Imagen creada
con IA.
Pedro Conejo retomó su
acostumbrado trayecto al centro de la ciudad para surtir su negocio de
tecnología, algo ligero para ser un ingeniero con trayectoria. Recordó su
encuentro semanas atrás con su viejo colega de la universidad, un pensamiento
de deseo de buena voluntad.
Durante el recorrido dejó posar su
mente en un estado pleno de recuerdos, como una sábana de nostalgia, larga,
plana, sin color, una compleja estancia de momentos vividos en etapas de la
vida que ahora parecen lejanas. Recordó su esfuerzo de aprender a montar
bicicleta, un triunfo que a lo largo de los años fue, simplemente fue.
Recordó de sus primeras navidades los regalos de sus
abuelos, la ternura puesta sobre un árbol artificial decorado con bolas de
colores y luces.
Continuó su recorrido en el bullicio de la ciudad, el
aroma a grasa tanto de comida como de motor de vehículo, el humeante residuo de
los buses, el sol que abrasa a quienes caminan desesperados, el ruido de
quienes quieren vender, todo se halaba a la paciencia de Pedro, que cada sábado
asistía como un soldado a su entrenamiento.
Adentro de un pasaje comercial fue a comprar varios
insumos, allí siempre le atendía Reinaldo, un caballero más joven y de corte de
cabello particular, exótico dirían las señoras. Este le vendía siempre a un
precio de amigo, con descuentos a veces sospechosos de la calidad, pero precio
de amigo finalmente.
Pedro acostumbraba saludarle y conversar por un rato,
en aquella mañana omitió el espacio de diálogo y se retiró dando un gracias tan
pausado como seco, su mente seguía encerrada en recrear lo vivido años atrás.
Reinaldo más atrevido que de costumbre dio una palmada
en el hombro a Pedro, le dejó un saludo y le miró con la complicidad de quien
siempre está a la orden de la aventura. Pedro siguió caminando, se sintió algo
nostálgico y tomó la opción de sentarse en una cafetería cercana, el aroma a
grasa era tan común como el aspecto de quienes allí consumían, se sentó y pidió
un café, con una bolsa plástica en sus manos esperaba la bebida caliente y en
esa espera, la desesperada razón de lo no vivido.
Un torrente, un temporal de pensamientos acorraló la
paz de Pedro y lo empujó a un pueblo oscuro de ansiedad.
No había recuerdos, no había anécdotas, no había
personajes ni emociones, por el contrario, muchas mentiras y anhelos danzaban
como si se tratase de un concurso de talentos.
Aquel “hubiera” estaba
de pie como un General inspeccionando a sus patrulleros.
¿Qué hubiera pasado
si? Una
pregunta que caía como un martillo sobre la carne.
Emergieron dudas, de las dudas miedos pequeños que se
atiborraron en temores inmensos. De los temores volvieron las dudas y de las
dudas florecieron otros temores. Un ciclo perfecto de condena que llevaba a
Pedro Conejo a apretar sus manos contra sí mismas.
Recordó a Valeria Rojas, una muchacha que conoció en
sus primeros años de ingeniería, tan bella como una reina de belleza, tan
elegante como aquellas mujeres que aparecen en la televisión. Nunca se atrevió
a saludarle ni mucho menos, a invitarle a tomar algo. Comenzó a recordarla con
la nostalgia de quien jamás besó sus labios rosados.
También recordó aquel viaje a Nicaragua que nunca
realizó, porque decían, eso por allá estaba muy peligrosos. A la final no viajó
y quedó con el sin sabor de conocer otro país.
Su mente volaba como un ave de rapiña que con sus
garras desprendía cada mentira y la convertía en carne fresca, ¿y si hubiera estudiado en la universidad
pública? Siempre las preguntas rondando.
Logró salir de su oscuridad, de esa bóveda de malos
pensamientos, sacudió su cabeza intentando retomar el aire.
Miró de un lado a otro y se llevó la sorpresa de estar
en su propia casa, sobre el mesón estaba la bolsa de compras de insumos de
tecnología, además de algunos productos comestibles.
No recordó cómo llegó a casa, ni siquiera tuvo presente
en qué momento se tomó el café y regresó a su carro, al otro lado del centro de
la ciudad.
No recordó nada, estaba allí sentado en su hogar, con
la mirada fija en la nada, con la sorpresa de que en la vida algo lo
controlaba, la duda de que algo más allá de cualquier entendimiento le dejaba
migajas de realidad.
Como el conejo blanco que perseguía Alicia.



No hay comentarios.:
Publicar un comentario