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Dentro de la importancia de darle al ocio su lugar está precisamente la
capacidad de dar al silencio una luz de relevante sapiencia. Un encuentro de la
nada y la pereza con la proyección de preocupaciones y anhelos en la mente del joven
del ayer. Y es que se me hace preciso resaltar esa noble labor de no hacer nada
como una canal de purificación mental.
Desde siempre he procurado dejar mis labores pausadas al llegar el fin de
semana, abrir espacio para el compartir con amigos, con familia o con la
soledad.
En lo perenne de cada espacio, relajar mis fuertes pensamientos y derivarlos en ideas más superficiales, quizás porque aprendí luego de años de sacrificio sin novedad, que estar en casa con tareas al margen nada traía a mi crecimiento profesional ni mucho menos a mi aprendizaje.
En coherencia con tal principio encontré en la escucha de podcast y jugar
en la consola un placer que solo puedo asemejar al tomar un buen café al
iniciar la mañana, pero café del bueno, de Sevilla si es posible.
Podcast por lo general de datos innecesarios, magacines de discursos
especulativos del ahora, del mundo que vivimos, del mundo que no vivimos, del
acá y el más allá.
El ahora y el después.
Empecé a navegar en diferentes publicaciones hasta retomar mi esencia natural: El joven escritor de los años noventa que sentado en un comedor de madera con un cuaderno escribía sus primeros cuentos de terror.
Podcast por lo
general de entrevistas a diferentes interlocutores que compartiendo sus vivencias
llenan de morbo el contenido del programa, hallando allí el legado de la
cultura popular y sus fantasmas, sus mitos y relatos de lo inmarcesible, todo
aquello que desde la oscuridad del pueblo emerge como un fantasma de lo real.
Ficciones.
De pura casualidad terminé navegando en historias de la hermana república
de Argentina, inicialmente de Mar de Plata, luego Buenos Aires. A día de hoy
estoy en la región de Córdoba y La Plata, escuchando las invenciones del miedo
y su geografía. Desde casas, boliches y oficinas estatales (federales), hasta apartamentos
perseguidos por maldiciones de familiares malaventurados.
Paralelo a ello disfruto como niño jugar en la consola de video, en
particular fútbol, el único videojuego que realmente me motiva a quedarme
postrado horas en una misma posición haciendo mugre a mi alrededor.
Esta colección de quietud y pensamiento me da preciso el espacio para abrir
mi mente a la reflexión de lo sublime (sin saber cómo explicarlo), convertirme
en un canal de ideas, de proyectar la solución a aquellas situaciones que me
tienen en ansiedad, me ayuda a planificar mi agenda o darle sentido lógico a
esos proyectos que se enfrascan en nimiedades o incluso, a entender mis
confusas emociones en esta segunda etapa de adolescencia.
Dentro de la importancia de darle al ocio su lugar está precisamente la
capacidad de dar al silencio una luz de relevante sapiencia y allí, con
prontitud en esa luz, apareció una idea: Una semilla.
Una historia que me permite complementar ese juego de palabras que he ido
cultivando en lo inverosímil de la ficción. Un personaje por aquí, una locación
por allá, un par de móviles en el asunto.
Lo elemental que me abraza en lo cotidiano es que siguiendo las recomendaciones
de la Ingeniera González podría retomar ese noble acto de escribir y justo
allí, en lo inverosímil de la ficción, recrear esos múltiples universos de luz
y oscuridad que peinan mi cabeza.
Volver al niño que sentado con un cuaderno y lapicero avasallaba sus
abstractas convenciones de lo humano para mutarlas en cuentos y relatos de
pequeñas monstruosidades.
Y es que nunca dejamos de ser niños, pero sí nos castigamos en el auditorio
de la madurez, y si bien me niego a madurar bien es cierto que he sido preciso
personaje de formales aconteceres: Una mezcla de vulgaridad, inconformismo,
etiqueta y mucha lectura.
Una semilla que se ha sembrado y que ahora deposito mi fe para ver allí
florecer una libreta de ideas que por supuesto requieren de mucha disciplina.
Disciplina que muere en lo cotidiano.
AV
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