Nuevamente caminaba sobre una casa que no me dejaba salir.
Un ambiente en azul me vestía en pijama a rayas rojas, delgadas y de casi marrones. Mirando de un lado a otro solo hallaba ventanas selladas con tablas cruzadas pegadas de borde a borde, las paredes sin pintura y con notable presencia de humedad dejaban en entredicho los maullidos de una hermosa gata gris delgada y con hambre, sus ojos verdes buscaban la cocina, un fuerte aroma a frutiño llegaba desde la puerta trasera.
El polvo dominaba el hogar de aquellos que hoy desde el cielo nos observan, el color habano de cada puerta perdía su claridad y el mugre conservaba su presencia con la misma paciencia con que intento salir. El silencio suena, es como si un grito desesperado se quedase atrapado entre dos mundos, en alguna conexión paralela de la existencia de los 40´s y los tiempos de hoy.
Cuando imagino la calle fuera del antejardín solo me llegan colores sepia y automóviles antiguos, hombres yendo de un lado a otro en grandes bicicletas, mujeres barriendo inmensas hojas amarillas que al igual que el tiempo se han quedado secas y estancadas en el asfalto.
Continúo el recorrido quizás con curiosidad, la preocupación no es tanto por el lugar que habito sino por la razón que me ha llevado a habitarlo, la frescura del pasado sigue vigente aun cuando la soledad impone su música en las paredes. Grandes ventanales con rejillas azules oxidadas son atravesados por arañas diminutas que consideran su hogar a esa minúscula abertura del tiempo.
Se escuchan pasos en el segundo piso, la suavidad de la madera es tocada por huellas de desconocidos que no pueden ser visibles, mi serenidad busca frente a la puerta principal esa silla mecedora de mimbre que años atrás terminó en un cuarto viejo lleno de basura y objetos obsoletos. Es como querer atrapar el viento bajo una ola de mar, es intentar darle música a una ronda musical sin niños, es un viaje extraño donde mi equipaje goza del espíritu y mi tiquete es la memoria.
No querer escapar es lo que me confunde, desde el inicio el estar allí me causó gran curiosidad, pero al querer retornar a mi tiempo y espacio las paredes se aparecen por donde intento caminar, la casa quiere ser vista como un laberinto, las baldosas de cemento juegan a ser esquinas, el aroma a polvo se eleva por entre los espacios de estos dos mundos que considero se han vuelto a encontrar, quizás algún mensaje quede escondido en algún rincón, quizás alguna huella perdida deba ser hallada para darle ritmo a una nueva travesía por entre el tiempo y el espacio.
Mi misión ahora es desconocida. Ciertas noches escucho su nombre, a veces la siento sufrir o llorar, como si la lástima no fuera suficiente en su proceso de educación, ¿será que me llama o me necesita?
No creo en las coincidencias de los mundos paralelos, no dibujo hogares en el futuro si no fuera por la fuerza del pasado, esos latidos en familia que quieren dar luz a una casa oscura sobre la calle 20. Lo curioso es que no se siente el calor infernal de otros tiempos, se siente la brisa fresca, una brisa renovadora y alentadora, un insomnio que me quita la tranquilidad de trabajar.
Imaginando el exterior, pensando en el patio trasero y sus frutos que caen de palo de mango termino nuevamente encerrado en las rejas de ventanales gigantes, es como una extraña sensación de tener el encierro como un significado de la verdadera salida, quizás la vida no es la que está en juego, quizás el reloj de arena ha vuelto a dar noticias de familiares que viven en el extranjero.
Las nuevas generaciones se cruzan en el corazón de un pueblo lleno de energía y resignación, tratar de volver sin saber el por qué sería más perjudicial que regresar con intensiones innovadoras o revolucionarias, ser espectador es un estado que ha terminado.
Poco a poco comienzo a entender las rupturas entre ambas líneas de tiempo, su tiempo y el mío.
AV
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