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¿Podemos pedirle al amor algo de
comprensión y ternura para quien lo sufre?
¿Podemos, incluso, exigir algo de cordura a quien cae en el ansioso
ritmo de la incertidumbre?
Somos testigos de muchas historias
donde el amor triunfa, donde se dejan lecciones y hasta rencores, sabemos que
en el camino las reflexiones van madurando con la edad, llegando casi siempre
al extremo de la decepción.
Un péndulo que se mueve con la
suavidad de una llovizna, de un lado encontramos la fuerza de un sentimiento
capaz de derrumbar imperios y cruzar océanos, de otro, en el extremo opuesto,
está la silla vacía de una esperanza que se ha evaporado frente a todo el
mundo.
En ese péndulo el trayecto nos va
llevando acorde la edad nos permita pensar, sentir quizás, creer que todo está
listo. Que hemos vivido suficiente o que estamos ante la oportunidad de volver
a creer, a la final todo se resume en la esperanza y la decepción.
Algunos sujetos, de pragmática
vocación, sugieren vivir en el estado pleno de la decepción y la desconfianza,
por aquello de evitar heridas o frustraciones. Se enfundan una secuela de
pensamientos que no dan cabida a un amor o alguna ilusión de esas que conlleva
a comprar perfumes o flores. Esos sujetos, que con el caparazón de los años han
construido un refugio para la nobleza de sus emociones son preciso, quienes nos
han guiado en anteriores historias por las más bellas canciones y poemas del
mundo.
No se trata pues de juzgar al amor
como aquel acto sagrado de pretender a una pareja o cortejar a algún personaje
desconocido. No es navegar en el ocio de la sexualidad y los vacíos
emocionales, es más bien, escalar una pared que tiene un inmenso letrero de
“Salida de emergencia”. Es querer expresar en diferentes letras y experiencias
todo aquello que el acto mismo del amor nos puede enseñar, desde el respeto y
admiración por un amigo, el afecto por el trabajo, por el conocimiento, la
revolución incansable del tiempo libre, el amar la soledad, el amor por la
madre.
Siempre que se pretende ubicar al
amor en un segmento se nos escapan esos detalles que no son propiamente amorosos,
sino, razonables. Porque el amor es constancia, disciplina, confianza y claro,
mucha pero mucha fe.
Amar es un acto de fe ciega, de
excesiva confianza y de mucha, pero mucha vulnerabilidad, por eso nos duele
cuando un amigo nos falla, cuando un proyecto no triunfa, cuando el silencio
nos fastidia, cuando la pareja nos falla.
Hoy en estas letras me siento con
la tranquilidad de quienes nos han fallado son parte de algo más grande, de un
proceso o un aprendizaje del que ahora se hace parte, quizás como mensaje, quizás
como abrigo, quizás como cualquier personaje itinerante, quizás, incluso, como
algo innecesario.
¿Podemos exigir algo de cordura a quien cae en el ansioso ritmo de la incertidumbre?
No, pero si podemos abrazar
a esa incertidumbre y brindar una buena taza de café.
Es justo y necesario conversar.
AV.



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