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Ayer mientras estaba en modo reflexivo sobre las múltiples visiones que de la vida surge, al borde de una ventana y con la mirada perdida en el punto invisible del horizonte, terminé dando golpes contra el calendario, emulando al multiverso de Hesse mientras me proyectaba en el recuerdo como un galán de ficción local.
Es normal que cuando comenzamos a escribir nos dé vueltas el universo entre renglones al punto máximo de redactar en ciclos vacíos historias que transmutan a perdidas reflexiones.
Recuerdo años atrás, en el lanzamiento de una antología literaria alguna vez escuché a una escritora excusar que al poeta le es imposible mentir: al artista, a pesar de vestirse en su obra, le es imposible retarse a la mentira de la realidad. Bastante razón tiene, porque me es preciso denunciar que en cada escrito una parte personal se escruta, se entrega.
Anoche tuve la oportunidad de conversar con el escritor Alberto Rodríguez, un hombre de sensata sonrisa, de esos que disfruta de la vida y en ella va capturando momentos en prosa, en crónica, en imágenes, en silencios. Alto grado de aprendizaje el que se obtiene al estar a su lado.
Escribir es un acto de rebeldía para quienes temen en la cotidianidad el desagravio de los ignorantes, pero como una sátira de la vida, es a los ignorantes a quienes suplicamos el esfuerzo de leer (de crear).
El mundo no cambia por más lecturas que intentemos promover (imponer).
Anoche tuve la oportunidad de conversar al calor de unas alas de pollo, con viejos amigos, entre ellos la escritora Laura Carolina Cruz, el rotario César Escobar y el filósofo y maestro, Mauricio García, a quienes adeudo un par de salvavidas literarios. Dialogamos (porque eso hacemos los ociosos) sobre la pertinencia de la inteligencia artificial y el arte, porque preciso, nosotros, a los jóvenes del ayer nos surgió la novedad de preguntarnos cómo domar a la bestia.
¿Puede el artista delegar a una máquina su obra?
¡Claro que si puede hacerlo!
¿Puede el artista en la inteligencia artificial entramar diálogos propios de humanos y animales?
¡Claro que puede
hacerlo!
No se trata de dejar a lo artificial lo imperfecto de lo humano sino, de nosotros desde lo más humano de nuestros errores y nuestros deseos, pretender alcanzar la perfección.
Porque amigos, la perfección es una promesa incumplida que día tras día nos invita a desarrollar atajos y equipos ostentosos para ser mejores. Para ser animales educados.
¿No es acaso entonces la imperfección lo más humano que podemos tener?
Lo es.
Lo somos.
Nos invitamos permanentemente a reflexionar y a disfrutar de lo ininteligible de una obra artística, de lo imprescindible de un canto o un baile, y claro, lo evaluamos, le damos más aplausos, críticas y artículos de medición a cada producto (acto) que el arte desde lo humano es expuesto hacia lo social.
Somos incapaces de entender que la creación del artista es su banalidad misma, es su visceral creación lo que a pedido previo (costo) o a simple llanura del aburrimiento, surge en ese silencio que para mi caso sentado al borde de una ventana con la mirada perdida en el punto invisible del horizonte me cuestionaba [como un intento de ficción].
Es llamativo pretender desde la estética generar lo perfecto para ser felices y a su vez temerle a la máquina que llega, a esa bestia que nos supera, nos divierte, nos persigue, nos castiga. Debemos aprender a domar a la bestia y dejar a lo imperfecto su privilegiado lugar en este mundo.
Porque de lo perfecto se encargan los animales.
AV.
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