5 de mayo de 2008

Amarga Sobriedad



Quiero inventarme un motivo para alejar este silencio, un motivo que me sirva de escudo en este escandaloso cuento que hemos escrito cuando de la vida se centran las conversaciones.

Definitivamente es en estas etapas de aburrimiento donde concentro mis esfuerzos en ignoradas palabras de sabiduría, me reprocho el estado de letargo donde escondo mis huesos y me dibujo en una ventana empañada. Dibujo mis venas y asumo que la sangre que no se ve está recorriendo mis entrañas, ese reguero de pensamientos que se mueren con el sueño.

Claramente pienso esas personas a las que quiero y no dejo de querer, esa agrupación musical de voces que hacen de la intimidad un rosario de buenos momentos, de vivencias y falencias propias de la juventud, la juventud despreocupada, la juventud socialmente problemática, la juventud que dicen servirá de piso para iniciar el cambio que este país grita. Miro de reojo mis secretos y como estrategia literaria muevo mis labios en un lapicero que me dice donde escribir, que me oculta frases y me endosa esperanzas llenas de café y Marlboro.

Me aburre no poder producir conocimiento alguno, huyo con el afán de la tristeza para empezar a redactar esos textos académicos que la responsabilidad me critica, me detengo en el anden y observo calladamente como se hunden mis pasos para dar vida a un acelerado ritmo de vida, un insaciable deseo de progresar pero que se estanca con la absurda soledad mental. Me desgarra la idea de imaginarme en cinco años como un humano demasiado humano, como un sacristán que bajo el dogma de la fe perdida pretende convencer a otros de la equidad de su mundo; me reservo miles de comentarios cuando de hablar con terceros me encuentro, en algunos casos mi nivel de profundidad se cerca a un mar de conocimiento con dos centímetros de profundidad, con olas que van y vienen pero que no dejan nada, olas que me empujan al ritmo de un segundero acelerado, de un reloj que decide vivir a su modo y no esperarnos en su ritmo.

Me deleito fumando y tomando café para imaginarme en otro escenario, me declaro inconforme con lo que tengo, me declaro víctima de la estupidez y del letargo social, no me quiero sentar a escribir con la intelectualidad de la tercera edad, no quiero dormir con el peso de la inmadurez rascándome la espalda mientras muerdo mi almohada con sueños del pasado. Cansado de andar y andar me dibujo como ese caminante que no tiene rumbo, que en los sueños solo encuentra pesares y que se lastima a sí mismo con cada muela que crece en mi esencia.

Muero en este laberinto lleno de salidas, muero en esta sala donde me trepano los sesos y los envuelvo en una hoja de palma, muero cuando dicen ustedes que estoy en los mejores años de mi vida, muero cuando de esperanzas alimento mis retrogradas escrituras y las delcaro como palabras sabias de un joven escritor. Muero cuando en afiches postales se anuncian cambios en la época, muero porque no he nacido para esta época, concluyo frente al espejo mientras me observo desnudo que he nacido para morir en la era equivocada, me muerdo el ombligo con el hambre de los desaparecidos y solo saboreo sal, esa amarga vitrina donde he dibujado mi esencia, donde dejo que mi carne se queme para poder olfatearla.

Como si fuese un delito me acuso de traidor a las palabras que cuando jóvenes declamamos en fibras de libertad, me he encerrado en una botella, me he lanzado al mar y he dejado que las olas me lleven de un lado a otro sin concretar estado del alma alguno, veo en ese pasillo urbano de la ciudad recorrer los mejores amigos que he cosechado, los veo lejos, los veo observarme mientras les escribo lindos rosarios con mi mirada, veo mi soledad dividida en dos, en la que siento y en la que cosecho.

Me muevo al ritmo de la imaginación para darle matices a esta gris literatura, me escribo para sentirme vivo, me declaro y me dibujo, me amarro los pies a la buena voluntad de los ojos, me dejo seducir por señales de humo, me dejo mover en ese cielo que ustedes denominan madurez, me caigo en un sueño profundo, un sueño donde no he podido despertar, un sueño que no me deja dormir.

Esa ambigüedad que llamamos destino, ese destino que se inventaron los miserables, palabras y palabras, vacíos que sólo se dejan sentir cuando el eco los invade.

AV

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