23 de abril de 2015

Cuando la Memoria es como es.




En los recuerdos habitan las mejor imágenes, las sensaciones más bonitas de cada día, de cada encuentro. Habitamos allí un mundo lleno de personajes que nos han alimentado el alma con sus enseñanzas, palabras de aliento, con el cariño eterno que le damos a las buenas palabras.

En los recuerdos habitan las mejores canciones del mundo, las favoritas de cada tiempo, los colores más vivos de cada amanecer y las mejores sonrisas producto de largas conversaciones o grandes encuentros sociales. Almacenamos en los recuerdos gran cantidad de información, los exhibimos en anécdotas y hasta en rústicos comentarios de cafetería, nos engalanamos con una carcajada o por qué no, en una lágrima que nos transporta a esa dolorosa sensación del momento vivido. Cercarnos en lo inverosímil de las experiencias y dar a la memoria, esos recuerdos llenos de vida, de emociones, de canciones y reuniones, de una patria viva que se llena de esperanzas y de soledad, de partidas que se nos van acumulando como un gran caudal de lágrimas e improperios, o de satisfacciones y aprendizajes.

En ocasiones somos presa del afán, valoramos tan poco el tiempo que se nos brinda en esta vida que comenzamos a acusar al mismo de ingrato, de darnos tan poco con tan mucho que necesitamos, nos esforzamos en trasnochar o madrugar, igual da el esfuerzo de querer extender las horas del día para continuar con las labores al pendiente. Nos sometemos a jornadas en las que estructuramos cada pensamiento en una acción, en un deber, en una tarea, no nos convencemos de lo bonito que es trabajar en eso que tanto amamos y allí, descubrir que tenemos todo el tiempo del mundo para ser felices, ajustarnos a una realidad merecedora de convertirse en un bonito recuerdo, en una experiencia digna de contar.

Imaginemos por un instante que estamos caminando por un desierto, nos sentimos desorientados, sedientos, con desespero, con ese vacío en el cuerpo que nos dice que estamos más lejos de casa de lo que inicialmente podríamos creer. Imaginemos que van apareciendo poco a poco reflejos, personajes de cada etapa de nuestra vida, con ellos, las canciones que les debemos, las historias que alguna vez olvidamos se van construyendo sobre sí mismas, nos vamos aclarando con el calor, ya no son reflejos sino, las personas  mismas las que caminan hacia nosotros, no discuten ni se afanan por llegar antes, solo están allí, atentas, caminando a pesar de que nunca las podremos saluda o tocar ¿por qué?, porque estamos en un desierto imaginando todo esto, al caso, nada de lo anterior es real, pero es bonito poder permitirnos ese lujo de recordar, de llamar a los que ya no están.

Tomarnos de la mano con la persona que queremos, pero qué error tan grave es el que cometemos cuando pensamos en nuestra pareja al mentar dicha frase, ¿es pues acaso que la persona que queremos no es nuestro padre o nuestra madre? ¿Es pues necesario acudir a las relaciones de pareja para allanar la felicidad? Soy feliz con la persona que me acompaña en el camino, el amor bonito que tengo y que me desafía cada día a ser mejor. Soy feliz con la familia que tengo, porque mi padre es el hombre más tierno y bello que conozco, mi madre, con su carácter fuerte es la persona más persistente, perspicaz y amable que conozco, sus virtudes son quizás la base de esta intransigente manera de ser que llevo en los zapatos, son tal vez, esa base que me ha dado la ternura para abrazar al mundo y la frialdad para darle la espalda, ser cóncavo y convexo en un presente donde los problemas y los dolores se fraguan tras sonrisas y bellas  conversaciones.

Permitirnos construir recuerdos, permitirnos vivir los tiempos necesarios para darle a la vida otro poco de amor, otra cesta de frutas y salir a darle la vuelta al parque, sentarnos en el prado y como un pic nic, compartir de la mejor manera el amor que tenemos, los miedos, los dolores, las sonrisas, dejarnos llevar por el amor bonito, dejarnos construir por la vida misma, ser testigos de nuevas historias para contar.

Nunca se trata de volver a empezar porque sencillamente no somos máquinas que se puedan reiniciar, o un sistema que se pueda sabotear, somos humanos, jodidamente humanos. Somos seres dependientes, nos gusta convivir con nuestros pares, defendernos de lo que nos desagrada, somos nómadas y buscamos refugio y comodidad constantemente.
He aprendido a darle comodidad a lo que se nos va presentando en el camino, porque definir los recuerdos es definirnos como presente, definir lo que queremos para nuestra felicidad es pues, definirnos como futuro.

Nos cuesta decir adiós, más doloroso aún es decir adiós a quien ya se fue, donde no hay manera de reintentar la despedida, donde no hay palabras o actos que puedan darnos la tranquilidad de que el círculo se cerró, solo ese vacío que la soledad va cubriendo con nostalgia, como si la melancolía se convirtiera en una espesa masa de llanto y mucosidad. Llevarnos lo mejor de cada persona en nuestro corazón es vivir dos veces, liberarnos del yugo de la ingratitud y ser sonrientes a cada ausencia, permitirnos reinventar las excusas para vernos con alguien, para salir a diatribar en una esquina y sentados en el andén, un domingo en horas de la noche, recordar los bellos atardeceres, de esos tiempos de las hojas secas y los cultivos de algodón de colores.

Nos cuesta reprimir recuerdos, no son una materia que se pueda encerrar en un frasco o en un baúl, no nos podemos escapar de ellos como lo hacemos constantemente con las tareas o con las efímeras frases de las disculpas. Nos esperanzamos en que el tiempo borrará todo, que nos dejaremos caer por las escaleras y al llegar abajo todo será diferente. ¡Qué equivocados estamos!, hemos fracasado como sociedad desde el momento mismo en que dejamos fundir nuestros valores por otros “satisfactores”, porque somos expertos en hablar de necesidades y problemas, a la final nos damos cuenta que el hedonismo es lo que nos une como especie, que vamos validando satisfactores de otras vidas y no de lo que realmente importa.

Llenarnos de felicidad hasta caer, ser presa del encanto de cada persona que conocemos en el andar, porque si algo debemos de hacer día a día, es someternos a la cotidianidad y darnos ese placer humano de poder conocer personas a diario, darnos esa elástica manera de poder continuar y ser amigos de cada quien, ser flexibles a los imaginarios y derrumbar estereotipos, darnos un hogar en el corazón de todos, identificar al amigo del conocido, separarnos de las malas intenciones y alejarnos de aquellos que solo encuentran excusas y quejas a cada situación.

Llenarnos los días de nuevos recuerdos.

AV

// Para los que ya no están: Solo Recuerdos y Buenas Canciones //



1 comentario:

Unknown dijo...

Jodidamente identificado con todo lo escrito, a veces nos quedamos en los recuerdos y se nos olvida que seguimos viviendo.