31 de octubre de 2025

Una entrevista incómoda. (El Centro de convenciones).

 

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II.

Cruzó el paso peatonal y caminó hasta la esquina a la entrada del Liceo, allí algunas señoras con vestidos de colores se cubrían del sol de la mañana con una sombrilla negra, a su lado un vendedor ambulante se fumaba un cigarrillo con el antojo de recibir un premio por el esfuerzo de madrugar, más adelante un caballero atendiendo una llamada en el teléfono celular miraba de reojo a todas partes con el temor de ser asaltado.

Víctor Jairo se acercó a una de las señoras de vestido de colores con la fe de poder consultar por la ruta de bus 4A pero la mirada de estas le alejó, así que de modo oportuno fue a donde el vendedor ambulante, quien ofreciéndole galletas a buen precio le insistía que colaborara con la causa.

Necesitaba llegar al centro de convenciones y según su amigo, Jhon Jairo, la ruta 4A era la única opción pero quería verificar si ese era el punto específico dónde tomarla, el vendedor insistía en que comprara las galletas, incluso ofreció un paquete de papas fritas también.

Víctor Jairo explicó que no tenía dinero más allá del suficiente para pagar el transporte ida y regreso, el señor algo abrumado por el joven Víctor Jairo, se presentó: Mi nombre es Luis Fabricio Rojo, tenga estas galletas, se las regalo. Usted se ve que viene de lejos y no a desayunado.

Con sorpresa recibió las palabras del señor Rojo y el paquete de galletas, lo tomó como un premio quizás, pensando en esas oportunidades de las que le mencionaba la señora del bus, la señora Blanco.

Coja ahí en la esquina la ruta 4A, esa pasa cada media hora, así que no demora en llegar, póngale unos diez minutos o menos que esa lo lleva de una para el centro de convenciones. Pero si está de afán, allá a la vuelta de la ferretería que hay al lado del Liceo, se parque un señor que por el mismo precio lo lleva en moto.

Víctor Jairo agradeció la recomendación y buscando algunas monedas quiso retribuir la amabilidad con una especie de propina, el señor Rojo, acomodando su silla al lado del puesto de ventas le hizo señas de que no era necesario. Preciso instante pasaba el bus ruta 4A.

Varias personas estiraron la mano y el vehículo se detuvo, subieron y en fila se acomodó el joven Valladolid, al ingresar no había silla disponible y tuvo que ir de pie sosteniéndose de los barandales del techo diseñados precisamente para el pasajero de a pie.

La avenida tercera es amplia y siempre distante hasta las instalaciones del centro de convenciones, podría tomar el trayecto una demora de veinte a cuarenta minutos, cerca de las ocho con treinta de la mañana era la cita del aspirante a oficinista.

A su lado una señorita iba de pie con los brazos estirados sosteniéndose en el bus, llevaba un bolso de cuerina color negra y adentro una carpeta con un sobre de manila en su interior. 

- ¿Vas para el centro de convenciones?

Preguntó la dama, una morena de estatura promedio y ojos marrones, con una sonrisa tan agradable que le iluminaría el día al más aburrido de los pesimistas. Víctor Jairo respondió con una tímida sonrisa, un ademán de que era su destino final.

(final).

Ella también iba para allá, explicó que una amiga de su madre la recomendó para una vacante de empleo, en una fábrica de muebles para atender tareas de oficinista. Sin acudir a ningún mal pensamiento, Víctor Jairo expresó que también iba para entrevistarse a esa vacante, que una amiga de su madre le dio esa recomendación.

Siguieron conversando y como tema central acudieron al lugar común de la crisis económica por la que el país está enfrentando, la dificultad de hallar empleo y el alto costo de vida en ciertas regiones, Víctor Jairo explicaba que tuvo que renunciar a sus estudios y que trabajó para un político de reputado apellido que a día de hoy le adeudaba varios salarios, ella con la complacencia de un felino que juega con su presa, insistía en preguntar por los difíciles momentos de la vida, en un momento corto el bus se detuvo en frente del centro de convenciones, habían llegado y gran parte de los pasajeros se bajaba en ese destino.

A la entrada un hombre corpulento de piel morena y con un casco naranja sobre su cabeza indicaba a los asistentes las diferentes secciones a donde debían de dirigirse, algunos que aplicaban a cargos de manufactura debían caminar dos manzanas más al fondo, otros que aplicaban a cargos de analistas tenían que presentarse en el segundo piso, los que tenían postulaciones a cargos administrativos o de oficina debían de pasar al fondo por la zona administrativa.

Víctor Jairo caminó con las manos en sus bolsillos y junto a él la mujer del autobús y cuatro personas más. En cada paso se miraban unos a otros con la expectativa de ser elegidos a una vacante.

Una mujer de cuerpo atlético les recibió, preguntó si traían la hoja de vida y en caso de no hacerlo, procedieran a diligenciar un formato para subsanar tal caso, asimismo explicó que les llamarían por orden aleatorio luego de verificar los datos.

Cada uno entregó un sobre de manila con la hoja de vida impresa en su interior, preciso Víctor Jairo fue el único de los seis aspirantes que no tenía una copia impresa, así que con algo de vergüenza diligencio la forma U42 de Datos Personales y Experiencia de Servicio.

¡Ana Cristina Amarillo!

Alzó la voz la mujer llamando al primero de los aspirantes, preciso la compañera de transporte levantó la mano y se acercó.

Amarillo” 

Susurró Víctor Jairo para sí, se quedó viéndola con algo de afecto y le deseó lo mejor. 

AV.


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