4 de diciembre de 2025

La iglesia de los optimistas (Métodos).

 


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Nos acostumbramos a estar encerrados en pensamientos, a declarar en palabras los peros suficientes para no avanzar como se debería. Fuimos testigos de cosas que no sucedieron pero que avanzaron estrepitosamente en la mente.

Caminamos en círculo buscando soluciones a situaciones que no fueron reales, solo un sin número de universos danzando en la mente del joven poeta. Recreamos mil batallas cuando solamente esperaban de nosotros la respuesta a una pregunta personal. Fuimos enemigos del protocolo cuando la intimidad estaba en debate.

Hablamos de amor cuando estamos diseñando pretextos, damos método a eso que exigimos, a la correspondencia de las ilusiones, porque creemos que todos nos ilusionamos con el color del atardecer o el aroma de un libro nuevo.

Conversamos en soledad, para que las ideas se sientan cómodas y puedan salir sin ser vistas o prejuzgadas.

Insistimos con abrazar la ternura de una canción, sin importar el género musical preciso, por la capacidad misma de escucharla en sus múltiples versiones globales.

Vamos al altar de los ideales y nos despojamos de toda fe, la prestamos a la esquina del contexto para que allí madure y se convierta en evidencia. En esos ideales sembramos conjeturas para que maduren en verdades obstinadas, lugares comunes de la edad, favoritismos del corazón juvenil.

Por momentos caemos bajo las letras de una canción atrevida, y el experto de esas redes fue a mi parecer, el incomprendido de Alejandro Lerner, que con su suave tacto nos revolcó la mente en el miedo a que nos dijeran que no.

Nos arriesgamos a compartir la desnudez de la vida a través de las letras de un blog, lo celebramos como si fuese el hito más importante desde aquel primer beso, o como si se tratase del acto de cierre de una edad de oro, a la final, todo se redondea en ese método al que llamamos optimismo.

Conservamos en la memoria las motivaciones de lo que queríamos lograr en la adultez, conservamos en los bolsillos del pantalón las frases de cajón que tenemos preparadas para nuestro niño interior al momento de llegar ese interrogatorio de la vida.

Dibujamos en notas de colores las frustraciones de cada etapa, desde el baile que no aprovechamos, al viaje que no culminamos, de la lluvia que nos dañó la esperanza y el sol que nos quemó la razón.

Sabemos a la larga que todo es un cuento progresivo que en métodos y plegarias, seguimos idealizando.

Somos optimistas por conveniencia.

AV.

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