19 de julio de 2017

Lucía (La Santa)



Karen By: AnimalFancy

Hacía buen día para salir a caminar, las calles bañadas en un sol de julio y las hojas secas cayendo de los árboles para dar paso a un tapete natural servían como escenario para una Lucía que refunfuñaba por la llegada de Mario.

Bien sabía que el joven Mario no era mala persona o mereciera un mal trato, simplemente le acosaba la idea de saber que su pequeña hermana estaba bregando una segunda oportunidad para el amor mientras ella aún le echaba arena a los fantasmas del ayer.

Con frecuencia se recordaba a sí misma sonriente, sin miedo. Se llenaba el alma de nostalgia y los pensamientos comenzaban a andar más rápido que sus pasos.

Lucía caminaba sin destino fijo, solo quería salir a refrescarse un rato, sin embargo la velocidad de sus pensamientos llevaba a que la impaciencia le devorara, comenzaba a preocuparse por el ayer, por el vacío, por la memoria misma de los que se fueron. “¿Volveré a verle?” se preguntó a sí misma.

El pasado es un velo que nos llena la vida de inquietudes y vicisitudes y para Lucía no era sorpresa comenzar a pensar de nuevo en aquel al que alguna vez entregó su afecto. Quizás allí su rencor hacia Mario, pues le recordaba esa infame manera de amar.

Sentía que su vida era un libro abierto, pero a la final no tenía claridad de quién era en realidad. ¿Crisis existencial?, quizás. 

Se desprendía de su pasado, quería huir de todo, del presente inclusive, porque la llegada de María a su casa era un torbellino que le comenzaba a destruir la calma que tanto tiempo le costó tejer.

No quería que nadie supiera cómo estaba en su interior, no quería que su calma reflejase un estado perfecto de contemplación, no quería nada de hecho. Solo su soledad, sin embargo, su vida le llamaba al ayer, con señales, con reflejos, con personajes que traían en su espalda el aroma de los que alguna vez estuvieron.

Caminando sin fijarse bien por dónde deambulaba se cruzó con el restaurante local. Sin perder oportunidad se detuvo para hacer la compra que había fingido como motivo de su salida: - Buenos días. Hágame un favor y me regala un pollo completo con porción de arepa y plátano maduro –

- Claro señorita, ¿lo desea asado o apanado? –

- Asado por favor, apanado tiene mucha grasa y estamos a dieta en casa – Respondió Lucía con la frescura que quería hacerle creer al universo mismo.

Esperaba en el escaparate pero su mente viajaba del ayer al hoy, de la casa al parque.

Recordaba sus primeras citas con él, el primer beso que se brindaron mientras sentados allí, como dos enamorados, cerraban los ojos y se tomaban las manos en un banco en medio de la gente que paseaba a sus mascotas. Aquel día fue inolvidable, recordaba cada detalle de su primer beso.

Unas ganas de llorar le abrazaron el pecho y comenzaban a apoderarse de sus brazos y sus piernas, sabía que el ayer era un pasajero no grato en su trayecto diario. Sentía las manos de entonces tomar las suyas, las frases de cajón con las que le enamoraron, la colonia con aroma a madera y tabaco.

Todo viajaba en su mente de tal modo que la impaciencia misma le robaba el control de su vida.

- Aquí tiene señorita, un pollo asado, una porción de arepa salada y un plátano maduro en salsa, ¿desea algo más? ¿alguna bebida? –

Lucía reaccionó y tratando de comprender de qué le hablaban respondió lo primero que se le ocurrió: 

- ¡Si, por favor! –

- Con mucho gusto, ¿qué bebida desea? –

- mmmm, no sé, ¿tiene limonada para llevar? –

- Claro. Tenemos por litro –

- Si, gracias, deme un litro de limonada y hágame el cobro del total –

- Con el mayor de los gustos –

Observaba a la gente pasar a su alrededor y de a poco en poco comenzaba a reaccionar, a caer en la cuenta de que estaba en el mundo real y no en los laberintos de la memoria.

Levantó su mirada y como un fantasma recordó aquella primera vez que salió con aquel hombre de fuerte aroma. Siempre tuvo miedo que fuese un personaje peligroso o alguno de esos abusadores que deambulan en las noticias de la noche.

De alguna manera temía por su vida, pero poco a poco se fueron conociendo, como dos ciegos que se descubrían, le comenzó a tener afecto, cariño podría ser la palabra adecuada, ahora después de muchos años sabía que no podía vivir sin él. Eso le daba rabia, le generaba malestar, se juzgaba a sí misma, se odiaba.

- Aquí tiene señorita. Que pase una feliz tarde –

- Gracias -  

Con una bolsa plástica en cada mano comenzó a caminar de regreso a casa esperando que María hubiese dado fin a esa incómoda conversación, de lo contrario el almuerzo sería peor que su costumbre de pensar en el ayer.

A menudo pensaba en él, en los dos, en lo que fue ese amor que ahora ya no estaba.

A menudo recordaba a alguien: a una joven Lucía enamorada.

***
De la Serie: Canciones de Amor y Otros Demonios.
Adaptación Libre de la obra: Santa Lucía (1980) [Rocanrol Bumerang]
Compositor: Mario Roque Fernández Narvaja.

AV


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