21 de agosto de 2008

Donación Visceral



Por una jarra de aguapanela me muero, me dejo caer… me encierro en hilos de humo que ya no quiero respirar, me dejo sorprender con la melancolía del amor, esa mirada que se escapa en matices, que se humedece en inocentes palabras, en despedidas dolorosas, agujas que me siguen y me conciernen, palabras propias de ángeles y demonios, de santos y pecadores, adicciones que me hunden en la piel, que me alejan de casa.

No me arrepiento de los actos, me arrepiento de las palabras, de esos hilos conductores que nos encasillan en madrugadas, nos acaban en un dos por tres, necesidades que dejo al libre albedrio de la locura, de la ignorancia o quizás de pataletas de infante. Soy lo que soy y vivo de lo que soy, nací para dejar huella no para morir en ellas, no soy monumento ni documento, no soy memoria ni letras, soy aire, soy fuego, soy tierra, elemental como el olvido, como el cuerpo que busca piel, la carne que se queda guardada en el tiempo. Aquellos tridentes de la soledad.

Estoy cometiendo el pecado capital, mentirme a mí mismo, estoy escribiéndoles para que lean este ciclón de susurros que me inundan en la mente, los dedos se me enredan en la ropa, no son capaces de tomarme, de evaluar mis acciones, será miedo? Será aquello que dicen es la adolescencia? No!!.

Le madrugo a mis adicciones, le temo a la costumbre que se rompe como el silencio en misa, como las heridas de un largo viaje, como el conocimiento que se desmiente, como el pasado que nunca fue. Quiero cometer el error más grande del mundo, aunque quizás ya lo hice, pero sé que aun falta más cosas por hacer, empiezo a sentirme en una espiral de puertas cerradas, en un cerco donde sólo el calor del sol me castiga, donde la sed me acorrala y me coarta la libertad, donde no hay aguapanela, donde no hay futuro claro, solo dudas, malditas dudas.

Me tomo por un costado, me muero en un demonio lleno de nombres, de dulces que me buscan para viajar por la sangre, para enmudecerme en chocolatinas y uvas pasas. Mis manos ahora se caen, se enloquecen cuando se tocan en pasión, esa fría y suave maldad del tiempo, quiero atraparme en una cama que me deje dormir, no que me mate en sueños.

Es hora de regresar a los tejados y hablar con la Luna.

AV.

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