30 de diciembre de 2010

Discreta Soledad





Hace dos noches conocí a Miriam, una anciana vecina especial. Físicamente se ve joven y alentada, de ojos claros y con la energía paisa que caracteriza a los de su tierra. De todo el “vecindario” es la única amiga de mi abuela, palabras de ésta. Mi abuela la defiende y le quiere como alguien de su misma sangre, ambas, llenas de edad, de experiencia y virtudes disfrutan mutuamente de su compañía, de esa paciente empresa de querer a alguien que no es de nuestra obligatoria estirpe.

Miriam es my especial, ya lo mencioné. Vive en un apartamento mucho más pequeño que el de mi abuela, así que ya se imaginarán la magnitud del espacio. De un solo ambiente, se descubre una cama en la pared de lado izquierdo, sobre la pared del lado derecho se divisa la cocineta y una pequeña mesa que bordea el espacio de la nevera. En los laterales se encuentra cada puerta de entrada y salida del apartamento, la principal y la que dirige al jardín externo. Las paredes se hallan en exceso de decoración con artesanías y artilugios propios de Colombia. En síntesis, es un escenario lleno de nostalgia, donde la soledad se decora con el pálido de las blancas paredes y el estrecho del recuerdo, de un ambiente que grita soledad, que grita compañía y querer.

Este vecindario es especialmente para personas mayores (ancianos) y muchas de ellas se hallan en total soledad. Algunas han sido abandonadas por sus hijos, otras han perdido o no se tienen referencias de su familia, algunas viven en tranquilidad y disfrutan de la visita de sus hijos, nietos y quizás, hasta bisnietos. Toda la variedad del caso se reúne y en el más simpático sentido de la justicia divina, cada quién vive con la soledad que se merece.

Matrimonios de ancianos que viven en felicidad esperando su último minuto, o de solteros o viudos que no alcanzaron la paz familiar y en la más miserable de la soledad se encuentran esperando la santa compañía de un ángel que los libere o de un demonio que les condene.

Observar a Miriam y reflejar a mis abuelos, me cuestiono en sobredosis de melancolía lo que será ese último arriendo que pagaremos en la vida. Cada quien vive su soledad a su modo, hasta en la más joven de todas las generaciones. Con aquel recuadro, reforcé mi pensamiento sobre el sentimiento que me aprisiona y me incomoda. Esa necesidad de querer salir alguna parte, de negar todo aquello que se vive y de manera hipócrita gritar compañía y resguardo. Pero es en esto que escribimos lo que nos significa recibir un nuevo año o un nuevo día.

Dejar pasar los momentos del calendario en una copa de vino y en los descuidos de la vida, suplicar perdón por aquellos a los que dejamos, los que abandonamos en silencio o a los que no pudimos despedir.

Aprender a valorar lo que no nos pertenece, darle a la vida un abrazo de gratitud y esperar a llegar algún puerto seguro. Dejar a los que queremos el querer que les pertenece, agradecer a la vida uno a uno los labios que hemos besado y los cuerpos que hemos abrazado, las manos que hemos estrechado y los saludos que hemos considerado, dejarnos suspender en un sueño compartido y más precario que la soledad de los últimos días, sea, la compañía del final de cada año, mes y día.

Miriam vive tranquila aun en su soledad y ello es de admirar, feliz de disfrutar de su compañía casual y sus visitas intermitentes. Con la conciencia de los años vividos y la nostalgia de los días pasados sonríe llena de vida con conocimiento de causa que inicia nuevo año y llegan nuevas experiencias. Preparando el ágape y haciendo inventario de las botellas de licor y las porciones de comida para servir, se olvida de la decoración de sus paredes y del frío de su jardín.

Una soledad que se hace Precaria según el recetario de cada quien.

AV

No hay comentarios.: