16 de febrero de 2009

Madrugando al Olvido


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Madrugarle al olvido, hacerse notar con letras que quizás se soñaron y se guardaron para esa nota especial. Sin nombres propios o sustantivos que merezcan su protagonismo se baja en calma a un estado de tranquilidad y ansiedad singular, a esa doble emoción de querer acomodarse a las ideas y a los sentimientos en un despertar de febrero.

Con el encanto de la sensatez olvidamos los dolores del alma para enfocar los esfuerzos en los descuidos de la moral, en la herida abierta de la infancia y las continuaciones de la adolescencia en la siguiente vida. Olvidar para madrugar, trabajar, quedarse quieto en una canción y observar esa nota musical que se repite con frecuencia, esa sensación de vida que se nos va, que se nos escapa como un punto valioso.

Detenemos la rutina para caminar tranquilos por esas mañanas con brisas frescas y frías, días en que amanece con ambiente de lluvia, con ese deseo de mojar el asfalto aun estando nosotros presentes, asimismo nos encubrimos en una esquina o algún almacén, quedamos quietos al primer trueno y contestamos con dos pasos de huída, intentamos escaparle a una lluvia de madrugada. Salimos a recoger la prensa y comprar naranjas, salimos a respirar esa mañana de febrero con el orgullo de haber culminado la semana anterior, nos disponemos a celebrar bebiendo una taza de chocolate.

Desde lejos nos acomodamos a las circunstancias de la cotidianidad, las vemos llegar en tempranas ocasiones y la dejamos entrar, porque en la noche solo hablamos de lo que ocurrió en el día, en cambio en esas mañanas de ahora el cielo nos habla y nos expone sus pronósticos de viaje. El destino de los poetas y el reto de los guerreros, el camino del héroe, el trayecto del salvavidas, las decisiones del General, las notas de la prensa y las mañanas de nosotros, todos con su respectivo ofrecimiento dejan para la posteridad canciones sin dueño.

Inclusive esas canciones sin dueño caminan buscando ser escuchadas en las noches para regresar en las mañanas. Se cuelgan de la puerta del placer para fingir felicidad, se consuelan con vueltas y palabras desmedidas, regresan cada mañana temprano y como si nada hubiese ocurrido nos regalan su melodía y nos suplican su escucha.

No se trata de madrugar todos los días para sentirse vivo, inclusive nos sentimos más vivos cuando caemos dormidos que cuando despertamos, se trata es de evidenciar nuestra capacidad de asombro dormida que tenemos en el abrigo, en esas hojas que caen humedecidas por el ayer, esos pasillos rumbo a nuestras decisiones que se pintan en cuadros de marquetería de bajo presupuesto.

Nuestro rostro se refleja en el agua de las calles, nuestros pasos dejando barro y huellas a la entrada del hogar nos disimulan de la insensatez, nos retornan la juventud y la niñez, esas cosas que sin querer se fueron en el primer sol de enero. Fingiendo felicidad, bebemos ese vaso de leche mojados por la lluvia y con el frío de la madrugada, intentando olvidar ese atrás que quedó con el nombre de nuestras amistades y familiares, dándonos una austeridad en el día de hoy.

Jurando no jugar en segundas partes, le madrugamos a ese olvido que tanto nos cuesta.

AV.

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