13 de enero de 2015

El Silencio de las Cosas.



Loneliness
  

La soledad de las cosas es más fuerte que el compromiso de las personas, es indestructible, infame, se construye a sí misma, da a las cosas una esperanza de lo mundano donde no hay vida, hace de lo material un objeto de deseo, como la brisa que lleva semillas de un lado a otro, es cada historia que se confunde con el ayer.

La soledad de las cosas es tan única como la soledad humana, porque podemos estar junto a alguien y ese alguien, con la más onírica de las acciones nos puede permitirnos sentir solos, podemos dibujarnos en sonrisas de cada ensueño, fijarnos en el rostro de los que nos acompañan en la calle, de los estudiantes que nos escuchan en clase, o de los amigos de la tercera edad a quienes cedemos lugar en el bus o metro. Es la soledad de las cosas la víctima precisa de cada tiempo que dedicamos al día y al tiempo, como el conductor que cruza la ciudad transportando pasajeros en un silencio que solo es vigilado por el ruido de afuera, o como el vigilante que partiendo de su puesto de trabajo ve en la fábrica un inmenso monstruo cargado de silencio, en la noche de las cosas.

La soledad de las cosas es todo aquello que podemos hacer de nuestras intenciones, esas insensatas acciones de vida que postergamos al finalizar la jornada laboral, al caer la cortina en el teatro, ese silencio tan perfecto que se escucha en cada palco, en cada pasillo, en el teatro entero cuando la función ha terminado y el último de los aseadores ha salido de su encierro laboral.

Es la soledad de la radiofrecuencia, de la emisora musical que al igual que nuestra mente, reproduce canciones una tras otra, como el reloj que sigue su curso sin importar que todos duermen, una soledad posmoderna, porque todo sigue en acción, la ciudad no se detiene y de vez en vez un perro ladra, un torrente de agua se posa sobre algún tejado de zinc, un vehículo frena tempranamente sobre algún cruce de calle, y el perro vuelve a ladrar.

Cada cosa tiene su lugar y su razón de ser o estar y con ella nos dejamos enmudecer, le damos ternura a una palma que baila al ritmo de la brisa, o vemos amor y romanticismo en la ola que llega a la costa, a la gaviota que gime desde los aires.
Vemos vida en donde no la hay, porque eso es lo que inspira la luna al levantarse sobre la montaña, la consideramos eterna, muda, iluminada, como una canción de Ricardo Montaner, como un poema de Sábato, como un adiós.

La soledad de las cosas está en las personas, en la familia, en el deber ser, en lo que ya no está, en la herida de los corazones vagabundos, en los amores juveniles, en las caídas y golpes infantiles, en las letras de las canciones, en el sonido de los cañones de guerra, en el azul de la tinta con que se escribe, se imprime.

No podemos darle vida a lo que no tiene vida, pero claro, somos unos genios y optamos por darle identidad, como si no fuera suficiente con nuestra existencia, nuestra soledad, nuestras excusas.

La soledad de las cosas cuando se está escribiendo una canción, la guitara con las cuerdas destempladas, allí, guardada en el armario, lejos de la pasión de un poeta enamorado, como el papel lleno de letras y tinta, reposando en el cesto de basura, el escritorio abandonado, las calles llenas de personas caminando de lado a lado, todos preocupados, afanados, de prisa, atemorizados.

La soledad de las cosas representadas en el semáforo que indica el buen caminar, que regula el transitar de los intelectuales, ese sonido especial que una bicicleta produce en su radio, el de los enamorados cuando callan, el de las familias cuando se dividen.

La soledad de las cosas son objetos inanimados, es vida que se ha extinguido o nunca existió, es la llama de la vela que se apaga cuando ha terminado la guerra, la mosca que sobrevuela los platos de comida puestos en la mesa, o por qué no, los tele-seriados de que construyen vidas ideales en sus contenidos, dividiendo cada día más a la familia en diferentes canales, cada habitación cuenta con su propio equipo de televisión, distanciándonos, modernizándonos, alienándonos.

Cada cosa es objeto y sujeto, como la camilla que acoge al recién nacido, o el susurro de la ambulancia que transporta con desespero por las calles a quien se aferra a la vida, como los puentes colgantes que sirven de descanso eterno a quienes están aburridos, a los que huyeron del deber ser.

Nos enfocamos en el todo, en la vanidad de nuestra hoja en blanco, en el amor de los que partieron pero dejaron huella, en el silogismo de las redes sociales, en el lugar de nuestras emociones, porque  los árboles siguen siendo seres vivos, como la flor y el bonsái.

Como nuestro Silencio.


AV

3 comentarios:

Iván R. Sánchez dijo...

No creo que sea el único lector de este blog, pero probablemente sea al único al que se le ocurre comentar. Como hacen de falta los comentarios o apreciaciones cuando uno escribe, aunque a su majestad felina le debe resbalar eso. ¿no?

Con respecto al post: Wow.

karenferrin dijo...

Cómo duele a veces leer a este señor Gato, porque cada palabra suya se convierte en un espejo de esas cosas que se cruzan por la mente a uno y le atraviesan el alma. Pero, santos bigotes, existe la posibilidad de leerle.

Iván R. Sánchez dijo...

Y divida entonces a la vida en cada cosa que necesita del estar más que el ser, porque la condición entonces es humana y los momentos de soledad los está tejiendo a partir de la presencia, de la materialidad y de la esencia de la acción. Me gusta como construye nostalgias de la misma forma que ahonda en la cotidianidad de las cosas, tan genial como la identidad, pero más real, que vivo. Éste es el resumen del "wow" de ayer. Y me parece muy bien que haya convencido a alguien de comentarle. Muy bien.

Clap, clap.