17 de noviembre de 2025

El Examen (Humberto).

 


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VI. 

Después de dos años Marcelo finalizó sus estudios de doctorado, una intensa y muy exigente experiencia que sirvió, además, para que Elin iniciara por igual un curso profesionalizante en administración, todo funcionaba de maravilla en la ahora familia Bakker, Marcelo tomó el apellido de Elin y con este la nacionalidad, un acuerdo que había conversado con Daan años atrás.

Trabajó como investigador en la agencia nacional de aviación, brindaba algunas asesorías en temas de diseño de aeronaves y procesos de planificación de espacio aéreo, su ahora esposa, Elin, continuaba en la facultad como auxiliar administrativo, pero feliz. Así transcurrieron los años hasta que las pesadillas de cada noche quebraban la paz del hogar de modo tal que hasta la literatura de ficción de Marcelo comenzaba a ser un refugio y no una terapia de pareja.

Una mañana de 1983 Marcelo y Elin salieron de su residencia rumbo a la universidad, por lo general él la llevaba hasta la facultad y de allí seguía a las oficinas del gobierno, otras ocasiones se quedaba con ella pues seguía como docente investigador y con una que otra cátedra en los programas de ingeniería, sobre todo en su mentoría al becario Humberto, de Colombia quien ya iba avanzando significativamente su plan de clases.

Aquel día cualquiera, entre agosto y octubre, Elin atendía a estudiantes y profesores en su escritorio, direccionando trámites académicos o asesorando a sus jefes en temas propios de la oficina. A la una de la tarde justo después de regresar de almorzar, se acomodó en el despacho de descanso de la facultad un instante, aquel día su esposo no pasaría por ella sino, que almorzaría con los supervisores en el Hangar continuando con las pruebas del hidroavión anfibio.

Cerró los ojos y con las piernas cruzadas acomodó su cabeza sobre el espaldar de un sillón viejo, el ambiente frío de la ciudad era propicio para un ligero descanso, pero un silencio tan fuerte empezó a incomodar, tan profundo y opaco que se sentía vibrar el ambiente como una señal de radio o peor, un susurro del otro mundo.

Elin intentó abrir los ojos al sentir la primera corriente eléctrica que subía por su brazo derecho, recordó de inmediato lo ocurrido hace veinte años atrás, las pesadillas de cada noche y el dolor de aquella señorita que en la oscuridad del mundo onírico le gritaba por ayuda en un idioma que no podía entender.

Un ligero ataque con movimientos bruscos y espasmódicos por todo el cuerpo la sacudió en el sillón con tal fuerza que daba la impresión de que alguien le tomara de los brazos y la levantara con fuerza.

Humberto, el becario, entró a la sala de descanso intentando hacer una pausa a su intensa jornada de lectura académica, estaba a vísperas del examen de aprobación del segundo año.

Encontró a Elin retorciéndose entre movimientos bruscos que con gran temor, salió corriendo del salón para buscar ayuda.

Marcelo fue informado de la novedad de su esposa, estaba en el hospital sedada y con fuertes consecuencias de lo que los médicos señalaban como una epilepsia generalizada, sin antecedentes de salud que dieran explicación, la conservaban sedada sin entender que allí, sedada, estaría encerrada en un universo oscuro y lleno de estrellas.

Marcelo comenzó a dejar de lado sus tareas como asesor del proyecto anfibio y redujo drásticamente sus clases, incluso, sus sesiones con Humberto, el colombiano.

Humberto comenzó a visitar a Elin al hospital, más como gesto de respeto a su mentor, el profesor Marcelo que como real sentimiento hacia la paciente, al inicio le llevaba unos panes dulces de la cafetería con un chocolate dulce, pasaban las semanas Marcelo le recibía poco a poco con más familiaridad; al cumplir un mes en estado de sedación y coma inducido, los médicos no daban aliento de los avances de la salud de Elin, alguna vez uno de los médicos insinuó que era imposible despertarle de ese estado catatónico, como si la paciente en sí se resistiera a salir de ese sueño profundo (y oscuro).

Marcelo caía en pena, se notaba en el descuido de su presentación personal, y en ese proceso Humberto se convirtió en un amigo dejando a un lado su rol de estudiante becario.

La ciudad se preparaba para el Sinterklaas en esa primera semana de diciembre, enfermeras y organizaciones sociales repartían dulces y detalles a los enfermos y sus familias, por supuesto Marcelo se negaba a recibir cualquier obsequio, soportaba medianamente la compañía del becario que con el español intacto, le daba una especie de paz y quien hace muchos años atrás había salido de Bucaramanga buscando un futuro deseable en los Estados Unidos.

Al finalizar el mes de diciembre el frío entraba entre las grietas de la existencia, Daan y Julia, la familia inmediata de Elin acompañaban a Marcelo en un llanto silencioso, los médicos insistían que físicamente no presentaba ninguna enfermedad o alteración de la salud más allá de una extraña resistencia a despertar.

Humberto observaba en silencio, durante aquel trimestre pudo acompañar y conocer más a fondo a su maestro Marcelo, un colombiano que había olvidado el sentido de la vida y se centraba entre aeronaves y ecuaciones.

Le sirvió de compañero y en silencio escuchó cualquier historia o anécdota que este le compartiera, tímidamente le hablaba de sus estudios en Colombia y cómo se parecía tanto Bogotá a Roterdam, quizás como broma, o como un excelente acto de ignorancia y cordialidad.

Presentó el examen de evaluación de su segundo año junto a el escrito formal de su investigación doctoral, una propuesta que iba alineada con las intenciones académicas de Marcelo; recibió una valoración favorable, no excelente pero sí lo suficiente para conservar la beca e iniciar su último año como una etapa de escritura intensiva de su entrega final.

Decidió, con permiso de la decanatura de ingeniería, viajar a terminar su trabajo de investigación en Colombia, además la oportunidad de asumir un puesto de nombramiento en la Universidad Nacional no daba espera.

Se despidió de Marcelo con la promesa de seguir trabajando juntos, de ser su aprendiz para toda la vida.

Marcelo le abrazó y le regaló de despedida una medalla con los distintivos de la universidad.

Durante el inicio de periodo académico, en febrero, Humberto recibió una llamada de su maestro Marcelo, para informar del fallecimiento de Elin.

Con el mismo silencio condescendiente que brindó en las salas de espera del hospital, respondió con el pésame debido, y en un intento quizás de dar vida a quién también comenzaba a caer en la oscuridad, le propuso regresar a Colombia: había una plaza que podría ocupar en la facultad.

Marcelo al otro lado de la llamada, abrió los ojos como dos grandes cavernas que absorben el viento frío y respondió con un rotundo sí.

- Me interesa Humberto, envíame más información.

AV.

13 de noviembre de 2025

El Examen (Sueños)



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V.

Elin tomó a Marcelo como esposo, un proceso cargado de muchas emociones entre la familia Bakker y la familia Marín, realizaron la boda en un centro de reuniones de Roterdam, allí mismo celebraron un almuerzo tradicional.

Después de dos años Marcelo finalizó sus estudios de doctorado, una intensa y muy exigente experiencia que sirvió, además, para que Elin iniciara por igual un curso profesionalizante en administración, todo funcionaba de maravilla en la ahora familia Bakker, Marcelo tomó el apellido de Elin y con este la nacionalidad, un acuerdo que había conversado con Daan años atrás.

Las noches fueron una experiencia especial para Marcelo, su acostumbrada rutina de leer algunas revistas y ver las noticias antes de dormir le inculcaron el amor por madrugar, una extraña mezcla de un ser nocturno y una matutina afiliación intelectual. Comenzó dando clases en la universidad, quizás como retribución a la beca recibida, pero su tiempo lo empezó a destinar a sus estudios personales del universo, de ese oscuro mundo lleno de estrellas y seres abandonados, aquella bóveda negra cerca y lejos de este mundo, un imaginado plano astral que su ahora esposa, Elin, reseñaba con histeria y mucho temor.

Algunas noches despertó asustada, las pesadillas por sorprendente que fuesen, llegaban con sonidos extraños, de eléctricas voces y distorsionadas melodías.

Marcelo comenzó a tomar nota de los relatos que surgían de esas pesadillas, de esas vivencias donde grandes sombras y seres sin forma se arrastran entre lo negro y lo profundo, entre lo ficticio de un mundo que tiene encerradas a personas desconocidas y la belleza de estrellas y constelaciones danzando entre espacios sin tiempo.

Para él todo era un cúmulo de historias y datos propios de una novela Lovecraftiana, y en ello encontró una vocación literaria, al inicio por registrar los sueños de su esposa y de allí analizarlos con algún colega de la escuela de psicología, más adelante como un reto fenomenológico de querer interpretar la prosaica de lo inexistente, hasta caer profundamente, quizás después del primer año, en el condenatorio arte de la escritura de ficción.

Al borde de los años ochenta, mientras el éxito musical “Radio” invadía los hogares de Roterdam, Elin sufría en silencio. Comenzó a consumir medicamentos para regular el sueño, luego esos medicamentos derivaron en prácticas insalubres como pasar días sin dormir y sin comer adecuadamente, su figura era más delgada de lo saludable, Marcelo en cambio engordaba sentado en su máquina de escribir escuchando a las Dolly Dots en la radio y escribiendo cuentos de seres de otro mundo.

Una mañana de agosto, Elin tan débil como una nube, abrazó a Marcelo mientras este masticaba un pan con dulce de queso, le susurró a su costado un ligero nombre, Angela.

Sin entender nada abrió los ojos con sorpresa y preguntó a qué iba aquella palabra, Elin no supo explicar, simplemente relató otro de sus sueños.

Insistía en que volvía a vivir la experiencia de aquella tarde de hace ya diez años atrás en la biblioteca, de cómo fue raptada por una sombra negra que la terminó por encerrar en un laberinto que jugaba con los paisajes del edificio de la biblioteca, de cómo el negro del universo le arrastraba en dirección a una voz distorsionada, y allí por un instante pudo verla a ella, a una joven con apariencia latina, con cara de susto, gritando en un idioma que por supuesto no era el suyo y allí en el ahogo de la nada, en su mente apareció Ángela.

Marcelo no tomó por burla el relato de esa nueva pesadilla, incluso la guardó en su memoria para poder darle otra narrativa en su ahora oficio de escritor. Estaba considerando seriamente participar en el concurso de cuento corto de la universidad.

Al terminar de desayunar se arregló con un elegante abrigo de paño, un sombrero y unas gafas oscuras de sol. Salió a caminar dirigiéndose a la facultad, era jueves y ese día siempre había muestra de pastelería en la entrada de la universidad, una actividad de los universitarios del momento.

Se detuvo a comer un pan dulce, mientras lo masticaba disfrutaba de los grises cielos de temporada, siempre con amenaza de lluvia. Se quedó distraído observando una nube deforme, como si midiera la distancia entre esta y la tierra, poco a poco sus pensamientos se fueron esparciendo en un sin número de recuerdos, desde las frías mañanas de Texas, hasta las calurosas clases de ingeniería en Bucaramanga, recordó por demás a su compañero Thomas con quien ya mas de cinco años que no se hablaba.

Perdido en sus ideas volvió en sí y sacudió la cabeza como si se quisiera quitar de encima alguna suciedad.

Siguió caminando hasta la sala de profesores donde el Decano de Ingeniería le esperaba, a su lado un joven becario estaba con la mirada baja, quizás algo de pena o incomodidad.

Marcelo saludo a los dos caballeros, en respuesta el Decano le presentó al estudiante recién llegado de Colombia. Le pidió encarecidamente que le apadrinara, apoyando además en su investigación Doctoral, pues sería de gran ayuda para todos que un colombiano apoyase a otro colombiano.

Sin negarse a la designación Marcelo retomó algunas palabras en español, un idioma que llevaba más de diez años sin pronunciar.

Aquella mañana de agosto de 1981 Marcelo daba la bienvenida a Humberto Valdivia Solano, un joven becario que veinte años más tarde, sería pues el director de proyecto de grado de Ángela.

AV.

9 de noviembre de 2025

El Examen (Los abandonados).

 


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IV.

Elin caminó desorientada con el sol saliendo entre las nubes, el ligero frío de un otoño europeo le daba la bienvenida a Roterdam, encontró un teléfono público más adelante pasando la plaza central, sin explicación ni motivación se acercó y encontró preciso una moneda en el suelo en medio de la plazoleta. Tomó la moneda y guiada por el instinto automático de la supervivencia llegó al teléfono para llamar a casa.

Una voz grave le recibió el otro lado de la línea, era su hermano mayor, Daan Bakker. Llorando le saludó y en un gemido de auxilio intentó explicarle que estaba en la biblioteca de la universidad, él sin entender bien lo que narraba Elin, intentó calmarle dando señal de que iba por ella.

Preciso pasaron cuarenta minutos cuando junto a su madre, Julia, llegó Daan a la plazoleta encontrándola sentada en un banco de lado derecho, estaba roja, sentía mucho frío y con lágrimas buscaba sentido a la vida.

La abrazaron y con algo de oraciones familiares le guiaron hasta casa donde después de un buen plato de sopa de guisantes y salchicha ahumada conversaron sobre lo ocurrido.

Para Elin la gran sorpresa no fue solamente ausentarse de casa con una extraña confusión al interior de la biblioteca sino, notar que había transcurrido una semana desde su inexplicable andar por un mundo sin nombre ni forma.

La policía llegó a la residencia Bakker para verificar todos los detalles, por demás inexplicables, de la ausencia de Elin esa semana. Entre las indagaciones buscaron lógica alguna del paradero de esta al interior de la biblioteca, dando a entender la posibilidad de haber sido secuestrada por algún funcionario o al menos, haber quedado encerrada sin su consentimiento en alguna especie de habitación o sótano.

Al caer la tarde, la policía se retiró de la casa dejando a la familia descansar, Daan intentaba entender lo ocurrido, Julia la madre, en silencio, lloraba a sus adentros y enfocada en hornear algo de carne pasaba el tiempo en reflexión. Elin durmió profundamente, mientras que la prensa empezaba a llegar para buscar datos y explicaciones de la aparición de la primera mujer secuestrada en Roterdam en el periodo de posguerra.

La noticia llegó por radio como una novedad y Marcelo la escuchó mientras estudiaba en su incómoda habitación. Desde una semana atrás cuando estudiaba en la biblioteca y reportó la desaparición de Elin, intentaba por todos los medios encontrarla además de encontrar calma para prepararse para los cursos del doctorado.

Tomó su mochila de tela y en una bicicleta que su amigo Thomas J. Van Arsdale le había prestado, llegó hasta la residencia de la familia Bakker. Se presentó y en un inglés que ellos poco entendían, exponía cada detalle de lo ocurrido esa semana atrás, explicaba que fue él quien interpuso la denuncia en la oficina de seguridad del campus y por insistencia de la policía, fue entrevistado en reiteradas veces como sospechoso.

Daan, el hermano mayor de Elin, tomó con desconfianza la llegada de Marcelo, pero la actitud y quizás, el intento de hablar un neerlandés básico el daba la fe de que todo lo que pretendía comunicar en cierto modo se podía tomar con veraz.

Le brindaron un plato de sopa también, un vaso de agua, escucharon cada una de sus preocupaciones. Elin despertó ligeramente y escuchó la voz de Marcelo en la mesa de comedor, se levantó de la cama y con algo de mareo alzó la voz para preguntar quién estaba en casa.

Daan le insistió en que descansara, pero ella quería verlo. Al salir de la habitación lo encontró delgado, más allá de lo que le recordaba. Soltó un gemido de agradecimiento y se le acercó para abrazarlo, incluso delante de la familia le besó, para sorpresa inclusive del propio Marcelo.

Tomó una de las sillas de la cocina y se sentó en medio de Daan y Julia, la madre. Mirando a Marcelo a los ojos y con una seña de calma comenzó a compartir uno a uno los recuerdos de su estancia en aquel lugar al que ella prefirió llamar “Un mundo oscuro lleno de estrellas y seres abandonados”.

Al finalizar el testimonio, ninguno de los presentes quería opinar o dar alguna interpretación, incluso se negaron a hacer preguntas sobre los detalles.

Elin tomó a Marcelo de las manos y le invitó a salir de casa, afuera en la puerta le besó nuevamente como si fuera el amor de su vida, un beso que a bien podría señalar años de nostalgia. Daan observó todo a la distancia y no aguantó las ganas de intervenir, se levantó y abrazando a su hermana por la espalda con la calidez de un hombre protector, se dirigió a Marcelo en un complejo neerlandés que pro supuesto Elin pudo traducir a un inglés legible:

“Si bien mi hermana te aprecia y al parecer te ama, aun cuando nadie en casa te conoce, serás bienvenido. Si no tienes donde vivir ven a casa con nosotros, comparte con ella y si el amor es tan real como ella insiste, podemos recibirte como parte de la familia. Es tu decisión, pero te exigimos aprender a hablar el idioma y claro, los valores de esta familia”

Marcelo abrió los ojos con sorpresa. Hizo una venia en muestra de respeto y aceptó la invitación, explicó ligeramente su interés de aprender el idioma no solo como compromiso con el doctorado y la beca sino, con la familia que le recibía, aceptando renunciar incluso a su nacionalidad y cultura.

Julia, la madre, alzó la voz desde el interior de casa pidiendo que entraran nuevamente, estaba oscureciendo y el pobre joven no tenía abrigo para andar así en las vías.

Todos entraron obedeciendo las órdenes de la jefe del hogar.

Se sentaron en un sofá frente a un moderno televisor Phillips, comenzaron a ver la emisión de noticias de las siete de la tarde, Elin entendía muy bien que su nombre sería noticia en todas partes, en especial en la universidad a dónde debía de ir a reportarse a la mañana siguiente.

Marcelo poco entendía de las noticias salvo algunas oraciones, momento que Elin aprovechó para decirle que en ese universo oscuro habían más personas igual de perdidas, que no sabría a ciencia cierta cómo pudo salir o qué la hizo salir, pero algo grande y con mucho poder estaba allí condenando a los pobres caminantes.

Le mencionó, además, de la otra mujer que vio allí extraviada, se le notaba por igual desesperada buscando una salida, simplemente que no entendía de dónde era pues su ropaje y expresiones no eran de esta ciudad ni de la misma universidad. Era una biblioteca diferente, con televisores en muchos escritorios con la pantalla delgada como un tablón de madera y las lámparas del lugar, blancas, como un hospital.

También le habló de que vio por un momento a un grupo de jóvenes en una especie de autobús, pero extraño, con sillas y botones que eran propios de las películas del espacio.

Marcelo en silencio tomaba cada detalle como una nota mental, de seguro en algún momento de su vida eso serviría para algo, quizás, para identificar al que haya secuestrado a Elin, o entender aquello que ella vio del otro lado de la ventana en dónde le vio por última vez.

Al finalizar la emisión de noticias la familia Bakker brindó un abrigo más acorde a la temporada y acompañó a Marcelo a llegar a su residencia, a una larga distancia de donde ellos vivían.

Elin le besó y pidió que se vieran nuevamente en la universidad al día siguiente, quizás era pertinente le acompañara en su reporte ante las autoridades, además de retomar las clases de idiomas.

Marcelo sonrió y con un beso se despidió, alzó la mano para despedirse de Daan y entró al edificio dónde le esperaba su compañero Thomas, quien con una mirada de solidaridad le esperaba.

Se sentó un rato en la habitación y en silencio dejó escapar uno a uno sus pensamientos, intentando entender lo inexplicable, entre esos, el misterio del amor y la fantasía.

Estaba enamorado de Elin.

AV.


7 de noviembre de 2025

El Examen (Elin).

 


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III.


Elin siguió caminando, buscando a la ventana, el ruido de una voz distorsionada seguía en el ambiente. Empezó a notar que todo a su alrededor era oscuridad, solo la voz electrónica le guiaba, al fondo un cúmulo de estrellas como si se tratase de un ramo de constelaciones vislumbraba ante al parecer, era la ventana.


Se acercó estirando las manos, cada paso que daba era como avanzar diez años en el tiempo, estaba aturdida por la presión del lugar, el ruido era insoportable y la oscuridad traía consigo desesperación. A su lado una luz blanca, tenue como una lámpara hermética aparecía ligeramente, iba poco a poco dando luz a una bóveda de oscura agonía.


Una mujer caminaba también, pasaba de lo que se podría entender era un pasillo a otro. Esa mujer, vestida con unos extraños pantalones de jean y zapatos deportivos de color blanco miraba para todas partes, se movía con desespero incluso, daba a entender que estaba más o peor de lo que se sentía Elin en ese mismo lugar y momento.


Alzó la voz y con un grito de protesta intentó contactar a la otra mujer, sin embargo, ella parecía estar perdida en su propio laberinto.


Aprovechando la luz blanca Elin comenzó a caminar con igual desespero que la otra mujer, todo a su alrededor era una bóveda de oscuridad con algunas estrellas flotantes en un espacio sin determinar, del otro lado había luz blanca y muchos pasillos, escaleras y más pasillos y en su interior, una mujer desesperada.


No quería quedarse perdida en la inmediatez de lo desconocido, comenzó a gritar llamando a su entonces compañero, Marcelo, su voz viajaba entre lo negro de la nada y rebotaba a la luz de los pasillos vecinos.


En un momento de total casualidad giró su mirada y observó a un hombre vestido de traje militar dar un discurso a un grupo de jóvenes en un extraño bus, muchos de esos jóvenes se posaban con mirada de desconsuelo, aquella imagen se fue apagando como si una cremallera cerrara toda visión en medio de la nada. Dio un paso para acercarse y en ese universo de nada, apareció un grupo musical de jóvenes cantando algo que no era entendible en su idioma natal, ni en el inglés provincial, pero pudo notar la tristeza de un cantante que estaba decepcionado del don de la vida.


A su espalda la luz blanca le hizo sentir un ligero calor, una brisa leve. Se giró y encontró nuevamente a esa mujer caminando entre pasillos hasta que allí un hombre con un extraño vestido de policía fue visto de pie. Notó que ella conversaba con él, sin entender nada solo interpretaba gestos y movimientos corporales, había total tristeza y terror en aquella mujer, el señor en cambio estaba firme, como una estatua, inerte.


El miedo fue haciendo parte de su cuerpo, una extensión de su mente, un pedazo de carne invisible que cargaba en la espalda y le mordía las orejas, un miedo que sin forma y sin nombre ella apodaba como una fuerza errante que le absorbía las ganas de vivir, un vampiro quizás en medio de los pesares de la mente.


Caminando desorientada en la oscuridad del todo y la nada tropezó con algo por supuesto invisible. Se sintió caer contra una loza fuerte, se apoyó y levantando la mirada encontró que había una ligera herida en la palma de cada mano, queriendo entender qué ocurría la voz distorsionada empezó a escucharse de nuevo, al fondo de cada palabra quedaba una vibración en el ambiente, una estática que para Elin era desconocida, por instinto comenzó a caminar en el sentido en que la extraña voz se escuchaba, caminaba tanto que llegó a estrellarse contra una pared, invisible por supuesto, donde todo era negro y eterno.


Acarició con su mano herida una especie de textura corrugada, quizás fueran ladrillos o alguna cerámica, una plataforma o superficie rocosa, con su mano acariciaba el invisible desespero del todo, las estrellas como constelaciones efímeras aparecían y desaparecían, como cocuyos al final del camino.


Una voz masculina se escuchó, era de un joven, en un idioma que Elin no entendía y a una distancia que no se podía medir.


Continuó con la mano buscando algo que le diera sentido a su estancia y allí otra vez una luz cegadora se hizo presente, Elin cubrió su rostro y un grito de frustración le acompañó. Estaba en la biblioteca otra vez, no había nadie allí, elevó su mirada y en uno de los ventanales se notaba que el cielo estaba aclarando.


A su derecha había unos escalones que le guiaban directo al hall principal, con el afán de los condenados comenzó a bajar las gradas encontrando la puerta principal cerrada, así que caminó al puesto de atención al usuario que sin nadie allí atendiendo, empezó a rebuscar las llaves de la puerta principal.


Un hombre apareció llamándole la atención, Elin sintió algo de miedo y tranquilidad a la vez, descubrió al caballero con el uniforme de la universidad, así que le expuso que estaba preocupada y necesitaba salir.


Él con la amabilidad del momento le indicó que el horario de apertura de la biblioteca es a las siete de la mañana, no entendía por dónde había logrado, así que invitándole a salir le estiró la mano en señal de que se dirigiera a la puerta.

Elin sin oponer resistencia dejó caer una sonrisa leve, bajó la cabeza en un ademán y comenzó a caminar hasta la puerta principal donde preciso el señor con una llave le abría.


Salió y sintió una temperatura más amable, un calor amistoso.


Se sobó los brazos con las manos, aún heridas por la caída, con otra sonrisa agradeció al señor que vigilaba la biblioteca y preguntó la hora en un tímido tono de voz. Este con la voz pausada, respondió:


- Son las seis con seis minutos de la mañana.


AV.


6 de noviembre de 2025

El Examen (Marcelo).

 


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II.

Marcelo inició sus estudios de ingeniería en la Universidad Industrial de Santander, logró el grado de honor llevándole a estudiar una maestría en ingeniería eléctrica e informática en la Texas State University, una experiencia difícil por demás, ser tan joven en una época en que el mundo estaba en desarrollo de la informática y sin tantos datos de acceso como hoy día fueron para sí un reto de alto nivel.

Logró graduarse con honores, hizo mérito para una beca en el último año lo que le redujo el estrés económico que a cualquier latinoamericano le puede a bien fraguar. Un viejo compañero de clase, Thomas J. Van Arsdale, de origen holandés le recomendó aplicar a una beca allá en su país, la industria aeronáutica estaba en furor y Marcelo podría ser quizás un buen candidato.

Aceptó la invitación y aplicó por correspondencia, tiempo después recibió la invitación a presentar un examen de admisión, difícil, especificaron. Requerían medir sus conocimientos en física, química, matemáticas avanzadas y por supuesto, el dominio del idioma.

Viajó un 04 de noviembre, desde San Marcos en Texas, hasta Roterdam.

Adaptarse al cambio de ciudad no era un reto para Marcelo, después de vivir en Bucaramanga, pasó a Estados Unidos y de allí a Europa, más allá de las inclemencias del clima, el reto real era el idioma, así que empezó a prepararse como pudiese y su amigo, Thomas era más que un aliado, un hermano del camino.

Aprobó los exámenes académicos, pero no el del idioma.

La frustración invadió su cuerpo al punto de obligarle a sentarse en un parque a consolar sus lágrimas con el frío viento del río. Thomas que le acompañaba le invitó a despejar las preocupaciones del no futuro, así que lo llevó a un bar cerca, cerca de la vía Corrie Hartonglaan.

Allí conversaron recordando los méritos y experiencias vividas en Texas, de cómo superaron juntos las crisis económicas, desde almorzar comida que sobraba del restaurante local hasta las noches de frío donde tenían que cubrirse con abrigos poco aptos. Hablaron además de los viejos amores, de cómo un colombiano pudo enamorar a una de las mujeres más bellas del campus sin dominar el idioma en su totalidad, aquel primer año fue por demás gracioso y retador.

Marcelo agradeció el gesto de su compañero, con algo de esfuerzo intentó seguir la noche con un neerlandés regular, Thomas le corregía o le enseñaba técnicas para dominar poco a poco el idioma.

Al día siguiente se presentó en la facultad, en la universidad de Delft, explicó que tenía buen promedio con los exámenes de admisión pero tenía desaprobada la evaluación del idioma, situación evidente al tener que expresarse en inglés.

Una joven atendía la ventanilla y con una sonrisa de aquellas que son propias para el amor eterno, le sugirió, en un perfecto inglés, que realizara una carta de solicitud de admisión con el compromiso de aprobar el examen del idioma en el año siguiente, incluso, le ayudó a redactar la carta para que fuera más convincente.

Marcelo quedó enamorado de los ojos color miel de aquella funcionaria, ella, atraída por el físico poco convencional que tiene un latino en Europa, le sugirió si iban a almorzar juntos.

Sin dudar aceptó y se enamoró de Elin Bakker mientras almorzaba con ella. Una mujer de estatura alta por su genética europea, una piel tan blanca que se volvía roja con el calor o el frío y por supuesto, un cabello amarillo que podría verse blanco en ocasiones.

Salieron varias semanas a almorzar, del almuerzo iban por un café o terminaban en el parque hablando en un perfecto inglés. Al finalizar el mes Marcelo recibió la carta de admisión al programa Doctoral y la correspondiente beca de apoyo. La condición de aprobar el examen de dominio del idioma era exigente y solicitaba que se presentara en el primer trimestre del año siguiente.

Elin con el cariño de una dama enamorada dio todo el apoyo a Marcelo, además de brindar la sensatez de su corazón, le guio en el aprendizaje continuo.

Todas las tardes, al finalizar la jornada de atención al público, Elin se dirigía a la biblioteca a acompañar a su enamorado en sus estudios, algunos días lo encontraba intentando memorizar palabras sin sentido, en otras ocasiones le veía leyendo libros de física, por supuesto en inglés. Aquel día Elin abrazó a Marcelo y dando un beso en la mejilla le saludó, sugirió que practicaran un poco el idioma para el examen, pues no quería verle triste por perder una oportunidad tan valiosa por culpa de un simple examen.

Marcelo la abrazó y sentados en una mesa en el centro de la biblioteca, comenzaron a practicar frases varias. Giró su mirada a una venta al fondo, observando que el cielo estaba totalmente negro, sin estrellas y sin nubes, unos vistos rojos, como pinceladas de color se notaban en medio de la oscuridad.

Avisó a Elin y señaló la ventana, ella ignorando qué ocurría notó que toda la biblioteca estaba desocupada, algo poco común para esa época del año. Ambos se levantaron y caminando en dirección a un ventanal inmenso se encontraron con la ciudad desaparecida, no estaba el campus universitario ni las edificaciones adyacentes, todo era negro, un universo cubriendo a la biblioteca como una especie de bóveda.

Una voz distorsionada comenzó a llamar a Elin por su nombre, como si se tratase de una orden mientras Marcelo observaba al cielo negro, aquella voz comenzó a sonar más fuerte absorbiendo la luz de las bombillas fluorescentes del techo.

Elin caminando en dirección a la ventana tenía su mirada fijada en la nada, Marcelo se acercó un poco a ella y con pasos dubitativos asomó su mirada queriendo encontrar explicaciones.

Un relámpago brillante cegó la mirada de ambos, Marcelo se cubrió el rostro con los brazos, sintió una descarga eléctrica por todo su cuerpo, se levantó y mirando a todas partes encontró a la biblioteca nuevamente en su estado normal, todas las mesas estaban ocupadas por estudiantes o profesores, una señora que hacía aseo trapeaba al fondo de un pasillo.

La mesa estaba intacta con los libros de Marcelo y la cartera de Elin, sin entender nada miró su reloj y vio que ya eran las seis con seis minutos de la tarde.

Elin no estaba por ninguna parte.

AV.

4 de noviembre de 2025

El Examen (Ángela)



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I.

Ángela estaba molesta, no entendía por qué le costaba tanto trabajo memorizar la fórmula de cada ecuación, insistía en aprender y siempre fallaba en el examen. Se le hacía urgente mejorar su rendimiento en aras de poder aprobar la cualificación y acceder así al programa de posgrado que tanto anhelaba.

Desde siempre buscó la oportunidad de ser becaria en la Georgia Institute of Technology, su deseo permanente de cursar el doctorado en Ingeniería Aeronáutica y Espacial era un reto personal que se anteponía al sueño mismo de lograrlo, una combinación letal del síndrome del impostor y el síndrome de pollyanna.

Al terminar sus estudios de bachiller logró con el apoyo de la Universidad Nacional, ingresar al programa de ingeniería de sistemas y computación con una beca por su puntaje logrado en las pruebas del Estado, en el transcurso de la carrera fue notable su desempeño, incluso ingresó a trabajar en una reconocida empresa de Alemania, de manera remota. Se graduó como una estudiante corriente, no hubo honores ni premios pero sí muchos aplausos de su familia.

Durante un par de años estuvo trabajando con los alemanes recibiendo un honorable pago hasta que la vida le pedía un reto mayor. Desde niña siempre quiso trabajar en la industria espacial y fue ese su deseo permanente.

Después de varias consultas pudo encontrar la convocatoria a beca doctoral pero en Atlanta, sin VISA para viajar y sin dinero para los gastos que todo el proceso requería desistió del plan. En una conversación con su anterior profesor que asesoró su tesis de grado de la universidad, que pudo entender la importancia del sacrificio y que siempre valía la pena intentar aún cuando los recursos fuesen escasos.

Comenzó por averiguar cada etapa del proceso y allí se inscribió al examen de admisión, uno de varios pasos a seguir, perdió.

Con la frustración del caso dedicó su tiempo al trabajo, sugirió de hecho a su empleador la posibilidad de irse a vivir a Alemania y buscar algún cargo en ascenso, con la opción de estudiar allá algún programa de posgrado.

No recibió aprobación y siguió encerrada en sus tareas cotidianas.

Al año siguiente volvió a presentar la prueba fallando nuevamente, incluso con un resultado peor que la primera vez. La frustración le dominaba como un suero que recorría su cuerpo.

Se encontró otra vez con el profesor de la facultad de ingeniería, en un centro comercial de la ciudad, además de los saludos de rigor compartieron algunos datos de la vida, del trabajo, del tiempo libre. Humberto, el profesor, notó en Ángela la frustración así que le preguntó qué había pasado con el proyecto de la beca.

Ella cansada de la vida, explicó lo tortuoso que fue recibir la nota de ambos intentos, uno peor que el otro.

Como buen profesor, le acompañó en el sentimiento y dando algunas palabras de aliento terminó por recomendar que asistiera a la universidad a donde un colega, Doctor en Ingeniería Aeroespacial, quizás él podría darle algunos consejos o pistas de cómo avanzar.

Ángela aceptó y fue así como conoció a Marcelo, un caballero ya avanzado en edad, con una sonrisa coqueta y una mirada extraña, cargada de ilusión, algo difícil en un hombre tan mayor.

Después de varias asesorías Ángela retomó los estudios en matemáticas avanzadas, su talón de Aquiles a pesar de ser ingeniera de profesión. Necesitaba mejorar en muchos aspectos de avanzada para aprobar el primer examen (de cinco).

Permanecía en un estado de molestia que le controlaba la manera de relacionarse con los demás, no entendía por qué le costaba tanto trabajo el estudio, insistía en aprender y ello le aislaba tanto de las relaciones humanas que su vida, sencilla a pesar de si misma, se limitaba a asistir a la universidad para las asesorías con el profesor Marcelo Bakker, a estudiar en la biblioteca en las tardes y a encerrarse en su casa a trabajar para los alemanes por la mañana.

El próximo mes de febrero es la apertura de inscripciones para los aspirantes y la realización del examen de cualificación, Ángela estaba nerviosa, se sentía insuficiente.

Aquella tarde de lunes terminó de practicar algunas fórmulas, se sintió agotada y se levantó de un cubículo que tenía en la biblioteca, recogió todo en su maletín y con una sonrisa de cansancio se despidió de uno de los guardas de seguridad que había en el recinto.

Salió encontrando todo en silencio, los pasillos estaban deshabitados y las puertas de algunos salones cerradas. Miró a su alrededor y notó que ya estaba oscureciendo, quizás eran las seis pasadas de la tarde, había perdido la noción del tiempo.

Caminó hasta llegar a los escalones de salida notando que estaba otra vez entrando a la biblioteca.

Consternada dio la vuelta y siguió el trayecto a la salida, a la plazoleta que había al lado del edificio. Al bajar el escalón notó que estaba entrando a la biblioteca nuevamente. Se sintió algo tonta, el cansancio de seguro le estaba jugando una treta mental.

Se despidió nuevamente del guarda de seguridad que la saludó como si fuese la primera vez en el día.

Ángela caminó lo suficiente para notar que estaba nuevamente de regreso a la entrada de la biblioteca.

Tomó su teléfono móvil y allí descubrió que no tenía señal ni red de internet, la hora era la misma, las seis con seis minutos de la tarde.

Abrió los ojos con la preocupación suficiente, intentó llamar a su profesor Marcelo, pero no había señal para tal fin. Mientras intentaba llamar, caminaba buscando la salida.

Desde su lugar observaba la plazoleta que además se veía deshabitada, las luces del edificio de enfrente evidenciaban que los pasillos estaban desocupados y nadie estaba en los salones.

Algo raro ocurría y Ángela lo sentía en vida. Siguió caminando, guardó el teléfono móvil y con la mano puesta en la baranda llegó a unos escalones, dio el primer paso y se descubrió entrando nuevamente a la biblioteca.

Alzó la voz con un grito de frustración y un par de palabras obscenas, el guarda de seguridad apareció de su lado y con un tono loable pidió que guardara la compostura, estaba prohibido ese comportamiento en la biblioteca.

Ángela intentó explicarle lo ocurrido, pero notó en los ojos del vigilante que algo estaba fuera de lo normal, se disculpó y dando media vuelta, preguntó al guarda como acto de amabilidad si sabía por dónde era la salida. Este con la voz pausada, respondió:

No hay salida.

AV.