5 de septiembre de 2010

Silencios de la Conciencia


Imagen Tomada de: http://transparentthings.wordpress.com/2008/07/23/petit-dejeuner-sur-lherbe/

Petit déjeuner sur l’herbe

"a feral cat has just been served his breakfast in a little urban park in the centre of florentin, an old neighbourhood of tel aviv."

Vivir con la conciencia tranquila es similar a cuidar nuestra infancia con soledades del presente, desdibujarnos en la piel y hablarle al amor de nuestra vida solo con miradas y a punta de canciones. Amores que pasan y se quedan, que cambian de nombre, de tinte de cabello, de tono de voz, amores que se rejuvenecen o envejecen, amores que se aman o se descuidan, amores que llegan para amarnos o para robarnos, amores que queremos cuidar y admirar.

En algún extraño rincón de la conciencia las voces del pasado han comenzado a murmurar lágrimas que canciones de antaño no han podido superar, noches que en el mar o en el páramo se dan por igual de incómodas cuando los besos que rogamos hace mucho han sido borrados en una dieta de fe.

Lamentarnos o no, reconstruirnos y representarnos en otras labores, en silencios amargos o en dulces condenas que la edad se ha encargado de marinar. Caminatas bajo la lluvia y reflejos de vida en videos de artistas famosos, todo, inclusive el olvido y el descuido, retornan en un abrazo que el otro ha decidido rechazar.

Desde ahora no se trata de querer impregnarnos de ocupaciones y admirar oficios que otros ya han ejercido en tiempos pasados, ni siquiera suprimir musas con tal de hallar páginas dispuestas a ser escritas, ni mujeres que sepan darnos la explicación acertada de la situación de este mundo.

Es un acto literario quizás, o un mero descuido filosófico; pretender comprender nuestra naturaleza humana y darle sentido a cada frase que emitimos siempre termina siendo perjudicial para nuestra salud mental, nos retractamos de palabras dichas y nos arrepentimos del beso negado. Nublamos nuestra memoria de esos actos de lealtad mal administrados y sumergimos en la memoria esos esfuerzos del pasado por querer construir un presente en grata compañía.

Permitirnos dibujar nuestra vida en la ventanilla de un bus y seguir el trayecto en constantes pensamientos nos da el pincel que buscamos para comenzar a darle color a un juego de acuarelas que hemos dejado regado por la calle. Allí, solos, sentados en posición de inconformismo es el lugar ideal para encontrarnos, para perdernos de nosotros mismos y cuestionar los pequeños misterios y baches de la vida. En completo silencio, sin música, sin musa, sin presente; Cansado de observar destellos de vida en callejones de papel, caminante de preguntas y exiliado de amigos.

Cada trayecto que tomamos en el transporte público nos regala en la ventanilla un sensato y escurridizo modo de comprender nuestros arrepentimientos, quizás con un tono melancólico, desdichado, nostálgico. Mucho silencio para ser verdad en un reducido espacio de reflexión.

Ver las gotas chocar contra la ventana, o dibujar ininteligibles figuras en el empañado vidrio de una tarde de reflexión, jugar a adivinar recuerdos y perdernos en la memoria de un centro desplazado por nuestra propia cordura. Siempre queremos dejar de lado ese amargo ejercicio de reflexionar, preferimos la contemplación, admiramos la sutileza de la vida para regañarnos, nos arrinconamos en un vocabulario coloquial, nos tele - transportamos de un lugar a otro, inclusive, nos enamoramos de un día a otro.

Nada más doloroso que necesitar un abrazo con urgencia y darse cuenta de que no hay nadie que lo pueda brindar, o reconocer en esos silencios existenciales que nuestro presente está enlodado en los principios de la nada, y que la soledad es un estado del alma que se destruye con compañías que no quieren dejarse acompañar.

Aquellos silencios que desde la más inexplicable de las reflexiones o el más incongruente de los poemas se llenan de ansiedad y nos sacuden con un par de lágrimas y una llamada inesperada, o en el caso más aterrador, una visita inesperada.

Aquellos silencios de la cotidianidad.

AV

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