17 de noviembre de 2025

El Examen (Humberto).

 


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VI. 

Después de dos años Marcelo finalizó sus estudios de doctorado, una intensa y muy exigente experiencia que sirvió, además, para que Elin iniciara por igual un curso profesionalizante en administración, todo funcionaba de maravilla en la ahora familia Bakker, Marcelo tomó el apellido de Elin y con este la nacionalidad, un acuerdo que había conversado con Daan años atrás.

Trabajó como investigador en la agencia nacional de aviación, brindaba algunas asesorías en temas de diseño de aeronaves y procesos de planificación de espacio aéreo, su ahora esposa, Elin, continuaba en la facultad como auxiliar administrativo, pero feliz. Así transcurrieron los años hasta que las pesadillas de cada noche quebraban la paz del hogar de modo tal que hasta la literatura de ficción de Marcelo comenzaba a ser un refugio y no una terapia de pareja.

Una mañana de 1983 Marcelo y Elin salieron de su residencia rumbo a la universidad, por lo general él la llevaba hasta la facultad y de allí seguía a las oficinas del gobierno, otras ocasiones se quedaba con ella pues seguía como docente investigador y con una que otra cátedra en los programas de ingeniería, sobre todo en su mentoría al becario Humberto, de Colombia quien ya iba avanzando significativamente su plan de clases.

Aquel día cualquiera, entre agosto y octubre, Elin atendía a estudiantes y profesores en su escritorio, direccionando trámites académicos o asesorando a sus jefes en temas propios de la oficina. A la una de la tarde justo después de regresar de almorzar, se acomodó en el despacho de descanso de la facultad un instante, aquel día su esposo no pasaría por ella sino, que almorzaría con los supervisores en el Hangar continuando con las pruebas del hidroavión anfibio.

Cerró los ojos y con las piernas cruzadas acomodó su cabeza sobre el espaldar de un sillón viejo, el ambiente frío de la ciudad era propicio para un ligero descanso, pero un silencio tan fuerte empezó a incomodar, tan profundo y opaco que se sentía vibrar el ambiente como una señal de radio o peor, un susurro del otro mundo.

Elin intentó abrir los ojos al sentir la primera corriente eléctrica que subía por su brazo derecho, recordó de inmediato lo ocurrido hace veinte años atrás, las pesadillas de cada noche y el dolor de aquella señorita que en la oscuridad del mundo onírico le gritaba por ayuda en un idioma que no podía entender.

Un ligero ataque con movimientos bruscos y espasmódicos por todo el cuerpo la sacudió en el sillón con tal fuerza que daba la impresión de que alguien le tomara de los brazos y la levantara con fuerza.

Humberto, el becario, entró a la sala de descanso intentando hacer una pausa a su intensa jornada de lectura académica, estaba a vísperas del examen de aprobación del segundo año.

Encontró a Elin retorciéndose entre movimientos bruscos que con gran temor, salió corriendo del salón para buscar ayuda.

Marcelo fue informado de la novedad de su esposa, estaba en el hospital sedada y con fuertes consecuencias de lo que los médicos señalaban como una epilepsia generalizada, sin antecedentes de salud que dieran explicación, la conservaban sedada sin entender que allí, sedada, estaría encerrada en un universo oscuro y lleno de estrellas.

Marcelo comenzó a dejar de lado sus tareas como asesor del proyecto anfibio y redujo drásticamente sus clases, incluso, sus sesiones con Humberto, el colombiano.

Humberto comenzó a visitar a Elin al hospital, más como gesto de respeto a su mentor, el profesor Marcelo que como real sentimiento hacia la paciente, al inicio le llevaba unos panes dulces de la cafetería con un chocolate dulce, pasaban las semanas Marcelo le recibía poco a poco con más familiaridad; al cumplir un mes en estado de sedación y coma inducido, los médicos no daban aliento de los avances de la salud de Elin, alguna vez uno de los médicos insinuó que era imposible despertarle de ese estado catatónico, como si la paciente en sí se resistiera a salir de ese sueño profundo (y oscuro).

Marcelo caía en pena, se notaba en el descuido de su presentación personal, y en ese proceso Humberto se convirtió en un amigo dejando a un lado su rol de estudiante becario.

La ciudad se preparaba para el Sinterklaas en esa primera semana de diciembre, enfermeras y organizaciones sociales repartían dulces y detalles a los enfermos y sus familias, por supuesto Marcelo se negaba a recibir cualquier obsequio, soportaba medianamente la compañía del becario que con el español intacto, le daba una especie de paz y quien hace muchos años atrás había salido de Bucaramanga buscando un futuro deseable en los Estados Unidos.

Al finalizar el mes de diciembre el frío entraba entre las grietas de la existencia, Daan y Julia, la familia inmediata de Elin acompañaban a Marcelo en un llanto silencioso, los médicos insistían que físicamente no presentaba ninguna enfermedad o alteración de la salud más allá de una extraña resistencia a despertar.

Humberto observaba en silencio, durante aquel trimestre pudo acompañar y conocer más a fondo a su maestro Marcelo, un colombiano que había olvidado el sentido de la vida y se centraba entre aeronaves y ecuaciones.

Le sirvió de compañero y en silencio escuchó cualquier historia o anécdota que este le compartiera, tímidamente le hablaba de sus estudios en Colombia y cómo se parecía tanto Bogotá a Roterdam, quizás como broma, o como un excelente acto de ignorancia y cordialidad.

Presentó el examen de evaluación de su segundo año junto a el escrito formal de su investigación doctoral, una propuesta que iba alineada con las intenciones académicas de Marcelo; recibió una valoración favorable, no excelente pero sí lo suficiente para conservar la beca e iniciar su último año como una etapa de escritura intensiva de su entrega final.

Decidió, con permiso de la decanatura de ingeniería, viajar a terminar su trabajo de investigación en Colombia, además la oportunidad de asumir un puesto de nombramiento en la Universidad Nacional no daba espera.

Se despidió de Marcelo con la promesa de seguir trabajando juntos, de ser su aprendiz para toda la vida.

Marcelo le abrazó y le regaló de despedida una medalla con los distintivos de la universidad.

Durante el inicio de periodo académico, en febrero, Humberto recibió una llamada de su maestro Marcelo, para informar del fallecimiento de Elin.

Con el mismo silencio condescendiente que brindó en las salas de espera del hospital, respondió con el pésame debido, y en un intento quizás de dar vida a quién también comenzaba a caer en la oscuridad, le propuso regresar a Colombia: había una plaza que podría ocupar en la facultad.

Marcelo al otro lado de la llamada, abrió los ojos como dos grandes cavernas que absorben el viento frío y respondió con un rotundo sí.

- Me interesa Humberto, envíame más información.

AV.

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