4 de octubre de 2014

Proyecto 31: Una Lección.



Siempre por razones varias emprendemos acciones que nos llevan a un aprendizaje, situaciones que nos sumergen abiertamente a dilemas o dicotomías que con el paso de los días o inclusive años miramos en retrospectiva para tomar de ellas una lección, sea porque sufrimos mucho o porque nos cansamos de una determinada situación.

Hablar de lecciones aprendidas es una tarea pendiente que como seres pensantes debemos asumir con calma, pues a todos nos llega ese día dónde más que suerte es la vida misma la que nos habla y deja sus mensajes, esos pedazos de vida lleno de misterios y colosales heridas. Las lecciones, como bien se le puede denominar, siempre llegan como consecuencia de nuestras palabras o actos, pocas son las ocasiones que provienen de palabras de un guía o un maestro, algún amigo o familiar, de un jefe o inclusive un compañero de trabajo, estas por supuesto tienen también su tinte melodramático y es precisamente en campos como el amor donde abundan esos golpecitos de la vida, esos pedazos de muerte.

Hablar de una lección aprendida por supuesto que se ciñe en esta ocasión a alguna que de mi parte pueda definir como la gran lección de la vida, pero claro, me falta mucha vida por recorrer así que para efectos de una llana reflexión es presentable ante ustedes limitarme a lo que llevo de vida, aprender a escoger el mejor error de mis errores, o por qué no, el mejor acierto de mis descuidos.

Si lo conversamos desde el amor, una gran golpe de muchos que fueron reiterativos fue el afamado error de jamás dejar a la mujer que te ama por la que te gusta, pero claro compañeros, esa es una lección de vida que todos debemos (debimos ya) aprender en los dulces caminos de la juventud; muy conceptual también si lo hablamos desde lo profesional, donde la permanencia y la persistencia son la base de la disciplina, lección que también en algún rincón de la escuela o la vida se tuvo que aprender.

Referirnos esa gran lección de la vida o en mi caso, a esa gran lección que se reseña en este Proyecto 31 es abrir esa puerta que para algunos es la zona de pánico o de otro modo, pueda conocerse como esa ventana a la adultez o vejez, pues entrar a cuestionar nuestros aprendizajes es vincularnos emocionalmente con nuestros errores, esos miedos que han estado intactos en el baúl de la memoria.

Observarla como una actividad de reflexión inicialmente, pero darle ese sin sentido de identidad más como pretexto de miedo, de existencialismo, caer en el fatalismo o simplemente en la contemplación de lo que se ha vivido. Invitarnos a hallar esa gran lección es poder disfrazar esos argumentos con los que adornamos nuestro discurso, pues bien cada vez que damos un consejo estamos compartiendo las lecciones aprendidas con nuestros semejantes, estamos de manera casi que irresponsable dando guía a aquella persona que está pasando por una situación que ya vivimos y que logramos superar o porque no, logramos fracasar y fue precisamente el fracaso el que nos dio el aprendizaje que hoy ofertamos como consejo o sugerencia.

Son constantes las lecciones aprendidas producto de mis errores, porque si de algo me puedo confiar es precisamente de ser un perfecto transeúnte, de dejar en virtud de la suerte retos o experiencias que en su momento se pudieron haber prevenido, o por lo menos, atendido de la mejor manera. Una gran lección aprendida y que con corazón y gran agradecimiento recuerdo fue precisamente la que me dejó Carlos Cuervo hace ya más de diez años: aprender a sonreír sin importar el contexto o el remolino que nos destruye por dentro, pero insisto, no es esa la lección que invitaría a compartir con vosotros como un señuelo de este mentado (e intenso) proyecto, porque de seguro a todos la vida nos ha golpeado con la intención de hacernos comprender la importancia de una sonrisa.

Pueda que me arriesgue, pero es parte de las lecciones aprendidas en estos 31 octubres, el arriesgarse a opinar o dar fe de un conocimiento que para alguien pueda ser de gran ayuda. Una lección no sé si la mejor o la “Lección Madre” de todas me la dio mi padre en plena infancia, pero jamás permití que se me olvidara, fue una noche conversando sobre temas varios de la vida hasta que por alguna razón que desconozco concluyó el diálogo con lo que hoy es pues, la gran lección aprendida: “El mejor negocio en la vida hijo, no es tener dinero ni propiedades, no se trata de tener riqueza ni pertenencias, el mejor negocio es tener amigos”.

Se puede interpretar de todas las maneras posibles, se puede llevar en el bolsillo como una carta de presentación, inclusive, se puede usar como escudo para llevar una vida social altamente activa, puede ser de utilidad o no para quien la escuche o lea, puede de hecho, no significar nada y caer en un simple lugar común como un Graffitti o un trino de Alejandro Jodorowsky en Twitter, puede hasta ser de inspiración para una canción de Arjona, o un Neo Bolero de Maná.

Los consejos pueden ser lo que uno quiere que sea, lo que queda pues, son las lecciones que nos marcan el camino, que nos guían y orientan, nos quedan son la  voluntad de aprender, de ser y dejar ser, de vivir lo que a nuestro criterio es el vivir del día a día.

Es una lección aprendida de muchas, otras por supuesto no se terminan nunca de aprender, como aquella de no descuidar la maleta en la universidad, en todo el año que duró el posgrado siempre la dejé tirada en cuanta cafetería y restaurante recorrí con mis compañeros, esos ángeles que siempre me recordaban que había dejado la maleta.

Una lección para toda la vida, para todos los días.


AV

1 comentario:

Diego Alejandro dijo...

La vida se llena de aprendizajes que, de un modo u otro, llegan y nos habitan y nos definen y nos transforman. En mi caso, el aprendizaje (ese que me negué a abandonar, como si se tratara de una maleta de estudiante de posgrado en la soledad de una mesa de cafetería) vino de mi mamá, quien una vez, ante un problema con un compañero en segundo grado, me dijo que yo debía demostrarle a la gente que yo no era como la gente era. Y así, de esa forma tan de ella, ella, doña Amanda me enseñó la nobleza.