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VI.
Después de dos años Marcelo
finalizó sus estudios de doctorado, una intensa y muy exigente experiencia que
sirvió, además, para que Elin iniciara por igual un curso profesionalizante en
administración, todo funcionaba de maravilla en la ahora familia Bakker,
Marcelo tomó el apellido de Elin y con este la nacionalidad, un acuerdo que
había conversado con Daan años atrás.
Trabajó como investigador en la
agencia nacional de aviación, brindaba algunas asesorías en temas de diseño de
aeronaves y procesos de planificación de espacio aéreo, su ahora esposa, Elin,
continuaba en la facultad como auxiliar administrativo, pero feliz. Así
transcurrieron los años hasta que las pesadillas de cada noche quebraban la paz
del hogar de modo tal que hasta la literatura de ficción de Marcelo comenzaba a
ser un refugio y no una terapia de pareja.
Una mañana de 1983 Marcelo y Elin
salieron de su residencia rumbo a la universidad, por lo general él la llevaba
hasta la facultad y de allí seguía a las oficinas del gobierno, otras ocasiones
se quedaba con ella pues seguía como docente investigador y con una que otra
cátedra en los programas de ingeniería, sobre todo en su mentoría al becario
Humberto, de Colombia quien ya iba avanzando significativamente su plan de
clases.
Aquel día cualquiera, entre agosto
y octubre, Elin atendía a estudiantes y profesores en su escritorio,
direccionando trámites académicos o asesorando a sus jefes en temas propios de
la oficina. A la una de la tarde justo después de regresar de almorzar, se
acomodó en el despacho de descanso de la facultad un instante, aquel día su
esposo no pasaría por ella sino, que almorzaría con los supervisores en el
Hangar continuando con las pruebas del hidroavión anfibio.
Cerró los ojos y con las piernas
cruzadas acomodó su cabeza sobre el espaldar de un sillón viejo, el ambiente
frío de la ciudad era propicio para un ligero descanso, pero un silencio tan fuerte
empezó a incomodar, tan profundo y opaco que se sentía vibrar el ambiente como
una señal de radio o peor, un susurro del otro mundo.
Elin intentó abrir los ojos al
sentir la primera corriente eléctrica que subía por su brazo derecho, recordó
de inmediato lo ocurrido hace veinte años atrás, las pesadillas de cada noche y
el dolor de aquella señorita que en la oscuridad del mundo onírico le gritaba
por ayuda en un idioma que no podía entender.
Un ligero ataque con movimientos
bruscos y espasmódicos por todo el cuerpo la sacudió en el sillón con tal
fuerza que daba la impresión de que alguien le tomara de los brazos y la
levantara con fuerza.
Humberto, el becario, entró a la
sala de descanso intentando hacer una pausa a su intensa jornada de lectura académica,
estaba a vísperas del examen de aprobación del segundo año.
Encontró a Elin retorciéndose
entre movimientos bruscos que con gran temor, salió corriendo del salón para
buscar ayuda.
Marcelo fue informado de la
novedad de su esposa, estaba en el hospital sedada y con fuertes consecuencias
de lo que los médicos señalaban como una epilepsia generalizada, sin
antecedentes de salud que dieran explicación, la conservaban sedada sin
entender que allí, sedada, estaría encerrada en un universo oscuro y lleno de
estrellas.
Marcelo comenzó a dejar de lado
sus tareas como asesor del proyecto anfibio y redujo drásticamente sus clases,
incluso, sus sesiones con Humberto, el colombiano.
Humberto comenzó a visitar a Elin
al hospital, más como gesto de respeto a su mentor, el profesor Marcelo que
como real sentimiento hacia la paciente, al inicio le llevaba unos panes dulces
de la cafetería con un chocolate dulce, pasaban las semanas Marcelo le recibía
poco a poco con más familiaridad; al cumplir un mes en estado de sedación y
coma inducido, los médicos no daban aliento de los avances de la salud de Elin,
alguna vez uno de los médicos insinuó que era imposible despertarle de ese
estado catatónico, como si la paciente en sí se resistiera a salir de ese sueño
profundo (y oscuro).
Marcelo caía en pena, se notaba en
el descuido de su presentación personal, y en ese proceso Humberto se convirtió
en un amigo dejando a un lado su rol de estudiante becario.
La ciudad se preparaba para el Sinterklaas en esa primera semana de
diciembre, enfermeras y organizaciones sociales repartían dulces y detalles a
los enfermos y sus familias, por supuesto Marcelo se negaba a recibir cualquier
obsequio, soportaba medianamente la compañía del becario que con el español
intacto, le daba una especie de paz y quien hace muchos años atrás había salido
de Bucaramanga buscando un futuro deseable en los Estados Unidos.
Al finalizar el mes de diciembre
el frío entraba entre las grietas de la existencia, Daan y Julia, la familia
inmediata de Elin acompañaban a Marcelo en un llanto silencioso, los médicos
insistían que físicamente no presentaba ninguna enfermedad o alteración de la
salud más allá de una extraña resistencia a despertar.
Humberto observaba en silencio,
durante aquel trimestre pudo acompañar y conocer más a fondo a su maestro
Marcelo, un colombiano que había olvidado el sentido de la vida y se centraba
entre aeronaves y ecuaciones.
Le sirvió de compañero y en
silencio escuchó cualquier historia o anécdota que este le compartiera,
tímidamente le hablaba de sus estudios en Colombia y cómo se parecía tanto
Bogotá a Roterdam, quizás como broma, o como un excelente acto de ignorancia y
cordialidad.
Presentó el examen de evaluación de
su segundo año junto a el escrito formal de su investigación doctoral, una
propuesta que iba alineada con las intenciones académicas de Marcelo; recibió
una valoración favorable, no excelente pero sí lo suficiente para conservar la
beca e iniciar su último año como una etapa de escritura intensiva de su entrega
final.
Decidió, con permiso de la
decanatura de ingeniería, viajar a terminar su trabajo de investigación en
Colombia, además la oportunidad de asumir un puesto de nombramiento en la Universidad
Nacional no daba espera.
Se despidió de Marcelo con la promesa
de seguir trabajando juntos, de ser su aprendiz para toda la vida.
Marcelo le abrazó y le regaló de
despedida una medalla con los distintivos de la universidad.
Durante el inicio de periodo
académico, en febrero, Humberto recibió una llamada de su maestro Marcelo, para
informar del fallecimiento de Elin.
Con el mismo silencio
condescendiente que brindó en las salas de espera del hospital, respondió con
el pésame debido, y en un intento quizás de dar vida a quién también comenzaba
a caer en la oscuridad, le propuso regresar a Colombia: había una plaza que
podría ocupar en la facultad.
Marcelo al otro lado de la
llamada, abrió los ojos como dos grandes cavernas que absorben el viento frío y
respondió con un rotundo sí.
- Me interesa Humberto, envíame más información.
AV.



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