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Fue
aquí, en esta ciudad donde las primaveras ya no son tan eternas, donde ese Gato
y esta gitana se encontraron por primera vez en un evento para esos soñadores
que querían dedicarse por el resto de su vida a escribir, se llamaba “Toma la
palabra” y la magia se hizo.
No
recuerdo los años exactos desde entonces, lo que sí recuerdo es a un jovencito
ansioso por compartir, aprender y tomarse la palabra con ese acento del Valle y
un montón de ideas y proyectos por construir. Fueron varios días (y noches) de
conocer personas llenas de encanto, en medio de talleres de poesía, teatro,
ensayo, de nuevos medios de comunicación, de propuestas de país, de palabras…
Al
finalizar las jornadas, las noches bohemias nos presentaban otras facetas desde
las diferentes regiones del país, el sabor a vino “Moscatel de pasas”, las
calles de Medellín, muchas sonrisas, algunos acordes de guitarra y las letras,
nos sirvieron de cómplices para consolidar una amistad que lleva más de una
década y que sigue como en ese entonces: latente.
Cada año
nos encontramos en espacios similares, el Seminario de Periodismo Juvenil,
encuentros literarios y todo lo que se pudiera compartir para reafirmar
nuestras inclinaciones profesionales, y en cada uno, las afinidades eran más
evidentes, fuimos cómplices de los amores y desamores del otro en esas épocas
donde cada momento tomaba tanta relevancia, y aunque la distancia nos alejaba
físicamente, sentía que ahí tenía un amigo para siempre (no me equivoqué).
Años
después, cuando ya estaba terminando mi carrera como Comunicadora Social y
Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, fui invitada a
Cali a un evento que organizó muy enérgicamente ese amigo y para mí fue un
placer apoyarlo, pero en especial, encontrarlo de nuevo, como siempre.
Recuerdo
un campus muy bonito donde tuve la oportunidad de conocer a los amigos de la
Revista El Clavo, tuvimos unas mesas para hablar de paz (de eso hace más de 9
años), soñamos un país distinto… y creo que aún lo soñamos. Compartí historias
de un hermoso proyecto en el que participé en Medellín llamado “Voces
Ciudadanas” y fue una experiencia de aprendizajes, de compartir y de evidenciar
que los jovencitos de años atrás estaban creciendo y ahora eran unos
estudiantes pilosos que estaban consolidando sus carreras con mucho éxito.
Don
Gato me abrió las puertas de su casa y compartimos además del evento, muchos
momentos cargados de sonrisas, salsa, ron, café y sabor… y no era para menos,
era mi primera vez en la Sucursal del Cielo.
Conocí
a sus amigos que luego se hicieron cercanos, recorrimos la quinta, fuimos a
teatro, descubrimos algunos cafés en el Centro de Cali y entre cuento y cuento
constatábamos que pasara lo que pasara, la amistad superaría cualquier tiempo y
cualquier distancia. No nos vemos desde entonces… y la verdad no ha sido
necesario porque el contacto siempre ha estado ahí, ha sido partícipe de mis
decisiones más importantes como mi matrimonio, he sido testigo de sus proyectos
y me honra saber que sigo siendo una palabra que es tan fácil de usar, pero tan
difícil de demostrar: su amiga.
Y hoy
estoy aquí… escribiéndole a un hombre apasionado por la literatura y la
política, un crítico desde los argumentos, un ser humano sensible y coherente
con sus pensamientos y convicciones. Celebrando en la distancia sus 31 años
dentro de esas 7 vidas de un Gato al que he conocido en
sus diferentes facetas, con el que he compartido gustos musicales, literarios y
hasta culinarios.
Los
recuerdos salen a bailar con la nostalgia… y yo me vuelvo a tomar la palabra como
cuando era una pequeña gitana, en tu honor, Don Gato.
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