Miles de veces se incurre en aciertos literarios por mi cabeza, me encierro tras puertas abiertas o quizás me volteo a ciegas en una esquina. Me duermo en los momentos en que debo estar más atento a los cambios del día a día, amarga sombra de decepción me seduce los labios, me besa, me abraza, me muerde.
Hace mucho tiempo que no escribía, que no pensaba en palabras indicadas para sentimientos adecuados, que no expulsaba de mí esas letras azules que deberían irse a parar al blog. Tantas responsabilidades y tantos descuidos que se han mimetizado en mis días de noviembre que el pensar en ellos es sinonimo de lluvia.
¿Qué te pasa?
Con la banda sonora de esos días mudos abro páginas de consuelo en mi corazón, busco en mi novia un motivo para existir y de verdad que siempre lo encuentro, eso es lo lindo del amor. Busco entre la pereza de mis sábanas y las frías tejas del techo un punto de escape y me cruzo con recuerdos de vidas laborales, de noches afanadas, de malparidos bien educados. No nos molestemos con esta viceral escritura de gatos, mejor dejémosle en el embudo de la vida el filtro de las miles de veces en que me miro al espejo y me pregunto: ¿Qué me pasa?
En ese punto de quiebre donde el alma se quema por el orgullo de la carne, es que me miro fijamente, detallo cada parte de su infinita esencia y con Depeche Mode de fondo escucho el malestar de mi rutina expresarse en ese punto viceral de la vida, aquel punto que si bien fue nuestro abre bocas de lo que sería ese riesgo llamado vivir, hoy ignoramos cual travesura de colegio. Aquel ombligo que nunca le dio clases de etiqueta a Eva o quizás de voluntad a Adán.
Concentrarnos en este punto del universo, de ese ególatra mecanismo de defensa, de ese orgullo que llevamos "Drive Thru", de esa malicia urbana, de esa carne de palabras, donde nos refugiamos de nosotros mismos cuando sabemos que algo anda mal pero que no nos arriesgamos a averiguar, ese ombligo que desde su extremo interno nos mira de reojo y nos pregunta: ¿Qué te pasa?
No es la conciencia, no es el ángel de la guarda, no es la voz de la inocencia, no es el lado oscuro de la fuerza, es el otro lado del ombligo el que a oscuras nos pregunta el día a día de nuestras acciones, sin dejar rastro de su existencia, se sumerge en aguas saladas y nos besa con un estilo literario bien mundano y urbano. Es ese lado del ombligo donde se concentran nuestros orgullos, nuestros deseos, nuestras voces y nuestros miedos, todos juntos al ritmo de un jugo gástrico, con la sinceridad del dolor pero con la hipocresía a simple vista. Ese punto del universo donde de manera paralela nos concentramos y nos cuestionamos, donde siempre nos preguntan por nuestro estado de vida y nos hablan en voz baja de la muerte.
El día que estemos realmente preparados para cortar ese cordón umbilical que nos ata a la vida y nos asemeja al vientre, será el día en que de manera madura dejaremos de preguntar: ¿Qué te pasa? y pasaremos a preguntar: ¿Qué Quieres?
El simple zumbido de la cotidianidad.
AV
2 comentarios:
Escuchando a Piazzolla, es difícil no producir palabras melancólicas, pero bueno, hare el intento de que no sean así. De tu última noticia de lo cotidiano, además de seguir admirando las imágenes de gatos que siempre se relacionan magnificamente con la temática escogida, me llama mucho la atención la manera en que relacionas una parte del cuerpo que es solo rastro o evidencia de donde estuvimos y del medio que nos mantuvo vivos durante 9 meses (para algunos menos), con los sentimientos, pensamientos e ideas que se te atraviesan cotidianamente, sobre todo cuando te miras al espejo. Creo que siempre he admirado la forma en que se expresa tu mente a través de las palabras escritas. Aunque tengo que discrepar contigo en tu último párrafo, pasar de preguntarse ¿Qué te pasa? a ¿Qué quieres?, no siempre es signo de madurez, sino que puede ser un cambio obligado cuando las circunstancias y esta vida que se debate entre la cotidianidad y el cambio, te lo exige.
pues...que te digo... que no tengo nada que decir... las letras son tu don...
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