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Hay personas que en los bolsillos llevan tanta
soledad que pareciese que perdieran la vida de a poco en poco, como si la
confusión los dejará atrás, en medio del olvido, seres que intentan de manera
desesperada llamar la atención para lograr algo de valor, quizás, su mismo
nombre sea algo que requiera de valor.
Vivimos de recuerdos, es normal, vivimos
construyendo el presente con canciones o libros, con juegos y fotografías, con
salidas a paseos donde todo se resume en la identidad de lo que pedimos, en
ello en lo que nos esforzamos para lograr una apasionada manera de vivir, sea
con nuestros amigos, con nuestros familiares o con esos amores que cada etapa
de la vida van apostando por la eternidad.
No podemos permitirnos olvidar lo que nos ayudó a
crecer como personas, pero jamás debemos aceptar la condena del sufrimiento o
la deuda de seguir apegados a un recuerdo, como si esa fuera la medicina de
nuestros tiempos modernos. Debemos alejarnos con distancias globales de eso que
nos aferra al pasado, debemos por todos los cielos, ser una marea alta que
esquiva y derrumba todo a su paso, conservando la sensibilidad del agua pero
con la fuerza de la vida, ese perentorio deseo y obligación de seguir adelante.
Hay personas que llevan en sus corazones tanta
soledad, que cuando conocen a alguien especial, más que amarle, le condenan a
estar en su compañía, quizás, como medida desesperada llegan a jurarle amor
eterno a cambio de estabilidad. Personajes que su autoestima es volátil, está
exenta de carácter, personalidades divididas que buscan en su pareja un ancla
para su sufrimiento, un anclaje que luego de la ruptura termina convirtiéndose
en odio, como si odiar fuera la salida o la huella.
Somos seres de costumbres, de miedos, de emociones
débiles. Caemos ante la ternura de un cachorro o ante la maravilla de un
paisaje rural, nos dejamos vencer ante el orgullo de terceros o por comentarios
elitistas de las masas que no convidamos. Preferimos dejarlo todo y juzgar a
esos que hicieron parte de nuestra memoria, como si esa fuera la solución, como
si eso llenara nuestros bolsillos de compañía, como si eso ayudara a espantar
la soledad.
Mi consejo es pues, aprender a desprenderse de eso
que nos dejaron los personajes de historias pasadas, así como los libros,
aprender a que allí, en el estante de la biblioteca de la memoria, continúa esa
tarde, esas palabras o esas canciones que aquel o aquella vivieron en nuestra
compañía, que fueron armonía y sístole, que fueron merienda y hambre, aprender
a que en este presente esos sucesos ya no están y que los sentimientos que
recaudamos al día-día, se conservan allí, estáticos en la memoria. No tiene por
qué entrar a lo que hoy la vida nos brinda, eso amigos, eso es testarudez.
Somos transeúntes por casualidades de la vida.
AV
1 comentario:
Ojalá y alguna persona pudiera vivir de verdad de meriendas y armonías, que pudieran construirse más faros y menos abismos, sin embargo, las personas parecen alimentarse más de nostalgias y pesares, que de alegrías y canciones, eso, más que testarudez, es estupidez... ni modo...
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