28 de noviembre de 2007

Manos a la Nada

Bajo un claro de luna, salvaje y corrupto, silencio desterrado que a penas conoce el rumbo, vida de pasajero costumbrista, antropólogo de casualidades, exorcista de corazones y analista financiero de hogares divididos. Bajo un claro de luna, bella y profunda, silencioso viaje sin retorno, de seres de luz que desde el agua entregan vida al aire sin penetrar el alma humana, sin distinguir entre niñez y pubertad, sin desvariar en el elocuente rumbo de la edad, en el costumbrista punto de retorno a la vejez.

Las cosas se convierten necesarias cuando en ellas dejamos un nombre y una identidad, cuando aprendemos a distinguirlas del montón, cuando incluimos sentimientos para luego reclamarlos en el recuerdo. Motivamos a propios y ajenos para que nos busquen o llamen, nos encuentren y comprendan, leemos lo que suponemos es verdad, orientamos el conocimiento en sentido contrario a la fe, imaginamos mundos paralelos o pasados. Cada cosa en su lugar y con su propio nombre, en su tiempo y su espacio, en su incómoda realidad.

No hay peor noche que la que dura más de lo permitido, donde el insomnio es plato diario y perfume de días feriados. Una mala noche en definitiva dura toda la mañana siguiente y te persigue con las huellas del cansancio, te derrumba con un invisible golpe mortal, dejándote en la cama resentido de la vida, resignado por los nombres que duermes en el orgullo del costumbrismo, por donde escapan las culpas y se vuelven favores.

En los silencios, en la profundidad del hogar que se divide, en la ausencia de nombres y comparaciones, en la flexibilidad del tiempo y el espacio, en la rutina de la edad y la incomodidad de los cambios. Con todo ello se nace en etapas sin marcar con las manos abiertas a expectativas propias de deseos y sueños prometidos, manos que se abren mostrando la palma al cielo, pidiendo deseos, dando deseos, haciéndose desear, muriendo por el deseo, dejando un vacío entre los dedos y las culpas que los deseos provocan.
Manos con las que se señalan caminos, manos que caminan por juzgados, que encuentran tesoros y abren puertas que sellan etapas. Manos que dan vida a objetos propios del descuido, manos que en la soledad inventan compañía, manos que de la nada sacan monedas y sombreros de un sombrero.

En el ruido, con la identidad de cada sonido y la sensibilidad de cada objeto social que lo reproduce, se vive de manera acelerada, se acaricia la avaricia con la misma paciencia con la que la lujuria viste a la moda, donde el pensamiento humano se humaniza cada vez más, con el debido respeto de los intelectuales y tras la ausencia de una cena romántica es que el costumbrismo nos reprime de nuevo, nos orienta con el hambre en pleno auge, nos imita y concede esa filosofía de querer ganar con el disfraz del buen ciudadano, el mismo que con sus manos devuelve favores y aprende a compartir el conocimiento, mito o leyenda, seguimos perseguidos por esa nada que nos nubla, que nos sella, nos vuelve invisibles ante el carácter.


Suerte y que sigan su rumbo.

1 comentario:

Nilusx dijo...

Es el camino de nadie, de todos.
Aun en la mas maldita noche, aquella que pareciera nunca acabar nuestros sentidos se ufanan en dar sentido a nuestra solitaria existencia, caballero no se desanime desde otro tejado yo le saludo.