9 de noviembre de 2025

El Examen (Los abandonados).

 


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IV.

Elin caminó desorientada con el sol saliendo entre las nubes, el ligero frío de un otoño europeo le daba la bienvenida a Roterdam, encontró un teléfono público más adelante pasando la plaza central, sin explicación ni motivación se acercó y encontró preciso una moneda en el suelo en medio de la plazoleta. Tomó la moneda y guiada por el instinto automático de la supervivencia llegó al teléfono para llamar a casa.

Una voz grave le recibió el otro lado de la línea, era su hermano mayor, Daan Bakker. Llorando le saludó y en un gemido de auxilio intentó explicarle que estaba en la biblioteca de la universidad, él sin entender bien lo que narraba Elin, intentó calmarle dando señal de que iba por ella.

Preciso pasaron cuarenta minutos cuando junto a su madre, Julia, llegó Daan a la plazoleta encontrándola sentada en un banco de lado derecho, estaba roja, sentía mucho frío y con lágrimas buscaba sentido a la vida.

La abrazaron y con algo de oraciones familiares le guiaron hasta casa donde después de un buen plato de sopa de guisantes y salchicha ahumada conversaron sobre lo ocurrido.

Para Elin la gran sorpresa no fue solamente ausentarse de casa con una extraña confusión al interior de la biblioteca sino, notar que había transcurrido una semana desde su inexplicable andar por un mundo sin nombre ni forma.

La policía llegó a la residencia Bakker para verificar todos los detalles, por demás inexplicables, de la ausencia de Elin esa semana. Entre las indagaciones buscaron lógica alguna del paradero de esta al interior de la biblioteca, dando a entender la posibilidad de haber sido secuestrada por algún funcionario o al menos, haber quedado encerrada sin su consentimiento en alguna especie de habitación o sótano.

Al caer la tarde, la policía se retiró de la casa dejando a la familia descansar, Daan intentaba entender lo ocurrido, Julia la madre, en silencio, lloraba a sus adentros y enfocada en hornear algo de carne pasaba el tiempo en reflexión. Elin durmió profundamente, mientras que la prensa empezaba a llegar para buscar datos y explicaciones de la aparición de la primera mujer secuestrada en Roterdam en el periodo de posguerra.

La noticia llegó por radio como una novedad y Marcelo la escuchó mientras estudiaba en su incómoda habitación. Desde una semana atrás cuando estudiaba en la biblioteca y reportó la desaparición de Elin, intentaba por todos los medios encontrarla además de encontrar calma para prepararse para los cursos del doctorado.

Tomó su mochila de tela y en una bicicleta que su amigo Thomas J. Van Arsdale le había prestado, llegó hasta la residencia de la familia Bakker. Se presentó y en un inglés que ellos poco entendían, exponía cada detalle de lo ocurrido esa semana atrás, explicaba que fue él quien interpuso la denuncia en la oficina de seguridad del campus y por insistencia de la policía, fue entrevistado en reiteradas veces como sospechoso.

Daan, el hermano mayor de Elin, tomó con desconfianza la llegada de Marcelo, pero la actitud y quizás, el intento de hablar un neerlandés básico el daba la fe de que todo lo que pretendía comunicar en cierto modo se podía tomar con veraz.

Le brindaron un plato de sopa también, un vaso de agua, escucharon cada una de sus preocupaciones. Elin despertó ligeramente y escuchó la voz de Marcelo en la mesa de comedor, se levantó de la cama y con algo de mareo alzó la voz para preguntar quién estaba en casa.

Daan le insistió en que descansara, pero ella quería verlo. Al salir de la habitación lo encontró delgado, más allá de lo que le recordaba. Soltó un gemido de agradecimiento y se le acercó para abrazarlo, incluso delante de la familia le besó, para sorpresa inclusive del propio Marcelo.

Tomó una de las sillas de la cocina y se sentó en medio de Daan y Julia, la madre. Mirando a Marcelo a los ojos y con una seña de calma comenzó a compartir uno a uno los recuerdos de su estancia en aquel lugar al que ella prefirió llamar “Un mundo oscuro lleno de estrellas y seres abandonados”.

Al finalizar el testimonio, ninguno de los presentes quería opinar o dar alguna interpretación, incluso se negaron a hacer preguntas sobre los detalles.

Elin tomó a Marcelo de las manos y le invitó a salir de casa, afuera en la puerta le besó nuevamente como si fuera el amor de su vida, un beso que a bien podría señalar años de nostalgia. Daan observó todo a la distancia y no aguantó las ganas de intervenir, se levantó y abrazando a su hermana por la espalda con la calidez de un hombre protector, se dirigió a Marcelo en un complejo neerlandés que pro supuesto Elin pudo traducir a un inglés legible:

“Si bien mi hermana te aprecia y al parecer te ama, aun cuando nadie en casa te conoce, serás bienvenido. Si no tienes donde vivir ven a casa con nosotros, comparte con ella y si el amor es tan real como ella insiste, podemos recibirte como parte de la familia. Es tu decisión, pero te exigimos aprender a hablar el idioma y claro, los valores de esta familia”

Marcelo abrió los ojos con sorpresa. Hizo una venia en muestra de respeto y aceptó la invitación, explicó ligeramente su interés de aprender el idioma no solo como compromiso con el doctorado y la beca sino, con la familia que le recibía, aceptando renunciar incluso a su nacionalidad y cultura.

Julia, la madre, alzó la voz desde el interior de casa pidiendo que entraran nuevamente, estaba oscureciendo y el pobre joven no tenía abrigo para andar así en las vías.

Todos entraron obedeciendo las órdenes de la jefe del hogar.

Se sentaron en un sofá frente a un moderno televisor Phillips, comenzaron a ver la emisión de noticias de las siete de la tarde, Elin entendía muy bien que su nombre sería noticia en todas partes, en especial en la universidad a dónde debía de ir a reportarse a la mañana siguiente.

Marcelo poco entendía de las noticias salvo algunas oraciones, momento que Elin aprovechó para decirle que en ese universo oscuro habían más personas igual de perdidas, que no sabría a ciencia cierta cómo pudo salir o qué la hizo salir, pero algo grande y con mucho poder estaba allí condenando a los pobres caminantes.

Le mencionó, además, de la otra mujer que vio allí extraviada, se le notaba por igual desesperada buscando una salida, simplemente que no entendía de dónde era pues su ropaje y expresiones no eran de esta ciudad ni de la misma universidad. Era una biblioteca diferente, con televisores en muchos escritorios con la pantalla delgada como un tablón de madera y las lámparas del lugar, blancas, como un hospital.

También le habló de que vio por un momento a un grupo de jóvenes en una especie de autobús, pero extraño, con sillas y botones que eran propios de las películas del espacio.

Marcelo en silencio tomaba cada detalle como una nota mental, de seguro en algún momento de su vida eso serviría para algo, quizás, para identificar al que haya secuestrado a Elin, o entender aquello que ella vio del otro lado de la ventana en dónde le vio por última vez.

Al finalizar la emisión de noticias la familia Bakker brindó un abrigo más acorde a la temporada y acompañó a Marcelo a llegar a su residencia, a una larga distancia de donde ellos vivían.

Elin le besó y pidió que se vieran nuevamente en la universidad al día siguiente, quizás era pertinente le acompañara en su reporte ante las autoridades, además de retomar las clases de idiomas.

Marcelo sonrió y con un beso se despidió, alzó la mano para despedirse de Daan y entró al edificio dónde le esperaba su compañero Thomas, quien con una mirada de solidaridad le esperaba.

Se sentó un rato en la habitación y en silencio dejó escapar uno a uno sus pensamientos, intentando entender lo inexplicable, entre esos, el misterio del amor y la fantasía.

Estaba enamorado de Elin.

AV.


7 de noviembre de 2025

El Examen (Elin).

 


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III.


Elin siguió caminando, buscando a la ventana, el ruido de una voz distorsionada seguía en el ambiente. Empezó a notar que todo a su alrededor era oscuridad, solo la voz electrónica le guiaba, al fondo un cúmulo de estrellas como si se tratase de un ramo de constelaciones vislumbraba ante al parecer, era la ventana.


Se acercó estirando las manos, cada paso que daba era como avanzar diez años en el tiempo, estaba aturdida por la presión del lugar, el ruido era insoportable y la oscuridad traía consigo desesperación. A su lado una luz blanca, tenue como una lámpara hermética aparecía ligeramente, iba poco a poco dando luz a una bóveda de oscura agonía.


Una mujer caminaba también, pasaba de lo que se podría entender era un pasillo a otro. Esa mujer, vestida con unos extraños pantalones de jean y zapatos deportivos de color blanco miraba para todas partes, se movía con desespero incluso, daba a entender que estaba más o peor de lo que se sentía Elin en ese mismo lugar y momento.


Alzó la voz y con un grito de protesta intentó contactar a la otra mujer, sin embargo, ella parecía estar perdida en su propio laberinto.


Aprovechando la luz blanca Elin comenzó a caminar con igual desespero que la otra mujer, todo a su alrededor era una bóveda de oscuridad con algunas estrellas flotantes en un espacio sin determinar, del otro lado había luz blanca y muchos pasillos, escaleras y más pasillos y en su interior, una mujer desesperada.


No quería quedarse perdida en la inmediatez de lo desconocido, comenzó a gritar llamando a su entonces compañero, Marcelo, su voz viajaba entre lo negro de la nada y rebotaba a la luz de los pasillos vecinos.


En un momento de total casualidad giró su mirada y observó a un hombre vestido de traje militar dar un discurso a un grupo de jóvenes en un extraño bus, muchos de esos jóvenes se posaban con mirada de desconsuelo, aquella imagen se fue apagando como si una cremallera cerrara toda visión en medio de la nada. Dio un paso para acercarse y en ese universo de nada, apareció un grupo musical de jóvenes cantando algo que no era entendible en su idioma natal, ni en el inglés provincial, pero pudo notar la tristeza de un cantante que estaba decepcionado del don de la vida.


A su espalda la luz blanca le hizo sentir un ligero calor, una brisa leve. Se giró y encontró nuevamente a esa mujer caminando entre pasillos hasta que allí un hombre con un extraño vestido de policía fue visto de pie. Notó que ella conversaba con él, sin entender nada solo interpretaba gestos y movimientos corporales, había total tristeza y terror en aquella mujer, el señor en cambio estaba firme, como una estatua, inerte.


El miedo fue haciendo parte de su cuerpo, una extensión de su mente, un pedazo de carne invisible que cargaba en la espalda y le mordía las orejas, un miedo que sin forma y sin nombre ella apodaba como una fuerza errante que le absorbía las ganas de vivir, un vampiro quizás en medio de los pesares de la mente.


Caminando desorientada en la oscuridad del todo y la nada tropezó con algo por supuesto invisible. Se sintió caer contra una loza fuerte, se apoyó y levantando la mirada encontró que había una ligera herida en la palma de cada mano, queriendo entender qué ocurría la voz distorsionada empezó a escucharse de nuevo, al fondo de cada palabra quedaba una vibración en el ambiente, una estática que para Elin era desconocida, por instinto comenzó a caminar en el sentido en que la extraña voz se escuchaba, caminaba tanto que llegó a estrellarse contra una pared, invisible por supuesto, donde todo era negro y eterno.


Acarició con su mano herida una especie de textura corrugada, quizás fueran ladrillos o alguna cerámica, una plataforma o superficie rocosa, con su mano acariciaba el invisible desespero del todo, las estrellas como constelaciones efímeras aparecían y desaparecían, como cocuyos al final del camino.


Una voz masculina se escuchó, era de un joven, en un idioma que Elin no entendía y a una distancia que no se podía medir.


Continuó con la mano buscando algo que le diera sentido a su estancia y allí otra vez una luz cegadora se hizo presente, Elin cubrió su rostro y un grito de frustración le acompañó. Estaba en la biblioteca otra vez, no había nadie allí, elevó su mirada y en uno de los ventanales se notaba que el cielo estaba aclarando.


A su derecha había unos escalones que le guiaban directo al hall principal, con el afán de los condenados comenzó a bajar las gradas encontrando la puerta principal cerrada, así que caminó al puesto de atención al usuario que sin nadie allí atendiendo, empezó a rebuscar las llaves de la puerta principal.


Un hombre apareció llamándole la atención, Elin sintió algo de miedo y tranquilidad a la vez, descubrió al caballero con el uniforme de la universidad, así que le expuso que estaba preocupada y necesitaba salir.


Él con la amabilidad del momento le indicó que el horario de apertura de la biblioteca es a las siete de la mañana, no entendía por dónde había logrado, así que invitándole a salir le estiró la mano en señal de que se dirigiera a la puerta.

Elin sin oponer resistencia dejó caer una sonrisa leve, bajó la cabeza en un ademán y comenzó a caminar hasta la puerta principal donde preciso el señor con una llave le abría.


Salió y sintió una temperatura más amable, un calor amistoso.


Se sobó los brazos con las manos, aún heridas por la caída, con otra sonrisa agradeció al señor que vigilaba la biblioteca y preguntó la hora en un tímido tono de voz. Este con la voz pausada, respondió:


- Son las seis con seis minutos de la mañana.


AV.


6 de noviembre de 2025

El Examen (Marcelo).

 


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II.

Marcelo inició sus estudios de ingeniería en la Universidad Industrial de Santander, logró el grado de honor llevándole a estudiar una maestría en ingeniería eléctrica e informática en la Texas State University, una experiencia difícil por demás, ser tan joven en una época en que el mundo estaba en desarrollo de la informática y sin tantos datos de acceso como hoy día fueron para sí un reto de alto nivel.

Logró graduarse con honores, hizo mérito para una beca en el último año lo que le redujo el estrés económico que a cualquier latinoamericano le puede a bien fraguar. Un viejo compañero de clase, Thomas J. Van Arsdale, de origen holandés le recomendó aplicar a una beca allá en su país, la industria aeronáutica estaba en furor y Marcelo podría ser quizás un buen candidato.

Aceptó la invitación y aplicó por correspondencia, tiempo después recibió la invitación a presentar un examen de admisión, difícil, especificaron. Requerían medir sus conocimientos en física, química, matemáticas avanzadas y por supuesto, el dominio del idioma.

Viajó un 04 de noviembre, desde San Marcos en Texas, hasta Roterdam.

Adaptarse al cambio de ciudad no era un reto para Marcelo, después de vivir en Bucaramanga, pasó a Estados Unidos y de allí a Europa, más allá de las inclemencias del clima, el reto real era el idioma, así que empezó a prepararse como pudiese y su amigo, Thomas era más que un aliado, un hermano del camino.

Aprobó los exámenes académicos, pero no el del idioma.

La frustración invadió su cuerpo al punto de obligarle a sentarse en un parque a consolar sus lágrimas con el frío viento del río. Thomas que le acompañaba le invitó a despejar las preocupaciones del no futuro, así que lo llevó a un bar cerca, cerca de la vía Corrie Hartonglaan.

Allí conversaron recordando los méritos y experiencias vividas en Texas, de cómo superaron juntos las crisis económicas, desde almorzar comida que sobraba del restaurante local hasta las noches de frío donde tenían que cubrirse con abrigos poco aptos. Hablaron además de los viejos amores, de cómo un colombiano pudo enamorar a una de las mujeres más bellas del campus sin dominar el idioma en su totalidad, aquel primer año fue por demás gracioso y retador.

Marcelo agradeció el gesto de su compañero, con algo de esfuerzo intentó seguir la noche con un neerlandés regular, Thomas le corregía o le enseñaba técnicas para dominar poco a poco el idioma.

Al día siguiente se presentó en la facultad, en la universidad de Delft, explicó que tenía buen promedio con los exámenes de admisión pero tenía desaprobada la evaluación del idioma, situación evidente al tener que expresarse en inglés.

Una joven atendía la ventanilla y con una sonrisa de aquellas que son propias para el amor eterno, le sugirió, en un perfecto inglés, que realizara una carta de solicitud de admisión con el compromiso de aprobar el examen del idioma en el año siguiente, incluso, le ayudó a redactar la carta para que fuera más convincente.

Marcelo quedó enamorado de los ojos color miel de aquella funcionaria, ella, atraída por el físico poco convencional que tiene un latino en Europa, le sugirió si iban a almorzar juntos.

Sin dudar aceptó y se enamoró de Elin Bakker mientras almorzaba con ella. Una mujer de estatura alta por su genética europea, una piel tan blanca que se volvía roja con el calor o el frío y por supuesto, un cabello amarillo que podría verse blanco en ocasiones.

Salieron varias semanas a almorzar, del almuerzo iban por un café o terminaban en el parque hablando en un perfecto inglés. Al finalizar el mes Marcelo recibió la carta de admisión al programa Doctoral y la correspondiente beca de apoyo. La condición de aprobar el examen de dominio del idioma era exigente y solicitaba que se presentara en el primer trimestre del año siguiente.

Elin con el cariño de una dama enamorada dio todo el apoyo a Marcelo, además de brindar la sensatez de su corazón, le guio en el aprendizaje continuo.

Todas las tardes, al finalizar la jornada de atención al público, Elin se dirigía a la biblioteca a acompañar a su enamorado en sus estudios, algunos días lo encontraba intentando memorizar palabras sin sentido, en otras ocasiones le veía leyendo libros de física, por supuesto en inglés. Aquel día Elin abrazó a Marcelo y dando un beso en la mejilla le saludó, sugirió que practicaran un poco el idioma para el examen, pues no quería verle triste por perder una oportunidad tan valiosa por culpa de un simple examen.

Marcelo la abrazó y sentados en una mesa en el centro de la biblioteca, comenzaron a practicar frases varias. Giró su mirada a una venta al fondo, observando que el cielo estaba totalmente negro, sin estrellas y sin nubes, unos vistos rojos, como pinceladas de color se notaban en medio de la oscuridad.

Avisó a Elin y señaló la ventana, ella ignorando qué ocurría notó que toda la biblioteca estaba desocupada, algo poco común para esa época del año. Ambos se levantaron y caminando en dirección a un ventanal inmenso se encontraron con la ciudad desaparecida, no estaba el campus universitario ni las edificaciones adyacentes, todo era negro, un universo cubriendo a la biblioteca como una especie de bóveda.

Una voz distorsionada comenzó a llamar a Elin por su nombre, como si se tratase de una orden mientras Marcelo observaba al cielo negro, aquella voz comenzó a sonar más fuerte absorbiendo la luz de las bombillas fluorescentes del techo.

Elin caminando en dirección a la ventana tenía su mirada fijada en la nada, Marcelo se acercó un poco a ella y con pasos dubitativos asomó su mirada queriendo encontrar explicaciones.

Un relámpago brillante cegó la mirada de ambos, Marcelo se cubrió el rostro con los brazos, sintió una descarga eléctrica por todo su cuerpo, se levantó y mirando a todas partes encontró a la biblioteca nuevamente en su estado normal, todas las mesas estaban ocupadas por estudiantes o profesores, una señora que hacía aseo trapeaba al fondo de un pasillo.

La mesa estaba intacta con los libros de Marcelo y la cartera de Elin, sin entender nada miró su reloj y vio que ya eran las seis con seis minutos de la tarde.

Elin no estaba por ninguna parte.

AV.

4 de noviembre de 2025

El Examen (Ángela)



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I.

Ángela estaba molesta, no entendía por qué le costaba tanto trabajo memorizar la fórmula de cada ecuación, insistía en aprender y siempre fallaba en el examen. Se le hacía urgente mejorar su rendimiento en aras de poder aprobar la cualificación y acceder así al programa de posgrado que tanto anhelaba.

Desde siempre buscó la oportunidad de ser becaria en la Georgia Institute of Technology, su deseo permanente de cursar el doctorado en Ingeniería Aeronáutica y Espacial era un reto personal que se anteponía al sueño mismo de lograrlo, una combinación letal del síndrome del impostor y el síndrome de pollyanna.

Al terminar sus estudios de bachiller logró con el apoyo de la Universidad Nacional, ingresar al programa de ingeniería de sistemas y computación con una beca por su puntaje logrado en las pruebas del Estado, en el transcurso de la carrera fue notable su desempeño, incluso ingresó a trabajar en una reconocida empresa de Alemania, de manera remota. Se graduó como una estudiante corriente, no hubo honores ni premios pero sí muchos aplausos de su familia.

Durante un par de años estuvo trabajando con los alemanes recibiendo un honorable pago hasta que la vida le pedía un reto mayor. Desde niña siempre quiso trabajar en la industria espacial y fue ese su deseo permanente.

Después de varias consultas pudo encontrar la convocatoria a beca doctoral pero en Atlanta, sin VISA para viajar y sin dinero para los gastos que todo el proceso requería desistió del plan. En una conversación con su anterior profesor que asesoró su tesis de grado de la universidad, que pudo entender la importancia del sacrificio y que siempre valía la pena intentar aún cuando los recursos fuesen escasos.

Comenzó por averiguar cada etapa del proceso y allí se inscribió al examen de admisión, uno de varios pasos a seguir, perdió.

Con la frustración del caso dedicó su tiempo al trabajo, sugirió de hecho a su empleador la posibilidad de irse a vivir a Alemania y buscar algún cargo en ascenso, con la opción de estudiar allá algún programa de posgrado.

No recibió aprobación y siguió encerrada en sus tareas cotidianas.

Al año siguiente volvió a presentar la prueba fallando nuevamente, incluso con un resultado peor que la primera vez. La frustración le dominaba como un suero que recorría su cuerpo.

Se encontró otra vez con el profesor de la facultad de ingeniería, en un centro comercial de la ciudad, además de los saludos de rigor compartieron algunos datos de la vida, del trabajo, del tiempo libre. Humberto, el profesor, notó en Ángela la frustración así que le preguntó qué había pasado con el proyecto de la beca.

Ella cansada de la vida, explicó lo tortuoso que fue recibir la nota de ambos intentos, uno peor que el otro.

Como buen profesor, le acompañó en el sentimiento y dando algunas palabras de aliento terminó por recomendar que asistiera a la universidad a donde un colega, Doctor en Ingeniería Aeroespacial, quizás él podría darle algunos consejos o pistas de cómo avanzar.

Ángela aceptó y fue así como conoció a Marcelo, un caballero ya avanzado en edad, con una sonrisa coqueta y una mirada extraña, cargada de ilusión, algo difícil en un hombre tan mayor.

Después de varias asesorías Ángela retomó los estudios en matemáticas avanzadas, su talón de Aquiles a pesar de ser ingeniera de profesión. Necesitaba mejorar en muchos aspectos de avanzada para aprobar el primer examen (de cinco).

Permanecía en un estado de molestia que le controlaba la manera de relacionarse con los demás, no entendía por qué le costaba tanto trabajo el estudio, insistía en aprender y ello le aislaba tanto de las relaciones humanas que su vida, sencilla a pesar de si misma, se limitaba a asistir a la universidad para las asesorías con el profesor Marcelo Bakker, a estudiar en la biblioteca en las tardes y a encerrarse en su casa a trabajar para los alemanes por la mañana.

El próximo mes de febrero es la apertura de inscripciones para los aspirantes y la realización del examen de cualificación, Ángela estaba nerviosa, se sentía insuficiente.

Aquella tarde de lunes terminó de practicar algunas fórmulas, se sintió agotada y se levantó de un cubículo que tenía en la biblioteca, recogió todo en su maletín y con una sonrisa de cansancio se despidió de uno de los guardas de seguridad que había en el recinto.

Salió encontrando todo en silencio, los pasillos estaban deshabitados y las puertas de algunos salones cerradas. Miró a su alrededor y notó que ya estaba oscureciendo, quizás eran las seis pasadas de la tarde, había perdido la noción del tiempo.

Caminó hasta llegar a los escalones de salida notando que estaba otra vez entrando a la biblioteca.

Consternada dio la vuelta y siguió el trayecto a la salida, a la plazoleta que había al lado del edificio. Al bajar el escalón notó que estaba entrando a la biblioteca nuevamente. Se sintió algo tonta, el cansancio de seguro le estaba jugando una treta mental.

Se despidió nuevamente del guarda de seguridad que la saludó como si fuese la primera vez en el día.

Ángela caminó lo suficiente para notar que estaba nuevamente de regreso a la entrada de la biblioteca.

Tomó su teléfono móvil y allí descubrió que no tenía señal ni red de internet, la hora era la misma, las seis con seis minutos de la tarde.

Abrió los ojos con la preocupación suficiente, intentó llamar a su profesor Marcelo, pero no había señal para tal fin. Mientras intentaba llamar, caminaba buscando la salida.

Desde su lugar observaba la plazoleta que además se veía deshabitada, las luces del edificio de enfrente evidenciaban que los pasillos estaban desocupados y nadie estaba en los salones.

Algo raro ocurría y Ángela lo sentía en vida. Siguió caminando, guardó el teléfono móvil y con la mano puesta en la baranda llegó a unos escalones, dio el primer paso y se descubrió entrando nuevamente a la biblioteca.

Alzó la voz con un grito de frustración y un par de palabras obscenas, el guarda de seguridad apareció de su lado y con un tono loable pidió que guardara la compostura, estaba prohibido ese comportamiento en la biblioteca.

Ángela intentó explicarle lo ocurrido, pero notó en los ojos del vigilante que algo estaba fuera de lo normal, se disculpó y dando media vuelta, preguntó al guarda como acto de amabilidad si sabía por dónde era la salida. Este con la voz pausada, respondió:

No hay salida.

AV.

3 de noviembre de 2025

Día de celebración.

 


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Alguna vez escuchó en las profundidades de la finca ruidos propios a un tractor o alguna especie de vehículo que cortaba la leña de los árboles allí ubicados, la mayoría de estos yesca o arbustos de maleza. Esa noche empezó el ruido nuevamente, lo sorprendente de todo es que no estaba en la finca familiar sino, en su habitación, preciso en zona residencial y comercial de la ciudad, nada comparado con la finca familiar.

Se asomó por la ventana, con cuidado miró lado a lado de la calle, cada extremo se encontraba igual de despoblado, eran las tres de la mañana.

Miguel Francisco nació un día cualquiera para muchos, pero para su familia considerado como especial: el 02 de noviembre es el día los santos difuntos.

Aquella madrugada de noviembre cumplía sus primeros dieciséis años de vida, entre el fervor de la juventud y la ansiedad de la escuela Miguel Francisco agradecía su cumpleaños en compañía de la familia. A esa hora su padre, Antonio de Jesús Bonnin entraba a la habitación con la calma de quien lo ha vivido todo, al encontrarle sobre la ventana, le llamó para que le acompañara.

Bien sabía Miguel Francisco que el llamado tenía un propósito familiar.

Abajo en la mesa principal, su hermano mayor, Oscar Eduardo y su madre, María Cristina Manzanares estaban encendiendo las velas sobre un pastel, tenían gorros de cartón con colores festivos y un cartel pegado en la pared de “Feliz cumpleaños”.

Miguel Francisco sonrió, su padre Antonio le puso la mano fuerte sobre el hombro y dando dos golpes le insistía en que pasara a apagar las velas, que era esta su celebración.

Felicidades hijo.

Varias palabras de benevolente apoyo surgieron en ese íntimo momento familiar.

Si quieres podemos ir a la finca esta semana.

- Sí, si quiero.

Se sentía satisfecho ante tanto apoyo y afecto familiar. Con un cuchillo de cocina cortaron el pastel que a diferencia de otras tradiciones, este era de carne molida.

Óscar Eduardo sirvió una copa de vino para su hermano menor, y para el resto de la familia brindó con copas más pequeñas. Cantaron algunas rimas de viejas canciones, comieron y disfrutaron con la promesa de un nuevo año.

La puerta de la residencia se fue abriendo despacio, con un tímido y sigiloso ruido, sobre la chapa una mano con dedos arrugados y cansados sostenía el movimiento, allí fue entrando la abuela Inés Elvira y su esposo, el abuelo Martín de Jesús Bonnin.

Hicieron una venia y con un regalo empacado en papel de periódicos viejos y envuelto en una soga, le entregaron a Miguel Francisco el presente de cumpleaños.

Este saltó a abrazar a la abuela, quien con su característico aroma a humedad en su ropaje le sonrío y apretó fuerte contra sí. El abuelo, Martín, sonreía dejando ver la ausencia de algún par de dientes, expelía un aroma a campo, una especie de mezcla de boñiga y barro húmedo, quizás, algo parecido a los guaduales de la finca.

Miguel Francisco abrió el empaque y encontró allí una cadena de oro con un interesante dije en forma de flor.

La abuela le ayudó a ponerse el collar y con un beso en la mejilla le pronunció unas palabras que al susurro de momento solo él pudo escuchar. Del otro lado de la mesa, Óscar Eduardo observaba con una sonrisa cómplice, se miraba el anillo en su mano y recordaba aquella ocasión en que cumplió dieciséis, ya casi diez años atrás, su anillo tenía también una flor junto a la piedra preciosa.

Sirvieron pastel de carne a los abuelos y terminaron de comer no sin antes agradecer la unión familiar.

- Está rico el pastel ¿Es de carne virgen?. Preguntó la abuela limpiándose los labios con una servilleta.

María Cristina Manzanares, la madre, alzó la voz con una oración en agradecimiento a la cena y unión familiar, todos tomados de las manos cerraron los ojos y repitieron cada palabra.

Al finalizar abrieron los ojos y sonrieron juntos, Miguel Francisco Bonnin Manzanares giró con brusquedad hacia su hermano, Óscar, que con una sonrisa le dio la tranquilidad de entender que todo estaba bien.

Los abuelos Inés Elvira y Martín de Jesús ya no estaban presentes en la sala de la casa, solo el barro manchado en las baldosas de cerámica.

Con una voz tenue pero de mucha autoridad, el jefe de la familia, Don Antonio de Jesús dio la orden a todos de ir a dormir, ya pronto saldría el sol y con este el día empezaría a funcionar con la normalidad y exigencia de una vida cotidiana.

Mañana vienen las tías, Miguel Francisco. Para que por favor las esperes en casa, te quieren saludar también.

Miguel Francisco con sorpresa asintió ante su padre, dentro de su corazón algo fluía como un torrente de agua, quizás ansiedad o miedo, o ambas. Se iba a cumplir la promesa de conocer a sus tías de Cundinamarca, las hermanas mayores de su padre.

Tres elegantes señoras que hace mucho dejaron de llamar o escribir cartas, y que de unos lustros para acá prefirieron dedicarse a la trashumancia.

AV.

2 de noviembre de 2025

Una entrevista incómoda. (El coordinador).




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III.

Uno a uno fueron pasando los aspirantes a entrevistarse con el supervisor de zona sur occidente, un hombre de avanzada edad con bigote pronunciado y cabello cano en su totalidad. Dejando de último a Víctor Jairo, este le hizo llamar, le recibió la mano como un saludo cordial y le invitó a sentarse.

Víctor Jairo, además de brindar sus datos y hablar de la poca experiencia en fábricas o negocios de manufactura, pudo hacerse notar por su capacidad de gestión en eventos políticos, sociales y culturales, además de la gestión de archivo y documentos, experiencia que llamó la atención del señor entrevistador.

Tiene usted una experiencia interesante, poco profesional, pero interesante. ¿Le gustaría encargarse de aquellos pormenores que los gerentes de punto no suelen cumplir?

La pregunta fue lo suficiente directa para Víctor Jairo, que con un movimiento de cabeza aceptó tal vacante, distinta por demás a la oferta que había ido a aplicar, aunque en realidad no supiera de qué se trataba.

El entrevistador llamó a su asistente, la mujer atlética de la entrada y le indicó que la señorita de apellido Amarillo era la elegida para ser contratada como auxiliar en la oficina regional sur occidente y, que el joven presente fuera designado como Coordinador de Proyectos Especiales de la oficina regional sur occidente y la oficina regional centro.

Al salir Víctor Jairo se despidió estrechando la mano del entrevistador quien en un acto de generosidad le dio una tarjeta de presentación.

- Siga con mi asistente para que lo lleve a donde su nuevo supervisor. Tome mi tarjeta y llámeme si en algún momento requiere apoyo o tiene dudas.

Dando las gracias se fue, guardó la tarjeta en el bolsillo de la camisa blanca que por el sudor ya se notaba casi transparente. La asistente guio a Víctor Jairo hasta un parqueadero en la parte de atrás del centro de convenciones, no había nada más que un gran bus, por supuesto más moderno, y muchos jóvenes con la misma mirada de esperanza.

La asistente explicó a otro señor la designación reciente y este, en respuesta hizo una señal con la mano para que se subiera al bus. Víctor Jairo hizo un ademan de aceptación con la cabeza.

Sentía miedo y mucha confusión.

Subió y se sentó en la fila del lado derecho, a diferencia de los buses tradicionales, este tenía las sillas en dos filas a los lados laterales, dando la espalda a las ventanas, un caballero más joven le saludó.

- Hola, mi nombre es Aldemar Naranjo.

- ¿Naranjo?

Sí, mucho gusto.

El joven estiró la mano y Víctor Jairo le respondió con el mismo saludo amable, le brindó su nombre y elevó su mirada por la ventana, sentía que algo no cuadraba en la normalidad de un día cualquiera.

Un elegante caballero de traje militar subió detrás del último de los jóvenes, comenzó a agradecer a cada uno su participación loable en la empresa, explicó que serían trasladados a otra sede de la empresa, más al centro y que la oficina de registro contactaría a sus familiares para informarles.

El autobús arrancó y todos en silencio se miraban sin entender para dónde los llevaban o porqué, los 22 caballeros que estaban allí sentados comenzaron a hablar entre sí, el hombre de traje militar interrumpió insistiendo en que guardaran silencio, les dio algunas ideas sobre el importante cargo que iban a ocupar. Acto seguido señaló la importancia de la edad y del gran reto que les esperaba.

Unos serían llevados a la dependencia de la oficina sur occidente para empezar a trabajar en la logística de las minas de oro cerca a Los Farallones, otros serán llevados a las dependencias de la zona Centro, donde deberán de ajustar las tareas de los centros forestales.

Víctor Jairo que había escuchado a su entrevistador dar órdenes claras de su futuro levantó las cejas en señal de preocupación.

- ¿y yo que tengo que coordinar las dos zonas para dónde voy?

Su pregunta fue recibida con amabilidad acompañada de un silencio eterno. Nadie dijo nada y a pesar de la insistencia, nadie respondía a Víctor Jairo sus preguntas.

Después de alrededor de dos horas de trayecto entre montañas y valles, el señor con traje militar se acercó a cada uno de los pasajeros con un jugo en caja y un pan de queso  un tentempié para la larga jornada”, murmuraba mientras los entregaba.

Víctor Jairo con la torpeza de los años dejó caer el envase de jugo, al agacharse a recoger encontró varias cajas ubicadas debajo de los asientos, con sellos del ejército nacional y unos códigos de barra fuera de lo común. Sin decir nada se levantó y su mirada se cruzó con la del conductor del bus que desde el espejo retrovisor vigilaba a cada uno de los presentes.

Cerca de las cinco de la tarde llegaron a una región distante, el militar que guiaba la misión los invitó a bajar para que fueran al baño y estiraran las piernas.

Víctor Jairo hizo la fila para bajar pero ahí le detuvieron, entre el conductor y el militar le miraron con firmeza.

- Tu viaje empieza aquí, joven.

Un viento frío llegaba desde la parte trasera del vehículo, un extraño portal inter dimensional se abrió allí como si fuese un óvalo negro, desde su interior un ligero zumbido se escuchaba emanando una extraña radiación. Esta fluía en el ambiente con una densidad tan fuerte que Víctor Jairo desde la puerta del bus se sentía atraído.

Una voz distorsionada le llamaba por su nombre, como una orden mientras el óvalo negro crecía, absorbiendo la luz de las bombillas fluorescentes del techo. Víctor Jairo se acercó un poco y con pasos dubitativos asomó su mirada queriendo encontrar explicaciones.

El zumbido se sentía como un fuerte enjambre de abejas gigantes, como las de la noticia que leyó en los diarios semanas atrás, una especie de notas electrónicas que desde el portal le hablaban.

Se detuvo casi al borde de ese óvalo negro, ahora gigante, notó un olor a hierro, como a quemado.

Desde lo profundo una mirada lo saludó con la misma voz distorsionada, junto a esta emergió algo que parecía una mano, pero el color de piel no era notable del todo, quizás por el efecto de la situación, pero para Víctor Jairo era morada, con tonos azules, con algunos vistos verdes, no se sabía en verdad.

Víctor Jairo intentó alzar la voz para llama al señor del traje militar, pero notó en ese momento que ya no estaba dentro del bus.

AV.