20 de febrero de 2025

Luces bajo la puerta.

 



Imagen tomada de:  https://www.creativefabrica.com/es/product/cat-lawyer/


Bien veníamos conversando sobre la pertinencia de cada día vivido, de lo justo y alegórico de cada experiencia y de las amistades que se comparten entre discursos, diatribas y soliloquios.

Bien, porque no siempre estamos bien. Tenemos temporadas, unas más breves que otras, en las que se nos exige algo de carácter y pundonor para con la vida, donde todo creemos que marcha bien, algo de oscuridad se asoma en la habitación, una ausencia de luz tan inesperada que la vida se sumerge en cuentos y misteriosos poemas, elegías, como las de mi admirado amigo, el español Miguel Hernández, también hijo de octubre, de los últimos de hecho.

Son exigentes retos que cuando menos lo planeamos se avecinan quizás para reclamarnos la postura de guerreros que a la vida le encanta ordeñar. Hay sufrimientos de distinta índole, desde amigos que han sufrido la ruptura de un amor que se despide, hasta la ausencia de un trabajo que lleve ingresos a los bolsillos rotos por la soledad. Sufrimientos constantes como el adicto que cree que la vida es perfecta aún cuando duele por dentro, sufrimientos leves como el postre que se acaba o agresivos, como la muerte que se lleva todo cuanto apreciamos.

Sin pretender ser alarmista ni faltar a la paz de quienes me leen, sí que debo ser sensato y resaltar la preocupación que me ayuna. Como aquella famosa canción de los Tears of Fears, todo el mundo quiere dominar el mundo, gobernarlo desde su escritorio, imponer sus creencias y por qué no, sus caprichosas manías de locura burocrática.

Y en esas infames acciones la consciencia se reduce a una taza de té de manzanilla, amable, inútil, pequeña, delicada, egocéntrica.

No está mal reconocer que el mundo se tambalea entre valores y premisas que por más humanas que sean, son imperfectas como la contradicción de pensamientos académicos.

Me cuesta ser tolerante cuando quienes ven la calma del prójimo la atacan con la envidia del desterrado, de esos seres que disfrazados de amables congéneres, se avientan sobre el otro, ese otro al que no reconocen como igual, con la intención poderosa de destruirle, de acallarle en su primavera, de dejarle vacío en sus proyectos y pergaminos.

Me cuesta porque en mi hogar aprendí a querer y respetar, a apoyar a quien busca una mano amiga, a aconsejar a quien pide luces en la habitación oscura, de abrazar al que teme a la puerta cerrada, al que bajo el ligero espacio de la puerta solo encuentra la luz de otro espacio exterior, por demás egoísta, como un faro de moral fáctica.

Un hogar donde aprendí a gritar y alzar la voz ante lo injusto, a rechazar lo cruel, a señalar a todos aquellos que abusan de la buena fe, a ser veedor y denunciante, a ser ciudadano, pero también vecino. A proteger a quienes en el esfuerzo buscan crecer, acompañando, aplaudiendo, dando ánimo y tiempo.

Es injusto pues, que la buena fe se convierta en un tentempié para los seres monstruosos que con sonrisas pre fabricadas hagan de ella un elixir para sus egoístas intenciones. Personajes como mencionaba la internacional Shakira, están en todas partes: 

“Los han visto de rodillas
Sentados o de cuclillas
Parados dando lecciones
En todas las posiciones
Predicando en las iglesias
Hasta ofreciendo conciertos
Los han visto en los cócteles, todos
Repartiendo ministerios
¿Dónde están los ladrones?
¿Dónde está el asesino?
Quizá, allá, revolcándose en el patio del vecino (…)”


Me cuesta ser tolerante , porque ahora que alzo la voz para exigir por mí, termino siendo otro prisionero encerrado en la habitación oscura, frente a una puerta cerrada con seguro. 

Observando la luz que se inmiscuye en el breve espacio bajo la puerta. Como un vecino que quiere pasar a despedirse.

Todo el mundo quiere dominar el mundo, desde su escritorio.


AV


1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué hermoso! Necesitamos muchas crianzas así, desde el amor, la empatía y el respeto y que nos enseñen a poner límites y sobre el poder de nuestra voz y la capacidad que tenemos de alzarla ante lo injusto