5 de julio de 2022

Lágrimas (Made for you)


Curios by Lim Heng Swee.


En un ejercicio de reflexión solemos revisar el pasado y en este buscar las razones de lo que se hizo mal. Se instiga a cada pensamiento con el fin mismo de desmenuzar sus ideas hasta convertirlo en un ramillete de pensamientos vacíos.

Nos cuestionamos, siempre nos cuestionamos. Queremos saber en dónde se cometió la falta. Queremos aprender de lo vivido, pero es que en carne propia es la única manera de adquirir ese aprendizaje, jamás se nos abre esa misma posibilidad en la vida de otros.

Preguntamos al universo cada detalle de lo que no comprendemos. Dibujamos la soledad en la pared, la miramos fijamente, le damos forma con la yema de los dedos, la acariciamos con la rústica textura de una pared insensible, a la final solo es eso, una pared.

Por su parte, la soledad es algo que se lleva en el bolsillo del pantalón. Se guarda, se emancipa en el tiempo, se sumerge en el pecho, se acomoda a cada situación, se disfraza de fiesta, se vuelve un artículo de oficina, una herramienta de escritorio. A donde estemos, siempre habrá una pared que sin tener nada que recibir nos recibirá cada golpe que le demos con el puño.

No somos constructores de soledad ni mucho menos, somos gestores de ansiedades, nos vamos desenvolviendo en la identidad y forma de vida de quien nos acompaña en el camino, a su imagen y semejanza vamos construyendo nuestras expectativas, le damos forma y nombre a los sentimientos, a la intensidad de la vida.

Nos excusamos en “el hubiera” como si diera respuesta a lo que no entendemos. Basta de pretender ajustar el universo a una palabra, basta de intentar frenar el curso de la vida con una canción o una frase, debemos de soltar, de aprender a observar la pared sin querer golpearla, de escuchar las canciones de la cotidianidad sin darle nombre y lugar a cada historia.

Es difícil.

Es complejo.

La cotidianidad se desdibuja otra vez, en una pared blanca, en el vacío de un salón, en la historia de una canción, en un trozo de papel, en una habitación vacía, en una silla sin ocupar.

Solemos convertir los temores en arte, en dibujar el dolor en festivas canciones o poemas, darle color a esa pared blanca con la excusa de que la vida es un carnaval. Pero no siempre es así.

No basta con vivir la vida a su ritmo y querer entender el carnaval del que se habla, tampoco es hacer alarde de la soledad que cuestiona toda la existencia. No es observar la pared o la habitación vacía.

Es aprender, con lágrimas, a dar su lugar a la cotidianidad.

AV


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