3 de enero de 2015

Cita con un mapache.



A Day in the Life of Yield

Hoy me puse mi camiseta de Linterna Verde y salí al parque con mis abuelos, fuimos en familia a recorrer cada lugar del maravilloso mundo de Kendall, nos fuimos en familia como estampida de búfalos a luchar contra el aburrimiento. Pero mucho antes de emprender tal camino, otras varias ocurrencias pasaron en nuestro bello acontecer.

En casa de los abuelos nos esperaban ya con todo listo, luego de casi cuarenta minutos de impulso, salimos de casa y emprendimos camino hacia la zona de Kendall, otro distrito dentro del variopinto Miami. En el camino paramos en “El Pollo Tropical” para comprar, como es evidente, un gran pollo asado, supongo de origen tropical, para almorzar en el parque, darle un poco de caché al plan de Picnic familiar.

El Pollo Tropical es un restaurante de comida peruana, muy reconocido entre los latinos residentes en la zona, su fuerte como su nombre lo expone, es el pollo asado, como si esa fuera nuestra bandera cultural a lo largo y ancho del planeta pues todos los latinos valoramos más el pollo asado sobre la mesa, que cualquier manjar de la biblia. Mi tío hizo el deber y se compró un pollo grande para toda la familia, gran porción de papa frita y buena dosis de salsas y aderezos para la ya mencionada harina.  

El carro quedó impregnado del olor a pollo y con el, todos sus ocupantes.

Al llegar al Parque de Kendall, un lugar muy bonito y que evidencia la cultura y arquitectura anglosajona, nos ubicamos en una bonita zona de picnic, con mesas en madera y bellos prados sobre el horizonte, a nuestra espalda una cancha de beisbol, a nuestra derecha un circuito de curvas, rampas y obstáculos para deportes extremos como patineta, patinaje entre otros, más al fondo, pero muy en el fondo, las canchas de soccer. En términos generales una zona muy agradable para pasar un día de descanso en familia, o salir a hacer deporte y bajar esos kilos de más que nos trae siempre la navidad.

Pasar tiempo en familia es algo que muchas veces no valoramos sino hasta que hemos perdido a un familiar o, cuando hay una recompensa de por medio y quizás, muchos hijos asumimos el rol familiar más desde la recompensa y la búsqueda que desde la disciplina del buen amar, sea el caso de quien sea, siempre es justo para el alma, como camino de la serenidad aprender a identificarnos en cada escenario de la vida donde haya tiempo para compartir. 
Quizás estas fechas del diciembre que ha terminado, o de los Reyes Magos que se aproxima para el caso de nuestros hermanos mexicanos, es temporada de reflexión y promesas, donde unificamos abrazos y buenos deseos en la mesa, en la cocina, en llamadas telefónicas y por qué no, en innumerable cantidad de mensajes expuestos en redes sociales, a la final, cuando toda esta temporada ha culminado, son pocos los círculos que comenzamos a reducir para dar fe y cariño a ese núcleo familiar.

Hoy precisamente, esa señorita de verde mirada agendó también  una salida en familia, porque es esa familia que hace muchos años no se reúne a diatribar sobre cada gen o cada quién. Aquí, a más de miles de kilómetros de distancia, en un parque americano, dispusimos la mesa con un honorable pollo asado (supongo de nacionalidad peruana) y conversamos sobre lo cotidiano y mundanos de nuestros recientes días en casa, mi abuelo, un niño de más de noventa años terminó su plato de comida y salió a cazar monedas de a centavo, porque solo él es el experto en encontrar monedas donde nadie es capaz de sospechar.

Finalizada la hora del almuerzo, mi tío se llevó a los abuelos a caminar por el parque y mi madre prefirió ir a dormir al carro acompañada por mi padre, otro niño de setenta y pico noviembres de vida, por mi parte, con mi camiseta de Linterna Verde y mi cámara fotográfica inicié la caminata a mi modo por los alrededores del recinto, siguiendo, como Alicia que busca al conejo, a una ardilla coqueta, roedor de fina y juguetona cola que andaba tras la pista de algo de comer. 
En el trayecto logré ubicarme detrás de un poste y de la manera más ignorante pero a mi criterio, efectiva del caso, pude fotografiar al roedor aquel, bueno, la calidad de la fotografía no tiene tema en este apartado.

Cerca, en la zona verde de al lado, un par de muchachos categoría rodillones jugaban a lanzarse la pelota (de béisbol, una práctica muy americana pero bueno,  resultaron ser argentinos, vea usted. Allí, en el fondo un hermoso mapache comenzó a subir sin ser descubierto a un frondoso árbol del parque, con mi visión original y un poco de empeño logré retratar al animal con mi cámara, me fui acercando hasta estar en el árbol mismo dónde el mamífero de grandes bigotes me observaba. Intenté por varios momentos fotografiar pero fue en vano, cual felino esquivó cada disparo de mi cámara pero jamás se escondió, siguió uniforme en su rama sentado sobre su cola, observándome, quizás, reflexionando sobre mi astuto rol y es que amigos lectores, jamás en mi vida había visto un mapache, solo en la televisión o el cine.

Pasaron los minutos, él en la rama y yo abajo mirándole con detenimiento, cruzamos miradas como dos mamíferos que se descubren entre sí, nos dejamos llevar por la fresca brisa de la Florida, fuimos uno solo con la naturaleza, fuimos silencio en el atardecer. Al tiempo el fulano decidió bajar de su árbol y como cualquier animal, emprendió carrera hasta otra zona despejada, él como cualquier otro animal (supongo) evidenciaba en su rostro y prisa un temor por la humanidad, yo también.

Mis abuelos regresaron de la caminata con mi tío, avanzamos juntos hasta el carro y comenzamos a prepararnos para regresar a casa, la jornada había terminado y la familia permanecía unida.

El carro conservó el olor a pollo durante todo el trayecto de regreso.


AV. 

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