30 de noviembre de 2025

El Examen (Final).


Imagen Tomada de: https://stockcake.com/i/moonlit-cat-silhouette_1803658_1220820 

IX.

Desistió de la idea de estudiar un Doctorado en Aeronáutica, de seguro era algo demasiado exigente para una pobre plebeya como ella, o así se sentía ante la noticia de la no aprobación. Con la frustración del caso dedicó su tiempo al trabajo, sugirió de hecho a su empleador la posibilidad de irse a vivir a Alemania y buscar algún cargo en ascenso, con la opción de estudiar allá algún programa de posgrado.

La empresa tampoco dio viabilidad a la petición y en ello Ángela comenzaba a sentirse emocionalmente derrotada, sus planes de vida se estaban desmoronando, como si el universo mismo fuera su enemigo.

Por recomendación de su madre espero hasta el año siguiente para intentar de nuevo, quizás estudiando con antelación podría mejorar en matemáticas y superar la prueba de admisión. Volvió a fallar, incluso con un resultado peor que el año anterior.

Sentada en el borde de la cama observaba el espejo que tenía en la pared, se miraba a sí misma como un bulto de carne y huesos que no servía para nada, quería renunciar a todo y devolverse a casa de su madre para que le diera un abrazo.

Estuvo encerrada, ensimismada y cumpliendo con lo mínimo en sus labores remotas con la empresa de Alemania.

Humberto siguió conversando con Marcelo de las pesadillas que año tras año le acosaban, al igual que Elin, las pesadillas le visitaban cada vez con más frecuencia, quizás como un ciclo que debiese heredar después de la tragedia de su esposa, quien falleció en medio de un sueño.

Esa mañana de septiembre se encontraron en el norte de la ciudad, en un centro comercial por los alrededores de Usaquén. Conversaron como siempre lo hacían, con un café o un Té y en ocasiones, acompañados de una porción de torta.

Marcelo comenzó a explicar que soñó con un extraño recorrido, caminaba desorientado en pasillos de un edificio viejo, parecido a los de la universidad de Texas donde estudió en aquellos años cincuenta. Las paredes del edificio se doblaban como una hoja de cuaderno y detrás de estas una luz de muchos colores se asomaba. Humberto, siempre escuchando a su amigo, preguntaba detalles, daba opiniones y en ocasiones, bromeaba.

Se levantó a comprar otro café y una almojábana, caminó unos metros en dirección al mostrador de la tienda, allí se encontró con Ángela Inés, su aprendiz de ingeniería. Además de saludarla, la abrazó con la ternura que siempre le tuvo desde el aula de clase. Hablaron ligeramente de temas varios, como el trabajo, el tiempo libre y la familia; Humberto notó en Ángela un halo de frustración que dominaba por completo su semblante, así que le preguntó entre tantas cosas, por el proyecto de la beca.

Con una voz triste y las manos cruzadas elevó su mirada al cielo mientras explicaba a su maestro del fracaso que tuvo con el segundo intento. Humberto en su sabiduría no permitió que Ángela se derrumbara en su dolor, así que le interrumpió con unas palabras de aliento invitándole a volver a presentarse a la Beca.

Ángela con incredulidad miró fijamente a su profesor, trató de entender cada sugerencia y con un vacilante “gracias” concluyó, le abrazó y se retiró no sin antes proponerle al profesor Humberto invitarle el café que iba a comprar. Él negándose a recibir la invitación soltó la idea de que Ángela fuera a la facultad y se preparara con el apoyo de su maestro, el profesor Marcelo, propuesta que fue aceptada con algo de duda.

Al volver a la mesa, Humberto dio una palmada en el hombro a Marcelo y le habló de Ángela, dando un resumen de su lamentable pérdida de los exámenes de admisión, pidió que le apoyara con una mentoría, podría ser en la oficina de él o en la biblioteca. Con el dedo índice señaló a lo lejos para que Marcelo la viera, allá a la distancia saliendo del centro comercial estaba Ángela caminando con su cabello suelto, Marcelo abrió los ojos con sorpresa, se giró y con tono de voz fuerte le explicó a Humberto que ella se parecía mucho a una de las mujeres que veía en sus sueños.

- Te va a encantar, sin duda. Replicó Humberto.

Después de varias semanas conoció al profesor Marcelo Bakker, con quien recibió asesorías en matemáticas avanzadas, algunas en física y modelamiento cuántico. Le costaba trabajo aprender, su estado de ánimo quizás afectaba su concentración, motivo por el cual decidió estudiar en un cubículo que pidió prestado en la biblioteca de la universidad. Allí en ocasiones, el profesor Marcelo le daba las tutorías.

Finalizando noviembre, Marcelo entregó a Ángela varios libros para que estudiara a profundidad series matemáticas, ella con el juicio que la rabia le concentraba, se quedó en la biblioteca para estudiar. Marcelo se acercó para despedirse, quedándose perplejo por un momento. Ver a Ángela sentada estudiante le hizo recordar aquella ocasión que estudiaba en compañía de Elin, en la biblioteca de la Universidad de Delft.

Al salir sintió un ligero frío que le abrazaba, una sensación de abandono que le hacía extrañar su juventud en Texas, sus tiempos de enamoramiento en Roterdam.

Salió directo a su apartamento, sobre la avenida 19, quería sentarse en la ventana a observar los cerros tutelares con un vaso de whisky en la mano.

A la mañana siguiente recibió una llamada en su teléfono móvil, con extrañeza contestó.

- ¿Sabes algo de Ángela? Le preguntó Humberto con algo de miedo.

- Nada. Respondió.

- Encontraron su bolso tirado en la biblioteca, y nadie da información de que haya salido anoche. Está desaparecida. 

Explicó Humberto, cada vez más alterado.

Marcelo se sentó en el sillón de su sala de estar, posó sus manos sobre las piernas y como quien eleva una plegaria, pronunció unas leves palabras, que, emergiendo con la suavidad de una ola, golpearon su memoria:

Está en un lugar oscuro, lleno de estrellas.

Las pronunció mientras recordaba a su difunta esposa y quizás allí, en ese recuerdo, entendió el insistente miedo que cada pesadilla traía consigo.

Durante toda la semana hubo mensajes entre familiares y funcionarios de la universidad, Marcelo acompañando el proceso explicaba reiteradas veces que la estaba asesorando para aplicar a una beca en Estados Unidos, por eso tenían un cubículo reservado y por esa misma razón, ella tenía libros que eran de su propiedad. Presentó evidencias de todo lo que estaban realizando, pero no lograba convencer a la policía e investigadores de su inocencia, algunos sugerían que él la había engañado para llevarla a alguna parte y desaparecerla.

Por más descabellada que fuera la acusación, no era legible ver cómo un señor de avanzada edad fuese capaz de cargar con una mujer de mediana edad, en especial por la contextura física de ambos.

Estaba sentado esperando afuera de la oficina de Decanatura, aburrido y con mucho temor por todo o que se le acusaba. Humberto llegó para darle paz y el aliento que un buen amigo merece.

Cerró los ojos y posó su cabeza contra la pared a su espalda, allí sentado comenzó a sentir nuevamente un cosquilleo en los brazos y una ráfaga de aire frío, como si lo abrazara.

Abrió los ojos y notó que estaba en una bóveda oscura, todo era negro a su alrededor y muchas voces, como un bullicio entonaban su nombre.

Voces distorsionadas, algunos focos de luces de colores aparecían y desaparecían. Estaba desorientado.

Humberto volteó a mirar a su amigo y maestro, encontrándolo con los ojos cerrados y los brazos cruzados, recostado contra la pared. Lo llamó para entrar a la decanatura, pero este no le respondió, insistió en reiteradas ocasiones, hasta notar que su amigo, su maestro ya no estaba en este mundo.

Soltó una lágrima con un gemido inconsolable, le apretó las manos y con la abnegación de un santo, susurró palabras de despedida. Detrás suyo la secretaria de la decanatura se acercó, con un grito de sorpresa corrió a su escritorio para llamar una ambulancia.

Humberto observando todo, simplemente señaló que ya era demasiado tarde, su amigo ya no estaba presente.

Está en un lugar oscuro y lejano.

FIN.

AV.

28 de noviembre de 2025

El Examen (Prueba de Admisión).

 

 

Imagen Tomada de: https://stock.adobe.com/co/search?k=outer+space+cat&asset_id=1764467203

VIII. 

Humberto esperaba a su viejo amigo y mentor, Marcelo Bakker, sentado en la cafetería de la universidad. Tomaba en un vaso de cartón un agua aromática de frutos rojos, con su característico saco de lana y una boina inglesa de cuero, se cubría del frío de Bogotá. Recordaba sus años de estudiante en el doctorado, la mayoría de estos bajo la orientación de su mentor, Marcelo.

En un momento de descuido, llegó su alumna, Ángela Inés Revelo, una simpática señorita que se había graduado del programa de ingeniería de sistemas y computación.

Si bien estudió becada por la misma universidad, ella insistía en buscar trabajo, y fue tanta la insistencia que logró ubicarse en una agencia europea de análisis de datos, en Alemania. Trabajaba desde Colombia, de modo remoto atendiendo requerimientos y dando soporte técnico, Humberto estaba orgulloso de todo ese proceso, así que siempre le tendía la mano para cualquier duda o necesidad.

Esa mañana ella expresó preocupada que no entendía todo el trámite para aplicar a la Beca en Estados Unidos, sin inmutarse, tomó el computador portátil de la joven Ángela y dio la orientación de toda la documentación que debía cumplir.

Se retiró agradecida y con la mente fijada en su sueño de alcanzar la beca.

Marcelo llegó tarde, algo poco usual para un europeo, pero todos sabían ya que se había colombianizado desde unos años atrás. Saludó a Humberto y con una sonrisa hizo un chiste sobre la apariencia de la boina que tría puesta, Humberto con otra sonrisa devolvió la broma y abrazó a su maestro y amigo. Allí sentados se quedaron conversando gran parte de la mañana, entre muchos temas, las pesadillas de Marcelo.

Había retomado el ejercicio de escribir lo que soñaba, no siempre con la exactitud del suceso, mas bien con el esfuerzo creativo de la memoria, el más reciente sueño lo transportaba a una casa Quinta, en algún pueblo lejano, donde un grupo musical de jóvenes se presentaba en tarima ante una elegante familia en el día de su matrimonio, lo sorprendente del sueño insistía Marcelo, es que dentro de público podía ver a su esposa, Elin, y a otras personas de otros sueños, pero incluso, algunos de los presentes en el evento tenía rostro humano pero su cuerpo se deformaba entre tentáculos y tenazas, como seres amorfos fuera de este mundo.

Humberto con la calma de un buen amigo le preguntó por el grupo musical, si le era posible recordar algo más. Extrañamente Marcelo, ya avanzado en años, pasó su mano sobre su cabello blanco y rascándose posteriormente detrás del cuello, emitió un susurro casi inaudible.

Escuchaba la música en el sueño.

Insistía en que era extraño que pudiese ser audible algo que nunca lo había sido en la existencia humana, los sueños no tienen banda sonora, decía Marcelo.

Humberto terminó su aromática de frutos rojos y mirándole fijamente preguntó por la canción que dijo haber escuchado.

Canción para mi muerte. Sentenció Marcelo.

Durante largo rato conversaron como dos viejos amigos, no como maestro y alumno. Se levantaron y cerca de las once de la mañana ingresaron a la sala de profesores a preparar algunas tutorías que habían agendado con estudiantes.

Ángela comenzó a recoger toda la documentación para escanearla y subirla a la plataforma web de la universidad de Georgia. Se había graduado ya un par de años atrás de la facultad, pero seguía asistiendo a la universidad a saludar y pedir consejos en su maestro, el profesor Humberto Valdivia. Quién mejor que él, que también fue becario del doctorado en Holanda, fuera el asesor de su proceso de registro.

Al finalizar el registro de datos y envío de documentos, Ángela Inés Revelo, con el sueño de toda una vida y el anhelo de poder empezar su carrera aeronáutica, seleccionó una de las dos opciones de fecha para el examen de admisión, que para tal oportunidad sería virtual, a través de la plataforma de la universidad.

En un par de meses más adelante llegarían los resultados del examen, con sorpresa y mucha frustración, observó el resultado de su esfuerzo: Había perdido el examen.

AV.

23 de noviembre de 2025

El Examen (Bogotá).

 



 VII.

El profesor Humberto Valdivia Solano recibió a Marcelo Bakker en diciembre de 1984, un año más tarde de esa conversación telefónica, año suficiente para que en la facultad de ingeniería de la universidad de Delft se finalizará el trámite de aprobación de movilidad bajo la excusa de año sabático, a decir verdad, Marcelo estaba emocionalmente destrozado y sus asesorías a la agencia de aviación de los Países Bajos cada día era menos determinante.

Humberto logró entregar los documentos recibidos por correspondencia desde Rotterdam, con ellos y una carta de recomendación firmada lograron que Marcelo pudiese iniciar en enero de 1985 su rol como Docente Titular de la facultad de ingeniería de la Universidad Nacional de Colombia. Lo recibió en su apartamento, un sencillo espacio de tres habitaciones en Teusaquillo, mientras encontraban algo que fuera del agrado de este para instalarse de manera definitiva.

Aquellas semanas de diciembre el ambiente festivo de navidad y fin de año ungía como escenario de fondo de dos ingenieros que sentados en una sala de estar conversaban reiteradamente sobre los devenires de la vida, Marcelo retomando su español expresaba el dolor de la ausencia de Elin y la inexplicable muerte de esta, como si fuese simplemente un silencio final, un adiós sin palabras, ver al amor de su vida en una cama de hospital respirando como acto reflejo, en sus ojos cerrados intentar descifrar su dolor o su distancia, a la final, nada tenía razón clínica para ser como fue.

Humberto consolaba como buen aprendiz y ahora amigo, la distancia de años entre uno y otro no era problema para construir una amistad más allá de la relación académica que había iniciado.

Para la semana de fin de año, Marcelo con algo de timidez compartió los primeros escritos a Humberto, explicó con un perfecto acento santandereano que eran reseñas de las pesadillas que Elin le comentaba cada mañana, algunas ya exageradas por la ficción literaria, otras menos expuestas a la intimidad, a la final todas terminaban ser letras de espacios desconocidos, universos oscuros ajenos a esta realidad, una especie de dimensión en donde los sueños de su esposa reposaban en las tinieblas de la inconciencia humana, lejos donde los dioses no murmuran ni las bestias caminan, solo un espacio oscuro y frío, con caminantes que buscaban despertar desesperadamente, según palabras de su esposa.

Humberto tomó algunas hojas y las leyó en silencio, compartía el sentir de su maestro y quizás como una tertulia de dos señores mayores brindaba un poco de vino o aguardiente, mientras replicaba las letras de aquellas pesadillas incongruentes.

Humberto entregó el documento final de su investigación doctoral, un modelo de redes para sistemas de control aéreo que serviría años más tarde a la agencia aeronáutica de Colombia, de allí emergería el posterior interés al interior de la facultad de ingeniería de crear una línea de investigación en simulación de datos y arquitectura aeronáutica. Marcelo estaba orgulloso de su amigo, incluso retomó su línea de diseño de aeronaves, un trabajo quizás más para ocupar la mente que para fomentar el nuevo conocimiento.

Cursado el mes de enero, dieron inicio a las clases en la Universidad Nacional de Colombia, Marcelo con sus contactos logró un par de donaciones de laboratorios de cómputo para la facultad, equipos con más capacidad de procesamiento de datos, un favor que alguna vez alguien en el gobierno de los Países Bajos le adeudaba.

El terror de la violencia en el país daba a Marcelo la austeridad de sus gastos, no pretendía ser visible ante la fuerte presencia de organizaciones criminales, prefería ser visto como un simple profesor de universidad pública, anhelo que en dos años maduró en un nombramiento como director del centro de investigación de datos de la facultad, un lugar de distante descanso ante los terrores de la realidad colombiana.

Humberto continuó sus clases mezcladas con diseño de datos y programación de simuladores, se hizo un nombre y un estatus en el pesado ambiente de los ingenieros del país.

Mientras los aviones estallaban en los cielos colombianos por vendettas entre organizaciones criminales, él insistía en mejorar los controles aéreos de las principales ciudades del país, diseñaba sistemas operativos más amigables y legibles para los técnicos aeronáuticos, incluso se apoyaba en ocasiones en el conocimiento de Marcelo.

Al llegar las fiestas de diciembre de aquel desastroso año 1989, Marcelo que ya se había instalado en un elegante edificio sobre la avenida 19, llamó a Humberto con ansiosa preocupación, explicó que sin entender nada había tenido una pesadilla la noche anterior. Un terrible ser sin forma ni lógica para la mente humana le buscaba, le hablaba con una voz distorsionada, con ruido y alteraciones en el ritmo de las palabras, entendía las palabras porque sentía que era una comunicación mental y no auditiva, pero era contundente el mensaje: Elin seguía atrapada en vida, en una especie de bucle de sufrimiento y dolor, y era labor de este ir a liberarla.

Humberto sorprendido comenzó por sugerir que retomara el arte de escribir las pesadillas, más que una ficción, una terapia que quizás era momento de retomar, pueda pues, fuera el estrés o el hecho mismo de que la ausencia de ella estuviera retumbando en su psiquis como un asunto sin resolver.

Marcelo se sintió ofendido al momento de escuchar la respuesta de su ahora amigo Humberto, pero tomó como propio el consejo y agradeció la sugerencia.

Con un cigarrillo en la boca y sentado en su apartamento, comenzó a escribir sin estructura todo lo que recordaba del sueño, de esa pesadilla infame que le chantajeaba por el amor por su esposa fallecida.

Su amada Elin, a quien recordó con lágrimas en los ojos mientras el humo de cigarrillo danzaba como un hilo azul, estaba atrapada según recordaba, en un universo oscuro, lejano, frío y lleno de estrellas, con seres sin forma y voces con mucho ruido, sin ritmo y acento, palabras que emergían en su mente producto de un sonido extraño, solitario, macabro.

Sacudió el cigarrillo en un cenicero de cristal y elevó su mirada por la ventana observando los cerros orientales de Bogotá, recordó levemente su vida en Rotterdam, recordó el primer día que conoció a Elin en la universidad, recordó aquella tarde en la biblioteca cuando ella desapareció, recordó, además, su rostro pálido en la cama del hospital mientras luchaba por salir aquel estado catatónico.

Marcelo recordó tantas cosas en tan pocos segundos que fue justo en ese relicario de nostalgia y melancolía que halló la ficha clave de todo lo que ocurría: Elin siempre hizo hincapié en que había personas atrapadas en ese lugar, personajes que sufriendo, buscaban una salida.

- ¿Estarás buscando una salida, mi amor?

Alzó la voz como un ingenuo hombre derrotado, sus ojos, con lágrimas volvieron a la hoja de papel para continuar escribiendo lo que recordaba de la pesadilla.

Al otro lado, donde no hay luz ni tiempo, una mujer caminaba desesperada buscando una salida en una elegante y moderna biblioteca de la universidad.

AV.

17 de noviembre de 2025

El Examen (Humberto).

 


Imagen Tomada de:

https://imgcdn.stablediffusionweb.com/2024/11/9/eebdb553-ece7-4709-a4d1-6ec1d58c4b77.jpg 

VI. 

Después de dos años Marcelo finalizó sus estudios de doctorado, una intensa y muy exigente experiencia que sirvió, además, para que Elin iniciara por igual un curso profesionalizante en administración, todo funcionaba de maravilla en la ahora familia Bakker, Marcelo tomó el apellido de Elin y con este la nacionalidad, un acuerdo que había conversado con Daan años atrás.

Trabajó como investigador en la agencia nacional de aviación, brindaba algunas asesorías en temas de diseño de aeronaves y procesos de planificación de espacio aéreo, su ahora esposa, Elin, continuaba en la facultad como auxiliar administrativo, pero feliz. Así transcurrieron los años hasta que las pesadillas de cada noche quebraban la paz del hogar de modo tal que hasta la literatura de ficción de Marcelo comenzaba a ser un refugio y no una terapia de pareja.

Una mañana de 1983 Marcelo y Elin salieron de su residencia rumbo a la universidad, por lo general él la llevaba hasta la facultad y de allí seguía a las oficinas del gobierno, otras ocasiones se quedaba con ella pues seguía como docente investigador y con una que otra cátedra en los programas de ingeniería, sobre todo en su mentoría al becario Humberto, de Colombia quien ya iba avanzando significativamente su plan de clases.

Aquel día cualquiera, entre agosto y octubre, Elin atendía a estudiantes y profesores en su escritorio, direccionando trámites académicos o asesorando a sus jefes en temas propios de la oficina. A la una de la tarde justo después de regresar de almorzar, se acomodó en el despacho de descanso de la facultad un instante, aquel día su esposo no pasaría por ella sino, que almorzaría con los supervisores en el Hangar continuando con las pruebas del hidroavión anfibio.

Cerró los ojos y con las piernas cruzadas acomodó su cabeza sobre el espaldar de un sillón viejo, el ambiente frío de la ciudad era propicio para un ligero descanso, pero un silencio tan fuerte empezó a incomodar, tan profundo y opaco que se sentía vibrar el ambiente como una señal de radio o peor, un susurro del otro mundo.

Elin intentó abrir los ojos al sentir la primera corriente eléctrica que subía por su brazo derecho, recordó de inmediato lo ocurrido hace veinte años atrás, las pesadillas de cada noche y el dolor de aquella señorita que en la oscuridad del mundo onírico le gritaba por ayuda en un idioma que no podía entender.

Un ligero ataque con movimientos bruscos y espasmódicos por todo el cuerpo la sacudió en el sillón con tal fuerza que daba la impresión de que alguien le tomara de los brazos y la levantara con fuerza.

Humberto, el becario, entró a la sala de descanso intentando hacer una pausa a su intensa jornada de lectura académica, estaba a vísperas del examen de aprobación del segundo año.

Encontró a Elin retorciéndose entre movimientos bruscos que con gran temor, salió corriendo del salón para buscar ayuda.

Marcelo fue informado de la novedad de su esposa, estaba en el hospital sedada y con fuertes consecuencias de lo que los médicos señalaban como una epilepsia generalizada, sin antecedentes de salud que dieran explicación, la conservaban sedada sin entender que allí, sedada, estaría encerrada en un universo oscuro y lleno de estrellas.

Marcelo comenzó a dejar de lado sus tareas como asesor del proyecto anfibio y redujo drásticamente sus clases, incluso, sus sesiones con Humberto, el colombiano.

Humberto comenzó a visitar a Elin al hospital, más como gesto de respeto a su mentor, el profesor Marcelo que como real sentimiento hacia la paciente, al inicio le llevaba unos panes dulces de la cafetería con un chocolate dulce, pasaban las semanas Marcelo le recibía poco a poco con más familiaridad; al cumplir un mes en estado de sedación y coma inducido, los médicos no daban aliento de los avances de la salud de Elin, alguna vez uno de los médicos insinuó que era imposible despertarle de ese estado catatónico, como si la paciente en sí se resistiera a salir de ese sueño profundo (y oscuro).

Marcelo caía en pena, se notaba en el descuido de su presentación personal, y en ese proceso Humberto se convirtió en un amigo dejando a un lado su rol de estudiante becario.

La ciudad se preparaba para el Sinterklaas en esa primera semana de diciembre, enfermeras y organizaciones sociales repartían dulces y detalles a los enfermos y sus familias, por supuesto Marcelo se negaba a recibir cualquier obsequio, soportaba medianamente la compañía del becario que con el español intacto, le daba una especie de paz y quien hace muchos años atrás había salido de Bucaramanga buscando un futuro deseable en los Estados Unidos.

Al finalizar el mes de diciembre el frío entraba entre las grietas de la existencia, Daan y Julia, la familia inmediata de Elin acompañaban a Marcelo en un llanto silencioso, los médicos insistían que físicamente no presentaba ninguna enfermedad o alteración de la salud más allá de una extraña resistencia a despertar.

Humberto observaba en silencio, durante aquel trimestre pudo acompañar y conocer más a fondo a su maestro Marcelo, un colombiano que había olvidado el sentido de la vida y se centraba entre aeronaves y ecuaciones.

Le sirvió de compañero y en silencio escuchó cualquier historia o anécdota que este le compartiera, tímidamente le hablaba de sus estudios en Colombia y cómo se parecía tanto Bogotá a Roterdam, quizás como broma, o como un excelente acto de ignorancia y cordialidad.

Presentó el examen de evaluación de su segundo año junto a el escrito formal de su investigación doctoral, una propuesta que iba alineada con las intenciones académicas de Marcelo; recibió una valoración favorable, no excelente pero sí lo suficiente para conservar la beca e iniciar su último año como una etapa de escritura intensiva de su entrega final.

Decidió, con permiso de la decanatura de ingeniería, viajar a terminar su trabajo de investigación en Colombia, además la oportunidad de asumir un puesto de nombramiento en la Universidad Nacional no daba espera.

Se despidió de Marcelo con la promesa de seguir trabajando juntos, de ser su aprendiz para toda la vida.

Marcelo le abrazó y le regaló de despedida una medalla con los distintivos de la universidad.

Durante el inicio de periodo académico, en febrero, Humberto recibió una llamada de su maestro Marcelo, para informar del fallecimiento de Elin.

Con el mismo silencio condescendiente que brindó en las salas de espera del hospital, respondió con el pésame debido, y en un intento quizás de dar vida a quién también comenzaba a caer en la oscuridad, le propuso regresar a Colombia: había una plaza que podría ocupar en la facultad.

Marcelo al otro lado de la llamada, abrió los ojos como dos grandes cavernas que absorben el viento frío y respondió con un rotundo sí.

- Me interesa Humberto, envíame más información.

AV.

13 de noviembre de 2025

El Examen (Sueños)



Imagen Tomada de:

https://images.stockcake.com/public/e/0/c/e0c4d212-91b2-44a2-93a8-f627a780472e_large/cosmic-cat-spirit-stockcake.jpg 

V.

Elin tomó a Marcelo como esposo, un proceso cargado de muchas emociones entre la familia Bakker y la familia Marín, realizaron la boda en un centro de reuniones de Roterdam, allí mismo celebraron un almuerzo tradicional.

Después de dos años Marcelo finalizó sus estudios de doctorado, una intensa y muy exigente experiencia que sirvió, además, para que Elin iniciara por igual un curso profesionalizante en administración, todo funcionaba de maravilla en la ahora familia Bakker, Marcelo tomó el apellido de Elin y con este la nacionalidad, un acuerdo que había conversado con Daan años atrás.

Las noches fueron una experiencia especial para Marcelo, su acostumbrada rutina de leer algunas revistas y ver las noticias antes de dormir le inculcaron el amor por madrugar, una extraña mezcla de un ser nocturno y una matutina afiliación intelectual. Comenzó dando clases en la universidad, quizás como retribución a la beca recibida, pero su tiempo lo empezó a destinar a sus estudios personales del universo, de ese oscuro mundo lleno de estrellas y seres abandonados, aquella bóveda negra cerca y lejos de este mundo, un imaginado plano astral que su ahora esposa, Elin, reseñaba con histeria y mucho temor.

Algunas noches despertó asustada, las pesadillas por sorprendente que fuesen, llegaban con sonidos extraños, de eléctricas voces y distorsionadas melodías.

Marcelo comenzó a tomar nota de los relatos que surgían de esas pesadillas, de esas vivencias donde grandes sombras y seres sin forma se arrastran entre lo negro y lo profundo, entre lo ficticio de un mundo que tiene encerradas a personas desconocidas y la belleza de estrellas y constelaciones danzando entre espacios sin tiempo.

Para él todo era un cúmulo de historias y datos propios de una novela Lovecraftiana, y en ello encontró una vocación literaria, al inicio por registrar los sueños de su esposa y de allí analizarlos con algún colega de la escuela de psicología, más adelante como un reto fenomenológico de querer interpretar la prosaica de lo inexistente, hasta caer profundamente, quizás después del primer año, en el condenatorio arte de la escritura de ficción.

Al borde de los años ochenta, mientras el éxito musical “Radio” invadía los hogares de Roterdam, Elin sufría en silencio. Comenzó a consumir medicamentos para regular el sueño, luego esos medicamentos derivaron en prácticas insalubres como pasar días sin dormir y sin comer adecuadamente, su figura era más delgada de lo saludable, Marcelo en cambio engordaba sentado en su máquina de escribir escuchando a las Dolly Dots en la radio y escribiendo cuentos de seres de otro mundo.

Una mañana de agosto, Elin tan débil como una nube, abrazó a Marcelo mientras este masticaba un pan con dulce de queso, le susurró a su costado un ligero nombre, Angela.

Sin entender nada abrió los ojos con sorpresa y preguntó a qué iba aquella palabra, Elin no supo explicar, simplemente relató otro de sus sueños.

Insistía en que volvía a vivir la experiencia de aquella tarde de hace ya diez años atrás en la biblioteca, de cómo fue raptada por una sombra negra que la terminó por encerrar en un laberinto que jugaba con los paisajes del edificio de la biblioteca, de cómo el negro del universo le arrastraba en dirección a una voz distorsionada, y allí por un instante pudo verla a ella, a una joven con apariencia latina, con cara de susto, gritando en un idioma que por supuesto no era el suyo y allí en el ahogo de la nada, en su mente apareció Ángela.

Marcelo no tomó por burla el relato de esa nueva pesadilla, incluso la guardó en su memoria para poder darle otra narrativa en su ahora oficio de escritor. Estaba considerando seriamente participar en el concurso de cuento corto de la universidad.

Al terminar de desayunar se arregló con un elegante abrigo de paño, un sombrero y unas gafas oscuras de sol. Salió a caminar dirigiéndose a la facultad, era jueves y ese día siempre había muestra de pastelería en la entrada de la universidad, una actividad de los universitarios del momento.

Se detuvo a comer un pan dulce, mientras lo masticaba disfrutaba de los grises cielos de temporada, siempre con amenaza de lluvia. Se quedó distraído observando una nube deforme, como si midiera la distancia entre esta y la tierra, poco a poco sus pensamientos se fueron esparciendo en un sin número de recuerdos, desde las frías mañanas de Texas, hasta las calurosas clases de ingeniería en Bucaramanga, recordó por demás a su compañero Thomas con quien ya mas de cinco años que no se hablaba.

Perdido en sus ideas volvió en sí y sacudió la cabeza como si se quisiera quitar de encima alguna suciedad.

Siguió caminando hasta la sala de profesores donde el Decano de Ingeniería le esperaba, a su lado un joven becario estaba con la mirada baja, quizás algo de pena o incomodidad.

Marcelo saludo a los dos caballeros, en respuesta el Decano le presentó al estudiante recién llegado de Colombia. Le pidió encarecidamente que le apadrinara, apoyando además en su investigación Doctoral, pues sería de gran ayuda para todos que un colombiano apoyase a otro colombiano.

Sin negarse a la designación Marcelo retomó algunas palabras en español, un idioma que llevaba más de diez años sin pronunciar.

Aquella mañana de agosto de 1981 Marcelo daba la bienvenida a Humberto Valdivia Solano, un joven becario que veinte años más tarde, sería pues el director de proyecto de grado de Ángela.

AV.

9 de noviembre de 2025

El Examen (Los abandonados).

 


Imagen Tomada de: https://motionbgs.com/purple-cat-and-planets

IV.

Elin caminó desorientada con el sol saliendo entre las nubes, el ligero frío de un otoño europeo le daba la bienvenida a Roterdam, encontró un teléfono público más adelante pasando la plaza central, sin explicación ni motivación se acercó y encontró preciso una moneda en el suelo en medio de la plazoleta. Tomó la moneda y guiada por el instinto automático de la supervivencia llegó al teléfono para llamar a casa.

Una voz grave le recibió el otro lado de la línea, era su hermano mayor, Daan Bakker. Llorando le saludó y en un gemido de auxilio intentó explicarle que estaba en la biblioteca de la universidad, él sin entender bien lo que narraba Elin, intentó calmarle dando señal de que iba por ella.

Preciso pasaron cuarenta minutos cuando junto a su madre, Julia, llegó Daan a la plazoleta encontrándola sentada en un banco de lado derecho, estaba roja, sentía mucho frío y con lágrimas buscaba sentido a la vida.

La abrazaron y con algo de oraciones familiares le guiaron hasta casa donde después de un buen plato de sopa de guisantes y salchicha ahumada conversaron sobre lo ocurrido.

Para Elin la gran sorpresa no fue solamente ausentarse de casa con una extraña confusión al interior de la biblioteca sino, notar que había transcurrido una semana desde su inexplicable andar por un mundo sin nombre ni forma.

La policía llegó a la residencia Bakker para verificar todos los detalles, por demás inexplicables, de la ausencia de Elin esa semana. Entre las indagaciones buscaron lógica alguna del paradero de esta al interior de la biblioteca, dando a entender la posibilidad de haber sido secuestrada por algún funcionario o al menos, haber quedado encerrada sin su consentimiento en alguna especie de habitación o sótano.

Al caer la tarde, la policía se retiró de la casa dejando a la familia descansar, Daan intentaba entender lo ocurrido, Julia la madre, en silencio, lloraba a sus adentros y enfocada en hornear algo de carne pasaba el tiempo en reflexión. Elin durmió profundamente, mientras que la prensa empezaba a llegar para buscar datos y explicaciones de la aparición de la primera mujer secuestrada en Roterdam en el periodo de posguerra.

La noticia llegó por radio como una novedad y Marcelo la escuchó mientras estudiaba en su incómoda habitación. Desde una semana atrás cuando estudiaba en la biblioteca y reportó la desaparición de Elin, intentaba por todos los medios encontrarla además de encontrar calma para prepararse para los cursos del doctorado.

Tomó su mochila de tela y en una bicicleta que su amigo Thomas J. Van Arsdale le había prestado, llegó hasta la residencia de la familia Bakker. Se presentó y en un inglés que ellos poco entendían, exponía cada detalle de lo ocurrido esa semana atrás, explicaba que fue él quien interpuso la denuncia en la oficina de seguridad del campus y por insistencia de la policía, fue entrevistado en reiteradas veces como sospechoso.

Daan, el hermano mayor de Elin, tomó con desconfianza la llegada de Marcelo, pero la actitud y quizás, el intento de hablar un neerlandés básico el daba la fe de que todo lo que pretendía comunicar en cierto modo se podía tomar con veraz.

Le brindaron un plato de sopa también, un vaso de agua, escucharon cada una de sus preocupaciones. Elin despertó ligeramente y escuchó la voz de Marcelo en la mesa de comedor, se levantó de la cama y con algo de mareo alzó la voz para preguntar quién estaba en casa.

Daan le insistió en que descansara, pero ella quería verlo. Al salir de la habitación lo encontró delgado, más allá de lo que le recordaba. Soltó un gemido de agradecimiento y se le acercó para abrazarlo, incluso delante de la familia le besó, para sorpresa inclusive del propio Marcelo.

Tomó una de las sillas de la cocina y se sentó en medio de Daan y Julia, la madre. Mirando a Marcelo a los ojos y con una seña de calma comenzó a compartir uno a uno los recuerdos de su estancia en aquel lugar al que ella prefirió llamar “Un mundo oscuro lleno de estrellas y seres abandonados”.

Al finalizar el testimonio, ninguno de los presentes quería opinar o dar alguna interpretación, incluso se negaron a hacer preguntas sobre los detalles.

Elin tomó a Marcelo de las manos y le invitó a salir de casa, afuera en la puerta le besó nuevamente como si fuera el amor de su vida, un beso que a bien podría señalar años de nostalgia. Daan observó todo a la distancia y no aguantó las ganas de intervenir, se levantó y abrazando a su hermana por la espalda con la calidez de un hombre protector, se dirigió a Marcelo en un complejo neerlandés que pro supuesto Elin pudo traducir a un inglés legible:

“Si bien mi hermana te aprecia y al parecer te ama, aun cuando nadie en casa te conoce, serás bienvenido. Si no tienes donde vivir ven a casa con nosotros, comparte con ella y si el amor es tan real como ella insiste, podemos recibirte como parte de la familia. Es tu decisión, pero te exigimos aprender a hablar el idioma y claro, los valores de esta familia”

Marcelo abrió los ojos con sorpresa. Hizo una venia en muestra de respeto y aceptó la invitación, explicó ligeramente su interés de aprender el idioma no solo como compromiso con el doctorado y la beca sino, con la familia que le recibía, aceptando renunciar incluso a su nacionalidad y cultura.

Julia, la madre, alzó la voz desde el interior de casa pidiendo que entraran nuevamente, estaba oscureciendo y el pobre joven no tenía abrigo para andar así en las vías.

Todos entraron obedeciendo las órdenes de la jefe del hogar.

Se sentaron en un sofá frente a un moderno televisor Phillips, comenzaron a ver la emisión de noticias de las siete de la tarde, Elin entendía muy bien que su nombre sería noticia en todas partes, en especial en la universidad a dónde debía de ir a reportarse a la mañana siguiente.

Marcelo poco entendía de las noticias salvo algunas oraciones, momento que Elin aprovechó para decirle que en ese universo oscuro habían más personas igual de perdidas, que no sabría a ciencia cierta cómo pudo salir o qué la hizo salir, pero algo grande y con mucho poder estaba allí condenando a los pobres caminantes.

Le mencionó, además, de la otra mujer que vio allí extraviada, se le notaba por igual desesperada buscando una salida, simplemente que no entendía de dónde era pues su ropaje y expresiones no eran de esta ciudad ni de la misma universidad. Era una biblioteca diferente, con televisores en muchos escritorios con la pantalla delgada como un tablón de madera y las lámparas del lugar, blancas, como un hospital.

También le habló de que vio por un momento a un grupo de jóvenes en una especie de autobús, pero extraño, con sillas y botones que eran propios de las películas del espacio.

Marcelo en silencio tomaba cada detalle como una nota mental, de seguro en algún momento de su vida eso serviría para algo, quizás, para identificar al que haya secuestrado a Elin, o entender aquello que ella vio del otro lado de la ventana en dónde le vio por última vez.

Al finalizar la emisión de noticias la familia Bakker brindó un abrigo más acorde a la temporada y acompañó a Marcelo a llegar a su residencia, a una larga distancia de donde ellos vivían.

Elin le besó y pidió que se vieran nuevamente en la universidad al día siguiente, quizás era pertinente le acompañara en su reporte ante las autoridades, además de retomar las clases de idiomas.

Marcelo sonrió y con un beso se despidió, alzó la mano para despedirse de Daan y entró al edificio dónde le esperaba su compañero Thomas, quien con una mirada de solidaridad le esperaba.

Se sentó un rato en la habitación y en silencio dejó escapar uno a uno sus pensamientos, intentando entender lo inexplicable, entre esos, el misterio del amor y la fantasía.

Estaba enamorado de Elin.

AV.


7 de noviembre de 2025

El Examen (Elin).

 


Imagen Tomada de: https://www.wallpaperbetter.com/es/hd-wallpaper-wfmuh


III.


Elin siguió caminando, buscando a la ventana, el ruido de una voz distorsionada seguía en el ambiente. Empezó a notar que todo a su alrededor era oscuridad, solo la voz electrónica le guiaba, al fondo un cúmulo de estrellas como si se tratase de un ramo de constelaciones vislumbraba ante al parecer, era la ventana.


Se acercó estirando las manos, cada paso que daba era como avanzar diez años en el tiempo, estaba aturdida por la presión del lugar, el ruido era insoportable y la oscuridad traía consigo desesperación. A su lado una luz blanca, tenue como una lámpara hermética aparecía ligeramente, iba poco a poco dando luz a una bóveda de oscura agonía.


Una mujer caminaba también, pasaba de lo que se podría entender era un pasillo a otro. Esa mujer, vestida con unos extraños pantalones de jean y zapatos deportivos de color blanco miraba para todas partes, se movía con desespero incluso, daba a entender que estaba más o peor de lo que se sentía Elin en ese mismo lugar y momento.


Alzó la voz y con un grito de protesta intentó contactar a la otra mujer, sin embargo, ella parecía estar perdida en su propio laberinto.


Aprovechando la luz blanca Elin comenzó a caminar con igual desespero que la otra mujer, todo a su alrededor era una bóveda de oscuridad con algunas estrellas flotantes en un espacio sin determinar, del otro lado había luz blanca y muchos pasillos, escaleras y más pasillos y en su interior, una mujer desesperada.


No quería quedarse perdida en la inmediatez de lo desconocido, comenzó a gritar llamando a su entonces compañero, Marcelo, su voz viajaba entre lo negro de la nada y rebotaba a la luz de los pasillos vecinos.


En un momento de total casualidad giró su mirada y observó a un hombre vestido de traje militar dar un discurso a un grupo de jóvenes en un extraño bus, muchos de esos jóvenes se posaban con mirada de desconsuelo, aquella imagen se fue apagando como si una cremallera cerrara toda visión en medio de la nada. Dio un paso para acercarse y en ese universo de nada, apareció un grupo musical de jóvenes cantando algo que no era entendible en su idioma natal, ni en el inglés provincial, pero pudo notar la tristeza de un cantante que estaba decepcionado del don de la vida.


A su espalda la luz blanca le hizo sentir un ligero calor, una brisa leve. Se giró y encontró nuevamente a esa mujer caminando entre pasillos hasta que allí un hombre con un extraño vestido de policía fue visto de pie. Notó que ella conversaba con él, sin entender nada solo interpretaba gestos y movimientos corporales, había total tristeza y terror en aquella mujer, el señor en cambio estaba firme, como una estatua, inerte.


El miedo fue haciendo parte de su cuerpo, una extensión de su mente, un pedazo de carne invisible que cargaba en la espalda y le mordía las orejas, un miedo que sin forma y sin nombre ella apodaba como una fuerza errante que le absorbía las ganas de vivir, un vampiro quizás en medio de los pesares de la mente.


Caminando desorientada en la oscuridad del todo y la nada tropezó con algo por supuesto invisible. Se sintió caer contra una loza fuerte, se apoyó y levantando la mirada encontró que había una ligera herida en la palma de cada mano, queriendo entender qué ocurría la voz distorsionada empezó a escucharse de nuevo, al fondo de cada palabra quedaba una vibración en el ambiente, una estática que para Elin era desconocida, por instinto comenzó a caminar en el sentido en que la extraña voz se escuchaba, caminaba tanto que llegó a estrellarse contra una pared, invisible por supuesto, donde todo era negro y eterno.


Acarició con su mano herida una especie de textura corrugada, quizás fueran ladrillos o alguna cerámica, una plataforma o superficie rocosa, con su mano acariciaba el invisible desespero del todo, las estrellas como constelaciones efímeras aparecían y desaparecían, como cocuyos al final del camino.


Una voz masculina se escuchó, era de un joven, en un idioma que Elin no entendía y a una distancia que no se podía medir.


Continuó con la mano buscando algo que le diera sentido a su estancia y allí otra vez una luz cegadora se hizo presente, Elin cubrió su rostro y un grito de frustración le acompañó. Estaba en la biblioteca otra vez, no había nadie allí, elevó su mirada y en uno de los ventanales se notaba que el cielo estaba aclarando.


A su derecha había unos escalones que le guiaban directo al hall principal, con el afán de los condenados comenzó a bajar las gradas encontrando la puerta principal cerrada, así que caminó al puesto de atención al usuario que sin nadie allí atendiendo, empezó a rebuscar las llaves de la puerta principal.


Un hombre apareció llamándole la atención, Elin sintió algo de miedo y tranquilidad a la vez, descubrió al caballero con el uniforme de la universidad, así que le expuso que estaba preocupada y necesitaba salir.


Él con la amabilidad del momento le indicó que el horario de apertura de la biblioteca es a las siete de la mañana, no entendía por dónde había logrado, así que invitándole a salir le estiró la mano en señal de que se dirigiera a la puerta.

Elin sin oponer resistencia dejó caer una sonrisa leve, bajó la cabeza en un ademán y comenzó a caminar hasta la puerta principal donde preciso el señor con una llave le abría.


Salió y sintió una temperatura más amable, un calor amistoso.


Se sobó los brazos con las manos, aún heridas por la caída, con otra sonrisa agradeció al señor que vigilaba la biblioteca y preguntó la hora en un tímido tono de voz. Este con la voz pausada, respondió:


- Son las seis con seis minutos de la mañana.


AV.