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Todos tenemos canciones y secretos que de cierto
modo nos identifican, sea su melodía, sea su letra, sea la experiencia vivida
como banda sonora con dicha canción. Todos tenemos un lado salvaje y un lado
cursi, inclusive vivimos de las apariencias que el sol de los días nos exige,
somos guerreros, soldados, somos monaguillos o poetas, somos delincuentes y
hasta podríamos ser patriotas, en todos los roles, buenos y malos, sentimos que
una parte de nosotros se eleva de piel para afuera, dejamos un poco de nuestra
historia, reconfiguramos nuestra identidad, o quizás, la alineamos.
Canciones como todas las que hemos escuchado en
nuestros años de vida, algunas para enamorarnos, otras para desprendernos de
nuestra humanidad y sufrir por el dolor de una amor, canciones que nos llevan
al éxtasis de la noche y nos hacen brincar y cantar a grito herido, canciones
que nos transportan a otros tiempos y nos acercan a familiares y amigos,
canciones que intentan dar sentido a nuestra soledad, canciones para todo,
hasta para morir.
No somos perfectos y es en este apartado donde
comienzo a hablar en primera persona, porque ya esto no permite que haya daño a
terceros, ya se me impregna un inviable y fuerte latir en mi corazón, hace que
mi sinergia sea desbaratada por lo más mundano que la soledad nos pueda
impregnar: Tener canciones, libros, películas e inclusive placeres culposos que
no solemos compartir con nadie, porque precisamente, por la culpa, nace de
nosotros una vergüenza que no sabemos dominar.
De joven, es decir, desde pelao´ escuché por
accidente en una emisora local esta canción y claro, quedé flechado. NO sabía si era
la voz de Laura, la poesía de la misma o la melodía irreconciliable del
teclado, una melodía que lo ubicaba a uno en lo popular, como si la cura del
Cáncer dependiera de ello.
Pasaron los años y uno siempre tiene fe que el
error sea un mero descuido de la pubertad, pero no. La vida es traicionera y
peor cuando sus cachorros están aun a la expectativa de un mundo mejor tal como
lo es mi caso en particular. Estaba más mayorcito y nuevamente, en una ruta de
Bus municipal sonaba la radio a un alto volumen, comenzó a sonar la canción y
como cualquier descuido del universo comencé a mover los pies al ritmo de la “agresiva”
batería (?). Estaba rendido a sus pies, miraba el gris paisaje de una ciudad
intermedia con Laura Pausini como banda sonora.
Años más tarde volvía a escuchar la canción y
claro, ya resignado a mi inexplicable e inviable gusto musical decidí
aprenderme la letra para poder comprender qué ocurría, pero oh sorpresa la mía,
cuando descubrí que me sabía la letra de la canción al derecho y de revés, como
si estuviese impregnada en mis genes, como si los dioses del Olimpo la ubicaran
como castigo divino por los errores de Prometeo o qué se yo, hasta el mismo
azar pudo haber sido el culpable.
Es recurrente en este tipo de confrontaciones que
uno siempre termina perdiendo la razón, así como definimos que nuestro jugo
tropical favorito es el de naranja o mango, definimos nuestros gustos
musicales, pero también escondemos nuestras excentricidades fisiológicas como
mecanismo de defensa, intentamos ser correctos, pero ¡Zas!, suena esa canción
de Laura Pausini y la cordura desaparece, la edad no me lo perdona, de hecho
creería que con cada sonata y mientras transcurren los casi 4 minutos que dura
la melodiosa poesía (?) presiento que mi cuerpo comienza a ovular, empiezo a
sentir los dolores del mes, casi hasta vería la necesidad de protegerme con
delicadas toallas higiénicas, por aquello de miedo a hacer reguero.
No creo en las coincidencias ni mucho menos en los
descuidos, se que el universo se ha encargado de forjarme con el cosmos de las
estrellas, me ha dotado de una identidad y una fuerza de voluntad
inquebrantable, de valores civiles y de sensatos sentimientos, pero justa la
vida como ella sola, ha abatido mis defectos con pequeñas dosis de
inexplicables gustos y formas de pensar. No es que desconfíe de mi inteligencia
o que dude de mis capacidades en cuanto al tema de la identidad se refiera, es
quizás, que dudo de las intenciones de dios, del universo, del mismísimo Zeus,
dudaría de hecho, hasta de la misma voluntad de las hadas.
Es inconcebible sentir este amor y gusto por una
canción que hace de mi feminidad un juego de mesa, como si me saliera vagina,
como si empezara a ovular con la necesidad de encadenarme en noches de locura.
A final de cuentas, es mi manera de enfrentarme a
la vida, a esa compleja distracción que tenemos por vida, por identidad. Sin
poder negarlo y disfrutando al máximo mis defectos y afectos, continúo
cuestionando mi razón de ser, mis desacuerdos.
Se fue.
AV
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