10 de enero de 2018

Nubes





Hay nubes de ansiedad que se posan sobre mi ventana. Un vapor de vida que duele, que se me roba la calma y me va cortando el sueño, me encierra en una incoherente pereza, en una maleza de ideas que no me deja avanzar.

Hay nubes de ansiedad que se posan sobre mi ventana. Que me empujan con una suave brisa a una idea y luego a otra. Que brincan entre sí si quiera redondear un punto en común. 

Son ideas sueltas, incompletas, que a veces terminan en dudas.

Es difícil atrapar nubes que no son tangibles. Se posan sobre la ventana porque desde allí nos observan, se dejan ser. Se disfrazan de aire fresco, se llenan de ansiedad, se llenan de ideas viejas y anhelos nuevos, se mezclan, se vuelven cócteles, se vuelven ironía.

Nubes.

Hay nubes de ansiedad que se posan sobre mi cabeza. Dolores que permanecen, que se agrietan más allá de lo intelectual y rajan la razón en un inmarcesible silencio de dolor: de miedo. Preguntas que desfilan como un hombre solitario en un pasillo de hospital, no van, no vienen.

Hay momentos de reflexión que se escapan en un sigiloso suspiro de ansiedad, se traducen en palabras que no fueron, se representa en pensamientos del "que sería si...", momentos que se dejan más allá de la reflexión y terminan en duda, anhelos, dudas más que todo.

¿Por qué?

Un inocente insomnio recae sobre la cama, como una nube de ansiedad, llena de polvo, llena de recuerdos, de metas trazadas, de promesas dibujadas con la punta de los dedos sobre la almohada, de temores infundados por la edad.

Una obra maestra del romanticismo contemporáneo.

Es en las noches donde desnudamos las dudas y los temores, los dejamos jugar encima de la almohada, como siluetas de una fogata. Cada mañana al despertar, la conciencia llora el tiempo perdido, el sueño desperdiciado, porque aun después de las noches, las dudas emergen, solteras.

Hay nubes de ansiedad que siempre estarán vigentes en la cabecera de la cama, o junto a los zapatos bajo la cama. Hay nubes de ansiedad que siempre tendremos esperando al final del pasillo, como un ladrón que observa atento al ejecutivo que sale embriagado del restaurante.

Hay nubes que reposan en el alma esperando florecer algún momento, preferiblemente durante el mes de enero, porque para junio ya no son nubes sino, motas de recuerdos, de promesas o compromisos, murmullos de ideas que no fueron.

Un pasado hecho tejido.

Hay nubes de ansiedad que siempre están para acompañarnos. Parecemos viajeros, pero somos estaciones de paso donde las ideas murmuran los anhelos del alma y el corazón, los miedos de la piel, los temores del adulto contemporáneo. Hay que dejarlas pasar, para que sigan su curso.

Siempre tendremos nubes.

AV

1 comentario:

Iván R. Sánchez dijo...

Muchas de mis nubes se han convertido en tormentas. Y estoy mojado, viejo, y con miedo a los truenos.