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Cat Carnival In West Venice - Dr. Seuss.
Painting - Serigraph On Canvas
Calles alumbradas con caras tristes que siguen sus pasos en dulces de algodón, niños con sueño cansados de gritar y correr, de arrastrar a sus padres en polvorientos pasillos de fiesta y desorden.
Bajo la taquilla una franja horaria informa al turista de los beneficios de llegar temprano a la ceremonia, de disfrutar en calma de promociones y artilugios interesantes para llevar a casa sin importar su inutilidad, de igual modo el día y la tarde se mezclan en juegos pirotécnicos y en pensamientos misóginos, en llamadas desesperadas y en canciones despistadas.
En sus calles las bailarinas sueles seducir a viejos comensales con canciones de antaño, donde el olvido se presenta como un modo de vida y no como un escudo, donde la maldad se disfruta con la misma sonrisa con que se duerme en casa, canciones que siguen su rumbo, suerte que se prepara en la confitería, malabares que se lanzan al aire.
En esos momentos en que una canción interrumpe tu interacción con el presente y un antojo por comer dulce te sacude la piel con la suavidad con que miramos la televisión, damos por sentado que el placer hace su aparición más allá de las calles y de los bares; servirnos en favores y agradecernos en palabras venenosas, ubicarnos en odios prestados, en pasajes a la fama, en imitaciones de amor y en jugueterías de pasión. Los niños salvan su juventud con el tiro al blanco, al mejor estilo de los circos, los magos salen a los andenes a desaparecer amarguras, dibujar sonrisas y sacrificar minutos.
Los payasos corren con globos en sus manos ofreciendo a todos la necesidad de reír, la diversión y la locura se inflan en el interrogante de las bailarinas, aun conservando a los viejos clientes se sigue cuestionando su rol en esta sociedad de festejo y de amnesia.
Querer al prójimo con la misma ternura con que se le cocina a la persona que amamos suele en ocasiones chocar con el egoísmo del presentador, quizás a veces no es culpa del espectáculo ni de los payasos, pueda que el maíz no esté del todo dulce o que las bailarinas sea ociosas, lo único válido es el egoísmo, palabra aguda como el veneno que le precede, ese choque con el presentador del show puede ocasionar itinerantes explosiones, llantos a doquier o quizás cortarle la lengua a los payasos, dejar morir sin gloria al monociclista del tiempo.
La vida se ríe de sí misma, la música sigue los acordes de unos juegos artificiales, los fenómenos de cada noche salen a despedirse de los invitados deseándoles suerte en su semana de laburo, el jorobado y los siameses comienzan a recoger la basura arrojada sobre las calles, la mujer barbuda y los amigos del enanismo cuentan el dinero recogido en la carpa de los tiquetes, el mago recogiendo sonrisas de la cocina sigue en camino con los payasos en ayudar a guardar los instrumentos musicales, la noche llega a su fin y las bailarinas agradecen al sol por permitirles otro día de vida, darles el gusto de quitarse las zapatillas y ensayar descalzas.
El espectáculo se prepara en la sombra de las dos de la tarde, hora justa para la llegada de los domadores de fieras, el quipo de limpieza se encarga de aceitar el cable del equilibrista, las cortesanas atienden al Presentador del Espectáculo y los niños de la beneficencia comienzan a realizar la mezcla secreta para el maquillaje de los payasos, ya los globos han sido inflados.
Otra noche que despega con el trabajo de un carnaval que roba vidas y regala esperanzas, otra noche de un carnaval que no tiene jaulas ni juega con los giros del tiempo, solo se detiene en si mismo a reflexionar sobre los riesgos de luchar por el otro y recordad el riesgo de dejar que el otro luche por uno.
Los músicos y el mono ciclista del tiempo preparan los acordes: cada era tiene su propia sinfonía.
AV
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