22 de junio de 2010

María Pequeña



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By texasoasis.

Como una hoja en el viento que se deja elevar aun cuando el pesimismo de la gravedad le induce a un vacío de recuerdos y depresiones, sincera como una plegaria evocada por un niño, abierta de alma a las señales del presente, bella e intransigente, sencilla, frágil, única, lejana, pequeña.

Reconocernos en el distraído mundo de los amores nos ha obligado a cometer errores que el más humano de los sentidos nos remite en recuerdos que son marcados por grandes depresiones, al ritmo de unas pesadas manecillas de un reloj viejo damos pasos de inseguridad. Nos cuesta crecer, querer a otros que se van apareciendo en el camino en circunstancias distintas, fingir humildad cuando la feroz esencia de la academia nos encierra en fotocopias y demagogias. Aprender a tolerar a los forasteros, ser extranjero en el propio hogar, vivir en una ciudad que a pesar de adoptarnos cada momento nos hace sentir ajenos a ella y sus fantasmas.

De pequeña su mirada aun en el más incógnito de los juegos le dio fortalezas para construir la imagen de la que depende constantemente, fascinada por los violines y la pureza de un piano se ha entregado a los amores pasajeros de la adolescencia, amores que lastimosamente le han dado más cicatrices que pétalos, ventanas que ha abierto para observar el mundo a su modo, para enseñarse a sí misma la ausencia de un amor eterno y aprender a lidiar con grietas en la memoria, grietas que han causado más fugas de pasión que pequeños momentos de oxigenación, pequeños vocablos de una canción.

Salir a jugar a un parque donde la zona verde es un uniforme y no un césped, viajar a otras ciudades para tener que adaptarse a esas tareas que en otras latitudes ya había superado. Obligarse a sí misma a reconocerse en el espejo de los demás, serle fiel a sus convicciones sin sacrificar sus temores. Cada carta de su baraja ha dado en un mazo distinto, se las han robado jugadores compulsivos, tramposos, infieles y extranjeros. Ha soñado construirse una casa en la distancia, donde no llegan los ingratos ni se evitan a los falsos documentos de la ingenuidad.

Recordarla en mi banda sonora es sinónimo de un Reggae que se atora en un muelle, zarpar de ideales y utopías, debatirse entre la honestidad del liberalismo y la frialdad de la aristocracia revolucionaria. Ser fiel a su camiseta y luchar por un equipo que los demás no creen posible. Pequeña como una gota sobre el asfalto en una tarde de lluvia y rencor.

Es imposible arrancarse de la memoria aquello que la amistad ha soldado con el más fuerte de los lazos, verla crecer donde mis ojos no llegan, hacerle sentir mi nostalgia con un breve pero efectivo lamento, un suspiro que por encima de la cordillera de los andes es capaz de aterrizar en un boliche o en la estación siguiente del ´subte´. Del alma he arrancado mis memorias para imprimirlas en hojas secas, ser poeta en un diccionario de académicos e intelectuales, dejar reposar mi gratitud con su existencia y sentirle en cada café, inclusive el sabor del Vodka es algo que se lleva en el diario de la nostalgia.

Hija de febrero, pequeña, frágil, hermosa, amigable, inteligente, guerrera, intransigente, sensible, amante de la vida, blanca y oscura, reina en el ajedrez. Es increíble lo que un imaginario del pasado puede resultar útil en la nostalgia del presente, recordarle con la misma pasión con la que se le obsequió la camiseta negra, con la misma sensatez con que se le dijo adiós y se abrazó en un edificio del norte de la ciudad.

Amiga de la cotidianidad construida, paulina de la eternidad.

AV

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