22 de julio de 2015

Una Deuda Cultural (Entre muchas)



Imagen Tomada de: www.gatsvallromanes.org
Tarda De Gats En Radio Vallromanes. Gats Vallromanes: Marzo 2013

El valor cultural de toda canción se siente no solo en su melodía sino, en las historias que nos cuentan, la pasión del intérprete y claro, la claridad con que sentimos empatía con lo escuchado. Sucede pues con “El Cantor de Fonseca” que es de esas canciones vallenatas que me transporta a otros tiempos, me diluye en un imaginario de cuentos y canciones, de personajes que existieron en la cultura popular de una región, de imaginarios que se construyeron con los regionalismos y los sueños de colombianos que anhelaron el progreso, de señores de mucha edad conviviendo con la nostalgia y el calor, inclusive, de canciones que disfrutaban más de sí mismas que de premios y discos vendidos.

“Alicia Adorada” me recuerda esos amores eternos, esos encuentros con el tiempo que se fueron permeando en recuerdos y besos a la entrada de grandes casas coloniales. Ese aroma a selva y trópico, de calores asfixiantes y mujeres de vestidos variopintos, de sandalias modelando bellos tobillos sin cadenas ni colores, sin tatuajes ni calles pavimentadas. De canciones que en su sonar nos mezclan religión y política sin sonar incorrectas, musas que inspiraron a borrachos y poetas, de historias que se gestaron al fondo de una botella y se esfumaron en la radio local mientras se paseaba en el tren de la sabana.

Canciones de muertes y derrotas, porque no es solamente el dar lírica al despecho o a la soledad, de dar a la  melancolía un lugar hipotético en la radio o por qué no, de darle motivos a bellas y desesperadas con dedicatorias vallenatas. No lo veo de tal manera por la sencilla razón de que lo básico en ocasiones (por no decir casi siempre) permite contar historias y crear grandes obras musicales, no ver la necedad (y necesidad) de inventar complejas mezclas, ediciones exageradas con lenguajes reforzados, a veces basta solo con enamorarse, o también, querer morir de amor.

La tradición de los pueblos se permite reproducirse en la oralidad de los cuentos, en el respeto por los viajeros y los abuelos. Esa mágica costumbre de dejarnos asombrar por las historias que se construyen con el anecdotario de los olvidados, dejarnos presumir por cuentos que salen de las viejas calles empolvadas del tiempo, del río donde las lavanderas dejan fluir la ficción de sus penurias, del parque donde se sientan a conversar los que ya no tienen nada que decir.

Historias que se impregnan al qué hacer cultural, donde el acordeón no es un instrumento musical ni mucho menos un lujo, es por el contrario una extensión del hombre vallenato, una muestra de su virilidad en tiempos de violencia y cacicazgos, un talento que se construye entre familias y se hereda entre compadres, porque la tradición se vuelve musical y deja lo oral para lo superficial, se desvanecen miles de personajes reales para darle paso a miles  de intenciones ficticias que a nombre de amor o desamor, comienzan por narrarnos una a una las peripecias y desgracias de un pueblo que se vale honesto y trabajador, de una cultura que se declara ajena al conflicto y amiga del amor.

El poder de la música, la mística de las historias, los cuentos y los anhelos, ese deseo reprimido de muchos de salir de la pobreza, de ver en la música una industria y no un medio cultural. Encontrarnos en la historia miles de canciones después, miles de excusas para consumir licor a ritmo de un vals del Valle, dejarnos enlodar la memoria con temas musicales que se adhieren al despecho y al amor, que se alejan progresivos los años noventas, de una mística cultural para darnos solo entretenimiento, dejarnos atrás los parranderos mensajes de pueblos trabajadores, de mujeres encantadas con el hombre vallenato, el caimán eterno de una virilidad construida socialmente.

Amores pasajeros y peleas de gallos, Celos y discusiones, problemas de memoria y canciones de duelo, resentimientos entre regiones, familias condenadas al olvido y otras al exilio, gobernantes posesionados en discos de oro y platino, comerciantes que desconocen a sus compositores, niños que aprenden el saber pero no el arte, tiempos modernos que llegan y acaban con todo, como la industria que llevó el progreso a regiones bananeras y algodoneras.

Descansarnos en el tiempo libre, es pues este rompecabezas el que nos descifra el perdón del tiempo perdido, dejarnos herir por el complaciente público que aplaude cuanta canción llega con un acordeón de fondo sin importar su letra o mensaje.

Compadres que ya no son compadres, rivales de discotienda quizás, mujeres embajadoras de la música vallenata en tierras salseras  y rockeras, diatriba del mercado que nos confunde con ritmos urbanos y letras golosas, ambiciosa oleada de cantantes y reencauches: Todo tiempo tiene sus melancólicos comentaristas.

La deuda cultural estará siempre vigente, porque la cultura se construye reiterativamente, se imagina a sí misma y se reinventa en otras sonatas, en nuevos bailes y nuevas necesidades (necedades), pero siempre debe existir ese telón de fondo que poco a poco hemos visto desaparecer: Hablar de la tierra.

Es indispensable (pienso),  se cuente la historia de lo que esconde el dolor o la felicidad, no es caer únicamente en el pretexto de amar o querer amar, mucho menos caer en el caótico ejercicio de hacer campaña a una ideología o a un programa político, no ser religiosos por serlo ni criticar el establecimiento actual como inspiración musical.
Es ser compositores de lo que se olvida en el río, de esas noches y tardes que el ruido se ha robado, ser sensibles a la historia, a la memoria colectiva y con ella a los que ya no están con nosotros pero nos dejaron su sudor.

Es componer en el nuevo mundo lo que el viejo mundo nos enseñó, es escuchar lo que la Guajira misma nos heredó y tierra abajo nos legó. Imaginarnos navegando el río y sufriendo de amor con el atardecer rosado de fondo. Ahora nos ufanamos en lo urbano,  en lo insensible de un mercado que me permite ser melancólico con las viejas historias.

Hay nuevas historias que nos traen nuevos valores culturales, nos cambian el modelo del mundo, no obligan a temer un poco a las edades que se van encontrando porque a la final, siempre hablaremos de amor y de desamor.

Refrescar la memoria y por qué no, el paladar  con una buena canción.

Reinventarnos.

Siempre. (Suena "Matilde Lina" de fondo)


AV

17 de julio de 2015

A la Espera.



Imagen tomada de:  http://kazani.gr/2014/07/
30 Melancholic Cats Waiting For Their Humans To Return


Hay historias que se construyen con los días, hay noticias que nos llegan con el nuevo día en y él se nos entrometen en la calma del momento. Llamadas que recibimos desde lejos o cerca, palabras que se nos van  enredando en el aire, como el sudor que se nos impregna en la ropa y nos hace incómodos ante un solitario soplo de calor.

Nos volvemos expertos en recurrir a maromas de último momento, en diligenciar datos con la premura del tiempo perdido, nos acercamos a la divinidad de las cosas en la medida en que las vamos perdiendo, en definitiva, nos volvemos cada vez más humanos por cuanta razón hallamos en el descuido.

No es que se trate de ser descuidados, somos metódicos en nuestros tiempos, damos uso a cada argumento para dilatar el calor y el espacio, para hacer de las tareas un asunto pendiente en la agenda de los días pasados, como si las fechas de entrega fueran estaciones del tiempo y no límites a la decencia.

Comprendemos a los amigos por lo que son, diferenciamos su escala de valores con los colores de la puntualidad, nos desesperamos en la espera pero aprendemos que con ella vienen tiempos nuevos, cada caso es su propio andar, cada ocurrencia trae sus tiempos y sus ritmos, pero en los encuentros generales el que madruga no siempre cuenta con la ayuda del señor, mucho menos el que llega tarde, a la final, el asunto era encontrarse, las reglas sociales de conducta pasan a un plano muy pero muy inferior.

Siempre es que una flor tiene el tiempo suficiente para crecer, para hacerse vida en un único lugar, en un estático plano que más que general es casual. Tiene el tiempo suficiente para florecer y hacerse bella en un gris mundo de desamparados.
Siempre es que aparece un afanado que llega tarde a sus citas, pero que las justifica con una flor, porque regalar una rosa o un girasol puede ser más coqueto que sonreír con la puntualidad del tiempo acordado.

Nos preocupamos porque preferimos reflexionar ficciones a ocuparnos en realidades (algunas más alarmantes o afanosas que otras), porque nos enfrascamos en anacrónicas dudas, en pendientes que necesitan ser atendidos pero que no le permitimos atender, le hallamos siempre obstáculo alguno o culpable ajeno.

Es un decir quizás, que el tiempo nos devela enseñanzas, nos madura, nos ocupa, inclusive, nos estimula en cada teatro y consejo. Pero como lo dicta el poeta de Rosario, “(…) nos encontramos en tiempos donde nadie escucha a nadie, donde todos estamos contra todos, de egoístas y mezquinos, tiempos donde siempre estamos solos”, tiempos diría yo, donde no aprendimos a esperarnos, donde nos escapamos llegando tarde a los compromisos con la fe ciega – parafraseando de nuevo a Rodolfo – de declararnos inocentes, o ser abyectos y desalmados.

Es que los amigos son la primer escuela, el lugar donde nos divisamos a la distancia y pactamos agenda, construimos horarios y rutinas, personajes con los que comenzamos a hacer de la cotidianidad un primer lugar para las noticias importantes de la vida, el breve espacio en el que nos sometemos a opiniones y conjuros, confesiones y debates, el esquivo loop de la vida donde nos enajenamos hasta el cansancio, tarde la noche para al día siguiente volver a comenzar.

Historias que se construyen con los días,  que nos llegan con el nuevo aire, como el sudor que se nos impregna en la ropa y nos hace incómodos ante un solitario soplo de calor, que legando tarde a la imaginación nos convocan a reiterativos mensajes que a novedosas preguntas. A los amigos y familiares, porque de todos hemos aprendido el para nada noble  de la impuntualidad, esa inmoral desidia que a todos nos afecta pero de la que nos hemos acostumbrado.

Nos comprometemos a entregar, a llegar, a partir, a dialogar, inclusive a vivir. Nos prometen castigos y escenas de desconsuelo, nos amedrentan con miradas, nos esquivan la buena voluntad, porque el retrasarnos nos hace débiles en lo moral, pero gran ironía de la vida la que a su vez nos vuelve fuertes de carácter porque en la siguiente entrega, reiteramos en la tardanza.

No se trata de madrugar o ser más veloz, porque hasta las almas llegan tarde a su rosario. No es esquivar el tráfico o preparar desde la noche anterior el equipaje, porque hasta los dioses olvidan a sus más fieles seguidores. No se trata de cargar el tiempo en los bolsillos o identificar el paso del día con el trayecto de las nueves y el sol, ni de identificar las estrellas en su infinita gracia porque hasta el mismísimo creador del universo las diseñó para que nos llegara tarde su brillo.

Aprendí a esperar con el tiempo, cortesía de amigos y familiares, pero algo que jamás aprendí fue a tolerar las sonrisas del que llega tarde o las disculpas del que siempre evade la fábula urbana.

Es viernes y como todas las historias llegamos con afán al fin de semana, llegamos porque nos da pena decir que nos esperaron. ¿La gente por qué llega tarde? Sencillo: Porque siempre habrá alguien que le espera.

Es viernes y llegamos tarde.

AV


16 de julio de 2015

Pequeñas Compañías





Parte de los placeres de la vida está en el compartir con otro, entregar lo mejor de nuestros momentos a una compañía placentera, ser cómplices de la alegría del otro. Nos gusta sentirnos vivos en la medida en que la vida nos permite estar acompañados, dejar de lado las saludables soledades para asumir como un reto el bonito acto de querer.

Nos gusta la compañía, sentirnos reconocidos, hacernos partícipes de otros y sus historias, de esquivar las preguntas del ocio y hacer de ellas un manual para los amigos, cómo no, sernos testigos de cuanta inocencia desprende de nuestras ocurrencias, de esa ingenuidad a la que hemos dado compañía y bienestar.

Como todo en la vida, hay decisiones que nos llevan a cada tipo de compañía, unas más profundas que otras, unas con sentido más humano que las demás, compañías que se nos dan con un fin en particular, metas que se sacuden de la ropa para ser expuestas en una calle o una mesa de Bar, amistades que se endurecen con el pasar de los días y sus noches, que nos convertimos en pares e impares, como un grupo de pequeños mamíferos que saludan al sol en manada, o como el banco de peces que huye en conjunto.

Recuerdo una conversación con un viejo (muy viejo) amigo quien me celebraba la diatriba en lo que fue el ocaso del año inmediatamente anterior. Conversábamos en aquel enero nuevo sobre lo bueno y lo malo que había sido el año a nuestra percepción, no olvidaré (más con desagrado que otra cosa) el comentario que surgió de esa (quizás) superficial conversación. Iniciamos la reflexiva conversa con los acierto y desaciertos que nos acompañaban en el calendario, de los encantos del trabajo en equipo y de las grises tardes de confusión y mucho estrés laboral, vimos de reojo las relaciones interpersonales que fuimos construyendo en ese año y las evoluciones que cada círculo social que nos rodeaba daba, era un ejercicio muy anecdótico para lo que cualquier fulano haría en los primeros días de enero.

Al girar en el trayecto, nuestra conversación terminó en un frenesí de sonrisas y brindis, saludábamos la buena era y convidábamos alcohol y un poco de historias más. Todo llevado a una reflexión general: “El año anterior fue un año complejo, fueron más las malas experiencias que las satisfacciones” a lo que mi contertulio de barra con más gracia que respeto espetó mi comentario con un silencioso pero muy certero dardo, ausente de compasión y más bien recargado de valor: “Creería que no fue el año en sí, sino más bien las decisiones que tomaste”.

Ante tal sabiduría fue más mi reacción de sorpresa que la razón misma la que sentaba en la mesa,
La sonrisa de mi compañero de turno evidenciaba más a una déspota conclusión a lo que quizás realmente era la intención: Una reflexión. No tomé de buen modo tal acierto, pero gran sabio que es el tiempo mismo y supe valorar tal discreción. Insistir en las compañías y sus palabras.

Sernos fieles a los amigos, consigna que en muchas ocasiones no entendemos o apropiamos, ejemplo de ello el eterno 2013, un escenario de fidelidad y lealtad en el que las mismas situaciones difíciles nos mantuvieron en escena, o el 2002 que con sus mensajes y retos siempre nos embriagaba en ternura, en unión y comunión. Ya bastante se ha dicho de ello en este blog, pero es que de eso se trata siempre, de recordar, renombrar, retomar, reincidir inclusive en el discurso, de alienarnos en la lectura de los días pasados.

Cuando nos alejamos de unos u otros, somos también consecuencia de una decisión, por eso que las compañías que tanto hacemos respetar deben ser soportadas en nobles actos de verdadera amistad, en la constancia y la buena escucha, no solo en el parecer y aparecer.

Decisiones, no saber tomarlas, entenderlas mejor.

Desde asuntos de pareja hasta compromisos laborales, la compañía que nos llega en el camino se acentúa como una huella en la memoria. Casos como las filas de espera para ingresar a un espectáculo o a una entidad financiera, compañías que nos departen conversaciones inesperadas o lugares muy comunes que terminan siendo un protocolo social de interacción. Visitas guiadas o desesperadas atenciones en salas de espera, sillas vacías en bares o restaurantes, pasillos en buses que sirven de lugar de encuentro, huellas al fin y al cabo, siempre se habla de huellas que quedan en la memoria.

A cada momento, se le ha dado un buen recuerdo y en el mejor de los casos, vamos conociendo a nuevos personajes que se quedan para la vida, Fiona por ejemplo, una pequeña can de tres años de edad, juguetona, cascarrabias y siempre anda de moño variopinto en la llegada de cada mes. Su condición de canina le permite hacer del tiempo un lugar de juego y encuentro y con ello ha permitido en mi vida hacer del tiempo, un noble lugar de juego y encuentro.

Así como Fiona, una Pug de tres años de vida, muchas son las personas y animales que se nos van adentrando en el día a día hasta hacernos suyos, pedirnos galletas o jugar con nuestras ideas; nos volvemos seres de tercas motivaciones, olvidamos ver en la compañía del momento esa agradable pintura que adorna a un simple pared blanca, se nos olvida ser cómplices del otro o por qué no, como lo dijo mi descuidado amigo: Saber tomar las decisiones acertadas.

Escribir nuestros titulares de lo cotidiano.


AV


15 de julio de 2015

El Soñar de los Caminantes (II)



Imagen Tomada de: https://s-media-cache-ak0.pinimg.com/736x/69/4b/f7/694bf796629557628f9362864a3ab0c4.jpg 
So Love This. Black Cat Print Cat Art from a painting  by AlisaPaints

Retomando las historias escritas en vida, vamos construyendo las aventuras que día a día nos van donando de locura, nos sumergimos en los quehaceres del olvido y damos rienda suelta a múltiples historias. De niños nos involucramos con el amigo imaginario, de jóvenes nos idealizamos con el primer amor y la obsesión del beso dado, del deseo hecho carne y ternura.
Nos contagiamos de ansiedad, de pecados ajenos, de lo más oscuro que encontramos en la mente del otro, como si crecer fuera producto del sufrir, como si permitirnos ser humanos nos costara el lujo de ser pensantes. Las historias las merodeamos como cascabel y las apartamos al suficiente ruido, encantados o no con el silencio, nos escabullimos entre los recuerdos y claro, comenzamos a delirar con ese primer sueldo, ese que nos hace sufrir con su llegada como lo hizo en su momento la partida de ese imaginario amigo.

Toda historia tiene su vagón de pasajeros y así como en su momento dimos vida y retorno a un joven Gabriel, dimos también rienda suelta a un peligroso Miguel, a personajes llenos de misterio y excusas, más excusas que historias a decir verdad. Pero es momento de dar pausa a esas excéntricas visiones del mundo, preferible es concentrar el escrito en lo que hay detrás de cada página, el verdadero ser de esa anomalía llamada literatura.

Bordeamos la locura cuando a nuestro entender no le es suficiente con lo que ocurre afuera, con el más rápido de los impulsos nos abogamos por la fe, sumergimos lo desconocido en oraciones y plegarias y rogamos a la deidad del caso que nos tire una ayuda, que nos auxilie en esos rincones de la vida donde lo racional es precisamente, invocar a lo irracional.

Lo irracional, lo irónico de una historia que acudió precisamente a la locura para hacerse escrita…

Desde niño he sido atendido con el don de la sensibilidad, más allá de llorar por todo estaba pues, el poder observar o entender más allá de lo que los adultos (para entonces) no comprendían. Se me facilitaba observar personajes que de mi imaginación brotaban y que a lo largo de cada trayecto de la vida se me iban pareciendo cada vez más exógenos, quizás ya en una más madura juventud pude entender ese juego de roles que la imaginación y la realidad me permitían, saberme expuesto entre lo irracional y lo inmaterial, ambos casos acuñados con el sentimiento de la duda, ser perplejo espectador o un mero inventor de excusas.

Se me acompañó tal virtud con la escritura de textos creativos, cuentos que despachaba desde la nada hasta la mismísima razón de ser celestino de jóvenes enamorados. Dar el lugar a las letras en mi proceso formativo, ser creativo y amar con locura el desempeño de cada personaje.

Todo comenzó con la inocencia de las cosas. Dibujar universos infantiles de pequeños héroes que salvaban el día, emular las historias de la televisión y el cine en pequeños fragmentos de vida, serme fiel en la conquista de cada sueño, imaginar otro mundo, escribirle al amor que no comprendía todavía, redactar vidas extensas que ya no eran humanas, dialogar en fábulas y volar pequeños escenarios.

Cada vacaciones viajaba a mi Girardot natal, allí construía mi tiempo dividido en amigos y cuadernos, en algunas oportunidades en el mismo frío de la Bogotá humana en compañía de mis tías me sentaba en el comedor a producir cuentos, agotaba cuadernos con mi propio pulso imaginando historias que nadie había contado. Era un creador de cuentos, un triunfalista soñador que en cada verano alcanzaba algún reconocimiento escolar por escribir ficciones que a otros incomodaban, era un nido de egos acumulados en pequeños personajes.

Una tercera variable en este molotov de encuentros fue siempre mi gusto por el cine de terror, y en el paso de los años Freddy Krugger ha sido quizás uno de mis personajes favoritos, ha sido por igual modo un personaje inspirador para mi proceso creativo en algunas pistas literarias, se me formaba pues una condición tan natural el escribir en actos violentos y de crueldad finita lo que años más tarde sería digámoslo de algún modo general, mi primera saga de cuentos (algunos muy mal obrados).

A pesar de mi gusto por el cine de terror y suspenso, desde niño mis pesadillas fueron relacionadas por otros factores, nunca en mi infancia tuve pesadillas a causa de alguna película de Freddy, Jason o el muñeco aquel, mis pesadillas son de otra estirpe, se van cocinando en lo más recóndito de mi memoria y va alejándome de la razón como una pala que quiere agrandar un hoyo; Se van construyendo escenarios llenos de temores y salidos de la más oscura imaginación, ser creativos hasta para crear sufrimiento, así pues, fui construyendo poco a poco murallas que me protegieran del mal soñar, que me despojaran de ser víctima de un personaje desdichado, por otra parte, me aumentaba la ansiedad con los escritos de terror en que hacía mis primeros intentos, desde lo paranormal veía con gran interés fenómenos que nadie explicaba.

Amante de las historias de miedo que comentaban mis vecinos, de esas peripecias de fincas, de grandes sustos ocasionados por juguetones e invisibles duendes, por brujas que alguien afirmaba haber visto o los melancólicos llantos de una llorona que terminó por ser una leyenda latinoamericana. Curioso de  las revistas extranjeras que amigos y vecinos tenían en la entonces análoga década de los noventa donde se menospreciaba la existencia o no de personajes de mitos y leyendas.

Personajes que se suscribieron en la ficción de juegos con monedas o invocaciones deficientes a punta de tijeras y hojas en blanco, un nivel de curiosidad elevado, tan elevado que me saltaba la barrera para ver los toros más de cerca, querer preguntarlo todo, querer vivirlo, contarlo, poderlo llorar y luego reír, de todo un poco menos imaginar que la razón sería la ausente de toda convicción, sería la locura perfecta para un cuento que quizás algún día me atrevería a escribir.

Ese día finalmente llegó.


AV

14 de julio de 2015

Hay Días





Con las baladas de Gloria Estefan, con el claro día entrando por la ventana, con la nostalgia en el escritorio, con todo lo que podemos dejar salir de tanto pensar, con lo que nos sale del corazón, la distancia misma o el amor, que acerca a los viajeros.
Vamos fingiendo en los días que pasan esas emociones que no podemos dejar salir, nos vamos encerrando en ideas tontas, nos dejamos afectar por el plural afán de una ciudad atravesada por un río que nadie quiere, nos vamos desdibujando en el gris caminar de una tarde desamparada, nos vamos enamorando de las ideas que cada vitrina expone, nos vamos enmascarando con saludos y calles cruzadas, también nos indignamos con los que se fueron.

Retrocedemos en el caminar, volvemos a lo principal, a lo que fue antes de lo que es: Entra la luz de la mañana con su sensual andar, despertando a los indecisos, a los que quieren dormir hasta el cansancio, o descansar de tanto dormir. Llueven las ideas sobre un escritorio que no quiere inspirar a nadie, una taza de café para iniciar jornada, pensar en el amor bonito y suspirar, soñar con esos ojos verdes que deambulan en la imaginación del poeta. Se desayuna y se juega, se distrae la vida en partidos de fútbol simulados, se reflexiona, se lee, se divaga, se finge que se trabaja, se es natural.

Es en el corazón donde las ideas se nacen a sí mismas, es en la salud donde se corretea cada cuento. Primero se piensa en esas interminables historias de brujas que se descubren en la prensa, de deportistas que triunfan en tierras lejanas. Se da lectura a otras novedades y se reflexiona sobre los personajes que dan de qué hablar, de pensar por ejemplo que el Joker adaptado para esta nueva generación es a mi gusto una muy buena adaptación, pero que para otros es un error nefasto. Pensar que el tiempo ha pasado y con el las anécdotas de una nación que tuvo su propio horario, con apellido y tareas pendientes.

Es en la memoria del dolor donde vamos dando sequía a las cuentas perdidas, en donde vamos mezclando las baladas de Gloria Estefan con las ideas para escribir, quizás, para escaparnos de una rutina que no comienza, mejor pensar en salir a la calle y por qué no, en dejarnos contaminar con el paisaje.

Recordar los días vividos y los descansos de un buen fin de semana, de que hay Blogs muy interesantes para leer y otros en los que se tiene el descuido como vocación del alma.

Programarnos para salir a caminar en la tarde, cumplir el deber de pagar lo que se debe y de anhelar lo que no se tiene, de pretendernos en el vacío, de ser siderales en el esquivo caminar de los afanados, de ser soñadores mientras se cruza un paso peatonal, tomar el transporte público y dejarnos inspirar por esos artistas que pregonan la lucha diaria contra el sistema, del esfuerzo mezquino por sostener una familia que para algunos no existe y para otros es mera responsabilidad.

Pasar la página.


AV

25 de junio de 2015

La Casa Vacía.






El palacio de la memoria es ese lugar donde vamos resguardando nombres de personas, lugares, contraseñas y experiencias. Es de gran utilidad para esos que sufren de amnesia, para aquellos que no recuerdan un nombre o se les dificulta el poder relacionar nombres con rostros, es un lugar ficticio por supuesto, allí residen miles de ideas, se le da hogar a múltiples pensamientos y se protegen las más sensibles emociones del pasado. Es un palacio del tamaño de cada dueño, producto de su creación y su fortuna, puede ser una gran catedral o un interminable laberinto. Para otros puede ser simplemente un archivador, o un catálogo de datos de la A a la Z.

Nos dejamos consumir como una vela que se enfrenta a la tormenta, o como el tedioso viaje en bus que nos confronta con el silencio de una calle congestionada, nos vamos desdibujando e inclusive vamos apartando cada recuerdo a su lugar de origen. Somos selectivos y como consecuencia damos prioridad a los recuerdos, quizás como mecanismo de defensa o tal vez como una impresentable costumbre de querer vivir mejor, de mudar de piel.

Anhelamos los cambios y los transformamos en conductas, le damos a los hábitos pequeñas dosis de cortesía, de solemnes canciones, de pendientes por cancelar.
Imaginar una casa que nos de refugio, construir en la sala lo más importante de nuestra vida, cada detalle decorativo, cada espacio apropiado con nuestra identidad, dar a las paredes imágenes y nombres que den un punto en la historia, adornos que quizás se resumen en momentos de felicidad. Ambientar con canciones los silencios de cada rincón.

Una casa que se convierte en refugio para el tiempo que se queda, un hogar de sigilosas pausas que se dan en la vida, el tamaño puede variar por supuesto, puede volver en sí un palacio o una cueva, disfrazarse de bodega, servir de resguardo a todo lo que en los años vamos almacenando.

Una casa que compartimos cuando amamos a otra persona, cuando damos a esos amigos un lugar especial y los dejamos entrar, los dejamos apoderarse de nuestras emociones y les damos las llaves para que nos cuiden, nos den su belleza en lo más noble del corazón. Pero los años pasan y con ellos los amigos, algunos van desapareciendo, como desaparecen los colores en las paredes después de mucho tiempo, o como los juguetes que dejan de ser juguetes y poco a poco van dando otro orden a la habitación.

Muchas historias que se refugian en habitaciones varias, cada una con su grado de importancia, con sus defectos y virtudes. Somos arquitectos de lo mundano y con ello damos forma a lo que suponemos, puede ser trascendental. Memorizamos para construir vida, para algunos más osados, construir vidas paralelas.

Una casa es un bonito lugar para cuidar, para transformar con el tiempo que vamos ganando, es por igual, un deseable establo para dejar fluir los olvidos, esos agujeros que aparecen en sus esquinas y se van desvaneciendo como la niebla, como las ideas perdidas o los encuentros furtivos. Es un hermoso lugar de descanso, donde vamos cosechando atardeceres y le vamos ampliando el mobiliario: aparecen visitantes, nuevas decoraciones, diplomas en las paredes, alfombras y electrodomésticos, vamos pues, hasta menguando los paisajes de cada ventana.

Al madurar (supongamos que eso sea posible),  vamos modificando la casa, quizás ya no sea de fantasía sino, un lujoso apartamento, un palacio o quizás una casa más grande, con jardines y hasta ventanales para atrapar el sol, le vamos dando al deseo la licencia suficiente para decorar sus nuevas paredes, para darle un ambiente a vida, a cambios.

Nos agrada la idea de querer desocupar la casa para volverla amoblar con nuevas experiencias, ideas. Y es que así como los amigos y los amores van cambiando con el paso de los años, los miedos y anhelos se van transformando, algunos para crecer y otros para destruir; pero llegan otros personajes a llenar la casa con sus sonrisas, nuevos ambientes y agradables maneras de relacionarnos, como si apareciese un patio de juegos o un jardín trasero para reuniones sociales.

Debemos siempre tener la postura de desaprender en la vida, vaciar nuestra mente, nuestra casa, dejar ir lo que sabemos y con ello, nuestras mañas o convicciones, para así permitirnos ingresar nuevos conocimientos, llenar la casa, la jarra de agua, dejar que nuevas ideas nos iluminen para así poder darle forma a esos prejuicios del ayer, entenderlos y quizás, fortalecerlos o desaparecerlos. Debemos ser una constante fuente que renueva nuestra imaginación y conocimiento.

Hoy los habitantes de la casa son otros si los comparamos con los de hace 5 o 10 años, nos vamos arriesgando a que algunos se queden u otros muden para jamás volver; el cómo siempre será importante, porque no se trata de llenarnos de ideas o conocimiento sino, de saber cómo ingresar cada día a esta, nuestra casa.

Aprender a pintar las paredes de vez en cuando, aprender a vaciar la casa.

AV.

25 de abril de 2015

Primer Día.




Todos tenemos un primer día para cada cosa, no es igual que la primera vez pero se llena de más emoción porque se prepara la ansiedad desde noches previas. Un primer día para viajar o salir a conocer algún lugar especial, un primer día para salir de casa y enfrentarnos a otro mundo como lo es la escuela o la oficina. Un primer día para descansar.

Nos abrigamos en la esperanza de una idea nueva, vamos paso a paso avanzando en nuestros ideales, de nuestras convicciones y prejuicios, realizamos todo un plan de cómo llegar y cómo actuar, imaginamos que tanto nos podría ocurrir, si conoceremos a alguien especial o si nos quedaremos solos. Nos reflejamos en esa expectativa del primer día que llega, nos dejamos enredar en las ideas, divagamos lentamente sobre nuestra manera de comportarnos, de querer encontrar el actuar correcto, el andar necesario, la vestimenta idónea para la ocasión o por qué no, las mejores palabras para cada conversación, dejarnos vestir por un discurso primaveral.

Ese primer día nos llena de muchas ideas, a todos nos llega un primer día desde el inicio de los tiempos, desde la misma niñez cuando por vez primera nos vamos en una ruta escolar, esperando un lugar para sentarnos y vivir a la expectativa del recorrido, ese primer día de llegar al salón de clases y encontrar en menos de 3 segundos de reflexión ese lugar en el que nos sentiremos cómodos durante la jornada escolar.

Un primer día en el que salimos a nuevos círculos sociales, día en que nos sometemos a la alienación de otros que quieren al igual que uno, hacer de su primer día una jornada única, especial, perfecta.

Nos encontramos un primer día en el que dudamos de nuestras capacidades y nuestras intenciones, perdemos un poco de confianza, pero solo al inicio, porque luego retomamos nuestras maestras artes y damos de nosotros lo mejor en cada acto. Es un primer día porque sencillamente una primera vez puede ser un ejercicio de horas o minutos, el día por su parte, es un mundo entero para conocer, navegar en sus horas y sus espacios, dejarnos recorrer por la ansiedad de pies a cabeza, llevarnos a un lado de otros, dejarnos asombrar por el discurso de los personajes que van apareciendo en las calles, en las habitaciones, en los mensajes, en los imaginarios de quienes nos hablan, aprender a entender que somos ahora parte de algo que por ser este, el primer día, nos puede llevar a sentirnos ajenos, díscolos, torpes, enfadados y por qué no, obtusos.

Un primer día es también una oportunidad para comenzar de nuevo en aquello que damos por sentado, es darnos ese respiro que un nuevo empleo o un nuevo lugar de hábitat nos pueda traer, es dejarnos comprender que somos seres pensantes y llenos de vida, de emociones y muchas motivaciones, que nos dejamos acelerar en el afán de las dificultades, nos suponemos únicos y es esa unicidad la que hace que nuestro primer día nos ponga a prueba la capacidad asertiva de persona que podamos ser.

Teñirnos en las palabras de una asesoría, de un recorrido dónde se nos dan las explicaciones de una nueva función, de un empleo nuevo o una nueva asignación, igual caso para ese día porque bien podemos no entendernos en el qué hacer y pasar el día con el asombro de un nuevo lugar o, por el contrario encerrarnos en las labores de ese nuevo qué hacer a tal punto que no logramos realmente asumir o comprender el lugar en el que nos hemos inmiscuido.

Un primer día nos lleva de una rutina a otra, nos saca de una actividad familiar a familiarizarnos con esporádicas salidas, con suspiros llenos de nombres y apellidos. Porque el primer día de los enamorados es único y especial, se planea todo, se piensa cada detalle y se programa cada actividad para que todo luzca perfecto y lleno de amor, a otros quizás más nerviosos ese primer día se les permite vivir solo con el deseo de ver a la persona de la cual se han enamorado o, por qué no, se quieren enamorar. 
Porque ese primer día es el que vale las ganas y los antojos, vale ceder y querer depender, vale salir y escapar en ideas que al otro día puedan sonar absurdas o aburridas, porque se vale soñar en ese primer día, se tiene licencia para obrar de buena fe pero con torpeza. Es el primer día en que se da espacio para expresar eso que de algún modo en cartas, blogs, reflexiones y suspiros hemos mentado de esa figura que anhelamos. 
Es el primer día donde los enamorados juegan al amor, se permiten conocerse de un modo tierno y especial porque al segundo día ya llegan las ideas a hacer su aporte, el deseo pasa a ser real, el destino deja de ser melancolía.

También hay un primer día para los aburridos, porque así como la escuela, el trabajo o el amor, los aburridos encuentran en ese primer día el reto de aprender a vivir consigo mismos, porque conocernos como nos conocemos nos toma toda la vida, para algunos es una tarea que queda inconclusa, para otros es un dogma en el que nos llenamos de alimentos especiales y silencios espirituales con tal de aprehender de nosotros lo que mejor tengamos, es reflexionar en la constancia de las cosas, diatribar en esos días que ya fueron para encontrar los que queremos que sean.

Es esa doble calzada que se cruza en los caminos: Hallamos por una parte ese camino donde todos los días son el primer día porque se ha decidido vivir a conciencia y entregados a una fe que nos guía a alguna parte. De otro lado, otro camino nos expone esas emociones fuertes que nos identifican incitándonos a reaccionar, para bien o para mal pensándose más como un último día que realmente en un primero, tal vez sea pues, porque para aquellos el primer día es el que sigue mañana, imaginando un mañana que nunca llega porque se estancan en el aquí y en el ahora. Es atrevernos como gitanos en una escuela propia de la vida.

Debemos ser cautelosos, porque al hablar de un primer día nos aferramos a la idea de que va a existir un segundo y un tercer día, muchos días más, cada día le damos su significado y hasta un lugar en el almanaque, eso está bien, felicitaciones. No podemos dejarnos invadir la idea que cada día hay que vivirlo como el último, porque entonces ¿de qué valió cada suspiro, cada pensamiento, cada momento que nos llevó a esta primera vez? Es mejor vivir cada día como el primero, porque en el primer día se construye, se sueña, se llena de esperanza una idea hasta florecer en un proyecto de vida, en una meta personal.

Inclusive para perdernos en el fracaso hay un primer día, pero no debemos quedarnos en ese día eterno cual espiral de la marmota, es mejor, sentarnos a vivir ese día hasta identificar lo que realmente nos podría dar el día siguiente, querer cambiar las cosas y acomodarlas a nuestro modo, a nuestras cuentas.

En esta oportunidad es el primer día para mi amiga y confidente doña @mary_magnum , a quien dedico este pequeño pedazo de día, porque es su primer día en una nueva etapa como dicen las tarjetas de regalo. 
Un camino que ha iniciado y que desde hace tiempo venía delineando más con ansiedad que con frescura. Pues bien, ahora estamos acá, es el primer día, bien pueda y comienza a volar. 

Un primer día para estudiar.


AV

24 de abril de 2015

Cuando es difícil entender.





Todo comenzó con un simple trino, parecía en orden las cosas y como siempre mi disposición para el asunto daba para más quejas que historias que contar. Las historias de salas de urgencia nunca son buenas, nos ponen a reflexionar y nos llevan en lo alto de las emociones a buscar nuestro lugar en el mundo, nos ubican en un taciturno ejercicio de reflexión sobre lo débil que es la condición humana, sobre lo nula que puede ser nuestra existencia en un mundo tan lleno de verdades y preguntas que poco o mucho le han aportado a la ciencia, carecemos pues, de esa ciencia.

Una sala de urgencias lleva consigo siempre ese espacio de inquietud y nerviosismo, donde nos dejamos llevamos por las emociones y comprometemos nuestra tranquilidad con detalles tan ínfimos como lo pueden llegar a ser una sala de espera, o que lo primero que uno haga es hacer fila en la “Caja” y no con el médico. Se termina cuestionando fuertemente el sistema de salud, pero en ocasiones recuerdo también aquel tema de los colados del que hablaba ahora recién y comienzo a entender que quizás, por nuestra propia naturaleza, también haya uno que otro astuto que se las pase de listo y se retire del lugar sin pagar, triste pero real.

Me ubicaron en otra sala y dimos espera a que comenzara lo que llamo, la mini procesión. Me pasearon por cuanto pasillo tiene el recinto hasta llegar a otra sala donde me esperaba un apuesto caballero que me tomó par radiografías del torax, no imaginan el miedo y la reflexión tan profunda que disparé en ese instante (y en el de espera de los resultados), quizás por mi condición de fumador activo y empedernido pues a la final todos los caminos nos llevan a la otra vida pero es ese trayecto el que debemos de mejorar (me digo a mí mismo a propósito de mis vicios y manías).

Imposible olvidar en aquel entonces año 2008 las palabras de dejar de lado el dulce, a la final no terminó siendo un ejercicio difícil y hoy día disfruto de mi rutina con menos azúcar que lo acostumbrado años atrás.

A lo largo de la jornada pasamos por exámenes varios, y en todo el trayecto del centro médico observaba madres preocupadas por la salud de sus hijos, niños que no sobrepasaban los 2 años de edad, algunos más mayorcitos bordeaban los 6 o 7 años de edad, a la final, todos inocentes, menores, débiles, a la expectativa de la ciencia, a la bondad de las deidades, a la fe de su madre. 
Fue difícil para mi entender que somos seres frágiles y es que claro, al considerarme un hombre de ciencia caigo en el frecuente error de olvidar lo tan humana que en ocasiones es la ciencia misma, pues el éxito de uno u otro método requiere más de compromiso humano que de metodología, olvidamos que en la sensatez del criterio humano es donde se halla la verdadera esencia de los sabios, los mejor instrumentos deben ser pues, administrados por las mejores manos, ser comprensivos con ese oficio que se llama vida.

Amplia fue mi visión de las cosas en la jornada de la tarde, suficientes lugares y métodos observé en carteles y señalética, pero siempre terminaba en lo mismo, niños y niños por doquier, el llanto de cada menor retumbaba en cada sala de espera, en cada laboratorio de muestras había alguno que con su dolor o desespero veía en el llanto un camino firme para expresar su malestar, yo solo observaba.

Pensarnos la fragilidad de la vida es un asunto más filosófico que de dogma, a la final siempre terminamos siendo artesanos de nuestra propia historia, somos gestores de nuestras creencias y nuestras falencias, vemos perder a algunos y a otros luchar hasta el cansancio, este tipo de escenarios son los propicios para esas batallas, pero lo que no es sensato es nuestro lugar en la memoria de la vida, en los pasillos de cada centro médico como si fuéramos un ángel llamando a lista en un pabellón de enfermos.

Es sensible el tema, porque con los niños no tolero nada. No soy amigo de la violencia en ninguna de sus manifestaciones, no tolero el abuso en ninguna de sus posibles formas y claro, no pretendo ser espectador del sufrimiento de otros si en mis manos está evitarlo o servirle de ayuda ahora bien, no podemos ser (aunque sea nuestro deseo) salvadores de otros, es doloroso el tema con los menores porque en ellos es que veo la esperanza de cambiar muchas cosas que no me agradan de esta realidad, es en ellos donde encuentro esa paz que da la inocencia, el querer natural, el amor por lo sencillo, por la igualdad de las noches.

Es sensible el tema porque esta semana se nos fue otro ser de vida al otro lado de la llanura, a una finca donde viven todos los perros y gatos que se desaparecen de los hogares. Es sensible el tema porque en ellos veo esa posibilidad de creer en lo que de algún modo, ya me cuesta trabajo creer, eso que ya no me sale de manera natural.

Es sensible el tema, porque vemos allí muchas historias por contarse, muchos muros que se van construyendo con el paso de los años, que se van anidando en emociones y canciones, muchos jóvenes pensadores que cuestionarán cada error de nuestra presente generación, muchos herederos de estos, nuestros errores.

Mi total admiración para los médicos / pediatras, admiración porque son ellos con el mayor cariño del mundo y la mejor de las sonrisas los que deben de atender a cada menor que con su llanto busca refugio en algo que le calme el dolor. Admiración porque son estos personajes los que con una pícara mirada deben de lograr llegar al corazón de cada niño que sufre, darle la paz que su medicina o métodos le permitan, darle vida a algo tan frágil como lo es la vida misma, darle la mejor de las atenciones a quien todavía no sabe de servicio al cliente.

Mi recorrido terminó con buen informe, si bien no tengo ninguna de esas virosis de moda si debo de cuidarme más y ser más atento a las costumbres y modo de vida, pero allí, en el fondo solo me quedan las reflexiones a propósito de cada menor y cada madre que carga en sus brazos el desespero de una vela que es azotada por fuertes brisas, de una luz que quiere apagarse pero que no podemos dejar que se vaya.

En definitiva, es más fácil pasar el Niágara en Bicicleta que entender.

AV



23 de abril de 2015

Cuando la Memoria es como es.




En los recuerdos habitan las mejor imágenes, las sensaciones más bonitas de cada día, de cada encuentro. Habitamos allí un mundo lleno de personajes que nos han alimentado el alma con sus enseñanzas, palabras de aliento, con el cariño eterno que le damos a las buenas palabras.

En los recuerdos habitan las mejores canciones del mundo, las favoritas de cada tiempo, los colores más vivos de cada amanecer y las mejores sonrisas producto de largas conversaciones o grandes encuentros sociales. Almacenamos en los recuerdos gran cantidad de información, los exhibimos en anécdotas y hasta en rústicos comentarios de cafetería, nos engalanamos con una carcajada o por qué no, en una lágrima que nos transporta a esa dolorosa sensación del momento vivido. Cercarnos en lo inverosímil de las experiencias y dar a la memoria, esos recuerdos llenos de vida, de emociones, de canciones y reuniones, de una patria viva que se llena de esperanzas y de soledad, de partidas que se nos van acumulando como un gran caudal de lágrimas e improperios, o de satisfacciones y aprendizajes.

En ocasiones somos presa del afán, valoramos tan poco el tiempo que se nos brinda en esta vida que comenzamos a acusar al mismo de ingrato, de darnos tan poco con tan mucho que necesitamos, nos esforzamos en trasnochar o madrugar, igual da el esfuerzo de querer extender las horas del día para continuar con las labores al pendiente. Nos sometemos a jornadas en las que estructuramos cada pensamiento en una acción, en un deber, en una tarea, no nos convencemos de lo bonito que es trabajar en eso que tanto amamos y allí, descubrir que tenemos todo el tiempo del mundo para ser felices, ajustarnos a una realidad merecedora de convertirse en un bonito recuerdo, en una experiencia digna de contar.

Imaginemos por un instante que estamos caminando por un desierto, nos sentimos desorientados, sedientos, con desespero, con ese vacío en el cuerpo que nos dice que estamos más lejos de casa de lo que inicialmente podríamos creer. Imaginemos que van apareciendo poco a poco reflejos, personajes de cada etapa de nuestra vida, con ellos, las canciones que les debemos, las historias que alguna vez olvidamos se van construyendo sobre sí mismas, nos vamos aclarando con el calor, ya no son reflejos sino, las personas  mismas las que caminan hacia nosotros, no discuten ni se afanan por llegar antes, solo están allí, atentas, caminando a pesar de que nunca las podremos saluda o tocar ¿por qué?, porque estamos en un desierto imaginando todo esto, al caso, nada de lo anterior es real, pero es bonito poder permitirnos ese lujo de recordar, de llamar a los que ya no están.

Tomarnos de la mano con la persona que queremos, pero qué error tan grave es el que cometemos cuando pensamos en nuestra pareja al mentar dicha frase, ¿es pues acaso que la persona que queremos no es nuestro padre o nuestra madre? ¿Es pues necesario acudir a las relaciones de pareja para allanar la felicidad? Soy feliz con la persona que me acompaña en el camino, el amor bonito que tengo y que me desafía cada día a ser mejor. Soy feliz con la familia que tengo, porque mi padre es el hombre más tierno y bello que conozco, mi madre, con su carácter fuerte es la persona más persistente, perspicaz y amable que conozco, sus virtudes son quizás la base de esta intransigente manera de ser que llevo en los zapatos, son tal vez, esa base que me ha dado la ternura para abrazar al mundo y la frialdad para darle la espalda, ser cóncavo y convexo en un presente donde los problemas y los dolores se fraguan tras sonrisas y bellas  conversaciones.

Permitirnos construir recuerdos, permitirnos vivir los tiempos necesarios para darle a la vida otro poco de amor, otra cesta de frutas y salir a darle la vuelta al parque, sentarnos en el prado y como un pic nic, compartir de la mejor manera el amor que tenemos, los miedos, los dolores, las sonrisas, dejarnos llevar por el amor bonito, dejarnos construir por la vida misma, ser testigos de nuevas historias para contar.

Nunca se trata de volver a empezar porque sencillamente no somos máquinas que se puedan reiniciar, o un sistema que se pueda sabotear, somos humanos, jodidamente humanos. Somos seres dependientes, nos gusta convivir con nuestros pares, defendernos de lo que nos desagrada, somos nómadas y buscamos refugio y comodidad constantemente.
He aprendido a darle comodidad a lo que se nos va presentando en el camino, porque definir los recuerdos es definirnos como presente, definir lo que queremos para nuestra felicidad es pues, definirnos como futuro.

Nos cuesta decir adiós, más doloroso aún es decir adiós a quien ya se fue, donde no hay manera de reintentar la despedida, donde no hay palabras o actos que puedan darnos la tranquilidad de que el círculo se cerró, solo ese vacío que la soledad va cubriendo con nostalgia, como si la melancolía se convirtiera en una espesa masa de llanto y mucosidad. Llevarnos lo mejor de cada persona en nuestro corazón es vivir dos veces, liberarnos del yugo de la ingratitud y ser sonrientes a cada ausencia, permitirnos reinventar las excusas para vernos con alguien, para salir a diatribar en una esquina y sentados en el andén, un domingo en horas de la noche, recordar los bellos atardeceres, de esos tiempos de las hojas secas y los cultivos de algodón de colores.

Nos cuesta reprimir recuerdos, no son una materia que se pueda encerrar en un frasco o en un baúl, no nos podemos escapar de ellos como lo hacemos constantemente con las tareas o con las efímeras frases de las disculpas. Nos esperanzamos en que el tiempo borrará todo, que nos dejaremos caer por las escaleras y al llegar abajo todo será diferente. ¡Qué equivocados estamos!, hemos fracasado como sociedad desde el momento mismo en que dejamos fundir nuestros valores por otros “satisfactores”, porque somos expertos en hablar de necesidades y problemas, a la final nos damos cuenta que el hedonismo es lo que nos une como especie, que vamos validando satisfactores de otras vidas y no de lo que realmente importa.

Llenarnos de felicidad hasta caer, ser presa del encanto de cada persona que conocemos en el andar, porque si algo debemos de hacer día a día, es someternos a la cotidianidad y darnos ese placer humano de poder conocer personas a diario, darnos esa elástica manera de poder continuar y ser amigos de cada quien, ser flexibles a los imaginarios y derrumbar estereotipos, darnos un hogar en el corazón de todos, identificar al amigo del conocido, separarnos de las malas intenciones y alejarnos de aquellos que solo encuentran excusas y quejas a cada situación.

Llenarnos los días de nuevos recuerdos.

AV

// Para los que ya no están: Solo Recuerdos y Buenas Canciones //



22 de abril de 2015

Cuando no es como debería ser.





Cuando no es como debería ser,

       porque las cosas ocurren en su momento y a su manera, le importa cinco si tienes o das, si perteneces o eres foráneo, si el camino es largo o si el trayecto ha dado experiencia. Que si venimos a conversar sobre lo de siempre o si disfrazamos los problemas de conversaciones sin sentido y llenas de banalidades.

La vida es un suspiro que no nos deja reaccionar. 

Nos cobra cada paso que damos en falso, nos disgustan sus decisiones, pero a la final terminamos por aceptarlas, porque nos duele vivir, pero nos duele más saber que otros no lo pueden hacer a nuestro modo, o al modo del que desean, porque vivir es para los valientes, porque nos damos importancia cuando los caprichos no son suficientes, porque queremos darle sentido a todo y en ocasiones, las piedras solo son piedras, nada  más allá de eso, a pesar de los mil y un significados que queramos encontrarle.

Quizás las ocupaciones como he reiterado muchas veces en este blog me alejan de una bonita costumbre que ha dejado de ser costumbre, no reniego por las ausencias aunque no miento cuando siento que hay mucho por contar pero que de algún modo se me permite silenciar así, sin nada más. Pero me lleno de frustraciones y reproches con nuestros hermanos ciudadanos, me lleno de especulaciones y malas palabras, porque no tolero ese comportamiento de abuso y desconsideración que hay en la sociedad, en las ciudades que ya no se comportan como ciudades.

Ya se han publicado recalcitrantes escritos en variados blogs y post de Facebook donde se cuestiona la miseria humana y su estúpida idea de saltarse las normas, esa cuestionable actitud de encontrarle atajo a todos los caminos y premiarse a sí mismos como genios, porque los demás siguen caminando por el llano sendero del “deber ser”.

Podría creer que nos encontramos con las consecuencias de una generación que prestó la suficiente atención a sus hijos por estar pendientes de la crisis económica de entonces, nos atamos ante las inoportunas conductas de una generación de fulanos que no conocieron los pormenores de una indignación nacional, que no supieron lo que era faltar el respeto en la calle corriendo el riesgo de morir ejecutado por un fulano más  bravo, o quizás, que estemos ante el atento llamado de una nueva generación que ve en las conductas sociales unas normas obsoletas que han sido replanteadas en códigos de conducta virtual, tratar de llevar la hipocresía del social media al asfalto de ciudades desesperadas, de callejones retratados por el abandono del estado.

¿Será pues que el Estado se quedó maquillándose en los medios de comunicación mientras la ciudadanía encontró en las Social Media una ruta de escape? ¿Será pues que somos nosotros, los bobos, la base de ese equilibrista y malabarista que se ha convertido en nuestro referente social? ¿Somos un país de buffones y arlequines?

No siempre se es como deseamos que se sea, ni ocurren las falacias que re-inventamos en los programas de Tele-Realidad, pero a la final nos terminamos acostumbrando a lo incorrecto, no siendo suficiente nuestra inmune relación con la violencia, traspasamos los códigos al irrespeto de las instituciones morales y culturales. No quiero caer en la censura o en el aplauso de arcaicas creencias, pero sí siento urgente atajar esas actitudes donde ya ni la vida se siente propia, sagrada, única.

Morir atropellados por un bus mientras se intenta “colar” en una estación, algunos, más osados que otros, mueren junto a su ser amado o compañero de clase u oficina. Al otro lado de la calle, otros fulanos se agreden con aquellos que no comparten su manera de laborar: dicho de un modo más nefasto, empleados de empresas de transporte inician persecución a empleados independientes de empresas de transporte aún no reconocidas, a la final, las calles siguen en batalla.

Nos correteamos en comentarios y diatribas con funcionarios que abusan de su cargo o su carnet de contratista  para humillar a otros que quizás, solo querían llegar a casa o hacer su trabajo (en el caso de la fuerza pública) y que a la final terminan igual de señalados que esos que vemos correr por las calles y colarse en la estación de bus por miedo a que nos hagan daño, pero claro, no nos damos cuenta que nuestro silencio es más dañino e hipócrita que los actos de cada fulano que observamos.

Entendemos gracias a las series de televisión de los últimos diez años que más que el amor, lo importante es hacer dinero de la manera más fácil y en el mejor de los casos, rápida posible, que las enfermedades van y vienen porque aquí se vive rápido y se muere joven, que la educación es insuficiente, porque el sistema está fallando y si falla, pues no vale la pena entrar en él.

Que el sistema político hay que reformarlo, porque también tenemos que reformar la constitución y a cada uno de los caprichos que nos surgen en la opinión pública. Que las redes sociales tienen mejores analistas que los medios de comunicación, y que las universidades no son importantes porque al mercado laboral no le interesan los ciudadanos bien preparados.

Podría entrar en muchos detalles y comenzar a realizar un listado de todo lo que se lee y se escucha en esta cotidiana comunidad, pero a la final siempre quedamos con el mismo sin sabor, llegar a casa a comer algo que nos calme la ansiedad de los días y darle de la mejor manera los buenos días al sol de la mañana siguiente, sonreír y beber con premura una taza de café, olvidarnos de lo importante y retomar esa lucha salvaje por querer defender las instituciones culturales y las normas de lo socialmente aceptado.

A propósito, hoy Nathaly (López) se nos fue sin despedirse, a ella, allá en la llanura le mando mis afectos, mis mejores silencios en su honor, porque la juventud también se va con los caprichos de la otra vida.

Porque no siempre es como debería ser.


AV