Imagen tomada de: https://japanobjects.com/features/cat-paintings
“Revelers Return from the Tori no Machi Festival” by
Utagawa Hiroshige
Bien lo señalaba alguna vez la canción popular chilena en sus letras:
“Dejaste libre esa pasión reprimida
y el brillo de tus ojos se apagó,
Llegaste al límite en que mueren los sueños,
el lado oscuro de tu corazón”
Y es que es bien sabido que hay momentos de la vida en que cerramos las intenciones a cualquier proyecto de futuro deseable, dejamos de lado los sueños que nos hicieron jóvenes, para enfocarnos en los retos que nos convierten en adultos.
Hay ojos, eternos y bellos, cargados
de mucha esperanza que a los tiempos de hoy encontramos en silencio, perdidos,
apagados. Como si el cansancio de quienes abundan en sonrisas fuese marchito,
como los pasos de quienes cargaron todo en la espalda.
Ojos que en su ejercicio cotidiano
dieron miradas de apoyo a todo aquel que les suplicara algo de ternura, miradas
vacías que se fueron desprendiendo de la humanidad misma del adolescente
entusiasta.
Tenemos a nuestro alrededor
personajes que no comprenden el esfuerzo que implica ir más allá del deseo,
entablar un futuro deseable en medio de conversaciones existenciales, sabe a
bien que el aguacate es un fruto y el amor una idea que espera volverse fruto.
Quizás muchos aman por primera vez
como el accidente mismo de sentir la vida recorrer el cuerpo, tal cual una autopista
de buenas intenciones. A la segunda vez, puedan sentirse acongojados en el
error de las palabras dichas, de saberse alegre ante un afecto abstracto.
Insistimos en seguir buscando, en
dar oportunidades, en declararnos amigos de lo insufrible, de un inmarcesible
conjunto de palabras que quieren ser leídas, escuchadas, abrazadas por quien suspiran
los mismos silencios.
Un límite en donde los poetas
suelen hacer pausas para no escribir palabras que comprometan al arte mismo de
no entender.
Un límite en donde los pintores
rebuscan colores, para dibujar la mirada de unos ojos cansados de vivir,
agobiados quizás, de tanto esfuerzo por amar.
Hay límites que humanamente
diseñamos para que nadie comprenda el dolor que la bestia siente ante el
rechazo y la soledad.
¿Acaso hemos fallado en el instinto
terrenal de querer entregar todo lo humanamente aceptado?
No hay deseo que se pueda romper
sin consentimiento. La palabra dicha, el beso dado, las manos que se acarician
y las ideas que se estancan ante una fuerza inimaginable llamada “ardor”. Deseo
que no es consecuente ni pertinente, nada que se pueda construir en soledad,
porque a este mundo hemos llegado a convivir, a pesar.
Algunos le llaman amor a ese
entrañable ejercicio de la cotidianidad de otros, de convivir tanto tiempo en
compañía, que las miradas empiezan a notarse cálidas, en pausa.
El límite humano de podernos encontrar otra vez, de estar
en silencio mientras se entiende todo lo que emerge bajo la piel.
Bien tenía razón aquella agrupación chilena, cuando en
una canción nos quiso recordar que el amor es algo más que un simple sonsonete
noventero.
Es un límite.
AV.
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