Me hacía falta una descarga de lado oscuro, una tragedia echa maldad, esa necesidad de descargar al cielo todos los infiernos que se llevan en el estado del alma, esas caricias de lija con las que nos cuestionamos el estado de letargo con el que nos balanceamos en la coma mientras se lucha contra una almohada sin consejos. Como un gigante herido caminamos en el bosque buscando culpables que no existen, sensaciones vacías que alimentamos con esperanzas baldías, muertes y heridas que se cubren con el hedor de un almuerzo.
Había faltado a mi propio respeto el dejarme olvidar de esa esencia que me hace único, me entregué en palabras dulces a momentos taciturnos, repletos de alegría y fanfarria, deseaba estar y no estar, ahora, con el hacha en la mano es que evalúo esas caídas sin memoria en las que recupero la fuerza nocturna. Muchas indecisiones permanecen en la nostalgia de un trabajo mal elaborado, muchos deseos se esparcen por el lodo de una habitación amoblada con ansiosas reparticiones de consejos, inclusive devengamos amor en una taza de café o quizás en un cigarrillo regalado.
Reviviendo esa banda sonora que me custodiaba años atrás, recuperando esos artistas que perdí en el gusto musical doy cuenta de la capacidad de herir que había dejado tiempo atrás. Decaído y con insomnio moral dejo en la infamia esa brisa fresca que alienta a los desesperados, melódicas canciones bajo el poder de la electricidad iluminan esas ideas sueltas que abandonamos en algún bar o en los traicioneros labios de una musa de turno, herido y con el ego en estado de letargo se disipa mi necesidad de ser y estar y paso a coagular los regaños de mis amistades en copas de licor, licor para olvidar, licor para odiar, licor para querer, licor para amar, licor para amarrar, licor para matar.
Reprochando mis sentimientos y mis alucinaciones es que encuentro en ellos los caminos de la noticia no escuchada, vivo para mortificar a aquellos que ven en la silueta de una nube un motivo para vivir, o los que en un poema dulce y chileno integran al amor con el odio, al despecho con la vida, ¡Gran pajazo mental! , si quiera la vida está dispuesta a dejarse quitar del camino pero no a mezclarse en letras y líricas sacadas de una escopeta.
Esa banda sonora que regresa a nuestros oídos en esos momentos en los que se les necesita es muestra de lo miserable pero a su vez importante que es nuestro carácter citadino, forjado con las más sangrientas o sudorosas experiencias de la memoria, donde habita el caos y el perdón, donde se dignifica una palabra por medio de caricias o besos mundanos, esa realidad que hasta el mismo concilio de Trento no pudo explicar en el tratado de la palabra sagrada, esa realidad que hasta el más tradicionalista o existencialista de los poetas no pudo revelar pero que siempre quiso expresar en sus letanías pasajeras, una que otra quedó para la historia, pero quedó en evidencia que nacieron y se dijeron en el siglo equivocado, aquella maldición de los intelectuales de apoderarse del tiempo que no les pertenece.
Letras cargadas de energía pura y rencorosa, dispuestas a exorcizarse en la memoria de esos lectores desprevenidos, atentos al misterio de su propia sombra, lejanos a mis deseos a la hora de redactar mi emocionante dolor, dolor que no se cura con segundas oportunidades o terceros consejeros, sólo el duelo interno es el que sabe cómo y cuándo dejarse seducir por la sabiduría popular.
Toda una Letanía de la Cotidianidad.
AV.
Había faltado a mi propio respeto el dejarme olvidar de esa esencia que me hace único, me entregué en palabras dulces a momentos taciturnos, repletos de alegría y fanfarria, deseaba estar y no estar, ahora, con el hacha en la mano es que evalúo esas caídas sin memoria en las que recupero la fuerza nocturna. Muchas indecisiones permanecen en la nostalgia de un trabajo mal elaborado, muchos deseos se esparcen por el lodo de una habitación amoblada con ansiosas reparticiones de consejos, inclusive devengamos amor en una taza de café o quizás en un cigarrillo regalado.
Reviviendo esa banda sonora que me custodiaba años atrás, recuperando esos artistas que perdí en el gusto musical doy cuenta de la capacidad de herir que había dejado tiempo atrás. Decaído y con insomnio moral dejo en la infamia esa brisa fresca que alienta a los desesperados, melódicas canciones bajo el poder de la electricidad iluminan esas ideas sueltas que abandonamos en algún bar o en los traicioneros labios de una musa de turno, herido y con el ego en estado de letargo se disipa mi necesidad de ser y estar y paso a coagular los regaños de mis amistades en copas de licor, licor para olvidar, licor para odiar, licor para querer, licor para amar, licor para amarrar, licor para matar.
Reprochando mis sentimientos y mis alucinaciones es que encuentro en ellos los caminos de la noticia no escuchada, vivo para mortificar a aquellos que ven en la silueta de una nube un motivo para vivir, o los que en un poema dulce y chileno integran al amor con el odio, al despecho con la vida, ¡Gran pajazo mental! , si quiera la vida está dispuesta a dejarse quitar del camino pero no a mezclarse en letras y líricas sacadas de una escopeta.
Esa banda sonora que regresa a nuestros oídos en esos momentos en los que se les necesita es muestra de lo miserable pero a su vez importante que es nuestro carácter citadino, forjado con las más sangrientas o sudorosas experiencias de la memoria, donde habita el caos y el perdón, donde se dignifica una palabra por medio de caricias o besos mundanos, esa realidad que hasta el mismo concilio de Trento no pudo explicar en el tratado de la palabra sagrada, esa realidad que hasta el más tradicionalista o existencialista de los poetas no pudo revelar pero que siempre quiso expresar en sus letanías pasajeras, una que otra quedó para la historia, pero quedó en evidencia que nacieron y se dijeron en el siglo equivocado, aquella maldición de los intelectuales de apoderarse del tiempo que no les pertenece.
Letras cargadas de energía pura y rencorosa, dispuestas a exorcizarse en la memoria de esos lectores desprevenidos, atentos al misterio de su propia sombra, lejanos a mis deseos a la hora de redactar mi emocionante dolor, dolor que no se cura con segundas oportunidades o terceros consejeros, sólo el duelo interno es el que sabe cómo y cuándo dejarse seducir por la sabiduría popular.
Toda una Letanía de la Cotidianidad.
AV.
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