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de:
V.
Elin tomó a Marcelo como esposo, un proceso cargado de muchas emociones entre la familia Bakker y la familia Marín, realizaron la boda en un centro de reuniones de Roterdam, allí mismo celebraron un almuerzo tradicional.
Después de dos años Marcelo
finalizó sus estudios de doctorado, una intensa y muy exigente experiencia que sirvió,
además, para que Elin iniciara por igual un curso profesionalizante en
administración, todo funcionaba de maravilla en la ahora familia Bakker,
Marcelo tomó el apellido de Elin y con este la nacionalidad, un acuerdo que
había conversado con Daan años atrás.
Las noches fueron una experiencia
especial para Marcelo, su acostumbrada rutina de leer algunas revistas y ver
las noticias antes de dormir le inculcaron el amor por madrugar, una extraña
mezcla de un ser nocturno y una matutina afiliación intelectual. Comenzó dando
clases en la universidad, quizás como retribución a la beca recibida, pero su
tiempo lo empezó a destinar a sus estudios personales del universo, de ese
oscuro mundo lleno de estrellas y seres abandonados, aquella bóveda negra cerca
y lejos de este mundo, un imaginado plano astral que su ahora esposa, Elin,
reseñaba con histeria y mucho temor.
Algunas noches despertó asustada,
las pesadillas por sorprendente que fuesen, llegaban con sonidos extraños, de
eléctricas voces y distorsionadas melodías.
Marcelo comenzó a tomar nota de
los relatos que surgían de esas pesadillas, de esas vivencias donde grandes
sombras y seres sin forma se arrastran entre lo negro y lo profundo, entre lo
ficticio de un mundo que tiene encerradas a personas desconocidas y la belleza
de estrellas y constelaciones danzando entre espacios sin tiempo.
Para él todo era un cúmulo de
historias y datos propios de una novela Lovecraftiana, y en ello encontró una
vocación literaria, al inicio por registrar los sueños de su esposa y de allí
analizarlos con algún colega de la escuela de psicología, más adelante como un
reto fenomenológico de querer interpretar la prosaica de lo inexistente, hasta
caer profundamente, quizás después del primer año, en el condenatorio arte de
la escritura de ficción.
Al borde de los años ochenta,
mientras el éxito musical “Radio” invadía
los hogares de Roterdam, Elin sufría en silencio. Comenzó a consumir medicamentos
para regular el sueño, luego esos medicamentos derivaron en prácticas
insalubres como pasar días sin dormir y sin comer adecuadamente, su figura era
más delgada de lo saludable, Marcelo en cambio engordaba sentado en su máquina
de escribir escuchando a las Dolly Dots en la radio y escribiendo cuentos de
seres de otro mundo.
Una mañana de agosto, Elin tan
débil como una nube, abrazó a Marcelo mientras este masticaba un pan con dulce
de queso, le susurró a su costado un ligero nombre, Angela.
Sin entender nada abrió los ojos
con sorpresa y preguntó a qué iba aquella palabra, Elin no supo explicar,
simplemente relató otro de sus sueños.
Insistía en que volvía a vivir la
experiencia de aquella tarde de hace ya diez años atrás en la biblioteca, de
cómo fue raptada por una sombra negra que la terminó por encerrar en un
laberinto que jugaba con los paisajes del edificio de la biblioteca, de cómo el
negro del universo le arrastraba en dirección a una voz distorsionada, y allí
por un instante pudo verla a ella, a una joven con apariencia latina, con cara
de susto, gritando en un idioma que por supuesto no era el suyo y allí en el
ahogo de la nada, en su mente apareció Ángela.
Marcelo no tomó por burla el
relato de esa nueva pesadilla, incluso la guardó en su memoria para poder darle
otra narrativa en su ahora oficio de escritor. Estaba considerando seriamente
participar en el concurso de cuento corto de la universidad.
Al terminar de desayunar se
arregló con un elegante abrigo de paño, un sombrero y unas gafas oscuras de
sol. Salió a caminar dirigiéndose a la facultad, era jueves y ese día siempre
había muestra de pastelería en la entrada de la universidad, una actividad de
los universitarios del momento.
Se detuvo a comer un pan dulce, mientras
lo masticaba disfrutaba de los grises cielos de temporada, siempre con amenaza
de lluvia. Se quedó distraído observando una nube deforme, como si midiera la
distancia entre esta y la tierra, poco a poco sus pensamientos se fueron
esparciendo en un sin número de recuerdos, desde las frías mañanas de Texas,
hasta las calurosas clases de ingeniería en Bucaramanga, recordó por demás a su
compañero Thomas con quien ya mas de cinco años que no se hablaba.
Perdido en sus ideas volvió en sí
y sacudió la cabeza como si se quisiera quitar de encima alguna suciedad.
Siguió caminando hasta la sala de
profesores donde el Decano de Ingeniería le esperaba, a su lado un joven
becario estaba con la mirada baja, quizás algo de pena o incomodidad.
Marcelo saludo a los dos
caballeros, en respuesta el Decano le presentó al estudiante recién llegado de
Colombia. Le pidió encarecidamente que le apadrinara, apoyando además en su investigación
Doctoral, pues sería de gran ayuda para todos que un colombiano apoyase a otro
colombiano.
Sin negarse a la designación
Marcelo retomó algunas palabras en español, un idioma que llevaba más de diez
años sin pronunciar.
Aquella mañana de agosto de 1981 Marcelo daba la bienvenida a Humberto Valdivia Solano, un joven becario que veinte años más tarde, sería pues el director de proyecto de grado de Ángela.
AV.



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