21 de agosto de 2012

Historias para escribir




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Todos tenemos una historia por contar, es nuestra naturaleza. Tenemos anécdotas, recuerdos, ilusiones, inclusive, esas historias de lo que no hemos vivido también son fonemas listos para comentar, contar. Tenemos motivos suficientes para andar por la vida preguntando cuánta razón se nos escapa de una discusión, inclusive, tenemos discusiones consigo mismos que nos llevan a pequeños soliloquios.

Las letras como denuncia, como protesta de lo que no se comparte, escritos llenos de identidad, de historias de otros o propias que pretendemos logren causar en el lector ese efecto de intimidad que buscamos en la soledad. Tenemos inclusive historias que no nos pertenecen, historias que nacen de la ficción, de una ficción llena de imaginarios reales en la que solo logramos dibujar lo que no entendemos, o quizás, lo que no queremos revelar.

Somos escritores de la cotidianidad, pasajeros de un largo viaje lleno de personajes reales e imaginados, una cotidianidad que construimos con juramentos sin fundamento, algunos la prefieren escribir para cantar, dar vida a la rutina con canciones, dar sacrificios a la oralidad con poemas o cuentos cortos. Darlo todo en un ejercicio de transpiración.

Conocemos personas en la vida que nos cuentan sus historias, seres lleno de misterios y rutinas entrecortadas por el tiempo que nos dejan recuerdos, que nos rescatan del aburrimiento regalándonos una parte de si, una historia que nos salva del silencio. En otra oportunidad conocemos situaciones ajenas, de esos personajes ciudadanos que en el diario vivir nos regalan su cotidianidad, los observamos y aprendemos de ellos, entendemos su angustia, su alegría, sus silencios. Quizás no sean historias reales, son simples visiones de lo absurdo, de una nostalgia condenada a nuestra interpretación.

Hay canciones que relatan historias, algunas las hacemos propias y nos permiten identificar un recuerdo o una esperanza, quizás hasta nos hagan daño pero al final, es ese su propósito, recordarnos que aun somos seres humanos con cuentas pendientes por vivir.

Tengo una historia para contar, tengo letras para denunciar, para protestar, quizás algunas oraciones para compartir y con ellas, darle identidad a algo, sea al vacío o a lo ajenos que nos convocar. Tengo historias sin escribir, de esas que uno adopta por convicción y en ocasiones por lástima: historias ajenas que llenamos de ficción, llenamos de ocurrencias del pasado y de ilusiones del futuro.

Tengo una historia lista para escribir, pueda que nunca vea la luz en este blog pues es posible que se trate de una ficción que requiera más transpiración que inspiración.
Tengo un universo de colores que se envuelven en palabras, colores que me llevan de un puerto a otro, de una página en blanco a una oración en el viento, tengo todo por decir pero a su vez, nada me pertenece, porque así es la ficción.

Tenemos secretos, recuerdos que nos llevan a una herida que no quiere ser puesta en tertulia, inclusive, somos portadores de enseñanzas, de misterios, de obscenidades y vergüenzas, porque somos humanos y mundanos. Tenemos mandamientos que nos guían en la vida, de esas reglas que para escribir nos enseñan más de la lectura que de la postura.

Hay historias que se escriben para convivir, como el origen del papel moneda o los peligros de una revolución sin fundamentos económicos. Tenemos héroes y villanos, de todo un poco, canciones, fábulas, mitos, leyendas, amigos.

Tengo una historia lista para escribir, un silencio próspero para reflexionar.

AV

14 de agosto de 2012

El Color del Silencio.



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Valentine Kitty - Norma´s Daily Paintings.

Un Color. Curiosa pregunta, como averiguar por una talla de calzado o una bebida en un restaurante, algo por elegir. Pero hoy es un color, una eterna reflexión donde la sinestesia suele hacer sus apariciones constantes. Para mí los lunes siempre serán azules, y los martes siempre serán anaranjados, como el uno es negro y el dos es rojo, me es imposible no pensarlo y sentirlo de otra manera, pero lo de hoy es un encuentro diferente, no es como decir que agosto es gris o marzo café, ni afirmar que se piensa en colores, de ese perfil no es nuestra cita, no es el encuentro que nos convoca.

Un color, como cualquier otro, como cualquier recuerdo que se deja estampar por la identidad de quien lo vive, como el dolor del que lo padece o el placer de quien lo busca. Se trata de un color, de una nostalgia en sepia, en pasado, en el mejor de los clichés que el cine nos pudo regalar.

Un color, muchos colores se llevan mis recuerdos, mis vivencias, pero también a mis interrogantes. Poder contarle a las generaciones futuras que la sensibilidad o percepción extra sensorial (PES) se vive y en mi caso, no siempre se disfruta. Decir que pude hacer de la proyección astral una autopista en el tiempo de doble vía, o afirmar que se pueden entablar conversaciones con seres que hace mucho dejaron de existir o en el caso contrario, asumimos que pronto aparecerán. Aprender a creer en duendes, brujas, en la predicación del cura o la maldición de las abuelas, creer en todo en sus justas proporciones, en sus justos temores, inclusive, aprender a creer en uno mismo, pero no todo es astral, son colores, muchos colores, una explosión de nostalgia.

Pensar en un color que nos lleve a un momento de nuestras vidas, pensar por ejemplo en una niñez que se ve de rojo, en una adolescencia anaranjada, inclusive, una adultez joven verde. Es curioso porque no se me permite dar entendimiento alguno a ello, solo ocurre, ocurre como reconocer esta etapa de mi vida como un lienzo que comienza a vestirse de azul, saliendo de dos años que se sienten grises, quizás sea un poco de exageración, o sea un antojo de invocar a la vida en technicolor.

Un Color. Una canción que nos permitimos dibujar, porque para mi el merengue es anaranjado, la salsa es roja, el rock es negro pero las baladas son púrpuras. Pensar en una hoja en blanco donde todas mis ideas, mi nostalgia, mi vida se llena de miles de colores que terminan en tinta negra contando lo que llevo en el corazón. Porque el poeta no puede mentir, el escritor no miente, lo aprendí con la vida a pesar que hace muchos años se lo escuché a una famosa poetiza colombiana, no quise creerle, pero ahora, comienzo a darle la razón.

Un Color, como los sabores de la vida. Así como existen personas que con sonidos sienten aromas, y fulanos que con el tacto imaginan colores, yo con las palabras hechas tiempo aprendí a dibujar la vida, dejarme escapar en eso que llamamos alter ego, aprender a darle identidad a ese silencioso amor por la vida.

Un color. Es curioso que no me gusta el arco iris, disfruto de su belleza como lo es toda la naturaleza, pero no me gusta como símbolo, como herramienta de decorado, como significante social, lo prefiero natural, silencioso, distante, ajeno.

Un color. Así como para mi los nombres son colores, la vida es el lienzo. Porque Andrés es azul, Inés es marrón, Paula es amarillo, Jorge es vino tinto, José es rosado, Mauricio es café, Mariana es negro, y así un sin número de nombres cuando los escucho, están allí, se ven, con su color, su respectivo color.

Un color, una historia que siempre tengo para contar, para recuperar, para dejar partir.

AV.

6 de marzo de 2012

Los Protegidos



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Banded Brokenclan Warriors Cats Gray Cat Erin Hunter Clans.

El derecho a la protección es una condición humana que se considera más una necesidad, por encima de las llamadas necesidades básicas a lo que algunos ideólogos lo han llamado como una política. El derecho a estar protegidos, no importa contra que mal, es una condición que define nuestro estado de naturaleza, nos lleva profundamente por un camino de reflexiones y actos que derivan en la supervivencia, en el instinto – discutible esta palabra por algunos – de querer proteger a los que amamos, o a todo aquello que nos importa.

Desde niños identificamos a esos protectores, en primera instancia, nuestros padres, al momento de forjar amistades en la escuela de la vida, vamos viendo personajes en el camino que asumimos como pares, aliados que en los caminos de la vida vamos acogiendo en nuestro afecto, de igual manera, identificamos los peligros o riesgos a los que nos somete la cotidianidad, sufrir algún accidente, perder algún elemento de valor, sufrir daño físico o emocional, enfrentarnos a nosotros mismos inclusive.

Son reflexiones que por supuesto llevamos todos los días en el bolsillo, las paseamos por cuantas calles recorremos en la vida, tomamos postura ante la vida, tomamos ventaja ante el recuerdo. Nos preguntamos por el paradero de los sentimientos, nos afligimos por las necesidades de otros, por todas esas acusaciones que dejamos caer en algún pozo de nostalgia. Por supuesto, la vida sigue, y en ese andar de pasos intermitentes terminamos por querer ser protectores, decidimos ahora querer salvaguardar algo o alguien, queremos y nos desesperamos ante el afecto de aquello que nos roba la cordura, desde la sensatez de una idea hasta la inmortalidad de un sentimiento, quizás, hasta la perseverancia de un ser querido que no necesariamente debe ser un familiar.

En muchos laberintos de la soledad, dejamos esa protección al nadaísmo de una idea rebelde, preferimos enloquecernos en nuestra propia miel, enmudecer nuestras sensaciones para dar cabida a una infinidad de pretextos, inclusive, el orgullo se convierte en un techo que limita toda actividad que nos aleje de ese laberinto. Somos presa de la cotidianidad, la cotidianidad es presa de nuestro infortunio, ese infortunado desespero que regodeamos de excusas, aquellas excusas que dejamos que nos invadan cuanta razón dejamos desprender.

Aferrarnos a nosotros mismos como mecanismo de defensa, alejarnos de nuestro reflejo por miedo al daño que un silbido ingenuo pueda aturdir, dejarnos enfrascar en letras, pinturas, canciones, murales, en cualquier medio, inclusive, en el dolor, dejarnos proteger por la casualidad, no por la causalidad.

Ser protectores de lo invisible, ser protegidos por lo inmarcesible, por la osada manera de aplaudirnos en un eco sonoro de timidez. Allí, donde reside esa cotidianidad, donde la rutina nos enmarca el día a día es que dejamos paso al mentado infortunio para terminar nuevamente presa del consuelo, visto de otra manera, ser presas del olvido.

Nunca identificamos las situaciones de riesgo a tiempo, por el contrario, las vivimos en el momento, ese preludio de sonrisas o gemidos, esos pasos llenos de reproches que por los caminos de la vida vamos encuadrando en nuestro imaginario social. Aquellas situaciones de riesgo nos acorralan sin pretender ser letales, existen seres desafortunados que pierden la vida, los menos nocivos nos roban la cordura o peor aún, nos siembran la duda y el temor. Nos dejamos acobardar sin entender cada mes o cada día. Hijos predilectos del tiempo perdido.

Religiones, amuletos, ficciones, ideologías, ritos, paisajes, amores, familiares, cualesquiera sea la duma nos embriagamos de imaginarios, de simbolismos que para el pasado fueron escudos protectores, que para el presente son armaduras listas para enfrentar el riesgo, que para el futuro no son más que seminarios de estrategias emboscadas, semiologías de la cotidianidad.

No es pretender valorar la soledad, por supuesto que es sagrada si se maneja adecuadamente, pero es letal y nociva si no se asume responsablemente, es la soledad de los desesperados lo que ha dado a este mundo manuales de cuidado personal, de desarrollo político e inclusive, de sistemas de gestión para el mejoramiento de cualquier tema de conversación.
No es pretender valorar la soledad más allá de lo que podemos comprender, es aprender a entender aquellos momentos en que sin saberlo, hallamos ángeles en el camino, fulanos que sin tener conexión alguna con nuestra historia de vida aparecen para brindarnos su mano, seres de luz, guardianes, Heraldos si los prefieren llamar así, el nombre es lo que menos importancia adquiere, es el valor del agradecimiento y la capacidad de ver lo que nos da sentido a la vida.

Encontramos personajes que nos ayudan sin pedir nada a cambio, algunos, jamás los volvemos a ver en el camino, su función metafísica era aparecer en ese momento oportuno, enseñarnos a vivir, enseñarnos a comprender, seres o situaciones que debemos enfrentar para mejorar en la vida, tomar postura de afectos y rituales, dar nuevo significado a todo aquello que nos define, ser inmunes a la estupidez y honorables a la gratitud.

Cubrirnos con aprendizajes, dejarnos encontrar por otros en el camino, dar oportunidad a nuevas experiencias, darnos el lujo de vivir sin pretender conocerlo todo. Dejarnos proteger por la cotidianidad, serles responsables a la cotidianidad, serles amigables a la casualidad.

Ser protectores de lo invisible, ser protegidos por lo inmarcesible, por la osada manera de aplaudirnos en un eco sonoro de timidez. Allí, donde reside esa cotidianidad, donde la rutina nos enmarca el día a día es que dejamos paso al mentado infortunio para terminar nuevamente presa del consuelo, visto de otra manera, evitar ser presas del olvido.

Aprender a estar protegidos por la vida.

AV

29 de febrero de 2012

Me Cuesta Tanto Olvidarte



Se que suena poco usual, he dejado la constancia de mi juicio literario a una intermitencia que tanto ustedes como yo hemos preferido ignorar, son cosas que a todos nos pasa, lo mejor en estos casos es olvidar, dejar que todo fluya y terminemos en el encanto de la sensatez.

Suena “Me Cuesta Tanto Olvidarte”, canción de la agrupación española Mecano, en particular esta canción tiene varios puntos a favor más allá de lo romántica o nostálgica que pueda llegar a ser la letra. Es una canción que en aquellos años ochenta, años de una década de promulgada la constitución española nos revierte en una ignorancia ibérica que solo los propios españoles podrían vivir, se trata precisamente de una canción triste, una balada minimalista ajena a la voluntad de un romántico, una elegía llena de lágrimas que por supuesto a todos en algún momento de nuestra existencia tuvo que marcarnos después de alguna ruptura, alguna partida  o pérdida de amor.

Digo que es una canción especial, porque a pesar de los diez años de promulgada la constitución española fue la única herramienta ajena a la política que logró unir al pueblo español, logró recuperar el pensamiento que a partir del amor, se podría lograr la paz. Es un hecho histórico que no reza en ningún libro de consulta, por el contrario, es una anécdota que en lo más minimalista de la democracia se dejó llevar por los ríos de los desesperados, logró dar amor a quienes habían perdido la fe, logró ese efecto de masas, aquel efecto “Pop” que pocas canciones han podido sujetar a una nación, otro caso histórico es el de México que, a diferencia de los ibéricos, también se dejó conquistar por una canción minimalista. Esa, es otra historia.

Inicialmente la canción fue grabada en italiano bajo el nombre de  "Mi costa tanto scordarti"  sin embargo nunca fue editada en el disco final, diez años más tarde, fue grabada en francés para el disco de “Ana José y Nacho”, finalmente la agrupación también decidió descartarla a última hora y no salió en los discos que fueron distribuidos para el mercado.

Se han grabado numerosas versiones de la discografía de Mecano, pero de esta canción en particular sólo se conocen formalmente 3 versiones en discos grabados en estudio que son: la versión de la cantante Maria Rosa Yorio, del álbum "Rodillas"  (1987), la versión de  la cantante mexicana Fey, álbum "La Fuerza del Destino" (2004) y la más reciente, de Alex Ubago en el 2009. Son versiones ajenas al gusto masivo en comparación a la versión original, hechos ocurridos por el simple simbolismo que maneja la canción: Es un Himno de la Revolución del Amor en España en los años 80s y mediados de los 90s. No importan cuántas versiones se replieguen, es la sensatez y el honor de cantarla.

Es esta canción la que me trae a ustedes de regreso, con un estilo un poco más histórico que literario, una narrativa más minimalista que poética, no es que prefiera hablar de temas ajenos a mi particular manera de escribir, por el contrario, es una pausa para dejar en el recuerdo esa revolución de amor que a nosotros, en el caso de mi país, Colombia, sólo pudimos vivir pasada la violencia de los 80s, nuestra revolución no fue de amor, fue de desesperación, quizás a ello le debemos una amplia discografía ajena a la sensatez a la que hago referencia con España y su agrupación, Mecano.

Existen múltiples versiones conmemorativas en conciertos, programas de televisión y eventos musicales, pero es la esencia de Mecano lo que ha dado al Pop en español la brújula de inventar un mundo sin fingir sentimientos, simplemente dejarse llevar por el dolor que quizás, para aquella generación, no era tan soportable.

A todos nos cuesta olvidar.

AV

3 de febrero de 2012

Una Carta para Muriel




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Susan-Herbert: Vincent-Van-Cat

Te pasa que te quedas escuchando la misma canción en repetidas ocasiones porque sabes que te gusta, la disfrutas en ese silencio que a menudo sueles guardar para dormir, la dejas fluir en esos miles de recuerdos que ajenos a la guerra das para la vida, dejas reproducir mil veces la misma melodía, ese sonsonete que te inspira, te permite reflexionar, te aleja de las aflicciones, te ahuyenta el temor.

Te pasa que disfrutas de una obra de arte cuando aprecias realmente el esfuerzo del artista, la calidad de ese misterio que cubre como un halo la inspiración de lo más humano de la terquedad, la capacidad creación.

Ocurre a menudo, lejos de ocasiones especiales, por el contrario, te refiere a momentos únicos e invisibles, dádivas que la cotidianidad deja en la mesa para que consumas en silencio, te sorprende, te inspira, te sientes agradecido con el artista que ha dejado para ti su mejor esfuerzo. No necesariamente debe ser una pintura o alguna canción, hay artistas que te heredan tus mejores historias, las plasman en el papel bajo un cuento o una novela de interés, otros  prefieren admirar el bullicio de las calles y en un performance loco y desventajado te envuelven en su puesta en escena, sea teatro, sea narración, sea la vida misma expresada en una hoja seca que cae del árbol de la esquina.

En la vida encontramos personajes que a la distancia de un saludo formal el tiempo nos permite conocer con mejor detalle, personas normales que logran brillar por su especial sentido de vida, seres que admiramos y personificamos en sentimientos que para el caso del reloj, los disecamos como recuerdos. Estos personajes son artistas, son escultores de buenas ideas, maestros de enseñanzas, pequeños mentores de especulaciones que ni el más letrado de los sabios es capaz de infundirnos.
Somos producto del amor, hijos de la naturaleza, inquilinos en un maravilloso paraíso que llamamos hogar, un mundo donde vale la pena vivir el día a día acompañados siempre del arte y el amor.

La de ayer fue una noche en que tuve la valiosa oportunidad de reencontrarme con el maravilloso talento de un amigo que la historia de lo  cotidiano ha sabido darle brillo. Un personaje de esos que no valen por lo que habla sino por lo que sus actos promueven, una sensatez que logra en los más simples detalles y silencios dar magia y color a la invisibilidad de la palabra, un narrador oral que desde la reflexión del pensamiento y la constante construcción de conocimiento se permite disfrutar de la ciudad y del silencio, del valor de la soledad, del éxito de una noche de meditación, un ser complejo lleno de luz.

Aplaudo su trabajo, su arte, su herramienta de dar vida a lo que la cotidianidad constantemente nos mata, la capacidad de asombro y darle ensoñaciones a los frutos de las preocupaciones y las frustraciones. Un personaje que no se referencia en macondianas escrituras, no se ubica en las guitarras y gaitas del Caribe, es complejo vuelvo y recito. Es un personaje de aquellos que apegado al más ocurrente de los libros es fiel a su feliz iniciativa de vivir en calma cada esquina de su entorno sea aquí o allá.

Los viajes del tiempo refuerzan la memoria, estoy convencido que la memoria fue su musa perfecta para reencontrarse con ese periplo de anécdotas y argumentos. Una nostalgia alimentada por el valor a tomar decisiones que en ocasiones, parecen ser más consecuencias que causas, una nostalgia metódica bien podría llamarle sin ser osado con su conocimiento y pedagogía.

Agradezco su arte, porque al artista hay que agradecerle la existencia. Agradezco su pundonor que lleno de calmadas palabras me permitió dar reflexión a una serie de acontecimientos recibidos en los últimos meses, desde el detalle mínimo de salir a tomar una taza de café, leer un libro, caminar por el parque o reencontrarse con viejas amistades, darle sentido académico a lo que la nostalgia no es capaz de esculpir.

Serenidad y gallardía para agradecer, dejar caer las hojas secas de cada árbol y admirar en ellas el simple acto de adornar un escenario mucho más amplio como lo es el paisaje de la vida, un rutinario argumento de amores y amistades, debernos el uno al otro el amor por el trabajo, el amor por lo que se construye, por el arte que se obsequia a este mundo.

Vienen en camino más funciones, nuevas historias, nuevas producciones, nuevas anécdotas, quizás, un nuevo aire a la musa que tanto nos regaña y nos ama, un poco de descanso para el alma, un poco de cerámica para el reencuentro.

Gracias, porque la vida sin arte, vida no sería.

AV

15 de enero de 2012

Punto de Partida




Ha pasado tiempo desde entonces, muchos pensamientos que he dejado escapar en una que otra botella de licor, ideas que se dejan sumergir en tazas de café, que se delatan en una mirada altruista o en un mero recuerdo de lo que se hizo y no se escribió.
A ritmo de nostalgia por supuesto, es que se emplean las mejores palabras para dar paso a una prudencial alarma de no querer escribir. Quizás era esa chispa la que necesitaba, algún empujón o simplemente una excusa real.

El pasado mes de diciembre y lo corrido de enero ha servido para caer en la cuenta de ese principio básico que nos refiere volver a nuestro punto de partida. Ese diligente espíritu de retomar el espíritu de la niñez, regresar a lo más mortal de nuestras inspiraciones, reír, llorar, disfrutar, correr. Esto se complementa por supuesto con un sensato post que para otra ocasión dará profundidad a lo que ciertamente me ha ocurrido.

Como todas las veces que me siento a escribir, todo surge a partir de un curioso ejercicio de reflexión y toma de decisiones. Aprender a crecer, tomar el riesgo de seguir la intuición o instinto, seguir nuestro propio conejo blanco y aventurarnos a pasar al otro lado del espejo, seguir el camino y si es posible, celebrar diariamente nuestro No-Cumpleaños.
Ubicarnos en un momento de la vida en que sabemos que no estamos solos pero que apreciamos nuestra soledad, dejar el estandarte de virtud a los poetas y entrar en franca reflexión, hacer ruido, hacer desorden donde no hemos pisado cabeza.

Justo ahora, más allá de cualquier motivación profesional o laboral, dejamos que sea la vocación de octubre la que nos recuerde a cuenta gotas lo imperioso que resulta para la vida tomar las riendas de esas mil y una ideas que dejamos en el tintero, darle valor, sujetarlas a nuestra conciencia y con un poco de rudeza impregnarles ese intransigente y a su vez egoísta modo de ver el mundo. El punto de partida no es la reflexión, ni mas faltaba, llevo toda una vida reflexionando.

El mejor de los argumentos es llevar a la acción lo que la intuición nos oculta, captar uno a uno esos mensajes que en el desconocido espectro de los sueños atendemos, llevar al papel esas historias incongruentes que sacamos a flote en la intimidad de un baño. Ser lo que mejor sabemos hacer, fingir.

No se trata de disfrazar las decisiones tomadas, se trata por supuesto de acomodarlas al camino correspondiente, por tal ejemplo, es este año que arranca el que en un sin número de vías nos muestra la pendiente a superar, a retomar palabras de años atrás y en la mejor de las compañías ubicarlas en el bolsillo, darles el peso que merecen, dejar a cada viernes la reflexión de lo que el pasado lunes considerábamos valía la pena intentar.
Dar la bienvenida a todas las críticas, a todas las cuestiones que la baja autoestima o los miedos puedan amedrentar.

Ser sensatos con las necesidades y enfrentarlas con los deseos, dar a lo que amamos el escudo de la sensatez, dar la cara a ese espejo que al igual que Alicia, quisimos atravesar soñando que el resultado sería similar al de la primera vez que pisamos tierras desconocidas. Atravesar cada vórtice de espacio y tiempo y no dejarnos acomplejar por los cambios, bienvenidos sean los cambios, bienvenida sea la hora en que actuar sea más un acto cotidiano que un titular rutinario.

La mejor de las compañías la llevamos presente en todo lo material que amamos, aquello que transformamos más allá de la materia y lo sujetamos a lo más básico del ser humano, la capacidad de amar.

Es hora de tomarnos la siguiente taza de café.

AV

12 de agosto de 2011

El Caminante Observador




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Eran las seis de la tarde, un radiante atardecer daba paso al azul profundo de los cielos y dejaba con la caída del día un aire fresco en la hacienda familiar. Las herramientas se habían guardado tal como se acostumbra al caer la tarde, la caballeriza estaba sellada y los trabajadores se disponían a recoger las cañas de pesca ubicadas en el lago principal. Cerca, en el criadero de peces reposa una pequeña balsa con alimento listo para ser regado sobre el agua, allí don Gustavo se dispone a alimentar las crías mientras revisa su reloj, un pequeño armazón de cuero que su patrón le regaló con motivo de las festividades de temporada. Tomando su jersey y alejándose del estanque recordó que había olvidado cerrar la caseta de materiales así que tomó rumbo a ella dejando la balsa sobre el agua, la niebla de la noche por ser temporada de invierno caería cerca de las siete de la noche y bien sabía que no era recomendable dejar los materiales sin seguro.

La cena familiar se sirve siempre a las ocho en punto, Gustavo después de un par de recomendaciones de su patrón toma un plato de plástico y lleva de comer a su casa, una pequeña construcción ubicada a medio camino de la hacienda con vista al lago y las caballerizas, cerca al almacén de materiales. Desde allí puede observar todo lo que ocurre; su esposa, una mujer entrada en años aun continúa en la casa principal atendiendo los asuntos de la cocina, por ser temporada de fin de año y a causa de la gran cantidad de habitantes en la villa, permanece la totalidad del tiempo en dicho recinto, pasa la noche en una habitación contigua al jardín trasero, esperando a que termine la temporada y volver a su pequeña cama a dormir en compañía de su marido, un buen hombre que ha dedicado la mayor parte de su vida a trabajar para la familia Vizcaya.

Un pequeño rosario cuelga de una de las bases de la cama, en la pared, una estampa no mayor a 5 centímetros con la imagen del sagrado Corazón de Jesús vigila la pequeña habitación, junto a la estampa un almanaque de una marca de cigarrillos señala la fecha recordando cada día la llegada del fin de año. Gustavo toma su ropa y la guarda en una esquina, en una bolsa de tela vieja que siempre su mujer lleva a la lavandería temprano en la mañana, a cambio, toma un suéter de lana marrón, una bufanda delgada para protegerse del frío y su infaltable machete para dar inicio a la primera ronda de vigilancia. Por órdenes de su patrón y debido a la inseguridad que vive la nación, en especial en zonas rurales, se le ha asignado la tarea de recorrer la hacienda tres veces, su primera ronda inicia a las ocho de la noche, hora en que la familia cena con los invitados, en dicho momento recorre los alrededores del lago, revisa los estanques y por último da un breve paseo por la caballeriza. Una yegua embarazada reposa sobre la paja al fondo del establo alejada de los demás equinos, en cualquier momento puede dar a luz y es prescindible estar atento al momento del parto.

La segunda ronda la inicia a las tres de la mañana, una hora en que todos descansan en la villa, sólo el silencio está presente por los alrededores, si se agudiza el oído, se puede escuchar el canto de los grillos, los renacuajos y algunos murciélagos que sobrevuelan los tejados del establo y las casas aledañas.

La ronda final la da a las cinco de la mañana, hora en que además recoge algunos huevos del gallinero para llevar a su esposa quien ya desde ese momento está preparando la casa para dar los buenos días a los presentes. Es una rutina cordial, desde hace varias noches la viene realizando y no encuentra preocupación alguna en cuanto al tema de seguridad, su único temor son las historias que se escuchan en el pueblo, historias de desaparecidos, de mujeres ultrajadas y algunos borrachos irresponsables que deambulan por la carretera del sector.

El más valiente de los hombres es consciente que a los vivos jamás se le debe subestimar, por eso las medidas de seguridad, para Gustavo, su preocupación radica es en los muertos, esos seres mitológicos que sea en apariencia de fantasmas o mitos populares invaden la tranquilidad de los lugareños, hace un mes precisamente escuchó de algunos vecinos relatos de hallar el ganado con mordiscos en el lomo, de gallinas encontradas muertas sin explicación lógica o inclusive, de encontrarse algunos equinos con trenzas en su pelaje. Desde el pasado domingo, la villa Vizcaya había sido invadida por el ruido de los caballos siempre cerca de la media noche, así Gustavo emprendía su recorrido nocturno antes de lo acordado, su sorpresa siempre era la misma, la yegua no dormía y los demás caballos en actitud de desespero caminaban como si tratasen de salir de su resguardo, pero nunca se encontraba rastro de intrusos o animales que atentaran contra la salud de los mismos. Algo le preocupaba realmente al pobre Gustavo, sabía que desde la llegada de su patrón y sus invitados, las cosas en la hacienda no eran normales.

La Niebla comenzaba a ser más densa que de costumbre, aparentaba tener vida propia, el canto de los grillos aumentaba al unísono y la incomodidad en el ambiente se sentía con cada ronda de vigilancia. Decidido a no prestar atención prefirió recostarse un rato con la estampa sobre su mano, quiso descolgarla de la pared, algo en su incoherente temor le decía que debía rezar y dormir protegido por su dios.

Pasó exactamente una hora de sueño cuando unos ruidos sobre el sector del lago le despertó, tomó su machete y su linterna, se asomó por la ventana y no vio nada fuera de lo normal, todo transcurría en calma, inclusive la niebla pareciese que se moviera por si solo hacia los pinos por fuera de lago. Decidió salir de igual modo a recorrer la parte trasera de la finca, no vio nada de qué preocuparse, caminó durante una hora por los alrededores de la cerca que divide la hacienda de la carretera que conduce al pueblo, todo transcurría en calma, solo las luciérnagas le preocupaban, volaban de manera sospechosa como si quisieran decirle algo o guiarle hacia algún lado.

De regreso, vio a lo lejos al hijo menor de su patrón caminar por el sendero, ya estaba entrando a la hacienda, pensó acercarse a ver si todo estaba en orden, pero al ver salir a la madre del menor decidió ignorar la idea y retomar su camino, allí vio sobre la cama la estampa del sagrado corazón con una mancha, no supo explicar de qué se trataba, pero quizás – pensó – era debido a su antigüedad que estaba deteriorada. Decidió acostarse a dormir a esperar la otra ronda de vigilancia, pero su corazón latía sin dejarle acomodarse en la cama, algo le preocupaba, como si la muerte estuviera presente en la Hacienda de la familia Vizcaya.

La Noche apenas comenzaba para algunos...

AV

11 de agosto de 2011

La Noche Blanca



Imagen tomada de: http://bit.ly/otaF6i

Sentía un frío en el pecho que le incomodaba, quería despertar y gritar, o quizás ya estaba despierta y no lo sabía, trataba de moverse de la cama a como diera lugar, sin embargo sus esfuerzos resultaban inútiles a cualquier movimiento. Era como si alguien se le sentase encima en el pecho, una presión insoportable, un sentimiento de agotamiento constante que no le dejaba gritar, no se le permitía respirad con facilidad, solo el desespero le llevaba de manera inexplicable a dormir nuevamente. Cada mañana se preguntaba lo mismo, ¿qué era lo que ocurría?

Noche tras noche mientras su estadía en la casa familiar de descanso era halagadora por el templado frío de la Sabana, por el constante contacto con la naturaleza y el tener que socializar con familiares y viejos amigos, su comodidad se veía interrumpida por el desasosiego de una insoportable y en ocasiones, dolorosa presión en el pecho. Era una preocupación que crecía sin misericordia, una duda que le asaltaría por el resto de su temporada de descanso en la villa familiar.

Su hermano, cinco años menor que ella, se quejaba constantemente de escuchar ruidos en el establo, pero no era nada que le preocupase, lo consideraba siempre una excusa para escaparse de la hora de dormir y jugar hasta altas horas de la madrugada, excusas que siempre molestaba a su madre, por ello prefería ignorar sus quejas y reclamos. Por su parte, en silencio y con la costumbre de meditar sobre un libro abierto, pensaba constantemente sobre su malestar, cada noche era una presión que le robaba la esperanza de dormir en paz.

Esa noche, decidió no dormir, por el contrario hizo caso a las molestas preguntas de su hermano, esperando a que su madre se ocupase en la cocina salió con sigilo para observar a su padre en el zaguán compartir con sus amigos de toda la vida. Estaban bebiendo aguardiente con un poco de cerveza, algunas botellas vacías se podían observar acomodadas junto al muro de la puerta principal de la hacienda. Regresó y despertando a su hermano lo invitó a salir, el frío era insoportable y se sentía desde el interior de la casa, por eso refunfuñando y con muecas de rechazo éste no quiso aceptar la invitación, para ello, tuvo que recurrir a fantasías populares y con la excusa de ir a ver qué ocurría en el establo tomó del brazo derecho a su pequeño hermano levantándolo de la cama. Le vistió con la primera chaqueta que encontró a la mano y salieron a prisa en un descuido de su madre.

Con sudadera y botas de goma, se abrigó con un delgado jersey de lana verde, se soltó el cabello y caminando lograron llegar al sendero de balastro, un angosto camino grisáceo que conduce a la zona de trabajadores y al establo, sobre el costado derecho del sendero se puede observar el lago de pesca de la villa, enormes pinos y rocas sobre el césped decoran el incontrolable canto de los grillos, las luciérnagas vigilan la noche como si fuesen testigos de algún suceso en particular, las estrellas, inquietas ante el camino de los dos jóvenes solo se dedican a seguir su rastro, la noche se acerca a su final y cerca de las cero horas la temperatura sigue disminuyendo sin compasión.

Un pequeño niño con chaqueta roja camina muerto de frío, su consuelo es saber que su hermana mayor, con mirada distante, lo llevaría a resolver su duda sobre el ruido de la caballeriza en horas de la noche, ella, vestida de impaciencia, camina sin rumbo pero con decisión. No sabe lo que busca, pero su temor a pasar otra noche con dolor y angustia le motivan a seguir el rumbo, se acerca la media noche, comienza a hacer una fuerte brisa, helada y mordaz.

Mientras se acercan a la caballeriza, ella le pide a su pequeño hermano entrar a revisar, saben que hay una yegua embarazada y lo más probable es que ese sea uno de los motivos del bullicio al interior, en el fondo, ella sabe que eso no es verdad, no cree en las quejas de su hermano, pero prefiere mantenerle ocupado en búsquedas sin sentido mientras ella prefiere dar prioridad a su propia búsqueda aun cuando sabe que la suya es mucho más incoherente que la de su pequeño acompañante de expedición.

A lo lejos logra observar algo correr entre los pinos, piensa un instante si es algún animal, pero por la hora sabe que los únicos que salen en la noche son los murciélagos y los Búhos, pero en el lago es poco probable encontrarse alguno de esos animales corriendo así que decidió dar paso a su curiosidad y emprender camino. Su hermano ya entraba al establo, nunca había visto a los caballos dormir, así que se tomaría su tiempo saciando su curiosidad en el interior mientras ella tomaba rumbo al lago, cerca a la entrada de la arboleda. Escuchó una risa un poco confusa, no sabía bien si era una risa o algún sonido particular de los grillos, o quizás, de los renacuajos. Prefirió seguir adentrándose.

La Niebla era densa y se posaba sobre el agua del lago, parecía como si fuera una cobija que cubría aquellos secretos que la noche prefiere dejar escondidos del entendimiento humano, era un frío sospechoso, la brisa que viajaba entre árbol y árbol, parecía más un ser con libre albedrío que una brisa campestre. Cerca al estanque donde duermen los gansos, los pasos dejaban una evidente huella sobre el barro, las botas de goma eran suficiente protección para el andar de una adolescente presa de su propia curiosidad, quizás presa de su propio miedo.

Se apoyó sobre el tronco de un viejo pino, escaló sobre un par de grandes piedras y brincó hasta llegar al otro lado del estanque, un pequeño hilo de agua donde nace la afluencia del lago. El barro era su mejor confidente y no permitía que hiciera ruido al caminar, al llegar al otro lado se encontró frente a frente con un pequeño grupo de luces que flotaban detrás, pensó que eran luciérnagas, pero por su tamaño era consciente que se trataba de algo superior, quiso acercarse pero nuevamente empezó a sentir presión sobre el pecho, intentó moverse para apoyarse sobre algún tronco, pero le fue imposible dar un paso, observando alrededor se dio cuenta que ya no estaba el lago, era como si se hubiese transportado a otro lado de la villa, solo alcanzaba a ver a lo lejos el sendero de balastro, en él, su pequeño hermano caminaba con las manos en los bolsillos de la chaqueta, se notaba cansado y un poco desesperado, como si el tiempo hubiese avanzado rápidamente mientras estuvieron separados, no comprendía con exactitud que ocurría, solo quería gritar pero ni la voz le daba para ello, su cuerpo no le hacía caso, su silencio era lo único que le quedaba de humanidad.

Decidió caminar de nuevo, intentarlo una vez más, querer alcanzar a su hermano, pero no lo lograba, era como si la presión del pecho estuviese sobre todo su cuerpo, solo podía observar, ser parte del juego de espectador. Con dificultad logró identificar algo inusual en todo, la niebla seguía intacta, pero ella, era parte de la niebla y sin proponérselo, avanzaba lentamente hasta llegar a un inmenso árbol donde le esperaban varias luces blancas, detrás una mirada le esperaba, pero no sabía con exactitud de qué se trataba, quería salir de allí, pero ya era demasiado tarde.

Al otro lado, en el sendero, un pequeño niño camina desesperado con las manos en los bolsillos de su chaqueta.

AV

9 de agosto de 2011

La Hacienda



Imagen tomada de: http://bit.ly/qZRyuh

Nunca había visto dormir a un caballo, por supuesto, se trataba de una yegua encinta que en un rincón lejos de los demás equinos reposaba sobre la paja. Relajado, sin preocuparse ni inmutarse por el ruido ocasionado por sus pasos, con intriga y mirada expectante recorrió el establo y escondiendo sus manos en los bolsillos de su chaqueta roja caminó a prisa para alcanzar a su hermana. No la veía por ninguna parte, le había perdido el rastro minutos atrás mientras observaba atónito el encuadre de una yegua durmiente. Debía regresar solo a la casona, una Hacienda de mediados del siglo XIX construida por familiares que nunca conoció pero que su padre orgulloso siempre mentaba en reuniones sociales o cenas familiares, esas cenas donde llegan familiares de lejanas latitudes a pasar una temporada al acercarse el final del año.

Sin siquiera mirar a su alrededor bajó la cabeza y tomó camino por el sendero de balastro que conducía a la hacienda a menos de un kilómetro de distancia, debía recorrer una breve loma y un par de pequeñas casetas, en una de ellas, propiedad de la familia, descansan los capataces, en la otra simplemente se guardan las herramientas de trabajo, él sin saber de qué se trata caminaba sin percatarse que algo o alguien le seguía. Por un momento pareció escuchar pasos, pero no quiso prestar atención y mordiéndose los labios tomó prisa hasta llegar al sendero que le conducía a casa bordeando el frío y solitario lago.

Son cerca de la una de la madrugada y lo único que se logra observar a esa hora es la luz encendida de la Hacienda donde unos caballeros departen tomando licor y compartiendo historias de mujeres y batallas que a nadie a la edad de los once años le debe interesar, simplemente caminaba fuera porque no podía dormir, salió a jugar con su hermana mayor pero ahora en medio del susto de una oscura madrugada y la soledad de su edad sólo pensaba en regresar a su cama y esconder su vergüenza bajo un par de cobijas de lana. La niebla era espesa, el aire frío enfriaba sus pensamientos y le llenaba de misteriosas historias la cabeza, sólo quería llegar a la casona y desalojar los temores en sus quejas hacia su hermana, pero no encontraba rastro de ella así que pensaba afanosamente en que ya estaría acostada en su cama burlándose de su situación, no imaginaría por supuesto que debía apresurar el paso, dejar de pensar y actuar en pasos más largos, no pensaba si quiera en lo débil que el frío lo colocaba, no pensaba en nada más que en su propia vergüenza de sentirse burlado por su hermana nuevamente.

En silencio, preocupado, un poco asustado y con las manos aun en los bolsillos de su chaqueta avanzaba a paso lento, reflexionaba sobre todas las historias que se le podrían ocurrir, en las leyendas que en el colegio alguna vez le contaron de fincas y selvas tropicales. Su consuelo, por supuesto falso como todo lo que se siente en noches oscuras, era que no se encontraba en selvas tropicales sino en el frío de una sabana, que esas historias no tendrían cabida en ese tipo de Haciendas o lugares alejados, sólo pensaba en llegar a su cama, no pensaba en aquello que le perseguía sigilosamente, no imaginaba nada de lo que a su hermana ya le había ocurrido, ella no estaba en su cama ni mucho menos en los alrededores de la casona, ella desaparecida por completo ya ni lo esperaba aunque él aun lo desease.

Paso tras paso sentía que no se acercaba a la casona a pesar que ya divisaba la luz del portón de entrada, afinando su buen oído alcanzaría a escuchar las carcajadas de los adultos que brindando por sus hazañas gastaban su tiempo en conversaciones impolutas, trataba de apresurar el paso pero aún así no se acercaba, quizás, pensó, caminaba en circulo o por el sendero equivocado, pero no era cierto, estaba en el camino correcto y el sudor en la frente evidenciaba su cansancio por unos pasos largos y fuertes que intentaban hacer desaparecer la niebla y dejar atrás la baja temperatura que le acorralaba las manos dentro de la chaqueta. Pensaba en su hermana, tanto que ya comenzaba a apegarse a improperios populares para calmar su angustia, le molestaba estar solo a sabiendas que fue ella quien lo involucró en dicha caminata nocturna, no quería ser perdedor en un juego que para él nunca tuvo sentido, en especial porque era evidente que su hermana todo lo hacía para humillarle. Quería golpearle y acusarla con su madre.

Cansado y queriendo echar en el suelo sus esfuerzos notaba que la distancia a la casona era la misma, pero era evidente que llevaba más de dos horas de dar marcha, le preocupaba su percepción del tiempo, no era normal llegar con tanto retraso a su casa de vacaciones cuando en la mañana corría por el mismo sendero y en menos de cinco minutos avistaba la puerta de entrada, era extraño pero no le desmotivaba, era un joven testarudo a pesar de su corta edad.

Retomó el ritmo e intentó iniciar a paso apresurado su carrera para llegar finalmente a casa. Sólo faltaban pocos metros, sentía que había caminado toda la madrugada, pero sus preocupaciones sí que habían avanzado sorprendentemente, lo habían poseído en su totalidad, la razón ahora le pertenecía al desespero, el frío era superior al que sentía tiempo atrás, quizás ahora la temperatura estaba bajo cero, la niebla densa como siempre se filtraba por sus fosas nasales, su frente destilaba un sudor frío, un sudor letal.

Sus pasos le daban una mala jugada y a poco de llegar a casa, acompañado por el ruido de grillos cantores y las luciérnagas de testigo, observaba con dificultad a un joven entrar a la Casona, la mesa con botellas vacías evidenciaba la partida de los adultos a dormir, ya habían bebido suficiente, pero él no comprendía quién entraba a casa. Quiso acercarse pero al ver a su madre salir por la puerta y abrazar al pequeño entendió que era él quien entraba, le parecía extraño y a sus adentros se justificaba en que todo era un sueño, pero no era cierto, al descuidar sus pensamientos sólo avistó a su derecha a un niño de igual estatura, vestido con hojas y piel de vaca, descalzo, con el cabello desaliñado, con una sonrisa traviesa donde se notaban algunos dientes en mal estado, uno ojos oscuros y brillantes, lleno de vida, pero era expectante en que no eran de vida propia, sino, de la vida de muchos como él, niños extraviados o desorientados en senderos a altas horas de la madrugada.

No pudo pronunciar palabra alguna, solo dejó rodar una lágrima fría bajo su mejilla y sintió como una fría mano tomaba la suya y lo llevaba por un sendero que él jamás había visto, en ese momento recordó con lujo de detalles que en aquel establo, aquella yegua que dormía sobre la paja era diferente a los demás caballos del recinto, tenía trenzas perfectas que por supuesto ningún ser humano sería capaz de realizar, en ese momento recordó con exactitud el final de una de las tantas fábulas que había leído en el colegio, supo entonces en ese momento, que su hermana tampoco había llegado a casa, o por lo menos, su hermana de verdad.

Los Grillos habían dejado de cantar.

AV

5 de mayo de 2011

Casualidad - Cotidianidad



Imagen Tomada de: http://bit.ly/jADxEi

Creo que estas es de esas temporadas en las que decidimos que la poesía debe ser nuestra profesión y la vida un oficio particular. Sabemos a ciencia cierta que escuchar canciones y redactar quejas y reclamos se vuelve una constante en nuestra solitaria vocación de servicio. Dentro de las miles decisiones, es importante reconocer en ellas la temporalidad con que las tomamos y las queremos asumir, ser consecuentes en un mundo de inconstantes motivaciones. Para efectos del presente Blog que mejor decisión que dar a la cotidianidad unos escritos cortos, breves, llenos de cotidianidad, ser más reporteros y menos periodistas, ser más informativos y menos reflexivos, ello quizás, sea el secreto de una vida larga y llena de plenitud.

Esta mañana me levanté sin ganas de andar por la vida, esa rara sensación de no querer madrugar para ir a clases pero que en el fondo sabemos que debemos hacerlo porque en el “Recreo” la pasaremos de maravilla con nuestros compañeros de clases. Por supuesto que es una analogía precisa para estimular el recuerdo más valioso de nuestras perezosas madrugadas. Por fortuna y para envidia de muchos no madrugo con frecuencia, casi nunca lo hago a decir verdad. Disfruto dormir hasta tarde y almorzar en casa con las delicias de un plato hogareño, salir a trabajar en la tarde y regresar en la noche a dar repetidas motivaciones a un ciclo que ni este preciso Blog ha podido rescatar.

Afirmaba que me levanté sin ganas, con una pereza que destella morfina hacia esa rutina que no queremos tolerar. Sin embargo y con un par de inquietudes en el pecho tomé aliento y di ritmo a una cotidianidad de reuniones, conversaciones y muchas obras literarias escondidas en tratados políticos. Últimamente mi rutina es inestable, no por mi convicción por supuesto sino, por las diversas maneras de la vida de atender mis necesidades y principios laborales.

Muchas veces mientras viajamos en calles citadinas en algún medio de transporte urbano notamos con pleno silencio que nuestras preocupaciones, nuestros deseos, nuestras ansiedades toman lugar de honor contra la ventanilla y fluyen como un circo de expectativas, se rodean de regocijo y en un arrullo al mejor estilo de una sinfonía loca nos frenan por cada semáforo que procrastinamos. Aquellos pensamientos los envolvemos en un silencio tan cómplice como la compañía que llevamos en el puesto de Bus en caso de ir sentados, un trayecto lleno de miradas esquivas, de preocupaciones varias y de afanes intermedios.

Somos todos hijos de la casualidad pero pocos asumimos esas casualidades como un buen argumento para enloquecer, darle a la locura un lugar de honor y disfrutar de las nimiedades de la vida, dejar los odios en el bolsillo del pantalón, los amores en el afán del maletín y las ansiedades en las preocupaciones del trayecto.

Ser cotidianos no es ser repetitivos ni se trata de evocarnos en una rutina tal cual receta de cocina, No, ser cotidianos es ser consientes de nuestras danzas literarias, se trata de ser honestos con el silencio y darle valor a cada pensamiento sin importar no tener donde escribirlo para la posteridad, se trata de levantarnos cada mañana y sin importar las ganas de vivir o no, sea una marea senil preguntas que queremos resolver en el transcurso del día.

A esta hora, a ritmo de un flamenco y con un cigarrillo en boca, damos a la sensatez un poco de lectura ávida de retroalimentación. No es un regreso ni un reinicio, es solo retomar el lugar que dejamos la última vez que nos leímos y pretender querer continuar. Darle al tiempo que se ha marchado una despedida de honor.

Es tiempo de cambiar.

AV