11 de mayo de 2023

Borrador (Ficción)

 


Estaba sentado con la vista hacia el horizonte pensando en cuanta oportunidad perdida se ha coleccionado en el transcurso de lo vivido. Una ventana interviene entre la vista del joven pensador y el paisaje urbano de una ciudad que no da espera a los desesperados.

En alguna oportunidad con las piernas cruzadas y la mente en blanco logró nuestro personaje entablar comunicación con un espectro de alguna dimensión cercana, de esas que nos rozan el alma, comunicación que se daba desde la energía del cuerpo, como una señal telepática de idas y llegadas en dónde las palabras se vestían de emociones, quizás, al grito mudo de esos amores que transmutaron en otra vida.

Durante el misterioso diálogo se logró aprender un poco del silencio de los desesperados, de relatos abandonados en los que miles de vidas pasaron en ruidos de cada época. En alguna oportunidad escuchó el relato de un viejo carpintero que, huyendo de un infiel encuentro sexual, terminó abrazado por el frente de un potente Volvo de 3 ejes. Un silencio más adelante conoció la historia de una inocente fulana que tras sufrir miles de abusos de un par de bellacos, envuelta en pánico y desespero, prefirió destapar su vida a través de una ventana.

La misma ventana que intervenía la vista del joven pensador.

Episodios de terror y tristeza que se desvanecen en la memoria, como un llanto que con la sal sobre la mejilla va limpiando el pecado de la vida después de la vida. Relatos similares que se escudan en el anecdotario de un desconocido. Para algunos en navidad llegan los espíritus de viejas noches pasadas, para otros sea quizás en la semana santa el momento justo para conocer a uno que otro fuego fatuo sobre el camino. Familiares o amigos se desprenden de lo cotidiano de una fiesta y se enmudecen ante el terror de un visitante no esperado, de algún desencarnado que en el reflejo de la cena familiar sigue anhelando lo que en vida nunca supo degustar.

Observa diferentes modos de vida y los traduce en canciones y ritmos, en cuantas fábulas y ritos que surgen de la curiosidad, remedos de vida enfrascados en susurros sin dolientes, solo testigos.

Nuestro personaje sentado sobre el borde de una cama, con las piernas cruzadas y la mirada fijada en el ayer, continúa en silencio soportando quien sabe cuánto, de lo que el universo le es capaz de compartir.

Se desvanece la claridad del cielo con la tarde que cae, pasando del azul reproche al grisáceo momento de la noche. Farolas de diversos colores comienzan a aparecer tenuemente hasta dejar el camino a la vista de los despistados. Con la reflexión sobre la base de la cama se levanta y camina con preocupación a la sala principal, se prepara un pan con manteca y queso y sirve un vaso de yogur de frutos rojos, espeso, pesado, entero.

Mastica sin dejar que sonido algún escape de su cuerpo, como si contuviera todos los esfínteres en un riguroso miedo absoluto, como un rito de silencio perpetuo ante la maldad del universo que nos rodea.

A veces es mejor no pensar.

Con una sensación de ardor en la espalda prefirió seguir caminando de lado a lado cual fiera enjaulada, su bebida láctea poco a poco se iba acabando, pero sus pensamientos al parecer continuaban siendo centro de datos y lamentos.

Un poco de desinterés fue recuperando terreno en su mente y le permitió llevar su memoria a viejas amistades y paseos vacacionales. Algo de nostalgia daba a sus ideas una banda sonora de canciones pasadas de moda, ritmos populares que invocaban a viejos amores.

Como un pensamiento que de madrugada nos paraliza la vida misma.

Intenta conciliar el sueño, pero recuerda su papel en toda esta historia, un rol determinante en un relato de ficciones mal elaboradas. Un fuerte aroma a tabaco se pasea por la habitación, una sombra espesa se escabulle tras las cortinas, un suspiro a modo de reproche se atraganta en búsqueda de un padre nuestro, un joven pensador se escabulle de su mente queriendo volar desde un séptimo piso, como si el aire bajo la luna nueva fuere amable testigo de quienes huyen de todo lo que proviene de abajo.

Un personaje que absorto en sus pensamientos terminó por convertirse en la pesadilla que siempre lo persiguió. Como la balada que adorna la pista de baile y se queda sublime ante el deseo de los desesperados.

Un fuego fatuo se sumerge de modo potente entre la cerámica de los baldosines, deja a su paso la mancha de un cigarrillo que nadie probó, se lleva consigo toda la luz que un humano de bien pudiese conservar.

Una ruta de oscuridad que cual relato de ficción se convierte en anécdota, en mito urbano de quienes en futuras vidas pensarán que esto simplemente fue un paisaje de la dialéctica.

Nuestro personaje, ahora ausente en el presente, continúa en silencio soportando quien sabe cuánto, de lo que el universo le es capaz de compartir ahora como primera persona.

En el siguiente nivel.

AV.

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