26 de noviembre de 2010

Carvajal



Lo conocí por descuido del universo, sentados en un muro cualquiera de una universidad, cabello largo y revoluciones por doquier. Muchos sueños en cada mano, formularios firmados y entrevistas concedidas. Con una hoja de color amarillo se firmaba el ingreso a aquel claustro de educación superior, a un nuevo horario de cotidianidades y murmullos. Sus sueños de cine se evidenciaban en un ejercicio melodramático, un castigo propio para justificar las ficciones de la televisión en los desaires de la realidad.

Inquieto como él solo, lleno de vitalidad, de errores, de aprendizajes, lleno de mundo y de universos paralelos. Radiohead simbolizaba mejor que nada su amor por lo propio, y sus gafas de marco ancho no dejarían para la casualidad una cicatriz que le modificaría su modus operandi. De camiseta blanca con estampados artesanales y pantalones anchos, cadena en sus bolsillos y muchas ganas de enamorarse. Fuimos un grupo selecto de amigos, de transeúntes pasajeros en una universidad estacionaria.

Con el paso de los meses, de los años, de esos momentos invisibles fuimos forjando como el ámbar, una relación de afecto sorprendente. Siempre la distancia nos mantuvo unidos, a pesar de vivir en un mismo municipio, siempre las distancias se evidenciaban en metas. Quizás mi autoritarismo y esa testaruda manera de relacionarme con el otro no impedía que fuese comprendidas mis intenciones, él por supuesto, con su terquedad al mejor de los niveles, sabía perfectamente a donde se dirigían mis aseveraciones.

Cumplimos sueños pasajeros, esas esperanzas cortas de fuerza pero que daban importancia a nuestra manera de concebir al mundo. Nos confiamos esos secretos de cuanto amor conquistábamos. Él enamorado de las mujeres alternas, de tatuajes, piercing, cabello negro y tez blanca como la lana virgen. Yo, feliz recordando un pasado que ya no estaba, con mi cabeza en otra ciudad, recordando a un flaca que me había dejado entusiasmado, reviviendo noches de fiesta en un aparta-estudio lejos de mi nuevo hogar. De cierto modo la nostalgia nos unió. Él pensando en sus amores pasados, yo intentando revivir amores pasajeros.

El arte no podía ser excusa, y liderando enfermedades sociales logramos gestar una revolución, pequeña, pero revolucionaria. Siempre mi mejor confidente, pero tal era la distancia de nuestras heridas pasadas, que eran precisamente las cicatrices las que nos recordaban el por qué decidimos ser amigos. Compartíamos la nostalgia de una Bogotá distante, nos entendíamos perfectamente en las noches de vino y cigarros. Recuerdo bien nuestras cajas de vino en las escaleras de un centro comercial del centro de la ciudad, recuerdo bien nuestros primeros diseños, unos afiches de bajo presupuesto pero que daban la motivación necesaria para materializar parte de nuestra revolución: Nos habíamos inventado un Festival de Arte que con el paso de los años, sería visto como el mejor proyecto de una ciudad desesperada por el arte.

El amor cobra caro los errores, quizás porque de falsos amores hemos sido testigos, víctimas quizás, pero soportando los caminos que decidimos tomar, alejamos nuestras reuniones a un cordial saludo por correo, por chat o simplemente por teléfono. Olvidamos en ocasiones nuestros rostros, el brillo de nuestras miradas, pretendiendo no ser los mejores amigos nos dejamos engañar por el mismo hombre. Un personaje que de nada debe a la vida, pero que con sus infantiles reservas, logró rompernos, en diferentes escenarios, el lazo de la confianza. Un mal que llegó por buen camino, porque nos unió de nuevo. Él dejó de ser amigo de aquel infeliz, a mí, ese infeliz me robó la esperanza, pero me devolvió a un viejo amigo que se había refugiado en su talento.

Muchos son los recuerdos, pero también hemos escrito promesas, retos, desafíos que queremos superar para encontrarnos, sea ya en Buenos Aires, en Barcelona, en cualquier café del mundo que nos permita fumarnos un cigarrillo y compartir una botella de brandy, o una vieja caja de vino.

Lo quiero y lo extraño. Pero lo apoyo y lo sigo. Quizás mi liderazgo universitario sirvió de base para despertar en él ese líder que nuestra revolución estudiantil demandaba. Yo me embriagué con el poder y la gestión administrativa. Él se embriagó con el arte y la gestión cultural. Juntos, sinónimo de búsqueda, gestamos pues muchos hijos, algunos de carne y hueso, otros de papel.

Si hay algún hombre que me ha enseñado con su experiencia a comprender el amor y saber lo que significa reamente amar, ha sido él. Sus lecciones no tienen editorial registrada. Pero bien me ha evidenciado la manera como se debe dar la vida por un hijo, o correr detrás de una mujer, o respetar a unos padres y amar incondicionalmente al más ingrato de los familiares, o por supuesto, conservar el mismo brillo por un amigo, tal como ocurrió aquella vez primera en un muro, de una universidad.

Hoy no se trata de Radiohead, ni revoluciones estudiantiles. Quizás ahora nuestras charlas tienen de fondo un Blues, un Jazz, o simplemente unas baladas románticas de los años sesenta. Nuestra revolución ahora es personal, y cada uno libra su propia batalla, siempre con la promesa de unirnos nuevamente en un futuro construido para dar muestra de lo que realmente es el poder de la amistad.

A Él, una botella de Gato Negro por favor. Para mí, una botella de Brandy si es tan amable.

AV

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