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I.
Ángela estaba molesta, no entendía
por qué le costaba tanto trabajo memorizar la fórmula de cada ecuación,
insistía en aprender y siempre fallaba en el examen. Se le hacía urgente
mejorar su rendimiento en aras de poder aprobar la cualificación y acceder así
al programa de posgrado que tanto anhelaba.
Desde siempre buscó la oportunidad
de ser becaria en la Georgia Institute of Technology, su deseo permanente de
cursar el doctorado en Ingeniería Aeronáutica y Espacial era un reto personal
que se anteponía al sueño mismo de lograrlo, una combinación letal del síndrome
del impostor y el síndrome de pollyanna.
Al terminar sus estudios de
bachiller logró con el apoyo de la Universidad Nacional, ingresar al programa
de ingeniería de sistemas y computación con una beca por su puntaje logrado en
las pruebas del Estado, en el transcurso de la carrera fue notable su
desempeño, incluso ingresó a trabajar en una reconocida empresa de Alemania, de
manera remota. Se graduó como una estudiante corriente, no hubo honores ni
premios pero sí muchos aplausos de su familia.
Durante un par de años estuvo
trabajando con los alemanes recibiendo un honorable pago hasta que la vida le
pedía un reto mayor. Desde niña siempre quiso trabajar en la industria espacial
y fue ese su deseo permanente.
Después de varias consultas pudo
encontrar la convocatoria a beca doctoral pero en Atlanta, sin VISA para viajar
y sin dinero para los gastos que todo el proceso requería desistió del plan. En
una conversación con su anterior profesor que asesoró su tesis de grado de la
universidad, que pudo entender la importancia del sacrificio y que siempre
valía la pena intentar aún cuando los recursos fuesen escasos.
Comenzó por averiguar cada etapa
del proceso y allí se inscribió al examen de admisión, uno de varios pasos a
seguir, perdió.
Con la frustración del caso dedicó
su tiempo al trabajo, sugirió de hecho a su empleador la posibilidad de irse a
vivir a Alemania y buscar algún cargo en ascenso, con la opción de estudiar
allá algún programa de posgrado.
No recibió aprobación y siguió
encerrada en sus tareas cotidianas.
Al año siguiente volvió a
presentar la prueba fallando nuevamente, incluso con un resultado peor que la
primera vez. La frustración le dominaba como un suero que recorría su cuerpo.
Se encontró otra vez con el
profesor de la facultad de ingeniería, en un centro comercial de la ciudad,
además de los saludos de rigor compartieron algunos datos de la vida, del
trabajo, del tiempo libre. Humberto, el profesor, notó en Ángela la frustración
así que le preguntó qué había pasado con el proyecto de la beca.
Ella cansada de la vida, explicó
lo tortuoso que fue recibir la nota de ambos intentos, uno peor que el otro.
Como buen profesor, le acompañó en
el sentimiento y dando algunas palabras de aliento terminó por recomendar que
asistiera a la universidad a donde un colega, Doctor en Ingeniería
Aeroespacial, quizás él podría darle algunos consejos o pistas de cómo avanzar.
Ángela aceptó y fue así como
conoció a Marcelo, un caballero ya avanzado en edad, con una sonrisa coqueta y una
mirada extraña, cargada de ilusión, algo difícil en un hombre tan mayor.
Después de varias asesorías Ángela
retomó los estudios en matemáticas avanzadas, su talón de Aquiles a pesar de
ser ingeniera de profesión. Necesitaba mejorar en muchos aspectos de avanzada
para aprobar el primer examen (de cinco).
Permanecía en un estado de
molestia que le controlaba la manera de relacionarse con los demás, no entendía
por qué le costaba tanto trabajo el estudio, insistía en aprender y ello le
aislaba tanto de las relaciones humanas que su vida, sencilla a pesar de si
misma, se limitaba a asistir a la universidad para las asesorías con el
profesor Marcelo Bakker, a estudiar en la biblioteca en las tardes y a encerrarse
en su casa a trabajar para los alemanes por la mañana.
El próximo mes de febrero es la
apertura de inscripciones para los aspirantes y la realización del examen de
cualificación, Ángela estaba nerviosa, se sentía insuficiente.
Aquella tarde de lunes terminó de
practicar algunas fórmulas, se sintió agotada y se levantó de un cubículo que
tenía en la biblioteca, recogió todo en su maletín y con una sonrisa de
cansancio se despidió de uno de los guardas de seguridad que había en el
recinto.
Salió encontrando todo en
silencio, los pasillos estaban deshabitados y las puertas de algunos salones
cerradas. Miró a su alrededor y notó que ya estaba oscureciendo, quizás eran
las seis pasadas de la tarde, había perdido la noción del tiempo.
Caminó hasta llegar a los
escalones de salida notando que estaba otra vez entrando a la biblioteca.
Consternada dio la vuelta y siguió
el trayecto a la salida, a la plazoleta que había al lado del edificio. Al
bajar el escalón notó que estaba entrando a la biblioteca nuevamente. Se sintió
algo tonta, el cansancio de seguro le estaba jugando una treta mental.
Se despidió nuevamente del guarda
de seguridad que la saludó como si fuese la primera vez en el día.
Ángela caminó lo suficiente para
notar que estaba nuevamente de regreso a la entrada de la biblioteca.
Tomó su teléfono móvil y allí
descubrió que no tenía señal ni red de internet, la hora era la misma, las seis
con seis minutos de la tarde.
Abrió los ojos con la preocupación
suficiente, intentó llamar a su profesor Marcelo, pero no había señal para tal
fin. Mientras intentaba llamar, caminaba buscando la salida.
Desde su lugar observaba la
plazoleta que además se veía deshabitada, las luces del edificio de enfrente
evidenciaban que los pasillos estaban desocupados y nadie estaba en los
salones.
Algo raro ocurría y Ángela lo
sentía en vida. Siguió caminando, guardó el teléfono móvil y con la mano puesta
en la baranda llegó a unos escalones, dio el primer paso y se descubrió
entrando nuevamente a la biblioteca.
Alzó la voz con un grito de
frustración y un par de palabras obscenas, el guarda de seguridad apareció de
su lado y con un tono loable pidió que guardara la compostura, estaba prohibido
ese comportamiento en la biblioteca.
Ángela intentó explicarle lo ocurrido, pero notó en los ojos del vigilante que algo estaba fuera de lo normal, se disculpó y dando media vuelta, preguntó al guarda como acto de amabilidad si sabía por dónde era la salida. Este con la voz pausada, respondió:
- No hay salida.
AV.




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