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IX.
Desistió de la idea de estudiar un Doctorado en Aeronáutica, de seguro era algo demasiado exigente para una pobre plebeya como ella, o así se sentía ante la noticia de la no aprobación. Con la frustración del caso dedicó su tiempo al trabajo, sugirió de hecho a su empleador la posibilidad de irse a vivir a Alemania y buscar algún cargo en ascenso, con la opción de estudiar allá algún programa de posgrado.
La empresa tampoco dio viabilidad a la petición y
en ello Ángela comenzaba a sentirse emocionalmente derrotada, sus planes de
vida se estaban desmoronando, como si el universo mismo fuera su enemigo.
Por recomendación de su madre espero hasta el año
siguiente para intentar de nuevo, quizás estudiando con antelación podría
mejorar en matemáticas y superar la prueba de admisión. Volvió a fallar,
incluso con un resultado peor que el año anterior.
Sentada en el borde de la cama observaba el espejo
que tenía en la pared, se miraba a sí misma como un bulto de carne y huesos que
no servía para nada, quería renunciar a todo y devolverse a casa de su madre
para que le diera un abrazo.
Estuvo encerrada, ensimismada y cumpliendo con lo
mínimo en sus labores remotas con la empresa de Alemania.
Humberto siguió conversando con Marcelo de las
pesadillas que año tras año le acosaban, al igual que Elin, las pesadillas le
visitaban cada vez con más frecuencia, quizás como un ciclo que debiese heredar
después de la tragedia de su esposa, quien falleció en medio de un sueño.
Esa mañana de septiembre se encontraron en el norte
de la ciudad, en un centro comercial por los alrededores de Usaquén. Conversaron
como siempre lo hacían, con un café o un Té y en ocasiones, acompañados de una
porción de torta.
Marcelo comenzó a explicar que soñó con un extraño
recorrido, caminaba desorientado en pasillos de un edificio viejo, parecido a
los de la universidad de Texas donde estudió en aquellos años cincuenta. Las
paredes del edificio se doblaban como una hoja de cuaderno y detrás de estas
una luz de muchos colores se asomaba. Humberto, siempre escuchando a su amigo, preguntaba
detalles, daba opiniones y en ocasiones, bromeaba.
Se levantó a comprar otro café y una almojábana,
caminó unos metros en dirección al mostrador de la tienda, allí se encontró con
Ángela Inés, su aprendiz de ingeniería. Además de saludarla, la abrazó con la
ternura que siempre le tuvo desde el aula de clase. Hablaron ligeramente de
temas varios, como el trabajo, el tiempo libre y la familia; Humberto notó en Ángela
un halo de frustración que dominaba por completo su semblante, así que le
preguntó entre tantas cosas, por el proyecto de la beca.
Con una voz triste y las manos cruzadas elevó su
mirada al cielo mientras explicaba a su maestro del fracaso que tuvo con el
segundo intento. Humberto en su sabiduría no permitió que Ángela se derrumbara
en su dolor, así que le interrumpió con unas palabras de aliento invitándole a
volver a presentarse a la Beca.
Ángela con incredulidad miró fijamente a su profesor,
trató de entender cada sugerencia y con un vacilante “gracias” concluyó, le abrazó y se retiró no sin antes proponerle
al profesor Humberto invitarle el café que iba a comprar. Él negándose a
recibir la invitación soltó la idea de que Ángela fuera a la facultad y se
preparara con el apoyo de su maestro, el profesor Marcelo, propuesta que fue
aceptada con algo de duda.
Al volver a la mesa, Humberto dio una palmada en el
hombro a Marcelo y le habló de Ángela, dando un resumen de su lamentable pérdida
de los exámenes de admisión, pidió que le apoyara con una mentoría, podría ser
en la oficina de él o en la biblioteca. Con el dedo índice señaló a lo lejos
para que Marcelo la viera, allá a la distancia saliendo del centro comercial
estaba Ángela caminando con su cabello suelto, Marcelo abrió los ojos con
sorpresa, se giró y con tono de voz fuerte le explicó a Humberto que ella se
parecía mucho a una de las mujeres que veía en sus sueños.
- Te va a
encantar, sin duda.
Replicó Humberto.
Después de varias semanas conoció al profesor
Marcelo Bakker, con quien recibió asesorías en matemáticas avanzadas, algunas en
física y modelamiento cuántico. Le costaba trabajo aprender, su estado de ánimo
quizás afectaba su concentración, motivo por el cual decidió estudiar en un
cubículo que pidió prestado en la biblioteca de la universidad. Allí en
ocasiones, el profesor Marcelo le daba las tutorías.
Finalizando noviembre, Marcelo entregó a Ángela varios
libros para que estudiara a profundidad series matemáticas, ella con el juicio
que la rabia le concentraba, se quedó en la biblioteca para estudiar. Marcelo se
acercó para despedirse, quedándose perplejo por un momento. Ver a Ángela
sentada estudiante le hizo recordar aquella ocasión que estudiaba en compañía
de Elin, en la biblioteca de la Universidad de Delft.
Al salir sintió un ligero frío que le abrazaba, una
sensación de abandono que le hacía extrañar su juventud en Texas, sus tiempos
de enamoramiento en Roterdam.
Salió directo a su apartamento, sobre la avenida
19, quería sentarse en la ventana a observar los cerros tutelares con un vaso
de whisky en la mano.
A la mañana siguiente recibió una llamada en su teléfono móvil, con extrañeza contestó.
- ¿Sabes algo de Ángela? Le preguntó Humberto con algo de miedo.
- Nada. Respondió.
- Encontraron su bolso tirado en la biblioteca, y nadie da información de que haya salido anoche. Está desaparecida.
Explicó Humberto, cada vez más alterado.
Marcelo se sentó en el sillón de su sala de estar, posó sus manos sobre las piernas y como quien eleva una plegaria, pronunció unas leves palabras, que, emergiendo con la suavidad de una ola, golpearon su memoria:
- Está en un lugar oscuro, lleno
de estrellas.
Las pronunció mientras recordaba a su difunta
esposa y quizás allí, en ese recuerdo, entendió el insistente miedo que cada
pesadilla traía consigo.
Durante toda la semana hubo mensajes entre
familiares y funcionarios de la universidad, Marcelo acompañando el proceso
explicaba reiteradas veces que la estaba asesorando para aplicar a una beca en Estados
Unidos, por eso tenían un cubículo reservado y por esa misma razón, ella tenía
libros que eran de su propiedad. Presentó evidencias de todo lo que estaban
realizando, pero no lograba convencer a la policía e investigadores de su
inocencia, algunos sugerían que él la había engañado para llevarla a alguna
parte y desaparecerla.
Por más descabellada que fuera la acusación, no era
legible ver cómo un señor de avanzada edad fuese capaz de cargar con una mujer de
mediana edad, en especial por la contextura física de ambos.
Estaba sentado esperando afuera de la oficina de
Decanatura, aburrido y con mucho temor por todo o que se le acusaba. Humberto llegó
para darle paz y el aliento que un buen amigo merece.
Cerró los ojos y posó su cabeza contra la pared a
su espalda, allí sentado comenzó a sentir nuevamente un cosquilleo en los
brazos y una ráfaga de aire frío, como si lo abrazara.
Abrió los ojos y notó que estaba en una bóveda
oscura, todo era negro a su alrededor y muchas voces, como un bullicio
entonaban su nombre.
Voces distorsionadas, algunos focos de luces de
colores aparecían y desaparecían. Estaba desorientado.
Humberto volteó a mirar a su amigo y maestro,
encontrándolo con los ojos cerrados y los brazos cruzados, recostado contra la
pared. Lo llamó para entrar a la decanatura, pero este no le respondió,
insistió en reiteradas ocasiones, hasta notar que su amigo, su maestro ya no
estaba en este mundo.
Soltó una lágrima con un gemido inconsolable, le
apretó las manos y con la abnegación de un santo, susurró palabras de despedida.
Detrás suyo la secretaria de la decanatura se acercó, con un grito de sorpresa
corrió a su escritorio para llamar una ambulancia.
Humberto observando todo, simplemente señaló que ya
era demasiado tarde, su amigo ya no estaba presente.
Está en un lugar oscuro y lejano.
FIN.
AV.



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