25 de mayo de 2009

Desasosiego



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En los últimos encuentros he dejado entrever palabras cargadas de cinismo y quizás de desesperación, tolerar al imbécil por su condición de imbécil quizás sea un acto pecaminoso y poco honorable. Saludar con sentimientos encontrados, dejarnos escapar en actos negros, en bochornosos vicios. Odio escribir así.


No me agrada escribir de mal genio, a veces tiendo a reiterar palabras y caer en errores ´de mecanografía como saltarme una letra o escribir la vocal equivocada, errores que obligan a borrar y retroceder, esta actividad tan sencilla suele ubicarme en un desespero de noches sin insomnio o luces sin sombra, en un malestar general en el interior de mi resistencia ciudadana, en mi deseo de escapar de la urbe que ya no me urge, de ese divorcio ciudadano que se comienza a tejer en amores que no existen.


Desesperar mi bebida, agotar en el cansancio mis proverbios de belleza, pensar en mi ex novia con el tedio que me aparta recordarla. Odiar a los cobardes que prefieren ya no continuar batallas inexistentes, encender contra la tecnología mis errores, humillar en la gastronomía mi ira, depender de la voluntad de otros, redactar relaciones profesionales con la misma tinta con que se firman deudas y se promueven campañas, resistirnos en la ansiedad del error.


Mayo se encuentra en su etapa final, siento poco a poco su retiro como un dolor indescriptible, elocuente y sensato, como el efecto de la droga que se va, esa anestesia que nos quita el acceso a mundos paralelos, la gravedad crece y se siente como se baja de acuerdo a nuestro sufrimiento. Un mes que termina por dibujar puertas en murales urbanos, en la fatalidad del exterior.


Quiero redimirme a esos errores del pasado y comenzar a dudar de las expectativas del presente, me encuentro en una posición de ataque-defensa, no pretendo beber del insomnio de otros, tampoco tratarse de valerse por uno mismo cuando se sabe que nuestro pellejo está en la parrilla del prójimo, querernos escaparnos y no ubicarnos en quehaceres cotidianos, en rincones de habitaciones hoteleras dejamos postrada nuestra sombra con una mirada expectante que rebota en el techo, escapar está permitido, vivir es lo divertido.


El ritmo de la ciudad crece con un desdén de melancolía insensata, escuchar mencionar el nombre de personas de mi cotidianidad puede llegar a ser nocivo para mi tranquilidad, pero tranquilidad de mi desespero sólo existe café y azúcar.


Querer acariciar la ternura con el dolor de la ciudad, la cotidianidad comienza por enamorarse de nuestras estrategias, inclusive cuando estas fallan, le damos al corazón un billete para enloquecer en el delirio de otras amistades.


Estoy cansado.


AV

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