20 de noviembre de 2010

Job



Imagen Tomada de: Lonely Cat Toy © By: Sober Chick / Flickr 2007.

Es interesante entender cómo el único lugar donde te sientes más seguro es precisamente aquel lugar donde la soledad es tu único escenario, ese espacio de incomodidad donde tus pensamientos no son evidencia de sueños pasajeros, ese oscuro túnel donde los esfuerzos son simplemente excusas, ese mundo lleno de inquietudes y preguntas, aquel lugar donde sólo buscas estar tranquilo de toda evidencia del mundo conocido.

Regresamos en constantes lamentos al pasado que nos forja el carácter, a esas miles de ocasiones en las que una oración o quizás una súplica es el embudo de la veintena de agresiones que queremos expulsarle al dolor. No es que sean momentos de tristeza o dolor, tampoco es para entender esto como una manera de huir, pueda que sea la mitad de valedero, pero lo realmente importante es ese acto natural de querer volver a nuestro estado de naturaleza, a temerle a todos y no hacer caso a ese contrato social. Refugiarnos en ese miedo a ser agredidos y por medio de la violencia estar preparados a lo peor.

Cometemos en ocasiones actos de cobardía, nos refugiamos en tierras extranjeras, en seudónimos, en sueños, en excusas, retrasamos nuestras labores con el afán de no querer explicar nada. Siempre un no se por respuesta es el reloj de arena que nos avista de una soga templada que nos espera, es un nudo en el estómago que nos da miedo desenredar. Brillamos con luz propia, pero tememos a esa luz cuando nos reflejamos en el espejo, esperamos y esperamos, escribimos, cantamos, dormimos, caminamos, comemos, lloramos. Queremos ser, queremos gritar, queremos ocultarnos en los zapatos de otra vida, queremos equivocarnos para tener un motivo de culpa.

La soledad es un asunto complejo y entiendo a la perfección ese sentimiento tan universal como el amor. No es que busquemos redención ni se trata de ser otros, pero todos sabemos muy bien que es un acto de fe. He visto en muchas miradas esa soledad que se considera compartida, nos sentamos a conversar en la misma mesa y bebiendo del mismo café, pero cada quien se pierde en su universo, se cuestiona en su talento y no da pasos para revelarnos aquello que ocurre.

Me duele observar a mis seres queridos cuestionarse con la constancia de una tormenta, nos preguntamos si hemos obrado mal, si hemos dado la espalda en una descuidad maroma, o si nos hemos equivocado desde el principio. Vivimos el día a día y es ese paso de los días lo que da a la espera esa desesperante manera de vivir el fin de semana. Buscamos en el sueño esa barca que nos lleve lejos, que nos oculte del despertar de una desconfianza impropia.

En muchas ocasiones los problemas son señales, no para nosotros, para ellos. Son señales de que algo ocurre y no queremos enfrentarlo o convidarlo, por el contrario evitamos escuchar ese lamento que cual ala de ángel, vemos con temor, ese lamento que el alma reniega en la mirada de nuestros seres queridos, aquellos a los que hemos recibido en nuestro corazón, a esa familia que hemos tenido la oportunidad de construir a pesar de tener diferentes lazos consanguinidad.

Mi soledad es tu soledad, pero cada soledad compartida es un devenir de paradojas imposibles de ubicar, un factor en común imposible de coincidir. Nuestros actos se reservan en fiestas y alegrías, pero no aceptamos el propósito de la vida como algo conjunto, quizás es en ello que los suicidas hallan su soga, porque a diferencia del suicidio, el infierno de vivir en vida con la culpa de otros es lo que azota la capa de todos los mortales.

Si todos intentáramos ser los ángeles de otros, quizás el concepto del infierno fuera más unificado, quizás las escaleras al cielo no fueran inclinadas o por lo menos distantes.

Quiero darle un poco de redención a este mundo y sentir en él, el peso de los que se han ido.

AV

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