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Hoy inicia una semana de esas, en
las que la vida ha transitado tantos afanes que el calendario señala que es el
momento de dejar todo en evidencia, los logros de cada esfuerzo, los olvidos de
cada llamada y claramente el cansancio de los meses predecesores de esta
semana, tiempos de acción.
Dentro de las múltiples ideas para
solventar el esfuerzo de estos días de previa locura, un modo sano de poder
dejar que la paz fluya por este cuerpo post adolescente, ha sido compartir
tiempo de calidad en espacios de grata compañía.
Conocí a Nahuel en dos
oportunidades, de esas casuales donde la vida nos muestra una pequeña parte de
un todo. Finalmente el día de ayer, como señales del séptimo día, nos
encontramos y en un amable abrazo nos dimos los saludos cordiales como
corresponde entre dos caballeros. Cargaba en sus manos un muñeco de felpa, un
juego de cartas y muchas ilusiones de una tarde digamos, diferente.
A su lado, una bella dama de ojos
cafés, de ese café que se impregna en los sentidos, le acompañaba.
Conversamos un poco, porque eso
hacen los caballeros.
Estuvimos compartiendo un rato en
la piscina y allí intentamos nadar para superar uno al otro en velocidad,
hicimos carreras e intentamos dar saltos curiosos, distintos a los
tradicionales clavados de los juegos olímpicos.
Almorzamos una hamburguesa, porque eso hacen los caballeros por supuesto.
Dimos intentos vanos de re crear alguna
especie de campamento oculto para ver algo de cine, pero caprichosa es la vida
que ni el campamento pudo elevarse, ni la señal de la televisora pudo
funcionar, incluso, posterior a un extenso tiempo de intentar poner a funcionar
un par de pilas viejas, viejas y caprichosas.
Aquella dama de ojos cafés, de ese
café que lleva en su interior el brillo del universo, caminaba siempre de
nuestro lado, incluso nos acompañó al supermercado a recaudar provisiones, se
nos hacía importante tener algo de comida chatarra y bebidas azucaradas como
menú oficial del entretenimiento de la tarde, ella, con su sonrisa mágica,
aprobaba la idea de mejor comprar frutas para comer en vez de chocolatinas.
Conseguimos frutas y preparamos
batidos, dejamos de lado la idea de las bebidas azucaradas, de hecho el joven
Nahuel, con ese brillo que tienen los ángeles en sus ojos, sugirió llevar una
chocolatina, quizás de contrabando frente al plan que había inicialmente, pero
ella, tan inteligente y conciliadora, logró convencerle de que fuese para
compartir entre todos.
Una chocolatina para tres.
Vimos IT, una de mis películas
favoritas junto al frecuente calor de una tarde de domingo.
Tomamos batido de frutos rojos preparado
en casa y le ajustamos una noble guarnición de comida chatarra, noble y justa.
Fuimos al parque, el sol comenzaba a ser aliado de esa tarde de distracción y
descanso.
Con una manta de colores nos
ubicamos donde mejor pudimos, esquivando las hormigas que transitan en lo que
supongo es su territorio, esquivando algunas pocas heces de caninos locales que
suelen dejarlas allí, supongo de descuido, esquivando, además, el bullicio de
lo imperceptible.
Leímos a H.P. Lovecraft, porque
eso hacen los caballeros, porque eso hace la bella dama de ojos cafés. Nos
sumergimos en un picnic íntimo de buenas letras, comida casual y un buen granizado
de frutos rojos, insisto, me quedó delicioso.
También jugamos cartas, “Italian
Brainrot”, las favoritas de Nahuel, allí aprendí que el Bombardiro Cocodrilo es
mejor que el Tralalero Tralala.
Cerrando el día un grupo de niños
pasó por el parque, él con el deseo de quien quiere salir a conocer intentó
acercarse, lamentablemente el grupo de niños ya tenía otra agenda por fuera del
sector, así que nuestro caballero tuvo que dejar en sí la frustración del saludo
desperdiciado.
Hay días sospechosamente light y
en ellos muchas veces se nos siembran dudas o malestares y ante eso, al
estimado Nahuel solo le extiendo mi abrazo de regreso, el mismo que recibí con
su llegada, para hacerle saber que ya habrá otro día, otro picnic y nuevos
amigos.
Nos despedimos y prometimos volvernos a saludar, porque eso hacen los caballeros.
AV.