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Nos acostumbramos a estar
encerrados en pensamientos, a declarar en palabras los peros suficientes para
no avanzar como se debería. Fuimos testigos de cosas que no sucedieron pero que
avanzaron estrepitosamente en la mente.
Caminamos en círculo buscando
soluciones a situaciones que no fueron reales, solo un sin número de universos
danzando en la mente del joven poeta. Recreamos mil batallas cuando solamente
esperaban de nosotros la respuesta a una pregunta personal. Fuimos enemigos del
protocolo cuando la intimidad estaba en debate.
Hablamos de amor cuando estamos
diseñando pretextos, damos método a eso que exigimos, a la correspondencia de
las ilusiones, porque creemos que todos nos ilusionamos con el color del
atardecer o el aroma de un libro nuevo.
Conversamos en soledad, para que
las ideas se sientan cómodas y puedan salir sin ser vistas o prejuzgadas.
Insistimos con abrazar la ternura
de una canción, sin importar el género musical preciso, por la capacidad misma
de escucharla en sus múltiples versiones globales.
Vamos al altar de los ideales y
nos despojamos de toda fe, la prestamos a la esquina del contexto para que allí
madure y se convierta en evidencia. En esos ideales sembramos conjeturas para
que maduren en verdades obstinadas, lugares comunes de la edad, favoritismos
del corazón juvenil.
Por momentos caemos bajo las
letras de una canción atrevida, y el experto de esas redes fue a mi parecer, el
incomprendido de Alejandro Lerner, que con su suave tacto nos revolcó la mente
en el miedo a que nos dijeran que no.
Nos arriesgamos a compartir la
desnudez de la vida a través de las letras de un blog, lo celebramos como si
fuese el hito más importante desde aquel primer beso, o como si se tratase del
acto de cierre de una edad de oro, a la final, todo se redondea en ese método
al que llamamos optimismo.
Conservamos en la memoria las motivaciones
de lo que queríamos lograr en la adultez, conservamos en los bolsillos del
pantalón las frases de cajón que tenemos preparadas para nuestro niño interior
al momento de llegar ese interrogatorio de la vida.
Dibujamos en notas de colores las
frustraciones de cada etapa, desde el baile que no aprovechamos, al viaje que
no culminamos, de la lluvia que nos dañó la esperanza y el sol que nos quemó la
razón.
Sabemos a la larga que todo es un
cuento progresivo que en métodos y plegarias, seguimos idealizando.
Somos optimistas por conveniencia.
AV.



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