27 de diciembre de 2008

Estación de Diciembre





En una estación de tren sucia y pasajera, con los bolsillos vacíos y la mente llena de dolorosos recuerdos y rostros, de frases extirpadas de momentos bellos y mundanos, de familias compuestas y prestadas, de vestidos elegantes y corbatines. Siguiendo su instinto por encima de la hoja de ruta las ilusiones se cercan en el hambre del medio día.
Sólo recuerdos y canciones merodean por sus pasos, sus huellas viajan ahogándose en días y habitaciones, en esos lugares que quedaron lejos de mentirle a la historia para opacar ese presente que el agobiaba, su rostro era evidencia de dentaduras postizas y cabelleras deshilachadas.

Cualquier pasajero bien sabe que un buen mapa y una botella de agua sirven de grata compañía, algunos le agregan una caja de cigarros rubios o quizás de dulces y chocolatinas, una bebida caliente comprada en el camino y un buen periódico o semanario para la lectura obligada del viaje dan un aire de tranquilidad en ciertas rutas de desespero y melancolía. Olvidar, esa horrible inspiración que nace en los que aprenden a valorar la profundidad del deseo, esos que en apellidos y tertulias, en mundos inventados y libros saben lo que realmente significa estar separado de lo real y lo inventado, estar en esa línea donde no sucede nada, esa línea donde se cruzan las palabras y se humedecen los improperios.

Querer estar en el vagón del tren pensando a donde llegar, querer caminar en compañía de un ser amado o simplemente brindar esa copa de vino en un fino restaurante con esos amigos laborales que llegan con el calendario son en algunos seres desplantes necesarios que llegan con pasión y cordura, ahora bien, sigue sus pasos y se sienta en un banco frente a la línea del ferrocarril, piensa y recuerda, olvida su existencia y se acuerda de otros, de personajes que no son de acá ni de allá, de esos seres que nos llenan de odio las entrañas, nos importan cinco pesos y nos sumergen en acuarelas oscuras, en ese rojo de sangre y vino, en esas gotas de virginidad que ni la ropa interior es capaz de ocultar, personajes transitorios como la muerte.

El aroma a fecundidad, el tabaco masticado, azúcar regada en un pocillo, agua hervida sobre el metal de la cocina, el barro en la suela de los zapatos, el sudor en las mangas interiores de una camisa, sueños sobre un cojín de terciopelo, copas vacías sobre el comedor, el segundero del reloj dañado o inclusive una peinilla llena de cabellos en sus interior, todo esto, con un equipaje vacío, o un paraguas húmedo y con aroma a tiempo pasado, seguridad en esa personalidad que se va, que quedó encerrada y aprendió a cambiar, todo ello revuelto en ese collage de recuerdos.

Sueños para esos viajeros que siguen despiertos, pues ojalá se mueran esos transeúntes que no saben más que caminar en nuestro alrededor sin sentido alguno, construyendo senderos a nuestra diestra como buitres que vigilan al conejo, como nubes que sobornan al calor, esas infieles que dicen nuestro nombre con la misma propiedad con la que pagamos por nuestros vicios en una fuente de soda.

Es hora de abordar solo ese tren.

AV

No hay comentarios.: