6 de noviembre de 2025

El Examen (Marcelo).

 


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II.

Marcelo inició sus estudios de ingeniería en la Universidad Industrial de Santander, logró el grado de honor llevándole a estudiar una maestría en ingeniería eléctrica e informática en la Texas State University, una experiencia difícil por demás, ser tan joven en una época en que el mundo estaba en desarrollo de la informática y sin tantos datos de acceso como hoy día fueron para sí un reto de alto nivel.

Logró graduarse con honores, hizo mérito para una beca en el último año lo que le redujo el estrés económico que a cualquier latinoamericano le puede a bien fraguar. Un viejo compañero de clase, Thomas J. Van Arsdale, de origen holandés le recomendó aplicar a una beca allá en su país, la industria aeronáutica estaba en furor y Marcelo podría ser quizás un buen candidato.

Aceptó la invitación y aplicó por correspondencia, tiempo después recibió la invitación a presentar un examen de admisión, difícil, especificaron. Requerían medir sus conocimientos en física, química, matemáticas avanzadas y por supuesto, el dominio del idioma.

Viajó un 04 de noviembre, desde San Marcos en Texas, hasta Roterdam.

Adaptarse al cambio de ciudad no era un reto para Marcelo, después de vivir en Bucaramanga, pasó a Estados Unidos y de allí a Europa, más allá de las inclemencias del clima, el reto real era el idioma, así que empezó a prepararse como pudiese y su amigo, Thomas era más que un aliado, un hermano del camino.

Aprobó los exámenes académicos, pero no el del idioma.

La frustración invadió su cuerpo al punto de obligarle a sentarse en un parque a consolar sus lágrimas con el frío viento del río. Thomas que le acompañaba le invitó a despejar las preocupaciones del no futuro, así que lo llevó a un bar cerca, cerca de la vía Corrie Hartonglaan.

Allí conversaron recordando los méritos y experiencias vividas en Texas, de cómo superaron juntos las crisis económicas, desde almorzar comida que sobraba del restaurante local hasta las noches de frío donde tenían que cubrirse con abrigos poco aptos. Hablaron además de los viejos amores, de cómo un colombiano pudo enamorar a una de las mujeres más bellas del campus sin dominar el idioma en su totalidad, aquel primer año fue por demás gracioso y retador.

Marcelo agradeció el gesto de su compañero, con algo de esfuerzo intentó seguir la noche con un neerlandés regular, Thomas le corregía o le enseñaba técnicas para dominar poco a poco el idioma.

Al día siguiente se presentó en la facultad, en la universidad de Delft, explicó que tenía buen promedio con los exámenes de admisión pero tenía desaprobada la evaluación del idioma, situación evidente al tener que expresarse en inglés.

Una joven atendía la ventanilla y con una sonrisa de aquellas que son propias para el amor eterno, le sugirió, en un perfecto inglés, que realizara una carta de solicitud de admisión con el compromiso de aprobar el examen del idioma en el año siguiente, incluso, le ayudó a redactar la carta para que fuera más convincente.

Marcelo quedó enamorado de los ojos color miel de aquella funcionaria, ella, atraída por el físico poco convencional que tiene un latino en Europa, le sugirió si iban a almorzar juntos.

Sin dudar aceptó y se enamoró de Elin Bakker mientras almorzaba con ella. Una mujer de estatura alta por su genética europea, una piel tan blanca que se volvía roja con el calor o el frío y por supuesto, un cabello amarillo que podría verse blanco en ocasiones.

Salieron varias semanas a almorzar, del almuerzo iban por un café o terminaban en el parque hablando en un perfecto inglés. Al finalizar el mes Marcelo recibió la carta de admisión al programa Doctoral y la correspondiente beca de apoyo. La condición de aprobar el examen de dominio del idioma era exigente y solicitaba que se presentara en el primer trimestre del año siguiente.

Elin con el cariño de una dama enamorada dio todo el apoyo a Marcelo, además de brindar la sensatez de su corazón, le guio en el aprendizaje continuo.

Todas las tardes, al finalizar la jornada de atención al público, Elin se dirigía a la biblioteca a acompañar a su enamorado en sus estudios, algunos días lo encontraba intentando memorizar palabras sin sentido, en otras ocasiones le veía leyendo libros de física, por supuesto en inglés. Aquel día Elin abrazó a Marcelo y dando un beso en la mejilla le saludó, sugirió que practicaran un poco el idioma para el examen, pues no quería verle triste por perder una oportunidad tan valiosa por culpa de un simple examen.

Marcelo la abrazó y sentados en una mesa en el centro de la biblioteca, comenzaron a practicar frases varias. Giró su mirada a una venta al fondo, observando que el cielo estaba totalmente negro, sin estrellas y sin nubes, unos vistos rojos, como pinceladas de color se notaban en medio de la oscuridad.

Avisó a Elin y señaló la ventana, ella ignorando qué ocurría notó que toda la biblioteca estaba desocupada, algo poco común para esa época del año. Ambos se levantaron y caminando en dirección a un ventanal inmenso se encontraron con la ciudad desaparecida, no estaba el campus universitario ni las edificaciones adyacentes, todo era negro, un universo cubriendo a la biblioteca como una especie de bóveda.

Una voz distorsionada comenzó a llamar a Elin por su nombre, como si se tratase de una orden mientras Marcelo observaba al cielo negro, aquella voz comenzó a sonar más fuerte absorbiendo la luz de las bombillas fluorescentes del techo.

Elin caminando en dirección a la ventana tenía su mirada fijada en la nada, Marcelo se acercó un poco a ella y con pasos dubitativos asomó su mirada queriendo encontrar explicaciones.

Un relámpago brillante cegó la mirada de ambos, Marcelo se cubrió el rostro con los brazos, sintió una descarga eléctrica por todo su cuerpo, se levantó y mirando a todas partes encontró a la biblioteca nuevamente en su estado normal, todas las mesas estaban ocupadas por estudiantes o profesores, una señora que hacía aseo trapeaba al fondo de un pasillo.

La mesa estaba intacta con los libros de Marcelo y la cartera de Elin, sin entender nada miró su reloj y vio que ya eran las seis con seis minutos de la tarde.

Elin no estaba por ninguna parte.

AV.

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