19 de enero de 2015

Azul.



Siamese Cat BLUE TREES
Art print by:  Todd Young


En estos días de descanso y laburo nos llega la noticia de fuentes que no conozco que este lunes en especial, es el día más triste del año, me sorprende porque la tristeza es un estado del alma no de calendario a menos claro, que se conjugue el alma con fechas de pago de facturas y junto a ellas, las penas del cuerpo pero no, eso es otro tema de conversación.

Hablar de tristezas es un tema cliché, un lugar común, es pretender encontrar el mundo en una botella como alguna vez lo quiso insinuar el gran filósofo de la Ciudad de Guatemala, (que por cierto hoy está de onomástico), también es referirnos a ella como una musa o una dirección a cualquier parte cuando del amor se trata, o de dinero, o de la confianza perdida.

Somos expertos en divertirnos de manera irresponsable y darle a la tristeza la prenda adecuada para vestir las consecuencias de los excesos, nos dejamos llevar por una u otra emoción, vagamos elípticamente por las calles de los deseos, de esas ansiedades que nos mezclan lo hormonal con lo espiritual, como si el cosmos nos observara.

Estar triste es una decisión personal, es permitir que factores externos interfieran en nuestra tranquilidad y felicidad interna, es dejar que fenómenos ajenos a nuestra voluntad o deseo interfieran de forma drástica nuestro pensar y accionar, llevando lentamente nuestra conciencia a un estado de reflexión que resulta ser un proceso más autodestructivo que reflexivo como tal; sentirse triste es parte de un proceso de reconciliación (a veces) en el que vamos proyectando en el futuro el fracaso virtual de nuestros deseos, de esos planes que queremos ejecutar de la mejor manera, pero ¡oh clarividencia del perpetuo socorro!, son esos mismos planes que proyectamos los que deseamos muy en el fondo se ejecuten con la ayuda divina del divino socio, de la mano de un amigo o un familiar, o todas las anteriores, esto porque preferimos dejar que otros actúen y decidan por nosotros, nos lleven de la mano y nos susurren poemas de Walter Riso al oído, sentirnos intelectuales al nivel de Jodorowsky, bohemios como un poema de fin de año, dejarnos seducir por las falsas felicidades.

Sentirnos tristes porque se es lunes y hay que madrugar, porque el agua de la llave sale a bajas temperaturas, porque el recorrido al trabajo es largo y el trayecto rutinario, sentirnos así porque ya no se puede dormir hasta tarde, o porque hay que iniciar labores. En realidad no los comprendo a quienes basados en esos pretextos menta a este día como el día más triste del año (Blue Monday). Con mucho respeto los leo más como un acto de mediocridad disfrazada de una felicidad inexistente.

Señores, el verdadero Blue Monday es este y les cuento que me gusta mucho, pueda ser que la relación entre uno y otro sea muy cercana, pero qué más da, prefiero eso a seguir gritando sandeces en el país de la panela.

Comenzamos nuevo año de manera formal en algunos lares de nuestra cotidiana tierra, otros más puntuales iniciaron su vida laboral tan pronto como inició el año quince del segundo milenio, para algunos otros, el año inicia prontamente al finalizar este primer mes, para el resto, es posible que el año inicie basado en una larga espera llena de expectativas y ansiedades, una espera casi que hormonal, pero espera al final de todo.

Me gustan esos personajes que dejan que la locura de la ficción les permita crear nuevas historias, llenarse la boca de aventuras y de historias para contar, esos personajes que por la más azul de las tristezas se levantan y sonríen en comunidad, se aplauden a sí mismos antes que sub valorarse, antes que llenarse de espinas que desinflan el autoestima y claro, acuden a las baladas para entristecer su soleado panorama.

No quiero caer en otros lugares comunes y dejar que la tristeza se vuelva una marca registrada de los Social Media Expert, prefiero en ese orden de ideas leer a quienes han dado oda a la tristeza en una copa, o por qué no, en una copla. Una obra para la humanidad, desde la intelectualidad de los aburridos, desde la otra orilla de los desmedidos.

Ser sensatos con el adiós y amigables con los nuevos días, con todos los grises panoramas que nos van agotando la existencia, que nos presionan hasta asfixiarnos, despertarnos en la soledad de lo cotidiano.

Para otros más fieles a lo sensible de las mañanas, la ausencia de amor es un tema muy delicado a la hora de medir causas de la tristeza, pero no podemos esperar toda la vida para hallar compañía, mucho menos enfrentarnos a un día lunes y juzgarle por nuestra perpetua soledad, es mejor salir y seguir esa vida que tanto acostumbramos a retratar y desdibujarla por un momento, darle un nuevo color no con planes de una vida mejor sino, con las casualidades de la noble capacidad de asombro que nos pueda dar el comienzo que no se quiere dar.

Caminar desde lo que más nos gusta y alejarnos de lo que no nos gusta, entender que no necesitamos a alguien porque nos hace felices sino, porque queremos ser amados. No depender la felicidad en un tercero sino, darle a ese tercero nuestras mejores intenciones de felicidad, aprender a cuidarnos y a cuidar de otros, ser paternales pero también ser héroes de nuestra propia batalla.

Hay un tema interesante sobre la tristeza, es que en ella reside un perro negro que es muy lindo, cariñoso y consentido, pero eso solo funciona si lo sabemos educar y domesticar (a la tristeza) de lo contrario, se convierte en nuestro enemigo, en nuestro peor compañero, en eso peso somnoliento que nos tira por la ventana y nos convierte en picadillo, hace de nuestra vida un eterno lunes azul, como hoy lo reseña la prensa internacional.

Quizás no podamos dejar la tristeza de lado porque nos hace falta sentirla, quizás porque es esa emoción la que nos ayuda en ocasiones a recordar que somos humanos o que procedemos de una humanidad que no es del todo perfecta, pero venga, si eso es lo que queremos sentir (sufrir) nos basta con mirar al mundo real, asomarnos por la ventana y ver lo cruel que es el ser humano, que de humano poco tenemos y que lo que tenemos no es propiamente un principio de humanidad.

Somos expertos en abusar de la buena fe de nuestros amigos y conocidos, somos testigos del dolor de otros sin siquiera sensibilizarnos e interceder por su ayuda, somos mendigos de una paz perpetua pero no acostumbramos a sembrar ilusiones y educación, juzgamos a los felices y envidiamos a los afortunados, pero es posible que ellos también hayan tenido que sufrir demasiado para alcanzar esa felicidad, no lo sabemos, domesticar a ese perro negro que en algún momento se les convirtió en una fiera salvaje.

Nadie sabe al final, la sed con que la que cada quien bebe, tampoco el color de su perro ni la carga de sus espalda, puede ser (entonando poesía de barrio), que a esos que les duele la espalda y se quejan todo el día sin hacer nada al respecto, es a los que la vida misma no los tiene preparados para llevar alas en su espalda, no merecen ser premiados.

No quiero entrar en detalles estoicos de si la felicidad debe ser el resultado de un constante sufrimiento o si se puede (y merece) ser feliz sin haber sufrido, no lo se, de seguro cada quien tiene un testimonio que nos aporte vanguardia y lectura a este cuestionamiento, lo mejor para ello es observar, escucharnos, aprender a entendernos, o simplemente, dejar vivir y pretender vivir de la mejor manera.

Mi color favorito es el Azul, pero no ese azúl.



AV

1 comentario:

Iván R. Sánchez dijo...

Abusar del uso, y gastar hasta el desgaste. Claro, no sabemos qué color pone cada cual a sus grises, ni qué les compete como combustible para sus tristezas, desvenires y melancolías. Menos aun si ya no se nos permite juzgar...