapas de la vida, quizás porque el quererse en la
mirada de un animal es un proceso que requiera de años para unos, o tan
sencillo como que la vida misma prefiere no darle mascota en su justo momento,
porque no ha llegado ese justo corazón.
Puede sonar a reproche, pero lo siento en el fondo y saben de mi
sensatez, no comparto ideologías ni filosofías pero tampoco soy fan de los
pragmatismos y cuando se habla de mascotas es mucho lo que puedo ser en lo
trascendental. Sin embargo no venimos a medir el valor de una amistad Humano –
Animal, mucho menos a remembrar cada aprendizaje y derrota al lado de estos
peludos compañeros de vida, porque en este aspecto cada fulano tiene su
historia propia para contar, su propio noti-diario de lo cotidiano.
El verdadero valor de una amistad lo acuñamos con las
despedidas, y en cuanto a mascotas referimos, es el verdadero valor del dolor
el que asomamos por la ventana, porque las despedidas son tristes, no hay discusión.
¿Qué tiene en la cabeza una persona que decide hurtar un
cachorro o una mascota?
¿Qué carajos pasa por la mente de un fulano que decide dar
muerte a un cachorro o una mascota?
Muchos hemos sido espectadores de noticias o rumores sobre
muerte de animales en algunos barrios populares de ciudades varias, pero cuando
la historia nos toca es más la impotencia que cualquier deseo de venganza lo
que se hierve en la sangre, en otros casos es la enfermedad misma la que se
lleva a nuestros seres peludos y queridos, en ambas situaciones somos presa del
dolor eterno y buscamos aferrarnos a lo racional, ser animales presa del dolor.
Cada partida es una historia que merece su propio libro, su
eterno recuerdo en canciones o poemas, en óleos o tatuajes, nos encaramos al
deseo de la paternidad y al inmortal valor de la amistad, la más sensata de
todas por supuesto, porque nunca podremos saber el cómo y cuándo de cada
ocasión, nos recibe el adiós, como la amenaza de un atardecer lluvioso, como el
desbordamiento del río que arrasa todo a su paso, destruyendo hogares,
derribando historias y emociones.
A los que ya no están, esos hijos perdidos, esos amigos eternos
que se fueron para no volver, a los que se los llevaron, como a los demás, su
historia para contar.
Los niños perdidos de nunca jamás.
AV
1 comentario:
Yo discutiría ese sentido de paternidad que predica un poco de aquellos ajenos que por familia ha sabido escoger, tanto en el caso de los fulanos amigos, como de los sutanos peludos. No obstante comparto la reflexión plena sobre la influencia debida y ese aporte para el desarrollo, tanto de unos como de otros. Y la partida de mis propios felinos, secó de a cantaros mi propia alegría y aun es motivo de la más cruenta de las melancolías.
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